tag:blogger.com,1999:blog-75274867136231837162024-03-14T00:15:17.377-07:00José Joaquín BlancoEn este blog reproduzco tanto material nuevo como mis artículos,crónicas, poemas, cuentos y traducciones aparecidos anteriormente en la prensa o en mis libros...José Joaquín Blancohttp://www.blogger.com/profile/08263922763815348076noreply@blogger.comBlogger243125tag:blogger.com,1999:blog-7527486713623183716.post-246317783835148032024-01-28T10:00:00.000-08:002024-01-28T18:29:17.331-08:00HOTEL ACQUASANTA<div><br /></div><div><p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; mso-bidi-font-family: Arial;">HOTEL ACQUASANTA<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> </span></p>
<p class="MsoNormal" style="margin-right: 74.85pt; tab-stops: 363.75pt;"><span lang="ES">Por José
Joaquín Blanco<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> </span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> </span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> <i>Se cuenta que un día un oficial de marina
amigo </i></span><i><span lang="ES" style="font-size: 14pt; mso-bidi-font-family: Arial;">suyo, le enseñó un manitú traido del
África: una pequeña cabeza monstruosa que algún
pobre negro
talló en un trozo de madera.</span></i></p>
<p class="MsoNormal"><i><span lang="ES" style="font-size: 14pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> -Es muy fea- dijo el marino-,
rechazándola </span></i><i><span lang="ES" style="font-size: 14pt; mso-bidi-font-family: Arial;">con desprecio. </span></i><i><span lang="ES" style="font-size: 14pt; mso-bidi-font-family: Arial;">-¡Tenga cuidado! -repuso
Baudelaire, </span></i><i><span lang="ES" style="font-size: 14pt; mso-bidi-font-family: Arial;">inquieto-. ¡Podría ser el verdadero Dios!</span></i></p>
<p class="MsoNormal"><i><span lang="ES" style="font-size: 14pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> </span></i><span lang="ES" style="font-size: 14pt; mso-bidi-font-family: Arial;">ANATOLE FRANCE: “Charles
Baudelaire” en <st1:personname productid="La Vie Litt←raire" w:st="on"><st1:personname productid="La Vie" w:st="on"><i>La Vie</i></st1:personname><i> Littéraire</i></st1:personname>, III<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> </span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; mso-bidi-font-family: Arial;">1<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Llevaba dos horas esperándome en el presuntuoso hall del hotel
Acquasanta, con una Biblia en la mano para que pudiera reconocerlo. Ya se había
sentado en todos los sillones y había caminado veinte veces de la recepción a
la entrada, de la entrada al restorán, del restorán a los pasillos. Pero no
tenía cita: yo le había aclarado, cuando
llamó al programa radiofónico "Dios somos todos", que sólo estaba de
paso en Tlanepantla, de prisa, agobiado por todo tipo de compromisos; que se
tranquilizara, que todo tenía remedio en este mundo: que sólo su aprensión y
sus temores creaban monstruos que en la realidad no existían sino como pequeños
problemas de todos los días, perfectamente naturales, que afectan tarde o
temprano a todos los hombres; que yo mismo lo llamaría en mi próxima visita. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> Logré evitarlo al salir de
la estación de radio -no sólo se las había arreglado para que me pasaran al
aire su llamada sino que además averiguó en mala hora dónde me hospedaba-, pero
sospeché que insistiría y me metí a un cine a matar el tiempo: más de media
película de extraterrestres, para fatigarlo y desalentarlo. Mi negocio es
predicar en los medios de comunicación y en conferencias de paga, en teatros y
auditorios; no agotarme en consultas privadas gratuitas.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> Había amenazado con
aguardar toda la noche y toda la madrugada si era preciso: le urgía hablar en
privado conmigo. Cumplía su amenaza. No necesité su Biblia: de inmediato
identifiqué su aparatoso, grotesco, porte de atribulado. Tuve que reprimir una
carcajada: me pareció otro extraterrestre. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> Ahora todo mundo sabe que
soy un "falso cura". El obispo de Ecatepec me armó un escándalo en la
televisión y hasta intentó hundirme en la cárcel. Pero yo nunca afirmé que
fuera uno de los curas de su diócesis, ni siquiera me presenté alguna vez,
durante los cientos y cientos de emisiones de radio en que auxilié a los
radioescuchas atribulados, como clérigo romano.
Nadie tiene el monopolio de Cristo. Soy sacerdote de mi propia iglesia
cristiana. Predico que Cristo somos todos.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Un gigantón deslavado, algo barrigón, con
mandíbulas enfáticas y unas manazas de <st1:personname productid="la Edad" w:st="on">la Edad</st1:personname> de Piedra. Temí que sus abrazos me
descuartizaran. Un aliento fétido, bilioso. Inyectados ojos de insomne. Y sin
embargo tan gentil, casi afeminado -si nos pudiéramos imaginar gorilas
afeminados-, que me hizo sospechar su inexperiencia en el trato social.
Probablemente un bodegonero o un trailero acostumbrado a una conducta ruda y
directa, elemental, sin muchas palabras, en el brete de presentarse como
refinado.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Vestía un traje con arrugas de ropero.
Quizás llevaba años colgado ahí a la buena de Dios, desde la última boda
familiar, entre los vestidos de juventud de su esposa. Porque semejante
cuarentón era inconcebible sin una o varias esposas y un buen racimo de escuincles
mocosos, majaderos, lamentables. <i>Cherchez la femme!</i>, me alerté para mis
adentros. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Hablaba con la misma torpeza de su traje, de
sus ademanes, como si tuviera que traducir a un lenguaje raro, de etiqueta, sus
pensamientos burdos. No encontraba las palabras o se tropezaba con términos
equivocados, que seguramente jamás había pronunciado, que se le habían pegado
de algún especioso programa de radio y se había dado a la tarea de inventarles
un borroso y elaborado significado, en lugar de acudir a un diccionario de
bolsillo.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> -Padre Terán -me dijo-, no
sabe cuánto lo pronostico; desde hace meses perpetúo sus homilías, hasta he
esbozado ejecutarle algunas cartas, pero soy un escrupulado neófito en las
infraestructuras del Espíritu, un pobre pecador que se promete ahincar el
Evangelio...<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> -Vamos, hombre, al grano:
necesito dormir un poco y antes debo cenar cualquier cosa...<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> -Prométame conviviarlo...<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> -Prometido. Pero de una
vez. En un rato cierran.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> Casi lo arrastré al
restorán. Pedí el platillo y el vino más caros.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; mso-bidi-font-family: Arial;">2<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; mso-bidi-font-family: Arial;">No vayan a pensar que soy o me quiero hacer el cínico ni el rufián. No
trato de escandalizar a nadie. Sin duda alguna, quien esté leyendo mi relato ya
no necesita que nadie lo espante a mis costillas. Mi desprestigio ha sido total
(ya se olvidará pronto, y para entonces tendré otro nombre, en otro sitio, con
otros negocios), y en nada me beneficia justificarme ni flagelarme. Simplemente
quiero decir que un tipo abusivo me puso de mal humor. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Ya me imagino al filantrópico lector
agraviado: "¡Un cura falso, charlatán radiofónico, maltrata y zahiere -así
se dice: zahiere- a un ingenuo hombre del pueblo, ignorante, inocente, crédulo,
atormentado!" Evito que el lector humanitario se precipite en sus
indignaciones: anticipo que el tipazo de marras era un criminal fugado de una
cárcel de Michoacán; vivía en Tlanepantla con nombre y credenciales falsas; ni
su reciente esposa -porque había dejado por el ancho mapa nacional regadas
media docena de esposas con escuincles, todos bautizados con apellidos falsos y
diversos- trasuntaba su oscura historia, perfectamente digna de cualquier
salvaje.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> Me enteré de ello más
tarde, claro está: pero mi olfato es rápido, mis premoniciones avizoras.
Indudablemente había gato encerrado. El gigantón parecía demasiado teatral,
rebuscado, elaborado. No me tragaba que fuese un pobre de espíritu. Algo me
quería vender, o transar, me dije. Y por el momento ataqué un pedazo de bolillo
con mantequilla. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Sé que a los devotos los asusta un poco la
gula de los curas. La ven poco espiritual. Cuando trabajo en serio procuro
llegar a los festejos con algo en el estómago, para dar la impresión de que
sólo por condescendencia admito displicentemente algún bocadillo. Pero quería advertirle al tipo que se
anduviera con cuidado. Que sospechaba su juego. En realidad, hasta me asustaba
un poco. Pero en mi oficio siempre se corren riesgos -espías, chantajistas,
defraudadores, megalómanos-, y he aprendido a divertirme un poco hasta en las
situaciones más inseguras. Mis terrores me entretienen.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> -¿Y por qué me buscas
precisamente a mí? -lo tuteé sin miramientos, de tahúr a tahúr-. ¿Y el párroco
de tu colonia?<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> Se miró las manazas de
tablajero, las uñas sucias.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> -Los curas de barriada
sólo panoraman escrupuleados pecados minutos. Hace algunos meses divagué su homilía
en la radio. Usted comunicaba que había trascendido a múltiples criminales, de
la ralea degenerativa, antiestrófica. Que impávido auscultaba hienas de
holocausto. Y que todo lo podía condonar, que su corazón sancionaba por la
pendiente exonerable a los cristos más incógnitos y nefandos en sí, de suyo.
Que el asesino es Cristo y el asesinado es también Cristo, y que todos somos
Cristo y santa paz amén.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> -Nunca declaré tal cosa.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> -Yo la consigné en una
agenda, bitacoreadas están la fecha y la hora.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> -¿Andas buscando
confesión, el perdón de tus pecados? Pásame el guacamole. ¿Tan tremendos son?
Salucita. A lo mejor sólo dije que muchas personas se imaginan más pecadoras de
lo que en realidad son, nomás por orgullo, por sentirse interesantes y
malditas... He encontrado tanta gente tonta que se imagina en pecado mortal
porque se tragó un macarrón. Llégale a tu caldo, que se te enfría.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> Trataré de resumir su
jerigonza. No, no buscaba confesión ni perdón de nada. No creía mucho en eso.
Por lo demás, todo ya se lo había confesado y perdonado a sí mismo. ¿Qué otra
le quedaba? Uno ha de seguir viviendo de cualquier manera consigo mismo, ni
modo de mudarse de pellejo. Al diablo los escrúpulos, que son más para
ostentarse que para practicarse, si es que en realidad alguien ha llegado a
conocerlos. Por lo demás nunca se había sentido arrepentido de nada, lo que era
arrepentirse de veras, salvo cuando tenía mala suerte y las cosas le salían
mal. Pero no podía llamar a eso arrepentimiento, sino coraje y pena de su mala
suerte o de sus tonterías. Sin embargo, últimamente, últimamente...<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> -Salucita.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> Últimamente no se
reconocía. Después de tantos y tantos años de no espantarse de ningún muerto,
de no inmutarse absolutamente ante nada, porque debía yo saber que había
conocido el crimen, la crápula, la mierda, la crueldad, la miseria,
absolutamente todo, desde antes de aprender a hablar, porque entre esos pañales
se había criado, y todos a su alrededor eran lo mismo, y sólo parecían
asombrarse de hechos semejantes las locutoras remilgaditas de los noticieros de
televisión, “escrupufulosas”.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> -Acábate de una vez tu
caldo. Ya nos están corriendo.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> -¿No aspira a degustar
otra copa de licor? ¿Se la escancio?<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> -Ya nos están corriendo.
Pide dos botellas de ron y unas cocacolas. Me resignaré a seguirte escuchando
en mi cuarto. Y de una vez paga la cuenta.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> No, no era una simple
cuestión de dinerillo. Extrajo de la bolsa del pantalón tremendo fajo de
billetes. De los más grandes, e incluso dólares. Se trataría de algo más gordo.
Me podría querer de cómplice para algo de veras mayúsculo, pensé con cierto
temor. Pero no se me iban a indigestar las puntas de filete recientemente
incorporadas a mi epostuflante fisonomía -empezaba yo a contagiarme de su
lingo-; ya he dicho que suelo divertirme un poco incluso en mitad de los
episodios más arriesgados.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; mso-bidi-font-family: Arial;">3<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Echado en la cama, con una cuba en la mano, ya sin la menor intención de
asumir una pose sacerdotal, miraba al gigantón desgarbado, neurasténico, casi
fantasmal, ir y venir a grandes zancadas en el cuarto pequeño. También traía
una cuba en una mano, que casi no probaba (la otra no soltaba <st1:personname productid="la Biblia" w:st="on">la Biblia</st1:personname>). <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Me contaba su vida sórdida. No sé cuánto
exageraba: innumerables hurtos y riñas, golpizas, violaciones, algunos
asesinatos. No le dije que abundantes vidas similares se escondían en los
suburbios de las ciudades y en los pueblos, incluso (o sobre todo) en zonas
adineradas. La suya en todo caso resultaba un tanto cuantiosa y prolija en
episodios de monótono corte policiaco. Pero cuando la vida bandolera se vuelve
normalidad en toda una familia, en todo un barrio, en un estrato social y hasta
en una nación, ya resulta mera cuestión de estadística el censo de los
"ilícitos", como él los denominaba. La larga vida del virtuoso
prolifera virtudes; la del mezquino, triquiñuelas; la del "lacra"...<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> -Soy un sujeto tipo lacra,
padre Terán..<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> La del "lacra",
como mala hierba, como plaga silvestre, multiplica episodios criminales. Eso lo
sabía muy bien B. R. (llamémosle así) y ni se avergonzaba ni se rebelaba contra
su destino. Había llegado incluso a divertirlo. Contaba algunos asesinatos más
digamos entretenidos o pintorescos que otros; no conseguía dejar de sonreír (en
memoria de antiguas, largas carcajadas) ante ciertos fraudes o robos más
ingeniosos o novelescos que otros. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Algo de pudor conservaba (o fingía) ante
ciertas violaciones, pero en su digamos estirpe "lacra", a final de
cuentas, todo mundo se había cogido finalmente a fuerzas a alguien, con el
expediente de unos cuantos madrazos para facilitar y amenizar el procedimiento.
