sábado, 1 de mayo de 2010

EL EFECTO RASHOMON

EL EFECTO RASHOMON
Por José Joaquín Blanco

Desde que, en 1951, la película Rashomon, de Akira Kurosawa, ganó el gran premio en el XII Festival Internacional de Venecia, todos los guionistas, dramaturgos y miembros de talleres de narrativa, escuchan una y otra vez de los barbudos directores, productores y profesores: “¡Hay que usar el “efecto Rashomón”!
Con ello quieren decir que viste mucho oponer diferentes puntos de vista sobre una historia en la misma película, o en la obra de teatro, o en un cuento. Durante medio siglo “el efecto Rashomón” ha pretendido, sobre todo en las tramas de crimen y misterio, redoblar artificialmente el interés del espectador o del lector, al multiplicarle pistas y versiones contradictorias, y nimbarlas de aires filosóficos: “Sólo sé que no sé nada”, como dicen que decía Sócrates. “Nunca se conoce bien ningún hecho, a ninguna persona”, especialmente en artificiosas intrigas de suspenso.
Los grandes elogios de la crítica que recibió esa película se resumen en el de Pauline Kael: “Rashomon continuamente reconstruye el crimen para demostrar la terrible incognoscibilidad (sic: ¡unknowability!) de la verdad”, aunque no todos se atrevieron a señalar que “los lloriqueos de la mujer son casi suficientes como para arrojarlo a uno a la más próxima salida del cine” (Cf. Kiss Kiss Bang Bang Nueva York, Bantam Books, 1969).
Como sea, Rashomon es una joya cinematográfica, y el “efecto Rashomón” un lugar común de los guionistas, dramaturgos y narradores, casi tan frecuente como el efecto del “otra vuelta de tuerca” (The Turn of the Screw), que supongo no alude tanto a los personajes realistas, sicoanalíticos o fantasmagóricos del relato de Henry James, sino a meros efectos de énfasis. Pero no ha habido en medio siglo guionista, dramaturgo o narrador sobre el planeta, sin su “efecto Rashomón”, sin su efecto “otra vuelta de tuerca”.
El asunto se complica si uno se pone a investigar qué cosa de veras es Rashomon. Akira Kurosawa entró a saco en un cuento del gran narrador japonés Ryonosuke Akutagawa (1892-1927), ¡que ni siquiera se llama Rashomon! Se llama En el bosque o En la arboleda. A Kurosawa le gustó nomás la sonoridad de la palabra Rashomon, que es el título de otro texto, y ciertos tonos samurais, pero la historia del muerto en el bosque y sus varias versiones está en el primer cuento.
En nuestro ingrato siglo los directores de cine tienen la libertad de asaltar impunemente y por completo a los autores. Se habla de La muerte en Venecia de Visconti, y no de Mann; y se podría hablar del Hamlet de los Hermanos Almada, si se les ocurriera filmarlo. Más conservador, prefiero dar crédito a quien de veras inventó la historia y la dio a conocer primero, y fue el joven Akutagawa, muerto a los 37 años, un cuarto de siglo antes del XII Festival de Venecia.
En el bosque, como la gran mayoría de los relatos de Akutagawa, es breve, rápido e intenso. Una traducción castellana cabría en diez cuartillas (sigo la versión inglesa de Takashi Kojima: Rashomon and other stories, Nueva York, Liveright, 1970). Empieza de una manera realista, como registro policiaco:
1) El testimonio de un leñador ante la policía (cómo encuentra un cadáver en una cañada boscosa);
2) El testimonio de un sacerdote budista que, viajando, se encontró en el camino a la víctima y a su esposa;
3) El testimonio ante la misma autoridad del policía que atrapó a un bandido, el cual llevaba una espada, un arco y unas flechas que pertenecían a la víctima;
4) El testimonio de la vieja suegra del asesinado, quien lo identifica como un samurai que iba de viaje con su esposa;
5) La confesión del bandido, quien acepta haber violado a la mujer y asesinado al hombre, pero ignora qué pasó con ella: escapó entre los bosques.
6) La confesión de la mujer, quien afirma que después de haber sido violada, fue abandonada por el bandido en el bosque, con su marido atado a un cedro. Se sintió obligada a asesinarlo porque, una vez ocurrida su deshonra, no le quedaba a ella sino la muerte. Lo mató y fracasó luego en varios intentos de suicidio.
La línea realista se rompe y, 7) A través de un médium, el alma en pena del samurai asesinado viene a denunciar a su esposa y a reivindicar su propia muerte: él mismo se mató, por honra. Resulta que la mujer, después de haber sido violada, tuvo terror del desprecio de su marido; decidió irse y casarse con su violador, a quien pidió que asesinara al samurai, pues había presenciado su deshonra y de cualquier modo la castigaría si seguía vivo. El bandido se negó al crimen, golpeó a la mujer y liberó al samurai, el cual se quitó la vida al ver cómo su esposa había pedido su muerte, con tal de tapar su deshonra.
