ASPECTOS
SINIESTROS DEL NICAN MOPOHUA
Por José Joaquín Blanco
Guadalupe Tepeyac, 25 de enero de 1887
Querido padre Vilches:
¡Se ha vuelto a alborotar
el gallinero! Pero yo, muy escarmentado con lo que ocurrió con Vuestra Merced,
quien Dios sabe no quiso sino aportar su mayor diligencia y buena fe en los
asuntos de Nuestra Madre Guadalupe, y Nuestro Señor así se lo tendrá en su gloria;
yo, humilde cura sin fortuna ni futuro, yo: ¡chitón!
No sea que Su Ilustrísima
me transfiera a predicar a un pueblo de campesinos o de indios, como hizo con
usted tan sin misericordia. No digo más: que siguen apareciendo milagros en la
imagen de Nuestra Señora.
Recuerdo los que señaló
vuestra clarividencia: que ese manto azul se había vuelto verde, y que el
angelito del pie oportunamente amaneció con los colores de la bandera nacional;
que aumentaban las estrellas del manto y las llamas del resplandor según quien
se pusiera a contarlas, que... ¡Cuantos pinceles no habrán echado ahí su
borrón, según los vaivenes del episcopado y de la historia nacional!
Pero lo del 20 de enero
fue tan prodigioso como descarado. ¡Desapareció por completo la corona de oro
que tenía Nuestra Señora pintada sobre la cabeza!
Usted le había advertido
al señor arzobispo que esa corona pintada era indebida y pirata, pues resulta
privilegio del papa ordenar que se corone de bulto o en pintura las imágenes.
Aquí guardo infinidad de peticiones mexicanas para que tal coronación formal,
vaticana, se realizase, especialmente la muy extravagante del caballero
Boturini. Pero nada de que el Vaticano quería coronar una imagen tan dudosa.
Nuestros aguerridos
compatriotas no se caracterizan por la prudencia, sobre todo si son obispos; y
vaya usted a saber a qué arzobispo se le ocurrió mandar a Roma al demonio y
coronar por sí mismo la imagen, ni a qué pintor encargó que misteriosamente
pintara esa corona estrecha y feúcha que un día le apareció de repente, sobre
la cabeza. La travesura debe ser vieja, pues todas las reproducciones que
corren por el mundo llevan la consabida corona pintada.
Lo que le puedo informar
es que ha sido Pina, pintorucho de brocha gorda, quien la ha desaparecido a
mediados de enero de este año. ¡De un brochazo dorado! Donde había corona
volvieron a haber llamas, el círculo del sol que dicen azteca y que
Sucedió que finalmente el
Vaticano aceptó coronar la imagen, con corona real, de bulto, de oro y piedras
preciosas. Pero luego dijo que siempre no, ¿qué como iba a coronar una imagen ya coronada? ¡Coronada, supuestamente, por sí misma! ¡Nada modesta
Me imagino al papa echando
pestes en Roma porque
El escándalo atronó en la
prensa. El arzobispo Labastida proclama ex
cathedra, en pastoral formal, que la propia Virgen se descoronó
milagrosamente para no molestar a los coronadores del Vaticano que vienen a
coronarla con tamaña pompa. Unos ríen y otros muerden, como siempre en esta
arquidiócesis.
Y yo chitón, siguiendo
vuestro consejo.
Filegonio Santana, Pbro.
*
Guadalupe Tepeyac, 19 de marzo de 1891.
Querido padre Vilches:
¡Ojalá nadie hubiese querido coronar a una Virgen ya coronada! ¡Se ha
destapado la caja de Pandora! Parece que el padre Andrade, a quien se llama por
ahí el inimicus homo, ha hecho de las
suyas, ¡y de qué manera!