Él mismo había sido violado en su más tierna infancia por su propia pandilla,
en una especie de rito iniciático, como novatada, cuota de ingreso o para
"dejar prenda" a fin de pertenecer a ella. Fue a dar al hospital con
el ano desgarrado, pero no denunció a sus agresores -que por lo demás no
hubiera sido difícil rastrear entre los chamacos del vecindario con quienes se
le veía en la calle a todas horas todos los días; con quienes se le siguió
viendo, porque al fin y a cabo eran su "flota", su "raza",
y a muchos otros les había ocurrido algo así, como a muchos otros les
aguardaría su turno de iniciación, prenda o novatada, a la vuelta de los años,
ahora con B. R. entre los agresores...<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> -No es insólito soportar
el Mal, padre Terán, como usted ha epigramado en su emisión radial;
consuetudinarse a él cual memoranda cotidiana, sin ínclitos desdoros, incluso
sin dolor, ni siquiera disgusto intrasensorial o patológico. Así se aterriza la
biografía inverecunda de los muchos, hasta que todo mundo epiloga por morirse.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> No sé si me divertía más
el <i>dépaysement </i>de su moral o el <i>dépaysement</i> de su florido
discurso. En el fondo, todo me daba la impresión de una bufonada (me lo sigue
pareciendo: escribo esto desde ahora para que en un futuro no se me ocurra que
sólo lo soñé). Lo hubiese tomado fácilmente por un farsante o loco vulgar, sin
creerle una palabra, si no recordara con demasiado asombro -el bulto seguía delatándose en la bolsa
izquierda del pantalón- el fajo de billetes.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> Y últimamente,
últimamente... su universo se "desfracturaba", se
"trascoyuntaba", se resbalaba como piso aceitoso bajo sus pies. Casi
no podía comer: sentía hambre, pero su cuerpo se negaba a aceptar el alimento;
se le atragantaba, era rechazado con espasmos y vómitos por su aparato
digestivo o por sus nervios, se le contraían el cogote y las tripas, vayan
ustedes a saber. Tampoco dormía mucho: se caía de fatiga pero sus nervios no le
permitían abandonarse al sueño más que por periodos de diez, quince minutos,
que lo agitaban y extenuaban por competo. Despertaba más cansado que antes.
Llevaba meses con semejante vida fantasmal. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> Todo, por otra parte, le
parecía frágil e irreal, como si deambulara "en guisa de autómata" en
mitad de un sueño. No creía que los muros, las sillas, el suelo, el techo, el
excusado, sus propios brazos fueran reales y "objetivos, sólidos";
sino como "plasmáticos y cloroformizados", traslúcidos, gelatinosos;
esa silla, por ejemplo, estaba a punto de invadir la mesa o la pared cercanas como
una mancha de aceite invade el agua. Todo era como líquido, el mundo lo
enclaustraba "a la manera de un acuario glauco, limoso, con medusas, algas
y tiburones".<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> -No mames, B. R.; lo que
pasa es que has escuchado demasiados programas "espirituales" de la
radio. Empezaste como simple criminal, pero de tan trivial inicio has
degenerado hasta el anacoluto, el barbarismo y el ripio. Existe la absolución
para el asesinato y el estupro, hasta para el parricidio, ¡pero ninguna
religión exonera el anacoluto!<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> -¿El qué? ¿Qué carajos es
anacoluto?<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> -Nomás búscale la rima. Y
entre tanto tráeme otra botellita de agua purificada. En el baño, sobre el
lavabo. Estoy sudando puro ron y cocacolas; me siento más pegosteoso y
gelatinoso que tus fantasmas. Y sobre todo, fácil criminal, ¡huye del
anacoluto!<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> </span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> </span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; mso-bidi-font-family: Arial;">4<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Para entonces ya era media madrugada. Nos hubiera rodeado el silencio si
no nos llegaran a ratos, enfáticos, ciertos jadeos y ruidos eróticos de los
canales de tele porno de los cuartos vecinos, o de los entusiastas huéspedes
que los emulaban.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> ¿Quién de tal manera
conjuraba, asediaba, visitaba, conturbaba a B. R.? ¿Era Dios o el demonio, o
las rencorosas almas de los muertos; las víctimas que sólo habían esperado
silenciosas tantos años para cobrarle todas sus cuentas juntas? ¿Le estaban
cobrando qué, quién precisamente le estaba cobrando qué cosas? ¿Todos le
estaban cobrando todo al mismo tiempo? ¿No había modo de escapar, de exorcizar
a sus perseguidores, de llegar a un arreglo con ellos, de irles pagando en
abonitos? Nunca antes B. R. había sentido escrúpulos ni remordimientos; en
realidad, tampoco ahora los sentía; no eran pues <st1:personname productid="la Conciencia" w:st="on">la Conciencia</st1:personname> ni <st1:personname productid="la Culpa." w:st="on">la Culpa.</st1:personname> ¿Qué diablos era? <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> -Usted debe trasuntarlo;
usted que ha aforizado réprobos, palinodiado caníbales, alocucionado reos de
cadena perpetua, epistolado narcosatánicos, reconciliado forajidos que se
programan epitalámicamente un tatuaje por cada delito, y ya llevan todo el
cuerpo cundido de escrituras y trazos omnígamos, como graffiti de bardas
defeñas, en pellejudo laberinto; usted que ha imbricado a <st1:personname productid="la Santa Muerte" w:st="on">la Santa Muerte</st1:personname> y a
Changó...<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> -Para nada. La santería no
es mi fuerte -le respondí ya algo ebrio, más divertido que asqueado-. Hay otros
colegas no difíciles de localizar. Se anuncian en los periódicos y en
internet...<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> El tablajero gigantón de
pronto se vino abajo, como res fulminada; quería llorar pero el llanto no
acudía a su llamado; quería seguir hablando pero no se qué contracturas del
pecho le ahogaban las palabras. Babeaba, se sacudía, se le enrevesaban los ojos
en blanco. Todo un endemoniado. No quedaba más remedio que exorcizarlo. ¿Pero no me estaría tomando el
pelo? Dos farsantes: uno se que se hace el cura y otro el penitente. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Se imponía, pues, destrabar la comedia, o
nos quedaríamos el resto de la madrugada con sus babeos y convulsiones en el
suelo. Probablemente ya no tenía nada más que decirme. Agotadas finalmente sus
improvisadas y baratonas dotes retóricas e histriónicas, había alcanzado su
clímax. Entonces yo, el falso cura, abandoné el resto de mi trago en el buró,
fingí un trance, un contacto con el Absoluto (todo ello con cierta parsimonia,
sin acudir a sus recursos de teatro de feria, que no son mi estilo; ademanes y
movimientos simplemente ceremoniosos, concertados, oficiales), y extraje sus
demonios:<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> -¡Encuérate! -le ordené.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> Que nadie quiera ver
lascivia en mis intenciones. Nunca me han excitado los varones, y mucho menos
los gigantescos panzones desgarbados de cuarenta y tantos años. Éramos dos
hombres de más que mediana edad, bien gastados por la vida, sin atractivo
sensual alguno. La orden surtió su efecto. Se atenuaron sus convulsiones. El
llanto encontró finalmente cauce, a borbotones. Un pudor de señorita
empavoreció al cínico curtido.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> -¿Qué me va a hacer? -se
quejó con bovina mirada plañidera, como un niñito frente a una pandilla de
violadores.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> Retomé mi cuba. Me raspé
la garganta y atrapé al vuelo el gargajo con la mano, como a una mosca; lo
embarré en una almohada.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> -¡Encuérate! -repetí.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> Se incorporó y se fue
desnudando dócilmente, con una torpeza y una falta de gracia irremediables. <st1:personname productid="la Biblia" w:st="on">La Biblia</st1:personname> quedó abandonada
junto a un zapato. Traía pistola, que dejó a mis pies, en la cama. Era una res
verdaderamente repugnante y sucia, desollada. Se volvió de espaldas en un
último resto de pudor, para no exhibirme de frente sus enormes genitales
aguados, pero se encontró frente a un espejo que encuadró, como una fotografía,
su gesto de bajarse los calzoncillos hasta los pies: los genitales como bofas
vísceras en un rastro, y su mirada lastimosa, ofendida y resignada hasta la
abyección.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> La presuntuosa decoración
modernista, lujo estridente y barato, del cuarto del Hotel Acquasanta, con sus
muebles, lámparas, cuadros abstraccionistas, cortinas y demás parafernalia de
colores chillones, se concentraban en el espejo claroscuro y resaltaban la
fealdad de ese exangüe pedazo de animal en cueros, casi en canal.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> -¿De veras crees que a
alguien del Más Allá o de Cualquier Parte le interese ese esperpento?<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> Cayó de rodillas, con un
llanto numeroso. Se imagino más humillado de lo que hubiese sufrido entre
rufianes y policías, en la cárcel o durante madrizas en despoblado. Su propia
mirada lo ofendía y degradaba. Que nadie me acuse de sádico. Él mismo era
conjuntamente su tribunal, su condena y su retazo de infierno.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> -¡Hijo del Hombre!
-proseguí-. ¡Carga con tu lote de huesos, tripas y caca lo que te reste de
existencia! O pégate un tiro. -Hizo ademán de tomar la pistola: por lo visto
estaba dispuesto a obedecerme <i>en todo</i>; me alarmé, lo contuve: -Pero no
aquí, Hijo del Hombre. ¡No me gusta el tiradero! Ahora ya sabes lo que hay que
saber. Dios somos todos y valemos una bendita mierda, más allá de lo que en
nuestra vanidad llamamos infamias o virtudes. Ahora agarra tus tiliches,
vístete y lárgate sin más panchos. Déjame tres mil pesos.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Acató de inmediato, cual quinceañera que
inopinadamente restaña su pudor. En dos minutos estaba fuera.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; mso-bidi-font-family: Arial;">5<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Dormí la mona de los justos hasta mediodía y retomé mi gira de
predicaciones radiofónicas por media república. Dios somos todos. En una
populosa cantina de Tamazunchale me alcanzaron las denuncias del obispo de
Ecatepec. Nadie en la cantina me encontró parecido con el video de archivo que
exhibía el noticiero televisivo nacional. Yo seguí jugando dominó como si nada.
No era <i>la</i> catástrofe armaguedónica que pretendía el obispo, sino solo
una contrariedad, el final de un negocio. El "falso cura Terán" o el
“falso cura Garatuza”. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Mis abogados no encuentran delito qué
perseguir, pues nunca me dije cura de esa diócesis ni de esa iglesia; que la
gente haya pensado otra cosa no es mi problema. Aunque a la gente no le importa
tanto esa formalidad, ese trámite, de haber sido o no ordenado sacerdote
oficialmente por tal iglesia o tal obispo. Nunca he tenido mayor demanda que en
medio de mi supuesto desprestigio. Pero mis abogados me recomiendan mesura
hasta que se desinflen y apolillen todos los morosos recursos judiciales. En
consecuencia, no afirmaré nada. Sólo estoy recordando mi "drolático"
episodio con B. R., en el Hotel Acquasanta de Tlanepantla. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Allá ustedes si encuentran -es cosa suya-
cierto temblor de reconocimiento entre el probable criminal y el cura
cuestionado. Allá ustedes si se imaginan que yo también nací y me crié entre
los pañales y los lodos de la miseria, la crueldad y la violencia, “tipo
lacra”. Allá ustedes si me imaginan como niño recogido para criado, monaguillo
y sacristán y otros poco halagüeños menesteres por algún abusivo cura formal, un cura con diploma. Allá ustedes si inducen
que en alguna parte debí aprender las mañas y los resortes del negocio
pastoral. Un cura con diploma que pudo llegar a obispo con diploma en Ecatepec
o en otra parte. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoBodyTextIndent"><span lang="ES" style="font-size: 14pt;">Soy un mero
pastor ambulante en un país de vendedores ambulantes, un cura informal en un
país de vendedores informales. La informalidad somos todos. Dios somos todos.
Todos somos todo y valemos mierda, como el buen B. R., quien seguramente se
recuperó o se desengañó, pues ya no me persigue como antes por todos mis
programas de radio "abiertos al público". Ojalá haya podido llevar
algo de paz o de audacia a ese gigantón atribulado. Que se haya conformado con
sus pardos días o se haya pegado un tiro. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; mso-bidi-font-family: Arial;">"Por sus obras los conoceréis",
dijo Cristo. A mí me piden que predique por medio México, en teatros y en la
radio. El honorable público aplaude mis
“obras”, simples palabras, a rabiar. El honorable público también es Dios.
