ALBERTI: UN CORAZON RECIEN INAUGURADO
Por José Joaquín Blanco
La arboleda perdida es el libro de memorias del poeta Rafael Alberti, publicado por primera vez en 1942, y Entre las ramas de la arboleda perdida una selección de momentos de ese libro, dichos y actuados con notable eficiencia por el actor José Luis Pellicena, bajo la dirección de José Luis Alonso. Destacan en esta selección los textos sobre su formación como poeta, sus amigos García Lorca, Picasso y Neruda, la guerra civil, el exilio en Argentina y en Italia, su esposa María Teresa León, los toros y la pintura, siempre complementados con algunos de sus poemas más estimados. Trazan una suficiente imagen primera del poeta de la libertad individual --marineros, ángeles--, del amor y el disfrute juvenil del mundo, de la crítica social clara, eficaz y digna.
Seguramente no es la declamación el más puro de los medios de la poesía y sonaría anticuado. Sin embargo, a muchos poetas les gusta recitar sus poemas, como al propio Alberti, y a mucho público le gusta escucharlos, como el que desbordó Bellas Artes en el recital del domingo 5 de agosto de 1990. No tienen, de cualquier manera, que excluirse estos medios de difusión poética: conviven libros y recitales, sobre todo cuando, como en este acto, un buen actor sabe decir los poemas con gusto y sin teatralidad o sonoridad impostada.
Desde luego, la poesía de Alberti se presta mucho para su celebración oral en auditorios como le gustan, como plazas de toros. Siempre ha cultivado con gran acierto e incluso genio los aspectos populares del poema: énfasis, repeticiones, dramatismos, humor, juego. Rafael Alberti es sobre todo un gran jugador de la poesía, y no tanto un jugador gráfico a la manera de Tablada, sino oral y entre la gente, sin que esto excluya que en otros poemas, desde luego, sepa también de los tonos delgados e intelectuales, de las metáforas bien dibujadas, de las imágenes bien halladas, para la comprensión atenta del lector silencioso.
Pero este poeta juglaresco sabe levantar al público en sus recitales como faenas: "Los indios mexicanos/ en El Toreo/ de los ¡olés! se tiran/ al tiroteo./ ¡Vivan las balas/ los toros por las buenas/ y por las malas!". Algunos de sus versos se han trepado al Hit-parade de la canción: "Se equivocó la paloma/ se equivocaba./ Por ir al norte fue al sur./ Creyó que el trigo era agua. Se equivocaba".
La poesía de Rafael Alberti es una de las más vastas de la lengua castellana de este siglo. Ocupa una treintena de volúmenes e incluye una gran variedad de retóricas y escuelas, es vanguardista y tradicional, popular y artística, tiene vínculos "creacionistas" y romances, canciones de amigo, coplas, meditaciones. "En la evolución de Alberti, dijo Dámaso Alonso, caben lo popular y lo culto en estado de máxima pureza, los mitos modernos y los antiguos."
Pero acaso destaque entre sus aspectos este sentido del humor, o mejor aun, del juego, que lo mismo se manifiesta en versos precisos para decirlos en multitud y memorizarlos, como las Coplas de Juan Panadero, que en dibujos muy imaginativos y temerarios que se dirían hermanos de los de su amigo Picasso: "Caracolea el sol y entran los ríos/ empapados de toros y pinares,/ embistiendo a las barcas y navíos./ Sus cuernos contra el aire la mar lima,/ enarca el monte de su lomo y, fiera,/ la onda más llana la convierte en cima./ Rompe, hirviendo, el Edén, hecha océano,/ cae de espaldas en sí misma toda entera.../ y Dios desciende al mar en Hidroplano".
En su primera vista a México, en 1935, Rafael Alberti escribió algunos versos sobre nuestro país: "Todavía más fino, aún más fino, más fino,/ casi desvaneciéndose de pura transparencia,/ de pura delgadez como el aire del Valle", "Eres México antiguo, horror de cumbres/ que se asombran batidas por pirámides,/ trueno oscuro de selvas observadas/ por cien mil ojos lentos de serpientes."