¡Ha logrado sustraer y
copiar tanto la carta de don Joaquín García Icazbalceta, que como usted bien lo
sospechaba niega rotundamente el milagro; como los legajos del arzobispo
Montúfar de 1556, que creo que usted jamás llegó a conocer, pues no recuerdo
que me los comentara. Los ha hecho publicar. El segundo dizque en Madrid, pero
en verdad fue aquí, en la imprenta de Albino. ¡Los antiaparicionistas están de
feria! ¡Todos los argumentos en su favor!
1.- No hay prueba alguna
de tal suceso durante la vida de fray Juan de Zumárraga.
2.- No hay prueba alguna
de Juan Diego, Juan Bernardino y demás prole existiesen, salvo como seres
alegóricos; y ni modo, como tantas veces ha dicho usted, tampoco se cree que en
1531 doce o veinte franciscanos se dedicaran a atender personalmente a cada uno
de los 15 millones de indios, con nombres y apellidos propios, individuales.
¡No lo hacemos ni en este ilustrado siglo XIX!
3.- No tenía por qué venir
ningún indio solo a la iglesia de Tlatelolco, sino en todo caso en procesión,
como suelen, ni para ello treparse al cerro.
4.- Fue invención mariana
de Montúfar, totalmente opuesta al espíritu antisupersticioso y antimilagrero
de Zumárraga y los franciscanos. Dicen que la pintó el indio Marcos a partir de
un grabadito de un libro de horas de Flandes.
A sus pies, etcétera.
Filegonio Santana, Pbro.
*
Guadalupe Tepeyac, 12 de octubre de 1895
Querido doctor Vilches:
Mucho lamento, pues sabe
usted la gratitud que le guardo desde mi más tierna juventud y el cariño que le
he profesado sin desmayo, y la admiración que siempre me han provocado sus
luces, que se haya decidido, ya a edad tan venerable, a colgar los hábitos y
asumir los instrumentos del espiritista. ¿Es la ouija menos ardua que la
teología?
Quizás ya no le importen
mucho mis informes.
Nada le quitan ni le
añaden las susodichas coronas. Ella es emperatriz, y eterna y magnánima de
cualquier manera. “Nada semejante ha ocurrido en ninguna otra nación”.
Lo que anda dando mucha
lata es la olla pútrida de 1556,
donde los franciscanos atacan el culto con salvajismo digno de luteranos. Ya
sabemos que, a diferencia de los dominicos, los franciscanos se colaron entre
los indios, los conocieron bien y les descubrieron sus trampas de transformar
sus antiguos dioses en nuevas imágenes cristianas “aparecidas”:
Cristos-Quetzalcóatl, Sanjuanes-Tezcatlipoca, Santanas-Toci, Isidros-Tlalolcs,
Santiagos-Huichilobos, Marías-Tonantzin. ¡Pero la pólvora de ese informe, qué
bocado para Voltaire, mi nuevo doctor Vilches, dominador de las ciencias
ocultas!
Quizás sus nuevos métodos
magnéticos pudieran contestar algunas de mis tribulaciones:
1. ¿Para qué empeñarse en
el año 1531, fecha imposible por la ausencia física de obispo en el país y por
la nula mención de hecho alguno de la especie en todo tipo de documentos, y no
asirse a la de 1555, superdocumentada por Montúfar, los franciscanos y la
tradición india? En 1555 ya había aparecido, si no
2. ¿Por qué empeñarse en
que la relación indígena de la aparición es la original y obra del famoso indio
Antonio Valeriano, escrita unos cuantos años después del prodigio? Usted sabe
que nadie quiso copiar ni representar ni predicar el Nican Mopohua en público, ni aludirlo siquiera, jamás. durante todo
un siglo, hasta que la publicó con su nombre y en castellano, como un sermón
absolutamente criollo, Miguel Sánchez, y a todo mundo pareció novedosa; y en
náhuatl, un año después, en 1649, Luis Lasso de
3. Para entonces todas las
luces del Colegio de Santiago de Tlatelolco estaban ciegas, y sólo quedaban por
los aires los nombres ilustres de unos indios latinistas, no nahuatlatos.