Todos somos Dios y entonces asimismo me corresponde, incluso en toda mi
pequeñez y mi torpeza, ser moderadamente Cristo. Así sea.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> </span></p></div><div><br /></div><div><br /></div><div><br /></div><div><br /></div><div><br /></div><div><br /></div><div><br /></div><br />José Joaquín Blancohttp://www.blogger.com/profile/08263922763815348076noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7527486713623183716.post-37248987399759559962023-12-29T17:21:00.000-08:002023-12-29T17:21:00.119-08:00MELBA Y LA SUICIDAMELBA Y LA SUICIDA<br />por José Joaquín Blanco<br /><br /><br /> <em>Cold stars watch us, chum,<br /> Cold stars and the whores.<br /></em><br /> KENNETH PATCHEN<br /><br /><br />Meses atrás, una tarde estaba yo echada sobre la cama, frente a la tele: un programa de variedades a todo volumen en casa de Melba, la payasa vieja.<br /><br /> --Hay algo como indigno en ser una actriz vieja --dice Melba. <br /><br /> Piensa que el narcisismo y la hinchazón están bien para las jovencitas. Pero una actriz vieja es tan grotesca como una enamorada decrépita. No queda sino hacerla de bruja, de mendiga, de criada. <br /><br /> --Yo he hecho todas las criadas y robachicos y mendigas del cine nacional. <br /><br /> Tan degradante, piensa, como la vieja ninfómana que se humilla y se presta a toda bajeza para que le perdonen la vejez, y ya no que la amen, pero que siquiera le ayuden a montar teatralmente, por instantes, sus patéticos sueños de amor, que ni siquiera a sí misma se atreve a confesarse, sino perdidamente borracha; es de un patético... Puaff. Sobre todo porque otra vez se está plagiando a Bette Davis en <em>What Ever Happened to Baby Jane</em>?<br /><br /> Por eso dice Melba:<br /><br /> --No soy actriz, lo fui: ahora soy payasa. No me importa el ridículo. Les hago cualquier papel de payasa con tal de tener dinero para pasarla bien con mis gatos.<br /><br /> Tiene un gato eunuco llamado Endimión.<br /><br /> Melba es la única amiga que tienes, María, me dije. Ahora que has llegado al pliegue final, al rincón, a la vuelta de todo, y como fantasma indestructible, increíblemente, has sobrevivido.<br /><br /> No has sobrevivido, María, has vuelto (ha de pensar la Melba); apestas a resurrecta; apestas a la asepsia clínica, a la limpieza desinfectada, de las almas que vuelven; apestas a vida artificial, a la vida inmortal, ¿a museo?<br /><br /> --Léeme el tarot, Melba.<br /><br /> --No, chula. No estás ahorita para impresiones fuertes.<br /><br /> La única amiga que tienes, María. Tú, fantasma; ella, fantasma. <br /><br /> Qué lejos quedó la vida, piensas, María: la otra orilla --esos cuerpos plenos y vitales, efusivos de colorido y brillos de realidad, en la tele--; esta cacatúa, esta falsa quinceañera arrugada y medio calva con la peluca a la moda de diez años atrás, que ya ni siquiera se ocupa en arreglar, nomás se la encasqueta, descolorida y arrugada. Todo es irreal. Sólo confías en Melba desde la salida --¿falsa?-- del sanatorio.<br /><br /> Estás recosiendo unas calcetas de Melba (viejas calcetas de carrera de autos, Fórmula 1). Tiene algo travestido de solterón esa vieja, de descuido, de rancio, casi casi ¡hasta bigotes! Podría pasar por un maricón travestido. Le divierte el equívoco. Ya casi sólo tiene amistades entre homosexuales, como el Jirafón, a quienes divierte muchísimo, la celebran todo el tiempo.<br /><br /> Melba, piensas, también tuvo sus sueños de estrellita --ser admirada, respetada (amada no --ella no sufre de amor, a lo mejor nunca fue muy sentimental que digamos; pero sí sufre por no atraer, por no ser aplaudida, brillante, reconocida--) y sobrevive a las ruinas de sus sueños. Se diría que sin tragedia. Que ha recibido la farsa con agradecimiento: a final de cuentas eso es lo que sí es ella, lo que sí es lo real, lo que sí es la vida.<br /><br /> Melba se agita en torno a ti: payasa baratísima y lamentable, intenta divertirte con chistes y chismes patéticos, lastimosísimos. Pero te hacen reír; precisamente por su crudez, por su amargura. Ahorita no estás, te dices, para humor inocente. Ahorita, que no te cuenten chistes limpios.<br /><br /> No me dolía ya. Me había dolido mucho... antes. Ahora estaba ya como en la otra orilla: ahora nada tenía importancia, ni el dolor ni... Antes no podía ver a Melba sin que me pusiera mal, sin que me sublevara, rabiosa, ante tanta desdicha, tal humillación: así terminaba siempre la vida. El fracaso, la miseria, la degradación. Y uno a final de cuentas tan amante de la vida que estaba dispuesto a aceptarlo todo, a caer, a fracasar, a humillarse... con tal de seguir vivo.<br /><br /> Había visto antes a Melba como una promesa de mi futuro. Así iban a terminar mis ilusiones: mi juventud (mi juventud: esa arcadia casta y tímida en el espejo, ahora tan irreal, ¿te acuerdas, María?), mis amores.<br /><br /> "Yo, antes me doy un tiro", te dijiste, María.<br /><br /> No fue un tiro: tragué los nembutales.<br /><br /> Sobreviví.<br /><br /> No fue un tiro: tragaste los nembutales: sobreviviste.<br /><br /> Por cortesía esa tarde hacía a veces como que me sonreía con Melba. No le iba a hacer sentir que hasta como payasa ella era un fracaso: que sobre todo era un fracaso así, como fracaso. No enternecía a nadie; repugnaba. Que era un fracasote viscoso, sentimental, lastimoso.<br /><br /> ¿Y qué, María?, me dije. ¿De qué puedes espantarte ahora: de qué puedes, ahora, decir: "Esto sí no lo puedo soportar", eh? Sabes ya que no hay nada que no se pueda soportar. Todo se soporta. Todo está bien y no tiene importancia. ¿Ante la evidencia de Melba, te dan ganas de huír? Ya no hay adonde huír.<br /><br /> Melba, factótum de las tablas. Princesa durante años --desde quinceañera hasta después de los 30-- de la televisión infantil. Generaciones de niños poblaron sus sueños con la manera de Melba de ser princesa: de entristecerse inolvidablemente, de ser salvada por un chico bonito pero fuerte, casi duro, que regresaba embellecido, después de enfrentarse con nobleza a los dragones de la adversidad y a los malvados, de ser claro y sincero y todo corazón en su mirada, de ganar el amor a la buena y recobrar el reino y la princesa al final, en medio de la alegría y la fiesta de todo mundo.<br /><br /> Melba ahora: traficante de lo que sea, profesora de todo: de tai chi, aerobics y esoterismo, fayuquera: "Mira qué chulada que me acaban de traer de la frontera"; espantapájaros, cómica, tercera, celestina, proxeneta: "¿Quién te gusta, mi amor? ¿A quién quieres que te consiga, mi vida? Aquí Mamá Cachimba velando por la cachondería de sus cachorritos"; que se veía más vieja --flaca, como correosa-- con su cuerpo de gimnasta que en privado seguía siendo todo su orgullo. Era un cuerpo bien conservado el de Melba, para su edad, que no se vería tan mal si no se vistiese como una jovencita, con esa carota arrugada; sólo los jotos la aplaudían, la urgían en las fiestas a bailar en medio de todos, a hacer el strip-tease. <br /><br /> Melba transísima, grillísima, la de las influencias y las palancas y las audiencias y nomás vamos a ver al licenciado, mi vida, y verás cómo todo se te arregla; chambeadora, poquitacosa pero gritona y aventada; cuando no había de otra, a esconder la cara en el maquillaje y a presumir el cuerpo en el burlesque, total ¿y qué?, ya el público ni se da cuenta de nada, chance y hasta novio se saca; traficante de lo que sea.<br /><br /> Pero leal, leal, leal hasta la muerte con los caídos, así como dolida y envidiosa e implacablemente venenosa con los que ascienden.<br /><br /> En cambio, ve a los que mima la vida con el verduzco placer de esperar su derrumbe inevitable, de constatar cómo empiezan a derrumbarse antes de que nadie siquiera lo sospeche. "Aquí los espero, parece decir; aquí nos vemos: aquí es donde se necesita talento para sobrevivir, y brillar aunque sea un poco, y no odiarse, y sacar alegría de nada cuando no hay de qué, ni remotamente, entusiasmarse".<br /><br /> No tiene un lenguaje tan articulado. Es lo que traduces del malévolo brillo de sus reojos, de sus sarcásticas sonrisas laterales.<br /><br /> Pero tú pensabas, te decías: María, qué lejano está todo, qué irreal es todo lo que me rodea, como si en realidad nada existiera; qué silencioso, como si nadie hiciera ruido; qué pacífico, como si entre los demás y yo hubieran crecido protectoras murallas de cristal; como si ni en mi mente, ni fuera, estuviera existiendo nada: nada estuviera ocurriendo: simples imágenes como juegos ópticos de video musical, delirios y pesadillas como combinaciones fotográficas pulidas, rapidísimas.<br /><br /> Me sentía débil. Recordaba que me habían ardido los ojos de tanto dormir. Que quería quedarme así. Que podrías quedarte así, en blanco, sin ver ni oír nada de tu alrededor.<br /><br /> Todo lo escuchaba como ecos.<br /><br /> Todo lo escuchabas como ecos.<br /><br /> Chorreaba el surtidor de la fuente.<br /><br /> El chorro de la fuente.<br /><br /> Había un gran patio con una fuente azul cubierta de mosaicos. De niña me gustaba correr a mojarme los dedos en esa fuente. El patio de una casa con tejas, con enredaderas. Sí: las tías, ¿las tías? Las vi acercarse a mí, sonrientes, con sus vestidos largos y oscuros, sus trenzas; me sonreían, me amaban, me protegían... venían por allá; eran casi ancianas; me decían:<br /><br /> --María.<br /><br /> ¿María?<br /><br /> No: era Melba: se estaba echando el tarot a sí misma: se echaba el tarot para todo, hasta para decidir qué ropa había de ponerse para ir a la discotheque, como si mejorara en algo. Pero llegaba ávida, con los ojos brillantes, como esperando realizaciones ciertas, segurísimas, inmediatas. ¿Las tendría? ¿Cómo se las arreglaría? "Celestina, putavieja".<br /><br /> Estaba chismeando con el tarot sobre mí: le preguntaba cosas sucias, escondidas, sobre mí; chismeaba sobre mí con las cartas como una comadre a la salida de misa. Hacía sucias teorías sobre mí.<br /><br /> El tarot le respondía.<br /><br /> A mí no quería leérmelo (claro que yo no quería saber mi futuro, no me importaba, ya no había futuro, ya se había quebrado aunque yo siguiera --ah, pero el pasado: me gustaría conocerlo esa tarde, revivirlo esa tarde, porque antes... había sido irreal: conocerlo es vivirlo: es más: recobrarlo, redimirlo, modificarlo: que volviera a ocurrir, ahora en serio, en las cartas del tarot). La infancia, la fuente, las tejas, las tías ancianas y buenas que se acercaban y me decían:<br /><br /> --María...<br /><br /> --¿María?<br /><br /> Indudablemente ya Melba había obtenido lo que quería saber. Lo exhibía en esa sonrisita socarrona de chismosilla malévola, satisfecha: colmada. Volteó a mirarme con tal atmósfera triunfal, casi obscena, casi resplandeciente: Melba sí lo sabía todo, el tarot le había dicho todos mis secretos --mi infancia, la fuente, las tejas, las tías-- y no me los iba a confiar por lo pronto porque no quería inquietarme... ¡Puta maldita!, putavieja, putavieja: "Celestina putavieja", como ella misma gritaba con acento madrileño, cuando le daba por el autoescarnio, la Melba. Llena, hinchada de mis secretos. Ahora cambió de inmediato las facciones, Actor's Studio a la mexicana, ¡guácala! Y según ella --otro personaje, la Bella Indiferente-- no había pasado nada. Se te acercó con una solicitud de monja enfermera, que te sobresaltó:<br /><br /> --María...<br /><br /> ¿María?<br /><br /> --¿Quieres otro tecito?<br /><br /> No, yo no quería ningún tecito.<br /><br /> Por favor, Melba, nada de tecitos.<br /><br /> María, por favor nada de tecitos.<br /><br /> En el hospital, una monja sucia, una monja fea, una monja sargento, me había querido hinchar de tecitos. Me obligaba a tragar te a todas horas. Esa misma monja me había hecho un lavado de estómago. Sin la menor delicadeza. Con brutalidad. Con crueldad. Esa monja disfrutaba. Esa monja me odiaba. No: era el propio Dios que me odiaba porque había yo querido quitarme la vida.<br /><br /> "Es el único pecado imperdonable", me susurraba la monja al oído.<br /><br /> Estabas sudando entre tu bata y mantas y sábanas y almohadas blancas, en el cuarto blanco, y la Blanca Monja te hacía sudar más, sudores helados:<br /><br /> --Es el mayor pecado que el hombre puede cometer... No hay peor pecado que ése...<br /><br /> Pero ahora era el propio Dios quien me susurraba, con un aliento podrido de dientes inmemoriales y grasas indigestas. No: eras tú misma, María, me dije: tu cadáver resurrecto pero podrido a medias, seco a medias, terroso a medias como raíces de manglar, animal a medias como cabra atarantada en mitad de las funciones del rastro; alma a medias que todavía no se despoja de los sanguinolentos lazos corporales, de los coágulos: eras tú misma, guarecida por ropas blancas de monja, la que se inundaba de un sudor que te chorreaba hasta los labios vellosos, arrugados, de anciana o de feto, de Dios o de gato humanizado; la que me ordenaba perentoriamente:<br /><br /> --¡Duerme!<br /><br /> ¿O eso era Dios? ¡Eso! ¿Eso era Dios? No: tenía que ser la Monja Podrida y Blanca:<br /><br /> --¡Duerme!<br /><br /> Y ahora sí, María, me dije. Por fin la autoridad te salvaba: qué relajación obedecer: obedecer al terror, al asco. Ser nada. Sentí cómo me iba aflojando, soltando --ríos, aguas, riego, tierras con aguas espumosas, florecillas-- para desvanecerme: para morirme de una buena vez, y para siempre.<br /><br /> Pero no: la orden era otra. Y ahora la Monja y Dios, María, te zarandean, te jalan, te queman la boca con una hirviente medicina:<br /><br /> --Traga --te ordena Dios con tu rostro leproso de cadáver insepulto, semirresurrecto, cubierto con velos de monja o sábanas de paciente.<br /><br /> --Aquí está tu tecito, Chula --dijo Melba.<br /><br /> Es nomás tila con valeriana, María, me dije.<br /><br /> Debes ser buena niña, María. Sería una ingratitud imperdonable no darle las gracias a la buena Melba, no sonreírle (¡La Monja, Dios!), no darle un trago al tecito.<br /><br /> En la pantalla de tele me parecía chistosísima la cara, la figura del cantante.<br /><br /> --Qué visiones --exclamé.<br /><br /> --Sí, está cuerísimo --dijo Melba.<br /><br /> No, pensé, está monstruoso: monstruoso, monstruoso, y me descubrí riéndome, y Melba también reía del gusto de que yo me volviera a reír (el tarot no se equivocaba jamás), pero yo no quería reírme, no, para nada: ya ni siquiera el cantante estaba en la pantalla, sino un locutor severo y anodino, ahora se trataba del pronóstico del tiempo.<br /><br /> --¿Qué, estás loca, chula? --me preguntó Melba, muerta de risa.<br /><br /> Me dolía el estómago de tanto reírme.<br /><br /> --Ya, ya...