Miembro del Partido Comunista desde 1931, siempre fue más afín a Siqueiros que a Diego Rivera, a quien por ahí critica en "El indio": "Como tierra de cactus y magueyes,/ de órganos que edifican verdes templos/ con bóvedas de aire, con techumbres/ limpísimas de aire, sol y agua./ Los caminos se cansan, se desploman/ de tanta hundida huella de guarache./ Kilómetros y leguas, derrotados,/ abandonan las largas letanías./ Se sabe, se comprueba que no eres/ esa curva monótona y sin músculo/ que por los anchos muros oficiales/ cierto pintor ofrece a los turistas./ Contra el gringo que compra tu retrato,/ tu parada belleza ya en escombros,/ prepara tu fusil. No te resignes/ a ser postal de un álbum sin objeto."
Rafael Alberti (1902), no sólo es el poeta de la nostalgia de la juventud y del puerto de Santa María, el fascinado con los toros y la pintura, el comunista (desde 1931) que cree en las posibilidades doctrinarias y revolucionarias de cierto tipo de poesía y sabe realizarlas con eficacia; es también el gran temerario de la imaginación, como Gerardo Diego o Pablo Neruda. Fijó su poética al frente de su libro Entre el clavel y la espada (1939-1940): "Que cuando califique de verde al monte, al prado,/ repitiéndole al cielo su azul como a la mar/, mi corazón se sienta recién inaugurado/ y mi lengua el inédito asombro de crear".
Marinero en tierra (1924) exalta el soleado paraíso de la infancia junto a la playa: la sencillez, los trazos ingenuos y puros, siempre exaltados de pureza: "Sube, sube, balcón mío,/ trepa el aire, sin parar:/ sé terraza de la mar,/ sé torreón de navío", ilusiones y delirios luminosos: "¡Jee, compañero, jee, jee!/ ¡Un toro azul por el agua!/ ¡Ya apenas si se le ve!/ --¿Quééé?/ --¡Un toro por el mar, jee!".
Hay desde el principio de la poesía de Alberti una feliz asunción modernista, vanguardista, de la poesía española del Siglo de Oro. Frente a la sentimental y melodramática poesía afrancesada del siglo XIX, se hermanaban con frescura de juego el Renacimiento y el surrealismo. Alberti canta en cubista a Gil Vicente y cuenta una anécdota novedosa que podría existir en una jarcha o en una canción de amigo gallego-portuguesa:
"Zarza florida/ Rosal sin vida./ Salí de mi casa, amante,/ por ir al campo a buscarte./ Y en una zarza florida/ hallé la cinta prendida,/ de tu delantal, mi vida./ Hallé tu cinta prendida/, y más allá, mi querida,/ te encontré muy malherida/ bajo del rosal, mi vida./ Zarza florida./ Rosal sin vida./ Bajo del rosal sin vida".
Sobre los ángeles (1927-1928) es un libro de juvenil melancolía, lleno de paraísos perdidos. El poeta empieza a conocer el mundo más allá de sus claros, exclamativos sueños: "Ciudades sin respuesta,/ ríos sin habla, cumbres/ sin ecos, mares mudos... Hombres/ fijos, de pie, a la orilla/ parada de las tumbas/ me ignoran".
Los marineros se han vuelto ángeles, "aves tristes", que nada saben, que hablan poco, con cuerpos deshabitados que no hacen sino caerse.
En 1935 firmó en El Toreo, en México, uno de sus poemas más famosos: la elegía a Ignacio Sánchez Mejías, Verte y no verte, uno de los textos clásicos de la literatura de toros, lleno de elegancia y fuerza gongorinas, profuso en imaginería surrealista: "Ser sombra armada contra luz armada,/ escarmiento mortal contra escarmiento, toro sin llanto contra el más valiente". Es un vigoroso requiem al toreo, con toda suerte de capotazos a los símbolos y a las palabras: "Corre, toro, a la mar, embiste, nada,/ y a un torero de espuma, sal y arena,/ ya que intentas herir, dale la muerte".
Es acaso en A la pintura, compuesto entre 1945 y 1952, uno de sus libros más señalados en el sentido de buscar tonos, imágenes y formas poéticas audaces al trazar en poesía sus impresiones de diversos cuadros.