Los nahuatlatos eran los
frailes; los indios cultos escribían en latín. ¿Por qué atribuirle a Antonio
Valeriano la mayor obra náhuatl guadalupana y, por ello, la mayor mexicana?
¡Que porque dijo Sigüenza que Alva Ixtlixóchitl vio el manuscrito con letra de
Valeriano!
¡Pero Alva Ixtlixóchitl
dijo tanta barbaridad! ¿No afirmó que todos los indios provenían de Irlanda?
Por lo demás Sigüenza nació en 1645, apenas tres años antes de que Miguel
Sánchez publicara en español su prodigio de un “apocalipsis indiano”.
Ixtlixóchitl murió en 1650, cuando Sigüenza todavía no cumplía 5 años. Nunca hablaron Ixtlixóchitl y Sigüenza del
asunto.
En todo caso, y concediendo demasiado: Ixtlixóchitl nomás “reconoció” la
caligrafía. ¿Y si se tratara de una copia cercana tanto a su muerte como a la
publicación de los libros de Sánchez y Lasso? La fecha y la autoría, si vuestra
sabiduría, tanto la antigua y teológica como la novedosísima y teosófica, no
opinan en contrario, resultan completamente contestables.
El meollo del asunto está
en fray Servando. Él dice dos cosas: o que se trata de un gran misterio
sagrado, por medio del cual Santo Tomás se trajo a
Pero ¿cómo aceptar que el
indio Antonio Valeriano, en lugar de ponerse a leer a los clásicos
grecorromanos, se dedicara a escribir en náhuatl una comedia sacra cuando el
teatro misionero estaba abolido por los concilios? ¿Que dicha comedia
no fue registrada por fraile alguno, ni como mera alusión? ¿Que es una comedia en prosa, lo que significa que no es
comedia: debían serlo en verso? ¿El sabio Valeriano no sabía versificar?
¿Tampoco sabía que las comedias tienen escenas, jornadas, didascalias?
¿Una comedia a fin de que
la representase una india bonita para concupiscencia de toda la indiada o un
cándido efebo disfrazado de Virgencita? El teatro milagrero estaba prohibidísimo, y más por esas
fechas de Eslava.
¿Y cómo un indio, Antonio
Valeriano, hijo y hermano espiritual de franciscanos, el serafín de sus “indios
cultos”, iba a conjurar contra su propia orden, la de San Francisco, en
favor del horrísono y herético dominico Montúfar, con una historia idolátrica,
herética, precisamente durante los años de la guerra antiguadalupana de los
franciscanos contra Montúfar, que todavía expele pólvora en Sahagún un cuarto
de siglo después? ¡Nada más nos falta que
Antonio Valeriano haya resultado el agraciado efebo disfrazado de Virgencita,
el Ganímedes azteca que tan gentilmente posó para el cuadro del indio Marcos!
Por lo demás, se trata a
todas luces de algo no teatral, sino narrativo, ni cómico, sino serio: un
presunto informe sacro.
¿Era Antonio Valeriano un
espía doble, un atroz personaje “a lo divino” de El conde de Montecristo o Los
tres mosqueteros? ¡El mayor enemigo de los franciscanos sería su hijo y
discípulo más beneficiado y devoto!
Tenemos pues, Virgen
coronada, entronizada y triunfadora. ¡Sea siempre alabada y reine entre
nuestros corazones! ¡Y nosotros, los guardianes de sus vagos escritos y
espléndidos tesoros, siempre viviremos atribulados por prodigios, trasgos,
guerras, legajos, contralegajos, bulas, antibulas, coronas aparecidas, coronas
esfumadas. ¡Encomendamos a su bondad el duro oficio de trabajar como sus
siervos!
Suplícole me envíe sus
noticias a casa de mi sobrina Micaela Santana, en
Lo quiere siempre y besa
sus pies, su ahijado y siempre fiel hijo espiritual,
Filegonio Santana, Pbro.