<br /><br /> Que ya no se ría Melba, por favor, que ya no se ría, pensaba: te hace reír, que ya no se ría. Pero Melba cree que realmente lo que quieres es reír más, María, se lo dijo el tarot (debió haber salido El Loco), y te hace caras bobas y hasta quiere hacerte cosquillas en la planta de los pies; y tú ya no aguantas más, por favor, y le muerdes la manga de la chaqueta, y entonces ella cree que se trata de jugar a los perros, y te ladra, y el eunuco gato Endimión salta despavorido de entre las cobijas, María, y ríes más, se te va a desgarrar el estómago...<br /><br /> Tocan.<br /><br /> (Los médicos, la monja, Dios.)<br /><br /> Te aterras, María. Pero no: No puede ser la monja. Ni tu hermana Elena, que es como monja. Ni Dios. Nadie sabe que estás aquí. Ni siquiera se imaginan quién se hizo pasar por tu esposo y te sacó del manicomio...<br /><br /> --Orita vengo.<br /><br /> Ahora, por primera vez, desde la noche del intento de suicidio, quedé realmente sola; en el hospital todos te vigilaban, María: ahora estás sola, sin que nadie te esté vigilando, frente a la tele que pasa un partido de beisbol.<br /><br /> Subí más el volumen con el control remoto, para no escuchar ningún ruido de la sala.<br /><br /> No, no podía explicarme nítidamente lo que me había pasado en los últimos meses; no recordaba más que había sufrido entonces una especie de enfermedad. Era como irme haciendo menos y menos. Todo me empezó a dar miedo. Me dominaban súbitos, irreprimibles accesos de cólera.<br /><br /> Todo se había complicado: un divorcio, un aborto, hasta una enfermedad venérea cogida en una claudicación bochornosa --cediste para castigarte más, como para ensayar cómo asesinarte, María, me dije--, en un hotel sucio, con un casi desconocido, un clarinetista que no quiso volverte a hablar siquiera. Noche en que te tomaron como puta y te trataron como a tal, María, me dije, me digo: y todo lo agradeciste, que siquiera te miraran, eso agradeciste desde los pedazos de tu autoestima como botellas rotas.<br /><br /> Tú atónita, María: no, te decías, no puede ser, se trata de una confusión, estoy loca, estoy delirando, esto no me está pasando a mí, yo sólo soy espectadora como en el cine; no, nada de esto está ocurriendo en serio, no es a mí, yo no me merezco esto, a mí no se me trata así: es una broma, una fantasía.<br /><br /> Y no: claro que era a ti, tú eras la puta ebria que no se estimaba nada y para nada, con los ojos ennegrecidos de rimmel, encharcados de un llanto obsesivo, y al clarinetista ya lo tenías más que harto, y ya se quería largar, y tú más le suplicabas, te le arrojabas a los pies, lo abrazabas, lo rasguñabas; estabas histérica, histérica, te gritaba el clarinetista: ¿por qué le pasaba a él esto de meterse con una histérica?, y mocos el madrazo, el desgarrón de la blusa, y el te calmas o te calmas, y el ¿no que no? Así se trataba a las viejas jodidas como tú.<br /><br /> Y el recuerdo te lo dieron con tu prueba de sífilis positiva.<br /><br /> Reprodúcelo, María, me estaba diciendo a mí misma esa tarde, refugiada en casa de Melba, frente al televisor prendido en un partido de beisbol, estruendos y rechinidos, para aislarme de la visita que reía en la sala; coge una hoja de papel y escribe una carta a nadie, la rompes en seguida, pero que llegue a escribirse siquiera, por un momento tan solo.<br /><br /> Sí, desde el principio de la decisión. Acogiste de pronto la idea de matarte casi con alegría, hasta con triunfo. Cuando todos y todo eran enemigos y te tenían agarrada del cogote, ¡escapabas! Te pusiste feliz con sólo pensarlo, ahora sí que como loquita, ¡escapabas!, y hasta decidiste celebrarlo. Llevabas días de no comer y se te ocurrió de pronto atracarte de galletas y chuparlas por aquí y por allá, niña loca, mientras te preparabas un cocktail infalible de nembutales. Paro cardiaco, ¡hummm...!<br /><br /> Tu cuarto se había vuelto un tiradero, sí, y a patadas, y aventando cosas, te hiciste un sitio cómodo frente a la ventana. El último brindis, dijiste, ¡ja! Y recordaste entonces a no sé qué romano que daba gracias a los dioses supremos porque, a final de cuentas, dejaban a cada hombre su propia salida del mundo. <br /><br /> Como quien dice: la libertad de levantarnos de la mesa de juego, decir: "No voy más", y salir a darse un tiro. Eso me estaba diciendo, me digo.<br /><br /> Pero ah, los días anteriores --¿días, meses, años?--, ¿cuándo realmente empezaste a sospechar que eras tú, María, la que tan duramente enjuiciaba la realidad, quien estaba mal o al menos quien resultaba más débil, y no los demás: no los que te rodeaban, que mal que bien parecían seguir su camino ajeno sin problemas?<br /><br /> Reproduce, María, la sensación de caer, la experiencia del fracaso. No supiste a ciencia cierta si se trataba sólo de una caída o del desastre, hasta que ya fue demasiado tarde y te encontraste diciéndote a ti misma: "Se chingó todo".<br /><br /> Antes de que alguien te gritara golfa o puta la primera vez, María, ¿cómo ibas a suponer que ya lo estabas siendo? Era tan sólida la certidumbre en tu juventud de haber nacido para ser fuerte y querida en una realidad que solía amoldarse a las exigencias que le ibas imponiendo.<br /><br /> Te es difícil, te es imposible, María, decir que ya no existe, que ya no eres esa chica de aire fresco, ideas naturales, cuerpo seguro. Segura de agradar y de gustar. La vida estaba ahí, dorada, y había que cogerla ya, estaba bruñida en su pleno instante, entre el follaje jugoso y verde.<br /><br /> Reproduce, María, reproduce: de pronto estás ya en el fondo del pozo, ya no hay muchas salidas hacia arriba. Y de cualquier forma, ya no tienes fuerzas para salir. Entonces lo sabes: tú no eres de las que triunfan, ni de las que se salvan, ni de las que salen, María.<br /><br /> Eso ya es casi una tranquilidad; hasta encuentras fácil hacer como si te desvanecieras, ponerte en blanco: no existes más. Se acabaron los tiempos en que todo vociferaba sobre ti: Dios y la monja y los médicos y tu hermana y los vecinos y el clarinetista que te gritaba:<br /><br /> --¡Con un carajo, pinche histérica, cállate de una vez!<br /><br /> De repente, todo mundo puede hacerle mal a una tan fácilmente, constatabas; que si los otros lo hubieran sabido, hasta con un soplo entonces pudieron haberte derribado, María; cualquier cosa te dañaba; constatabas, María, que ya no podías --no era elección, era simplemente poderlo hacer o no, como poder seguir corriendo o pararse, cuando ya no se respira--, que ya no podías materialmente vivir una hora más, ni media hora, ni siquiera cinco minutos más, ni un minuto.<br /><br /> Habías alcanzado al fin tu propio límite, ¡y escapabas!<br /><br /> Pero aquí estaban las voces. No quise abrir los ojos, no. No: Otra Monja. Otra Monja, no. Cerrar los ojos, huír antes de que te dejaran nuevamente, María, como en el hospital, con la Otra Monja.<br /><br /> --La bella durmiente --bromea Melba, enmudeciendo la televisión.<br /><br /> ¿Será posible, putavieja? ¿Te está vendiendo: está vendiendo tu cadáver, María? No, que va: un conecte de mota, o cartas, o una limpia, o anda comprando-vendiendo cualquier aparato. Qué no haces, Melba.<br /><br /> Melba, Melba, vieja sórdida, hubieras querido gritarle: qué tanto le ves a la vida, por qué andas todo el tiempo en chinga para vivir más y más, y dinero y más, y el trago y la droga y más, y los vestidos y más, a tu edad: ¿Qué haces en secreto? ¿Alquilas hombres? ¿Tienes un padrote? ¿Con qué sórdida trampa te atrapó la vida y te tiene viviendo a toda velocidad? ¿No será que en el fondo eres una madre secreta, una madre abnegada, y los domingos te disfrazas y llevas el dinero sucio a un orfanatorio, donde está tu hija, a una güerita que es un primor de Dios? <br /><br /> ¿Para qué tanta gula de vivir, bruja? ¿Para tu eunuco gato Endimión?<br /><br /> Mejor dormir, María, me dije. No vas a abrir los párpados por nada del mundo. No vas a dejar de fingir la respiración acompasada.<br /><br /> Junté mis escasas fuerzas y me ordené: ¡Duerme!<br /><br /> --Por poco se nos va viva --dice Melba--; fue una suerte que la vecina sospechara: como se repetía el mismo disco... Estaba re peda.<br /><br /> --¿Es alcohólica? --otra voz. Desconocida. Atractiva: juvenil. Pero algo ronca. Con una especie de suavidad apagada. No, no era C. El cuerazo de C.: el Caballo de Espadas, el feroz Caballo de Espadas, el salvador Caballo de Espadas. Con sus ojos tristísimos en ese rostro de ángel duro, de mandíbulas duras y facciones bien dibujadas, casi de niño, si no hubiera tanta dureza, tanta tristeza. Tu feroz Varón de Dolores. Él te salvó del hospital. ¡Si fuera C., que sólo se queda junto a ti las horas, callado, con un te o una cerveza, pero las horas, mirándote como al vacío! ¡Si fuera mi Caballo de Espadas!, me dije.<br /><br /> Pinche Melba: te exhibe como monstruo de circo, María, me dije. ¡La suicida! ¿Cuánto por manosear a la insepulta? ¿Cuánto por cogerse a la resurrecta? ¿Qué verguenza, qué ira: no abrirás los párpados.<br /><br /> --Borracha nada más, en los últimos meses. Con la depresión... Pero eso la ayudó --sabia, doctoral, la Melba.<br /><br /> --¿Cómo que eso la ayudó? --Por nada del mundo vas a abrir los párpados.<br /><br /> La voz suena arrogante y joven, espesa, atractiva, odiosa: imaginas tu rostro como máscara de cera, un semblante patibulario, apenas fantasmagórico en la semipenumbra azulada de la televisión: ¿se verán así los rostros convocados por los mediums?; el arrogante jovencito te cree vieja y acabada, y te examina con lástima o misericordia o con curiosidad morbosa o una cortesía embarazosa...<br /><br /> --Estaba tan peda que vomitó buena parte de las pastillas: se había tragado toda una farmacia.<br /><br /> --Debió ser guapa...<br /><br /> --Si todavía no ha muerto, tú...<br /><br /> Defiende su mercancía, la Melba.<br /><br /> No: no estás alucinando; adviertes que con el pretexto de cubrirte con una manta, el extraño te está tocando demasiado. Prepárate para las humillaciones, te dices, María. Dios, la Monja, la Otra Monja, el Clarinetista.<br /><br /> Pero Melba no lo va a permitir. Melba estará de tu lado mientras estés caída. Puedes confiar en ella: es lo que te queda. Y además, María, recuerda, cálmate: ahora sabes que ya nadie puede tocarte. Ya te tocaste a ti misma. Te violaste tú misma. Cruzaste la línea de sombra. Todas las fronteras. No hay vejación que no conozcas. Ya no hay nada que perder. Que digan lo que quieran. Tú estás lejos. Estás al otro lado. En la otra orilla. Estás lejos, estás lejos. Estás. Este no es tu cuerpo. No están hablando de ti.<br /><br /> --¿Cómo serán sus ojos?<br /><br /> --Déjala en paz. ¿No ves que está convaleciendo?<br /><br /> --Se ve tan pura, tan misteriosa, ¿Cómo serán sus ojos?<br /><br /> --Que la dejes en paz. ¿No ves que está convaleciendo?<br /><br /> --Se ve tan pura, tan misteriosa, tan...<br /><br /> --Ya bájale, pinche Toño --dijo Melba--, ¿cómo quieres que se vea? Se ve como una convaleciente --y lo sacó de la habitación.<br /><br /> Gracias, Melba, pensé.<br /><br /> Poco después me quedé dormida. <br /><br />(De <em>El Castigador</em>, ERA, 1995)José Joaquín Blancohttp://www.blogger.com/profile/08263922763815348076noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7527486713623183716.post-57356820062062800942023-11-29T04:02:00.000-08:002023-11-29T04:02:00.138-08:00EL MANGLAREL MANGLAR<br />
por José Joaquín Blanco<br />
<br />
A Isabel Quiñónez<br />
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Llegamos a media tarde a Tecolutla y alcanzamos todavía a alquilar una lancha que nos llevara a los manglares. Toño quería que viéramos el atardecer desde ese laberinto de canales donde se entretejían las raíces y las ramas de la vegetación lodosa. Se nos hacía emocionante flotar sobre esas aguas oscuras que parecían estancadas, abrirnos paso por esa especie de túneles entre raíces, ramas, arbustos y árboles entrelazados.<br />
<br />
El lanchero era un pescador de mediana edad, de bigotes ralos y unos ojos claros que, en su rostro amulatado, a veces resplandecían con una luz ambarina y a veces se veían casi verdes. Me costaba trabajo dejar de verlos, de averiguar realmente de qué color eran.<br />
<br />
El lanchero nos contaba que todavía por ahí, de repente, podían verse monos, caimanes y bandadas de guacamayas, pero a los turistas se les cuenta cualquier cosa. Y más a cambio de unos tragos, que Toño le servía demasiado generosamente en vasos de plástico.<br />
<br />
Toño había venido bebiendo durante todo el trayecto en la carretera. Pensé que los dos, el lanchero y Toño, parecían unos niños, con la cabeza llena de pájaros y visiones. El lanchero, don Gamaliel, había vivido unos meses en la Ciudad de México, pero no le había gustado: todo era tan caro, la gente tan díscola, tan cabrona; todo se hacía tan de prisa, y esos altos, larguísimos puentes de concreto llenos de automóviles.<br />
<br />
Toño le preguntó qué tan caros eran los terrenos de la playa. Casi no se vendían, dijo don Gamaliel; eran de pescadores, de las cooperativas: ¿y para qué iba a querer alguien comprar esos terrenos? Pero de que a veces se vendían, sí se vendían; dos o tres hoteles, tres o cuatro casas de playa con albercas privadas. ¡Pero además ya para qué! Hasta el turismo estaba bajando, y la pesca ni qué decir. Por el petróleo. Cada rato llegaban manchas enormes, de kilómetros, y para limpiarlas estaba duro. Al rato ya no iba a haber pesca ni turismo de Tampico a Campeche, sino puras costras de petróleo. Eso lo decían hasta los programas de la tele.<br />
<br />
Don Gamaliel avanzaba entre los canales con tranquilidad, con su rostro sereno y reluciente, a veces casi angelical en sus ojos luminosos, sin que sus palabras terribles se expresaran en sus facciones. Acaso ya estaba acostumbrado a decirlas a todos los turistas en todos los viajes. El comentario sobre los derrames de petróleo eran parte del paseo.<br />
<br />
El hacía lo suyo y dejaba que el sol le sonriera en los ojos. Tal vez hasta ya estaba también acostumbrado a que se le quedaran viendo los turistas a los ojos; a lo mejor por esos ojos lo tenían comisionado o él mismo se había ofrecido para pasear turistas por los manglares.<br />
<br />
Sus ojos le ganaban propinas, a pesar de lo poco expresivos que eran sus demás rasgos, sus labios gruesos, su nariz ancha, su piel demasiado porosa; a pesar de su barriga pellejuda, que le colgaba del tronco casi enjuto, y de sus piernas feas, casi repugnantes, cosidas de costras y cicatrices de llagas o heridas, y sin embargo fuertes, bien plantadas; era casi inevitable compararlas con las raíces y los troncos torturados de los canales que íbamos pasando en medio de un olor denso a vegetación que se pudre. Sobreflotaban en las aguas casi pantanosas hojas, flores, frutas, ramas enteras que pacíficamente, largamente, se iban pudriendo. El olor sobresaltaba a ratos, pero no era necesariamente desagradable.<br />