En El Bosco se lanza a un baile de trabalenguas y neolgismos que pintan muy bien su atmósfera de aquelarre que, desde luego, resulta más un ensueño divertido de camaradas diablos juguetones que pesadilla litúrgica: "El diablo hocicudo,/ ojipelambrudo,/ cornicapricudo,/ perniculimbrudo... El diablo liebre/ tiebre,/ no tiebre,/ sepilipitiebre,/ y su comitiva/ chiva,/ estiva,/ cala,/ empala,/ desala,/ traspala,/ apuñala/ con su lavativa." En plan de jugar, Alberti no conoce imposibles en la poesía.
En Giotto celebra "al ángel que boga sin el hermano viento", en Rafael su "masculina inocencia femenina", en el color azul: "Tiene el azul extático nostalgia/ de haber sido azul puro en movimiento"; y sobre los oros de Tizano: "Todo se dora. El siena que en lo umbrío/ cuece la selva en una luz tostada/ dora el amor del sátiro cabrío/ tras de la esquiva sáfica dorada;/ y un rubio viento, umbrales y dinteles/ basamentos, columnas, capiteles./ La vid que el alma de Dionisos dora,/ del albo rostro de Jesus exuda,/ y la Madre Dios, Nuestra Señora,/ de Afrodita de Oro se desnuda./ Vuelca el Amor profano su áureo vino/ en los manteles del amor divino".
Alberti pone a hablar a los príncipes y borrachos en Velázquez, a los niños ("Hago sonar los niños como rubias/ campanas repicadas de colores") y al tiempo ("Y en la historia del tiempo, el ligerísimo/ roce fugaz de un ala perdurabale"). En Goya encuentra que "hay un diablo demente persiguiendo/ a cuchillo la luz ya las tinieblas", en Renoir celebra el color rosa, "El rosa canta junto al mar,/ al ancho rosa nalga por el río".
Entre estos retratos poéticos de cuadros famosos (el pincel, "esbelto albañil de la pintura"), destaca el de Tiziano: "El alto vientre esférico, el agudo/ pezón saltante, errático en la orgía,/ las más secretas sombras al desnudo./ Bacanal del color: su mediodía./ Colorean los ríos los Amores,/ surtiendo en arco de sus ingles flores./ No ignoran las alcobas ni el brocado/ del cortinón que irisa el escarlata/ cuánto acrecienta un cuerpo enamorado/ sobre movidas sábanas de plata./ Nunca doró pincel en primavera/ mejor cintura ni mayor cadera".
Alberti es un poeta de una fertilidad enorme, capaz de variedades sin término. Se pone a hacer sonetos con casi puras enumeraciones, a la manera del de Unamuno con nombres de ciudades y provincias españolas; se propone consagrar a Roma como la ciudad de las meadas (Roma, peligro para navegantes, 1968), cuentos trabalenguas de nunca acabar, aforismos o jaculatorias políticas (Coplas de Juan Panadero, 1949) y burlas a la poesía política: "¡Pobre poeta perdido!/ ¡Pasar de Sobre los ángeles/ a poeta de Partido!".
Esta agilidad bienhumorada, esta imaginación en pleno recreo con prodigios metafóricos de atleta persevera a lo largo de toda la obra de Rafael Alberti. Es particularmente jovial en Roma, peligro para caminantes. Roma se vuelve una trampa suntuosa, un laberinto de fuentes, palacios, cúpulas y ruinas sin otro objetivo que distraer al caminante, para atropellarlo con automóviles: ¿La ciudad eterna? No, la ciudad garage. Es la gran ciudad de la orina: "Verás entre meadas y meadas,/ más meadas de todas las larguras:/ unas de perros, otras son de curas/ y otras quizás de monjas disfrazadas./ Las verás lentas o precipitadas,/ tristes o alegres, dulces, blandas, duras,/ meadas de las noches más oscuras o las más..." etcétera. Es la ciudad de los mercados y de los templos con gato encerrado donde anda suelto un jocundo poeta anticlerical y comecuras que se enoja con el blandengue Sagrado Corazón y le dice dos o tres cosas difíciles de imprimir en ese momento en España (el libro se editó en México). Alberti le canta a los gatos y a los ratones, a las lechugas y a la mugre en los patios, a las calles con ropa colgada de las ventanas: "Y entre tanta grandeza y tanto andrajo,/ una mano que pinta noche abajo/ por las paredes hoces y martillos".
No hay comentarios:
Publicar un comentario