La historia, en el cuento de Akutagawa, no se cuenta varias veces desde distintos puntos de vista. Sólo los aspectos que varían (y sí, claro, el homicidio en sí). De tal modo, el bandido prefiere echarse la culpa del crimen, para fanfarronear de haber vencido cuerpo a cuerpo a un bravo samurai; la mujer prefiere confesarse asesina, antes que traidora y solicitadora de la muerte de su marido; el alma en pena, vagando iracundo en los espacios sin fondo, narra su horror y su desesperación ante la reacción de la mujer deshonrada, e incluso perdona al bandido.
Más que proponerse filosofías de “lo incognoscible”, Akutawaga narra el extremo horror ante la deshonra sexual en la sociedad japonesa tradicional (el cuento puede ocurrir en el siglo XIX, pero también mucho antes). Un bandido encuentra a un matrimonio en el camino y se prenda de la mujer. Con tretas hábiles los conduce a un bosquecillo solitario. Ata al hombre, viola a la mujer. Entonces, después de la violación, empieza para ella la mayor tragedia:
“Precisamente en ese momento vi una luz indescriptible en los ojos de mi marido. Algo más allá de la expresión... sus ojos me hacen temblar incluso ahora. La mirada instantánea de mi marido, que no podía hablar una palabra [el bandido le había rellenado la boca con hierba], me dijo lo que expresaba su corazón. El resplandor de sus ojos no era ni de ira ni de tristeza... solamente una luz fría, una luz de odio. Más golpeada por la mirada de sus ojos que por el golpe del bandido, grité a pesar de mí misma y caí inconsciente.”
Aterrada ante un futuro de odio y castigos con su marido samurai, que jamás la perdonaría, escoge la vida degradada de mujer del bandido. Ya degradada, sólo su propio violador puede aceptarla. Pero entonces el marido ha de morir: sabe demasiado. El alma en pena recuerda:
“Después de violar a mi mujer, el bandido, sentado ahí, empezó a decirle palabras de consuelo. Por supuesto, yo no podía hablar. Todo mi cuerpo estaba atado apretadamente a la base del cedro. Pero entretanto le hice guiños a ella varias veces, para decirle ‘No le creas al bandido’. Deseaba trasmitirle a ella ese mensaje. Pero mi esposa, sentada y abatida sobre la hojarasca de bambú, miraba fijamente su regazo. Todo parecía como que ella estaba escuchando sus palabras. Yo agonizaba de celos. Entretanto el bandido siguió con su astuta plática, cambiando de un tema a otro. El bandido finalmente hizo su audaz, terrible proposición: ‘Una vez que tu virtud está manchada, no te llevarás bien con tu marido, de modo que ¿por qué mejor no te haces mi mujer? Es mi amor por ti lo que me hizo violentarte.
“Mientras el criminal hablaba, mi esposa levantaba su mirada como si estuviera en trance. Nunca se vio tan hermosa como en ese momento. ¿Qué respondió mi hermosa mujer mientras yo estaba ahí sentado, amarrado? Estoy perdido en el espacio, pero nunca he pensando en su respuesta sin arder de ira y celos. Verdaderamente dijo... ‘Entonces llévame contigo adonde quiera que vayas’.
“Esto no es todo su pecado. Si esto fuese todo, no estaría tan atormentado en la oscuridad. Cuando ella se retiraba del bosque como en un sueño, su mano en la del bandido, súbitamente empalideció, y mirándome atado en la base del cedro, dijo: ‘¡Mátalo! ¡No puedo casarme contigo mientras él viva! ¡Mátalo!’, gritó muchas veces, como si se hubiera vuelto loca. Incluso ahora estas palabras amenazan con arrastrarme de cabeza en el abismo sin fondo de la oscuridad. ¿Jamás antes salió algo tan odioso de boca humana? ¿Palabras tan malditas han llegado a un oído humano siquiera una vez? Siquiera una vez semejante... (Un grito súbito de ira.) Ante estas palabras incluso el bandido empalideció. ‘¡Mátalo!’, gritó ella, asiéndolo de los brazos... Mirándola con dureza, él no le contestó nada... pero yo no había siquiera tenido tiempo de pensar en su respuesta cuando él ya la había derribado de un golpe en la hojarasca. (Nuevamente un grito de ira.) Tranquilamente, cruzando sus brazos, el bandido miró hacia mí y dijo: ‘¿Qué quieres hacer con ella? ¿Matarla o salvarla? Sólo tienes que mover la cabeza’. Sólo por estas palabras me gustaría perdonarle su crimen.”
El efecto Rashomón, tal como lo escribió Akutagawa en su cuento En el bosque, habla de los horrores a los que conduce la cultura de la honra. El drama de la mujer deshonrada de un samurai no tenía remedio alguno.
Ella confiesa en el templo: “Incapaz de llevar a cabo mi suicidio, vivo aún en el deshonor. (Una sonrisa solitaria). Despojada de todo valor como estoy, sería condenada incluso por el sacerdote más bondadoso. He matado a mi marido. El bandido me violó. ¿Qué cosa puedo hacer? ¿Qué puedo hacer yo... yo...”
Un drama tan absoluto que nadie se atreve a tocarlo, salvo el ánima en pena, a través de un médium.