<br />
Se trataba un poco de nuestro viaje de bodas. No nos habíamos casado formalmente, así de papelito y todo --Toño tenía una esposa por ahí, Laura, a la que hacía un lustro que no veía--, pero estábamos muy enamorados y pensábamos vivir juntos en su viejo, un tanto sombrío departamento de la colonia Condesa, que yo esperaba convertir en un pequeño paraíso doméstico.<br />
<br />
Toño era unos diez años más joven que yo y, desde luego, mucho más atractivo; estaba teniendo mucho éxito como pintor. Un hombre feliz, entusiasta y lleno de vida. "¿Por qué conmigo?", me preguntaba yo a veces, y estaba segura que también se lo preguntaban quienes lo veían fresco, alegre y siempre dispuesto a pasarla bien, junto a una mujer demasiado flaca y con aires de cansansio o de melancolía.<br />
<br />
Pero yo tenía a pesar de todo la certeza de que, entonces, me quería con una de esas sus pasiones obsesivas, y que me siguió amando así mucho tiempo después, aun cuando todo empezó a irnos mal; nunca llegué a explicármelo, y pronto dejé de andarle buscando explicaciones racionales a todo, pero una de las cosas que Toño no maldijo en la vida fue su amor por mí, con todas las vueltas y más vueltas que fuimos dando al cabo de los años.<br />
<br />
Pero en esa época yo no salía de mi asombro: apenas unos meses atrás había caído en una depresión absoluta: me había intentado suicidar con un frasco de nembutales: no sé cómo sobreviví; sí que de pronto amanecí en un hospital más deprimida y avergonzada que nunca, y sólo esperaba escaparme para suicidarme ahora sí de a de veras. Pero no tuve mucho tiempo. Conocí a Toño en cuanto salí del hospital.<br />
<br />
--Cuídate de ése --me recomendó Vicky, mi amiga--, le gustan las suicidas.<br />
<br />
Yo no me explicaba todavía entonces, mientras cruzábamos en los manglares de Tecolutla esos paisajes como de película, con el rebrillo espejeante del cielo en las aguas oscuras, y luego en los ojos ahora doradísimoas de don Gamaliel (que ya de repente me miraba de reojo con desprecio donjuanesco), espantándome los mosquitos y admirando las caprichosas formas de las raíces en el agua, y hasta alguna orquídea o sepa Dios qué flor caprichosísima de una esbeltez aérea y un color intenso, como pájaro detenido entre los montones de maleza, qué jugarreta del destino era esa de dejarme caer hondo, hondo, casi tocar la orilla de la nada, el olor de la muerte, para entonces, de súbito, en un solo momento, rescatarme de un solo golpe y entregarme sin más todo lo que me había estado negando sistemáticamente los años anteriores.<br />
<br />
No era sólo el amor, sino con él, la vuelta de las ganas de vivir, algo de autoestima, y de estima del mundo, y el humor suficiente hasta para hacer un viaje, jugar bromas, correr aventuras, hasta para reírme de cómo se creía don Gamaliel su porte de macho, cada vez que le rebrillaban los ojos acaramelados y se lucía con su barriga desnuda y sus piernas sarmentosas como otra maravilla selvática. Hasta le tomé una fotografía.<br />
<br />
A Toño le gustaba la sensación de lodo, de río encharcado y embrollado, de laberinto pantanoso, de zahúrda botánica, con un intenso olor a vegetación que se pudre. Le parecía como un lugar para perderse, para desaparecer: la fuga perfecta para todos los embrollos de la vida, de la sociedad, de la carne.<br />
<br />
Yo disfrutaba del aire del río, un aire fresco de aromas cambiantes, según el lanchero nos impulsaba por los pasadizos casi techados por los árboles donde todavía, en la luz del atardecer, descubríamos algún pájaro. Pasadizos que se duplicaban en el agua con un temblor irreal, como de delirio.<br />
<br />
Desde el fondo de aguas lodosas y brillantes, graznó lleno de sol un pájaro.<br />
<br />
--¡Miren! ¡Ése fue! --señalaba don Gamaliel.<br />
<br />
Parecía una flor parda en un manchón verduzco, pero don Gamaliel arrojó a los arbustos una piedrita y el pájaro brotó y echó a volar.<br />
<br />
Don Gamaliel se acercó más tarde a la orilla y cortó para mí una flor blanca, larga, aterciopelada, que yo nunca había visto; no recuerdo su nombre, sólo que regresé a tierra con ella y que tenía un perfume muy dulzón.<br />
<br />
--¿Y no se les ha ahogado nadie aquí? --preguntó Toño, quizás cansado ya de tanta naturaleza, de tanta pureza vegetal; como buscando algo de turbiedad, suciedad o emoción humanas en el paraíso.<br />
<br />
--Ya hace tiempo que no, a Dios gracias... pero sí es peligroso... Por eso no dejamos venir al turismo solo, no sea la de malas que se quieran meter y ya no salgan... Pero yo los llevo adonde quieran... ¿No les gustaría ir a pescar mañana?<br />
--Con esta borrachera, no nos vamos a levantar hasta el mediodía --dije yo.<br />
<br />
En el hotel tomamos unos kaptagones para cortarnos el efecto de los tragos. No venía al caso acabar el día a las ocho o nueve de la noche. Y nos fuimos a la playa, oscurísima, sin otra luz que la de la luna en el penacho de las olas y dos o tres fogatas distantes de turistas jóvenes.<br />
<br />
Queríamos hablar. Llevábamos días enteros hablando y hablando, y todavía nos quedaban muchas cosas que decirnos, que contarnos. Yo esperaba entregarme completamente a Toño, a su obra --era un pintor convulsivo y dado a la desesperación: como pintor, parecía un rockero de los años gruesos--, a todo lo suyo: era él ahora el sentido de mi vida, que apenas unas semanas atrás no había tenido ya ninguno. En cierta forma yo ya había fracasado y mi vida había estado a punto de concluir, de modo que ahora me injertaba en él, casi como parte suya, como parte de él mismo.<br />
<br />
Ahora sé que yo seguía enferma, que seguía convaleciendo todavía, pero entonces sentí que su juventud y su energía me embriagaban, y quería absorberlas más y más; quería obsesivamente seguir a Toño, imitarlo, obedecerlo, integrarme a él, desaparecer en él, ser en fin algo tan alegre y claro y vital como Toño. Olvidarme de mí; vivir en él, como en una vida nueva, como en un cuerpo liberado de mis nervios y mis angustias.<br />
<br />
Estábamos sentados en la arena, casi dos sombras, intercambiando el cigarrito de marihuana, con una sensación de libertad y paz absolutas, con brisas de mar y de río, de pescado y de hierbas podridas, de yodo y de sal. Entonces, abrazados, casi invisibles en la oscuridad aun para nosotros mismos, me preguntó de pronto:<br />
<br />
--¿Qué se siente?<br />
<br />
--¿Qué se siente qué?<br />
<br />
--Morir, estar muriendo... ¿Cómo es la muerte de cerca?<br />
<br />
--Bueno --reí, nerviosa--, no sé: como que ya no existía, como que de hecho ya me había muerto, como que todo era irreal pero molesto, muy molesto; ya no podía soportar nada, ni un ruido, ni nada más... Ya me había pasado meses pensando y llorando hasta cansarme, ¿no? Ya no me quedaba mucho que pensar y que llorar. Todo me era indiferente pero molesto, no podía soportarlo ni un minuto más, había que apagar el aparato... Tragué las pastillas... pero al rato era mucho dolor y mucho asco y me estaban zarandeando y lavando el estómago y todo apestaba tanto a hospital...<br />
<br />
Toño me estaba besando, me desnudaba, me hacía el amor. Qué me iba a importar que no fuera propio hacerlo ahí, que llegara gente y nos viera --aunque en tal oscuridad, quién iba a ver nada--, que se le ocurrieran a Toño esas locuras. Me gustaban sus locuras.<br />
<br />
Raspados y sucios de arena nos fuimos luego caminando en la playa oscurísima, el aire como una densa niebla de cenizas, orientándome apenas por los lejanos puntos amarillentos de los hoteles y las casas, hasta el río; pasamos por las lanchas de los pescadores, y entramos a una fonda que nos había recomendado don Gamaliel, donde vendían, además de alimentos, monos, caimanes y guacamayas que tenían guardados en una cabaña.<br />
<br />
--¡Miren que preciosos! ¡y baratísimos! --dijo el lanchero, que ya estaba totalmente borracho. Sus ojos turbios, rojizos, a la luz del bajísimo voltaje de los focos que pendían de cables suspendidos de los techos y los árboles.<br />
<br />
--¿Pero dónde vamos a tenerlos en la ciudad de México? --repuse.<br />
<br />
--Entonces, ¿no quieren ir a pescar mañana? --insistió don Gamaliel.<br />
<br />
--No, gracias, otro día --contesté, cerrando la conversación, para seguir cenando en paz mis langostinos al ajillo. Don Gamaliel se dio la vuelta lenta y casi majestuosamente.<br />
<br />
--Espérame un momento, tengo una idea --me dijo Toño y se levantó a alcanzarlo.<br />
<br />
Los vi conversar animadamente un rato en plena calle, frente a una ostionería, y llegar a algún tipo de acuerdo.<br />
<br />
--¿Y cuál era esa idea? --le pregunté a Toño.<br />
<br />
--Ah, ya verás, unos armadillos --Toño retomó con buen apetito su grasiento plato de camarones bañados en chile, que ya se le habían enfriado.<br />
<br />
--¡Unos armadillos! ¿Nos vamos a llevar a la Ciudad de México unos armadillos? ¿Vamos a andar cargando por media república unos armadillos?<br />
<br />
--Están disecados, María. Tienen métodos muy antiguos para disecar armadillos. Los rellenan con yerbas. Una cosa muy tradicional.<br />
<br />
Cuando me desperté a la mañana siguiente, Toño no estaba a mi lado. Pensé primero que habría bajado a la alberca del hotel y dormí otro rato. Volví a despertarme, sobresaltada, a constatar que en el cuarto no estaba su mochila, ni las llaves del coche.<br />
<br />
"No puede ser, pensé, estoy imaginando cosas; no me puede haber dejado botada así el primer día", pero sentía que sí, que podía muy bien haberse largado a un burdel, a una zona roja, adonde fuera. Nomás porque sí, y perderse semanas o meses. Sentí un aletazo frío, una ráfaga como las que anticipan la desesperación; bien había conocido esos signos, apenas unos meses atrás. Me eran más familiares que lo que se da en llamar la vida común y corriente; esperaba esos signos del absurdo, la torpeza o la fatalidad, casi los convocaba, me sorprendería si alguno de ellos tardaba mucho en presentarse.<br />
<br />
--Cuídate de ése, chula --me había recomendado la Vicky--, le gustan las suicidas.<br />
<br />
Nuestro amor no incluía ningún trato de fidelidad estricta ni de esas cosas. Recordé el acuerdo animado a que había llegado Toño con el lanchero mientras, más que dispuesta al fracaso, casi viéndome regresar a México en autobús esa misma tarde, me levantaba y buscaba más pistas.<br />
<br />
Pero no: ahí estaban todas las maletas, buena parte del dinero... ¡Claro! ¡Se había ido a pescar! Toño, el loco. El escuincle crecidote. Don Gamaliel lo había finalmente convencido. Se habían ido a pescar --seguramente con más alcohol que anzuelos-- y solamente era eso.<br />
<br />
Hacia las diez de la mañana estaba yo desayunando en la misma fonda de la noche anterior, en el embarcadero --donde, por lo demás, estaba estacionado el coche--, con vista al manglar, para ver regresar a Toño y a don Gamaliel, triunfales y deportivos, enarbolando unos pescados enormes.<br />
<br />
Seguramente todos los pescadores y fonderos estaban en el secreto, porque los veía espiarme con curiosidad y cuchichearse, sobre todo los niños, que corrían por las otras lanchas, los andadores y tarimas y puentecitos de madera, las orillas del embarcadero, con iguanas y collares y cuanta baratija turística pensaran vender durante el día.<br />
<br />
--¡Ya vienen! --gritaron los niños de pronto.<br />
<br />
Y efectivamente, apareció la vieja lancha. Desde lejos se distinguían varias personas a bordo.<br />
<br />
Pero no apareció Toño con los pescados, sino con una botella en la mano y unas desordenadas, mojadas, arrugadas hojas de dibujo en la otra. Venía cubierto de fango hasta más arriba de la cintura, y con una especie de guirnalda al cuello de yerbajos y raíces.<br />
<br />
Los pescadores se reían, se hacían señas un tanto equívocas y le pedían más dinero, que él repartía ya sin contarlo, ya casi sin tenerse en pie, tropezándose en su afán de abrazarlos a todos.<br />
<br />
Eran pescadores acostumbrados a todo tipo de excentricidad de los turistas; algunos venían casi tan borrachos como Toño, y don Gamaliel de plano se había quedado dormido dentro de la lancha. Los niños y las mujeres ya se reían abiertamente del turista loco.<br />
<br />
Corrí a sostenerlo antes de que se cayera de bruces sobre el asfalto, a impedir que siguiera regando el dinero, que siguiera haciendo el ridículo ante el montón de niños que a coro lo arremedaban, fingiendo también traer botellas y papeles en las manos. Apenas si llegué a tiempo para arrastrarlo al coche.<br />
<br />
--¡Chingón, María! Hicimos un paseo con antorchas por el manglar. ¿Te imaginas? ¡Antorchas! ¡El manglar! ¡Todo oscuro y sólo nuestras antorchas! ¡Uta, loquísimo! ¡Puros fantasmas en el pantano, con antorchas!<br />
<br />
--¡Antorchas! ¡El manglar! --repitieron los niños, que rodeaban el coche, con las manos y las caras pegadas a los cristales de las ventanillas, como máscaras de hule de monstruos apachurrados. Tuve que pegarme al claxon y gritarles varias veces para que me dejaran avanzar en el coche.<br />
<br />
--¡Antorchas! ¡El manglar! ¡Collaaaaares!, señorita --gritaban los niños.<br />
<br />
--El río del infierno --me iba diciendo Toño a gritos pastosos, tartajosos, poco inteligibles; tuvo que gritar aun más fuerte, para hacerse oír entre los gritos de los niños, mientras arrancábamos--; la naturaleza estaba muriendo o apenas formándose, un tiradero de vísceras y cadáveres vegetales; como un rastro abandonado o un criadero de fieras... Tomé unos apuntes, mira.<br />
<br />
Yo no vi sino puros rayones de borracho, naturalmente mojados y con lodo.<br />
<br />
--Cuídate de ése, chula, le gustan las suicidas.<br />
<br />
Lo llevé hasta la cama y lo dejé dormir un rato. Bajé a la playa, alquilé una silla y pensé, más bien divertirda, que nuevamente me había salido todo al revés. Mi protector había resultado un muchacho loco que más que nadie necesitaba protección. ¡En cuántos líos nos íbamos a meter! Pero tener a quien proteger ya es un poco que la protejan a una. Que me protegieran de mí misma, de mi irrealidad, del vacío... Cualquier problema exterior tenía remedio, era preferible a eso.<br />
<br />
Me pregunté entonces, por primera vez, si era posible que de una mente tan infantil, tan inmadura, hasta tan superficial como la que revelaban semejantes ocurrencias, pudiera surgir un arte serio. Pero no me lo pregunté demasiado: no me tocaba el papel de crítica, ni de juez, sino de cómplice. Me tocaba ser parte de Toño.<br />
<br />
Con cierta vergüenza, protegida por mis lentes oscuros, creía que todos los lugareños y turistas que pasaban por la playa estaban al tanto del turista loco. ¡Yo, la tímida, la fría, la desabrida, la aguada, haciéndola de gringa loca en Tecolutla! Hasta creí ver que me rondaban sospechosamente lugareños ya no tan niños. ¡Nada más faltaba que me vinieran a decir que si mientras el loco de mi novio dormía su mona, no quería yo ir "a pescar" con ellos, ahora! Mientras el ebrio buscaba fantasmas con antorchas en mitad del manglar, la flaca ninfómana de lentes se entretenía con los chamacos nativos...<br />
<br />
Llegaron a la palapa vecina dos o tres familias juntas de turistas de la capital. Era increíble la vulgaridad capitalina: habían metido sus coches a la playa, y los habían estacionado precisamente frente a la palapa, para no ver el mar: ¡tenían como panorama sus propios coches y no el mar!<br />
<br />
Ante todo, pusieron a todo volumen su casetera, obligando a doscientos metros a la redonda a todo mundo a oír sus sobrexcitadas canciones de moda. Se negaron a comprar nada en la playa: ya lo traían todo de su supermercado. Los adultos eran bofos y los niños latosísimos. Empezaron a sacar de sus bolsas de viaje una cantidad indescriptible de lociones, cremas, refrescos, licor, botanas, y hasta una parrilla portatil que no lograron hacer funcionar. Tuvieron que encargar a un puesto de antojitos de la playa, que les asaran sus bisteces capitalinos.<br />
<br />
Entre el estrépito de las canciones y los pelotazos de los niños alcancé a escuchar algún tipo de conversación religiosa. Un hombre lechoso y desabrido predicaba el catolicismo moderno del éxito en los negocios. Una especie de mojigatería de agente de ventas, una mercadotecnia de medallitas milagrosas.<br />
<br />
Me marea y me intimida al mismo tiempo ese tipo de gente, que siempre triunfa; no me queda sino hacerme instintivamente a un lado, dejarla pasar, hundirme. El mundo es para ellos. Está hecho de la misma sustancia que ellos, que no era para nada la mía. Ni la de Toño. Me regresó la náusea, el momento de tragar todas aquellas pastillas, el despertar entre vómitos y lavados de estómago en una clínica, como una babosa que sólo había jugado a turistear por la muerte.<br />
<br />
Mi propia pesadilla de suicida torpe en algo se parecía, ulteriormente, a los tragos y las antorchas y rayones enlodados y mojados de Toño.<br />
<br />
Estaba ya más que harta de los turistas, de la realidad que me había arrinconado meses atrás en el umbral del suicidio, y que ahora me seguía en mi supuesta redención, en mi supuesta luna de miel. Sólo esperé para largarme que surgieran los problemas inevitables. Seguro los turistas iban a acusar al puestero de haberles robado un trozo de carne. Y en efecto, en efecto. Una señora insolentísima, en un bikini que le quedaba grande, estaba gritando a voz en cuello:<br />
<br />
--¡Oye Gordo! ¿Verdad que eran veinte bistecitos? ¿Que aquí dice el marchante que nomás eran dieciseis. ¿Verdad que eran veinte bistecitos, Gordo?<br />
<br />
Era ya el mediodía. Regresé al hotel. En el camino me rodeó una palomilla de chamacos de la playa, ya adolescentes, larguiruchos y cínicos, queriéndose hacer los latin lovers con guiños soeces, de un sexo de WC:<br />
<br />
--Señorita, ¿no quiere que la llevemos a pescar?<br />
<br />
--Ya estuve pescando toda la noche, chicos... --les dije, pronunciando con la misma intención que ellos la palabra "pescar". Será otro día...<br />
<br />
--¿Van a querer ir al manglar otra vez en la noche?<br />
<br />
--No sé todavía. Dense una vueltecita por la noche.<br />
<br />
Pero cuando Toño despertó, con el malestar y el desánimo de la cruda, rompió sus rayones y no quiso comentar para nada su paseo por el manglar. Con mala cara bajamos a comer, en el propio restaurante del hotel. Sólo después de unas cervezas y de pasear en coche un poco por los alrededores, entre los palmares y los vientos rápidos, limpísimos, recobró un poco la serenidad. Hicimos de cuenta que habíamos compartido un sueño bobo.<br />
<br />
Y pacíficamente, como un matrimonio ideal bien avenido, nos quedamos en la terraza del hotel, mirando cómo la tarde se apagaba con sólo irse oscureciendo, sin crepúsculo ni nada.<br />
<br />
De <em>El Castigador</em>, ERA, 1995José Joaquín Blancohttp://www.blogger.com/profile/08263922763815348076noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7527486713623183716.post-68338592245320006002023-10-26T04:12:00.000-07:002023-10-26T04:12:12.408-07:00LAS INCREÍBLES AVENTURAS DE LA CHINA POBLANALAS INCREÍBLES AVENTURAS DE LA CHINA POBLANA<br /><br />Por José Joaquín Blanco<br /><br />Don Felipe de Beaumont, más castizo que las alubias a pesar de su apellido y su peluca franceses, llegó con mal pie y peor paso a la Nueva España en 1720. Al parecer, venía en misión oficial a recabar ciertos informes de contabilidad y minería, ¿pero acaso todos esos informes no estaban ya en la corte de Madrid? ¿Para qué sufrir los gastos y tomarse el trabajo de tan largo viaje?, se preguntaron los novohispanos. <br />Algo grave y reservadísimo debía traerse entre manos, sospecharon, sobre todo cuando se supo que tanto el virrey como el arzobispo y los inquisidores lo recibieron con la mayor dignidad, y le organizaron juntas secretísimas así en la ciudad de México como en Puebla. <br />Como se sabe, se habían abatido tiempos malos sobre la “colonia”, como novedosamente decía el ilustrado y moderno Beaumont, palabra que escocía a los criollos que consideraban a la Nueva España como todo un “reino”: sequías, inundaciones, motines, piratas, epidemias... Pero tales desastres no interesaban tanto al linajudo visitante, se decía, sino las riquezas de los jesuitas. <br />Pronto corrió la voz de que se trataba de un espía del rey y de Roma para perjudicar a la Compañía de Jesús. Pero ¿acaso desde hacía buen tiempo, casi un siglo, desde el escándalo de la excomunión que lanzó alegremente el obispo de Puebla, don Juan de Palafox, contra todos los jesuitas, no estaban atiborrados los archivos de Roma y de Madrid de innumerables denuncias contra los jesuitas de la Nueva España? ¿Para qué sufrir el gasto y tomarse el trabajo de tan largo viaje, en lugar de despacharse cómodamente unos cuantos legajos reiterativos en Europa? <br />Medio siglo después (cuando la expulsión de los jesuitas de todos los dominios de España) se develó el secreto, y se publicaron fragmentos de la correspondencia de don Felipe de Beaumont con las autoridades peninsulares y papales. <br />Resultó que ni Madrid ni Roma podían creer ya en los informes que oficialmente se les dirigían. Parecían cosa de broma, o de farsa, como si todos los novohispanos conspirasen para burlarse de las autoridades supremas, las cuales recibían todo tipo de noticias y relatos fabulosos y extravagantes, como para morirse de risa. ¿A quién se le quería tomar el pelo? <br />Los obispos, provinciales y funcionarios españoles, por su parte, lo desestimaban todo de un plumazo: “Engreimiento, ignorancia y tontería de criollos visionudos a fuer de ociosos; se diría que los mitos seudocristianos que inventan ahora superan en descabellados a los de los indios de su gentilidad. Llamarían a espanto y a ejemplar escarmiento si no se tratase de boberías y ostentación pueriles. Todos los días se les aparece un Cristo o una Virgen de palo (verdes, amarillos o rojos) dentro de cualquier maguey”.<br />La política del papa y del rey hacia los novohispanos había sido hasta entonces severa y sucinta: no creerles casi nada y prohibirles casi todo. Pero incluso el ridículo tenía sus límites, aunque proviniera de los cuenteros mexicanos, los “entes” más cuenteros del mundo (¿dejaban acaso de fastidiar un instante con “su” Virgen de Guadalupe, autorretratista notable?); y ahora tanto el rey como el papa estaban al mismo tiempo estupefactos e indignados frente a la campaña jesuítica de canonización de una... ¡China pero poblana! <br />¿Por ventura se proponía la Compañía de Jesús convertir el santoral católico en un sueño de burlas de don Francisco de Quevedo? Ya existían antecedentes. Los jesuitas querían llenarse de santos provenientes de sus dominios mundiales, desde África y el Japón hasta la Nueva España. Y entre más extravagantes e inverosímiles, mejor: más celestiales. Las “prodigiosas relaciones” de varias docenas de nuevos “santos” jesuíticos al año atacaban de risa a los cardenales. Existía, según su decir, un aborigen del Mar del Sur, parcialmente evangelizado pero chimuelo por completo, a quien le reaparecían todos los dientes, macizos y formidables, cuando rezaba el credo en latín; de modo que aprovechaba la oración para comer: versículo y mordida, versículo y mordida...<br /> Beaumont informó que la tal “china” había sido una indigente esquelética, baldada y delirante, con sueños “místicos” desde sus harapos en una pocilga de la ciudad de Puebla. (Pocilga que al día de hoy ostenta un letrero: “Aquí vivió la China Poblana”). <br />Había muerto, muy anciana, en 1688. Y ni tardos ni perezosos, los jesuitas, sus confesores y padrinos, la habían proclamado de inmediato la Gran Santa de los Gentiles, pues al parecer provenía de algún litoral o isla de Asia, donde en su juventud la habían capturado unos piratas; y después de variadas peripecias, había sido finalmente vendida como esclava en la Nueva España –por conducto de la Nao de China, por supuesto- a unos potentados poblanos, deseosos de lucir una criada “china”. <br />Le aparecieron dos exaltados biógrafos, los dos confesores suyos: el jesuita Alonso Ramos, quien en tres volúmenes (1689-1692) divulgó Los prodigios de la omnipotencia y milagros de la Gracia en la vida de la venerable sierva de Dios Catharina de San Juan, natural del Gran Mogor, difunta en esta imperial ciudad de la Puebla de los Ángeles de la Nueva España; y el bachiller José del Castillo Grajeda, autor del Compendio de la vida y virtudes de la venerable Catarina de San Juan (1692). <br />Aquélla, decía Beaumont, la monumental de Ramos, tuvo demasiada suerte: tanta, que la prohibió el Santo Oficio "por contenerse [en ella] revelaciones, visiones y apariciones inútiles, inverosímiles", a la vez que se perseguían los retratos, grabados en madera, de la beata (desde 1691): el exceso de celo y la ortodoxia desorbitada, risibles, en la vida religiosa, volvían a la sociedad novohispana un tanto herética de puro disparatada, opinaba Beaumont; la segunda, de Grajeda, que no pretendía ser sino un resumen cauto de la primera, fue tolerada. Y hasta reeditada un siglo después.<br />No se trataba propiamente de una “china”, puntualizó Beaumont, sino más bien de una mujer proveniente de alguna zona del norte de la India. Se hablaba en los libros del Gran Mogor como su patria de origen y de Cochín como el punto intermedio, antes de llegar a Manila, donde fue bautizada por los misioneros jesuitas que ponían nombres de santos a los esclavos que vendían los piratas. Pues no era muy cristiano eso de vender ni comprar esclavos que no fuesen previamente bautizados.<br /> Para mejorar su hagiografía, los jesuitas la consideraron “hija de reyes” de algún reino asiático, pero lo maravilloso residía en que desde sus grandes tiempos de “princesa” oriental soñaba que la Virgen se les aparecía a ella y a su madre para hacerles beneficios, y profetizarles que la traería a un reino cristiano a gozar de su verdadera, única y santa religión. Y la “princesa china” añoraba el momento de ser atrapada, esclavizada y vendida, para morir finalmente en la santa indigencia. <br />A la muerte de su amo-potentado, Catarina pasó a manos de un clérigo, quien la casó con otro esclavo “chino”; todas las potencias celestiales conjuraron para que no perdiera la castidad la nueva casada, quien logró mantenerse virgen en el lecho de su esposo, con el poderoso recurso de instalar un crucifijo en las sábanas, entre ambos. De algún modo desconocido, recobró la libertad poco después, cuando murieron oportunamente tanto su amo clérigo como su marido.<br />Si hubiese que creerles a los jesuitas, Catarina de San Juan ayudaba a los pobres y a los enfermos, desde su absoluta indigencia; y hasta habría que admitir que llegó a liberar de la esclavitud en los obrajes a algún desdichado, misericordia costosa aun para los potentados. <br />Azotaba y castigaba sus carnes. Ayunaba y se cubría de una montaña de harapos para no ver ni que la vieran, ni tocar ni que la tocaran, ni siquiera sus ancianos confesores, cuando ella ya era una vieja ciega y paralítica. <br />Pero lo realmente importante resultaban sus visiones y su muy particular trato con Dios, con la Virgen y los santos, continuaba Beaumont. Los veía a cada rato y obtenía de ellos cualquier cosa que quisiera. <br />Alguna vez la Virgen del Socorro la vio tan desnutrida y castigada por los ayunos, que le ofreció, sin más trámite, sus propios pechos sagrados para alimentarla. Hemos de suponer que al menos en esa ocasión se alimentó muy bien.<br />Otra vez vio a los ángeles distribuirse por las nubes en una especie de bailables o procesiones a todo lujo, con banquetes e iluminaciones de fiesta de gala en un palacio real, sólo para su delectación. <br />Le era concedido ver en sus sueños “místicos” a otros seres, vivos o muertos, salvos o condenados, y sobre todo en el purgatorio. Por lo demás, Jesucristo la usaba de mandadera, a ella, que ni siquiera alcanzaba a dominar el castellano, para que transmitiera secretos y terminantes mensajes en latín a ciertos clérigos descarriados. <br />Se peleaba de bulto, de a de veras, con todos los demonios, y terminaba arañada, azotada, apedreada, pateada. Sufría además de una permanente comezón en todo el cuerpo, que ni rascándose con “olotes bien secos” se le quitaba. <br />También ejercía, prosigue Beaumont, los milagros relativamente modestos de hacer aparecer monedas en los bolsillos necesitados y los más espectaculares de salvar de los piratas -o al menos presenciar, en visión santa, el salvamento- de las flotas españolas que tan azarosamente llegaban a Veracruz o a Acapulco.<br />Cristo se le presentaba hermoso o rumbo al calvario, en apuesta forma varonil o sudando sangre sobre la madera de una estatua del crucificado. <br />Poseía entre sus no tan escasos trebejos un célebre "fragmento de unicornio", buenísimo para otro tipo de milagros. Fue muy estimada su intercesión tanto para producir lluvias como para detenerlas.<br /> Malvivía de cocinar hostias para los jesuitas, y el resto de su tiempo apenas le alcanzaba para atender a su Cristo y a su Virgen y a sus ángeles. Era la más pobre y humilde del reino, y por su extrema bajeza había sido escogida como la única comadre poblana por todas las potencias celestiales.<br />Esta "aunque indina bestia caballo", cita Beaumont las palabras recogidas por sus biógrafos; esta que se dice: "¿Qué soy sino un terra, un polvos, un muladar, un basura?", una perra y demás linduras, viajaba al firmamento más que ningún otro aventurero del cielo y la tierra, y con más facilidades. <br />Hablaba el bachiller Grajeda, informa Beaumont, a ratos citándola como quien desconoce el castellano, y a ratos como canónigo que se luce en el púlpito: "Y así estoy entendiendo que, a causa de remontarse tanto en esta virtud [de la fe], le hizo el Señor muchos favores, especialmente una noche que habiéndose recostado en su camilla en prosecución de los actos heroicos de fe que estaba continuando [o sea, repitiendo toda la noche jaculatorias de dos o tres palabras: “¡Jesús, María y José!”], la asió Cristo de un brazo y la colocó en el cielo, mostrándole toda su gloria y desde ella manifestándole todo el mundo. Así me lo refirió esta sierva del Señor diciéndome:<br />-Una noche, Padris, que con muy buen fe hablaba yo para mi Dios, llevó Cristo para mí en el celo, y vi todo acá y allá.<br />"Como si dijera: Una noche que estaba mi alma toda embebida en tiernos y continuos actos de fe y en dulces coloquios que yo repetía a mi Dios y mi Señor, vi de repente que me asió Cristo de un brazo y me llevó al cielo, haciéndome patente toda la gloria, y desde él me enseñó y me manifestó toda la redondez de la tierra.<br />"Absorta pues Catarina de tan grande maravilla y postrada ante el supremo Juez de cielo y tierra, embebida toda el alma ante tal presencia, estaba cuando la dijo Cristo: ‘Ea, vuélvete, Catarina’, a lo cual respondió con la sinceridad que siempre le hablaba:<br />-Eso no, Señor, vuélveme tú, que has traído para mí, que está muy hondos de aquí a mi cama y podré caer y lastimar para mí.<br />"Como si dijera: Yo le respondí a su Divina Majestad: Señor, de aquí a mi lecho hay mucha distancia; vuélveme tú pues que tú me has traído, que yo si me quiero ir sola podré caer y podré lastimarme, siendo como ves la profundidad que hay de aquí a mi aposentillo tanta."<br />Santa santa pero nada tonta la China Poblana.<br />"A esta su sencilla respuesta, sonriéndose Cristo la volvió a coger del mismo brazo dejándola en el puesto donde la había arrebatado..."<br /> A su muerte, concluye don Felipe de Beaumont, se llenaron todos los templos de Puebla, y se celebraron oficios en todas las iglesias y colegios de jesuitas de toda la Nueva España. <br />“De modo que nadie ha querido burlarse de los grandes ministros del rey ni del papa en los informes y relatos oficiales que se envían a Madrid y a Roma, concluía Beaumont en 1720. En la Nueva España proliferan mitos como éstos. He escuchado incluso algunos bastante peores. En esta colonia no abunda el ingenio: cualquier barbaridad se cree ciegamente. Y tales burradas no privan sólo entre la plebe, sino sobre todo entre la gente más alzada y orgullosa de esta tierra, que suele ser de jesuitas o de personas formadas o avecindadas con jesuitas. ¡Que Dios nos libre de la soberbia y de la ignorancia de un mexicano con dinero y ciertos tratos con la Compañía de Jesús!” <br /> ***<br />Un siglo después de su muerte, pese a los desdenes de Roma y de Madrid, y a la prohibiciones del Santo Oficio, seguían publicándose biografías e imágenes de la China Poblana. Con total descaro, se le rezaba y se le rendía culto público. <br />Se ignora en qué momento preciso (entre la expulsión de los jesuitas a mediados del siglo XVIII y las guerras de Independencia) abandonó Catarina de San Juan sus ilegales altares, permanentemente prohibidos por la Inquisición y (al parecer) permanentemente tolerados, para transformarse en un tipo de zarzuela avant la lettre: imaginemos La verbena de la Poblana:<br /><br /> ¿Dónde vas con enaguas zanconas,<br /> dónde vas zarandeando los pies?<br /> Yo me voy a bailar el jarabe<br /> Con un payo que sepa beber.<br /><br /> Pues lo que nunca intuyó el linajudo don Felipe de Beaumont, ni los jesuitas, ni los novohispanos, ni Madrid, ni Roma, fue el último milagro de esta asiática indigente: convertirse ella, la fea, la apestosa, la beata, en una trigarante mestiza de cascos ligeros en la época independentista. Compañera de soldados al bailar el jarabe, ataviada con tricolores enaguas profusamente bordadas en lentejuelas y con una blusa de algodón muy escotada, además de un rebozo que la tapaba menos de lo que le servía para farolear y contonearse en las festejadas civiles o militares. Y con las trenzas llenas de listones, como arbolito de navidad.<br />Quizás a esta última, más que “china”, habría que llamarla la chinaca poblana, pareja del charro. Y nada jesuítica. <br />Sin duda el ilustrado Beaumont la hubiera encontrado más simpática; aunque su recargado vestido regional algo herede de lo visionudo de su lóbrega antecesora, habría añadido su esposa, la madama Beaumont, muy estricta en cuanto a la moda se refiere.José Joaquín Blancohttp://www.blogger.com/profile/08263922763815348076noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7527486713623183716.post-24903602882088217792023-09-29T11:23:00.000-07:002023-09-29T11:23:36.426-07:00EL AFFAIRE MIER Y TERÁNEL AFFAIRE MIER Y TERÁN<br /><br />Por José Joaquín Blanco<br /><br />Durante sus investigaciones sobre los mercados de la Plaza Mayor de la Ciudad de México [ENAH, tesis, 2001], Jorge Olvera Ramos se topó con una curiosa historia policiaca de 1777, titulada: “Sobre que se averigüe quién fue el que derramó por una ventana a la Calle del Puente Quebrado un servicio”. (Archivo Histórico de la Ciudad de México. Ramo: “Policía en general”, Vol. 3627. Exp. No. 30. Año de 1777.) <br />1.- El Quejoso: “En la Ciudad de México, el 16 de junio de 1777, el señor Francisco María de Herrera, regidor perpetuo y juez de policía en ella, dijo: que por cuanto el señor Antonio Mier y Terán, también regidor perpetuo, se ha quejado de que pasando el día de ayer como a las ocho y cuarto de la noche por la calle del Puente Quebrado [República del Salvador, a la altura del Eje Central] con su madama, derramaron desde una ventana o balcón un servicio [excrementos] encima del mismo coche, de tal forma que introducido en él, por ir abiertas las cortinas, se le llenó de inmundicias a la referida su esposa el vestido que llevaba puesto, Su Señoría mandó que el escribano pase a la referida calle y averigüe con la mayor exactitud de qué casa y qué sujeto cometió semejante atentado, recibiendo los testigos que puedan declarar. Herrera [rúbrica]. Paradela [rúbrica]”.<br /> ¿Los nostálgicos de la Nueva España se han puesto a pensar en cómo era la vida en una ciudad sin desagüe? A semejanza de las grandes ciudades europeas, aquí no sólo se encharcaban las malas aguas en las calles, sino que hasta los hidalgos a caballo y los regidores en coche con sus “madamas”, estaban expuestos a chubascos aleves. Se debía pagar a los cargadores de excrementos (acaso no muy diferentes del que describe Yukio Mishima en Confesiones de una máscara) para que los fueran a tirar más allá de los límites de la ciudad, que por lo demás no estaban demasiado lejos. Pero en la noche, burlando al sereno, ¿por qué no ahorrarse ese trámite, ese gasto? ¿No vemos hoy en día cómo prodigiosamente se forman pirámides callejeras de bolsas de basura aun en las colonias ricas? (Borges invoca en auxilio de semejantes infractores de la civilidad, la imperfección de nuestro permisivo idioma; cuenta que un borracho orinaba en alguna plaza importante de Buenos Aires cuando fue sorprendido por un celoso gendarme que le espetó, hinchado de ira cívica: “¡Aquí no se puede orinar!”. Pero el borracho sabía su castellano: “¿Cómo que no se puede? ¿No ve que estoy pudiendo?”.) El ilustrado siglo XVIII enfatizó las normas y ordenanzas de higiene y urbanidad, con tan poca suerte como este tremendo affaire que atentó contra coche y “madama” (y acaso también polveada peluca) del regidor perpetuo Mier y Terán.<br /> 2.- La ley estricta: “Doy fe que habiendo reconocido, en vista de lo mandado en el auto de la vuelta [el documento anterior], las ordenanzas de este juzgado, la 6a. de policía y 95 de las generales de esta nobilísima ciudad es [son] del tenor siguiente: ‘Que ninguna persona sea osada a echar basuras ni servicios en las calles ni en plazas ni acequias ni pila de esta ciudad, so pena de 2 pesos por cada vez que la echaren, y si no pudieren averiguar quién lo ha hecho, al vecino más cercano de donde se echare dicha basura le mande la quite dentro de 3 horas y [en] lo quitando pague un peso y se limpie a su costa’. Paradela [rúbrica]”.<br /> Que se multara al infractor descubierto no sorprende a nadie, pero que se castigara también a los vecinos más próximos a la basura o a los excrementos suena algo alevoso. Las esquinas, los rincones, los sitios oscuros o con árboles y arbustos, las cercanías de las acequias, puentes (como es el caso) o pilas se convertían en lugares favoritos; y los vecinos no sólo debían sufrir y limpiar la porquería, sino además pagar una multa: por no haber vigilado y por estar cerca del cuerpo del delito. Qué inofensivo suena, frente a tan autoritaria disposición, que siempre encontraba a un parroquiano a quien cargar el delito, nuestro moderno lema impracticable: “La persona que deposite basura será consignada a la autoridad”. La antigua norma convertía a los vecinos en espías, al parecer sumamente eficaces, como veremos, de los posibles infractores.<br /> 3.- Los misterios de la bacinica de la Calle del Puente Quebrado: Pero no se conformaron ahora las ocupadísimas e ilustradísimas autoridades novohispanas con multar a cualquier vecino. La “madama” del regidor estaba justamente furiosa. Abrieron todo un especioso y legalísimo proceso; entonces: “El 19 de junio de 1777, yo, el escribano, pasé a la casa [citada] a hacer la averiguación, y estando presente doña Manuela Camacho, mujer que dijo ser de Pablo Betancurt, quien después concurrió y se hizo presente y para que declare recibía la susodicha [Manuela] juramento, que hizo por Dios nuestro Señor y señal de la cruz, y dijo: Que la moza que le sirve, llamada María Petra, le ha dicho que [a] don Antonio Ruiz, de oficio platero, vecino que vive solo en la otra vivienda de esta casa, lo ha visto derramar por el balcón el vaso y porquerías. Que la noche que se cita no vio el hecho que se expresa, ni sabe si fue él o no. Y no firmó porque dijo no saber”. <br /> 4.- La memoriosa delatora María Petra Martínez: “Incontinenti hice [a]parecer ante mí a la moza a que se cita en la declaración que antecede, la que presente dijo llamarse María Petra Martínez, ser mestiza casada con Toribio Martínez, a la que recibí juramento, y dijo: Que muchas noches, así ella como una niña hermana de su ama, han visto que don Antonio Ruiz, vecino que vive solo en la otra vivienda, derrama el vaso por el balcón; y la noche que se cita, habiendo oído el golpe salió y vio en el balcón a dicho don Antonio, y percibió el hedor que había, por lo que se metió y no vio lo que después sucedió. No firmó por no saber.”<br /> 5.- El criminal alega motivos de salud. Pero aclara que no se llama como dicen; sugiere que no se trató de aguas mayores sino de aguas menores, y precisa que el caso no ocurrió a las ocho y cuarto sino hasta después de las nueve. “El 26 de junio de 1777 tomé declaración a don Antonio, quien expresó ser su apelativo Quintana y no Ruiz, ser español, viudo y oficial de platero; que trabaja en la tienda de Eduardo Calderón en la calle de los Plateros, y dijo: Que es cierto que la noche del día 15 como a las nueve, poco más de ella [la hora nueve], estando preparado para irse a acostar, por la mucha lasitud de estómago que padece, originada de la costumbre que adolece de echar sangre por la orina, tomó una porcelana en que había orinado, y por libertarse del sereno [escondiéndose del gendarme nocturno o sereno] la derramó desde la ventana para la calle, sin reflejar [reflexionar] el que a la sazón pudiera pasar persona ninguna, como aconteció con don Antonio Mier y Terán, cuya acción hizo por ser un hombre solo desvalido, y sin tener quien le sirva. Y firmó. Quintana [rúbrica]. Paradela [rúbrica].”<br />Se sentenció a Quintana al pago de la multa.José Joaquín Blancohttp://www.blogger.com/profile/08263922763815348076noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7527486713623183716.post-60103952582084166812023-08-26T23:52:00.003-07:002023-08-26T23:52:28.093-07:00ASPECTOS SECRETOS DEL NICAN MOPOHUA<p> </p><p class="MsoBodyTextIndent" style="line-height: normal; text-indent: 0cm;"><span lang="ES" style="font-family: "Arial",sans-serif; font-size: 14.0pt;">ASPECTOS
SINIESTROS DEL <i style="mso-bidi-font-style: normal;">NICAN MOPOHUA<o:p></o:p></i></span></p>
<p class="MsoBodyTextIndent" style="line-height: normal; text-indent: 0cm;"><span lang="ES" style="font-family: "Arial",sans-serif; font-size: 14.0pt;"><o:p> </o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><o:p> </o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Por José Joaquín Blanco<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><o:p> </o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Guadalupe Tepeyac, 25 de enero de 1887<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Querido padre Vilches:<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>¡Se ha vuelto a alborotar
el gallinero! Pero yo, muy escarmentado con lo que ocurrió con Vuestra Merced,
quien Dios sabe no quiso sino aportar su mayor diligencia y buena fe en los
asuntos de Nuestra Madre Guadalupe, y Nuestro Señor así se lo tendrá en su gloria;
yo, humilde cura sin fortuna ni futuro, yo: ¡chitón! <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>No sea que Su Ilustrísima
me transfiera a predicar a un pueblo de campesinos o de indios, como hizo con
usted tan sin misericordia. No digo más: que siguen apareciendo milagros en la
imagen de Nuestra Señora.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Recuerdo los que señaló
vuestra clarividencia: que ese manto azul se había vuelto verde, y que el
angelito del pie oportunamente amaneció con los colores de la bandera nacional;
que aumentaban las estrellas del manto y las llamas del resplandor según quien
se pusiera a contarlas, que... ¡Cuantos pinceles no habrán echado ahí su
borrón, según los vaivenes del episcopado y de la historia nacional! <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Pero lo del 20 de enero
fue tan prodigioso como descarado. ¡Desapareció por completo la corona de oro
que tenía Nuestra Señora pintada sobre la cabeza!<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Usted le había advertido
al señor arzobispo que esa corona pintada era indebida y pirata, pues resulta
privilegio del papa ordenar que se corone de bulto o en pintura las imágenes.
Aquí guardo infinidad de peticiones mexicanas para que tal coronación formal,
vaticana, se realizase, especialmente la muy extravagante del caballero
Boturini. Pero nada de que el Vaticano quería coronar una imagen tan dudosa. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Nuestros aguerridos
compatriotas no se caracterizan por la prudencia, sobre todo si son obispos; y
vaya usted a saber a qué arzobispo se le ocurrió mandar a Roma al demonio y
coronar por sí mismo la imagen, ni a qué pintor encargó que misteriosamente
pintara esa corona estrecha y feúcha que un día le apareció de repente, sobre
la cabeza. La travesura debe ser vieja, pues todas las reproducciones que
corren por el mundo llevan la consabida corona pintada.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Lo que le puedo informar
es que ha sido Pina, pintorucho de brocha gorda, quien la ha desaparecido a
mediados de enero de este año. ¡De un brochazo dorado! Donde había corona
volvieron a haber llamas, el círculo del sol que dicen azteca y que <st1:personname productid="la Virgen" w:st="on">la Virgen</st1:personname> eclipsa... <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Sucedió que finalmente el
Vaticano aceptó coronar la imagen, con corona real, de bulto, de oro y piedras
preciosas. Pero luego dijo que siempre no, ¿qué como iba a coronar una imagen <i style="mso-bidi-font-style: normal;">ya coronada</i>? ¡Coronada, supuestamente, <i style="mso-bidi-font-style: normal;">por sí misma</i>! ¡Nada modesta <st1:personname productid="la Guadalupana" w:st="on">la Guadalupana</st1:personname>! <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Me imagino al papa echando
pestes en Roma porque <st1:personname productid="la Virgen Mexicana" w:st="on">la
Virgen Mexicana</st1:personname> se saliera de todos sus protocolos legales y
litúrgicos y se pintara a sí misma y se coronara a sí misma, sin mayores
dilaciones, por puro amor a su pueblo mexicano. Todo por sí misma y al diablo
el Vaticano. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>El escándalo atronó en la
prensa. El arzobispo Labastida proclama <i style="mso-bidi-font-style: normal;">ex
cathedra,</i> en pastoral formal, que la propia Virgen se descoronó
milagrosamente para no molestar a los coronadores del Vaticano que vienen a
coronarla con tamaña pompa. Unos ríen y otros muerden, como siempre en esta
arquidiócesis. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Y yo chitón, siguiendo
vuestro consejo. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Filegonio Santana, Pbro. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 5;"> </span>*<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Guadalupe Tepeyac, 19 de marzo de 1891.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Querido padre Vilches:<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">¡Ojalá nadie hubiese querido coronar a una Virgen ya coronada! ¡Se ha
destapado la caja de Pandora! Parece que el padre Andrade, a quien se llama por
ahí el <i style="mso-bidi-font-style: normal;">inimicus homo, </i>ha hecho de las
suyas, ¡y de qué manera! <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>¡Ha logrado sustraer y
copiar tanto la carta de don Joaquín García Icazbalceta, que como usted bien lo
sospechaba niega rotundamente el milagro; como los legajos del arzobispo
Montúfar de 1556, que creo que usted jamás llegó a conocer, pues no recuerdo
que me los comentara. Los ha hecho publicar. El segundo dizque en Madrid, pero
en verdad fue aquí, en la imprenta de Albino. ¡Los antiaparicionistas están de
feria! ¡Todos los argumentos en su favor!<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>1.- No hay prueba alguna
de tal suceso durante la vida de fray Juan de Zumárraga.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>2.- No hay prueba alguna
de Juan Diego, Juan Bernardino y demás prole existiesen, salvo como seres
alegóricos; y ni modo, como tantas veces ha dicho usted, tampoco se cree que en
1531 doce o veinte franciscanos se dedicaran a atender personalmente a cada uno
de los 15 millones de indios, con nombres y apellidos propios, individuales.
¡No lo hacemos ni en este ilustrado siglo XIX! <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>3.- No tenía por qué venir
ningún indio solo a la iglesia de Tlatelolco, sino en todo caso en procesión,
como suelen, ni para ello treparse al cerro.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>4.- Fue invención mariana
de Montúfar, totalmente opuesta al espíritu antisupersticioso y antimilagrero
de Zumárraga y los franciscanos. Dicen que la pintó el indio Marcos a partir de
un grabadito de un libro de horas de Flandes.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>A sus pies, etcétera.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Filegonio Santana, Pbro. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 4;"> </span>*<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Guadalupe Tepeyac, 12 de octubre de 1895<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Querido doctor Vilches:<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Mucho lamento, pues sabe
usted la gratitud que le guardo desde mi más tierna juventud y el cariño que le
he profesado sin desmayo, y la admiración que siempre me han provocado sus
luces, que se haya decidido, ya a edad tan venerable, a colgar los hábitos y
asumir los instrumentos del espiritista. ¿Es la ouija menos ardua que la
teología?<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Quizás ya no le importen
mucho mis informes. <st1:personname productid="la Virgen" w:st="on">La Virgen</st1:personname>
fue coronada solemnemente y todo mundo juró que <i style="mso-bidi-font-style: normal;">nunca</i> había tenido pintada una corona, que <i style="mso-bidi-font-style: normal;">nunca</i> le fue borrada, aunque todo mundo en México hubiese visto que
primero ahí estaba, y luego del brochazo de Pina ya no estuvo; o que en todo
caso apareció y desapareció oportunamente sin dejar huella, como los trasgos. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Nada le quitan ni le
añaden las susodichas coronas. Ella es emperatriz, y eterna y magnánima de
cualquier manera. “Nada semejante ha ocurrido en ninguna otra nación”.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Lo que anda dando mucha
lata es la <i style="mso-bidi-font-style: normal;">olla pútrida</i> de 1556,
donde los franciscanos atacan el culto con salvajismo digno de luteranos. Ya
sabemos que, a diferencia de los dominicos, los franciscanos se colaron entre
los indios, los conocieron bien y les descubrieron sus trampas de transformar
sus antiguos dioses en nuevas imágenes cristianas “aparecidas”:
Cristos-Quetzalcóatl, Sanjuanes-Tezcatlipoca, Santanas-Toci, Isidros-Tlalolcs,
Santiagos-Huichilobos, Marías-Tonantzin. ¡Pero la pólvora de ese informe, qué
bocado para Voltaire, mi nuevo doctor Vilches, dominador de las ciencias
ocultas!<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Quizás sus nuevos métodos
magnéticos pudieran contestar algunas de mis tribulaciones:<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>1. ¿Para qué empeñarse en
el año 1531, fecha imposible por la ausencia física de obispo en el país y por
la nula mención de hecho alguno de la especie en todo tipo de documentos, y no
asirse a la de 1555, superdocumentada por Montúfar, los franciscanos y la
tradición india? En 1555 ya había aparecido, si no <st1:personname productid="la Virgen" w:st="on">la Virgen</st1:personname>, al menos la imagen
del indio Marcos en el Tepeyac (y que dizque un acólito efebo, un Ganímedes
azteca, posó para el cuadro, vestido de Virgencita: se lo oí decir al maestro
Altamirano).<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>2. ¿Por qué empeñarse en
que la relación indígena de la aparición es la original y obra del famoso indio
Antonio Valeriano, escrita unos cuantos años después del prodigio? Usted sabe
que nadie quiso copiar ni representar ni predicar el <i style="mso-bidi-font-style: normal;">Nican Mopohua</i> en público, ni aludirlo siquiera, jamás. durante todo
un siglo, hasta que la publicó con su nombre y en castellano, como un sermón
absolutamente criollo, Miguel Sánchez, y a todo mundo pareció novedosa; y en
náhuatl, un año después, en 1649, Luis Lasso de <st1:personname productid="la Vega." w:st="on">la Vega.</st1:personname><o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>3. Para entonces todas las
luces del Colegio de Santiago de Tlatelolco estaban ciegas, y sólo quedaban por
los aires los nombres ilustres de unos indios latinistas, no nahuatlatos.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Los nahuatlatos eran los
frailes; los indios cultos escribían en latín. ¿Por qué atribuirle a Antonio
Valeriano la mayor obra náhuatl guadalupana y, por ello, la mayor mexicana?
¡Que porque dijo Sigüenza que Alva Ixtlixóchitl vio el manuscrito con letra de
Valeriano!<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>¡Pero Alva Ixtlixóchitl
dijo tanta barbaridad! ¿No afirmó que todos los indios provenían de Irlanda?
Por lo demás Sigüenza nació en 1645, apenas tres años antes de que Miguel
Sánchez publicara en español su prodigio de un “apocalipsis indiano”.
Ixtlixóchitl murió en 1650, cuando Sigüenza todavía no cumplía 5 años. <i style="mso-bidi-font-style: normal;">Nunca hablaron Ixtlixóchitl y Sigüenza del
asunto.<o:p></o:p></i></span></p>
<p class="MsoNormal"><i style="mso-bidi-font-style: normal;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span></span></i><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">En todo caso, y concediendo demasiado: Ixtlixóchitl nomás “reconoció” la
caligrafía. ¿Y si se tratara de una copia cercana tanto a su muerte como a la
publicación de los libros de Sánchez y Lasso? La fecha y la autoría, si vuestra
sabiduría, tanto la antigua y teológica como la novedosísima y teosófica, no
opinan en contrario, resultan completamente contestables.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>El meollo del asunto está
en fray Servando. Él dice dos cosas: o que se trata de un gran misterio
sagrado, por medio del cual Santo Tomás se trajo a <st1:personname productid="la Virgen" w:st="on">la Virgen</st1:personname> hace 19 siglos a los
poco atractivos alrededores de Tenayuca, la cual dejó su imagen oculta en una
cueva, o que se trata de una <i style="mso-bidi-font-style: normal;">comedia</i>.
<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Pero ¿cómo aceptar que el
indio Antonio Valeriano, en lugar de ponerse a leer a los clásicos
grecorromanos, se dedicara a escribir en náhuatl una comedia sacra cuando el
teatro misionero <i style="mso-bidi-font-style: normal;">estaba abolido </i><span style="mso-bidi-font-style: italic;">por los concilios</span>? ¿Que dicha comedia
no fue registrada por fraile alguno, ni como mera alusión? ¿Que es una comedia <i style="mso-bidi-font-style: normal;">en prosa</i>, lo que significa que no es
comedia: debían serlo en verso? ¿El sabio Valeriano no sabía versificar?
¿Tampoco sabía que las comedias tienen escenas, jornadas, didascalias?<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>¿Una comedia a fin de que
la representase una india bonita para concupiscencia de toda la indiada o un
cándido efebo disfrazado de Virgencita? El teatro milagrero <i style="mso-bidi-font-style: normal;">estaba prohibidísimo</i>, y más por esas
fechas de Eslava. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>¿Y cómo un indio, Antonio
Valeriano, hijo y hermano espiritual de franciscanos, el serafín de sus “indios
cultos”,<span style="mso-spacerun: yes;"> </span><i style="mso-bidi-font-style: normal;">iba a conjurar contra su propia orden</i>, la de San Francisco, en
favor del horrísono y herético dominico Montúfar, con una historia idolátrica,
herética, precisamente durante los años de la guerra antiguadalupana de los
franciscanos contra Montúfar, que todavía expele pólvora en Sahagún un cuarto
de siglo después?<span style="mso-spacerun: yes;"> </span>¡Nada más nos falta que
Antonio Valeriano haya resultado el agraciado efebo disfrazado de Virgencita,
el Ganímedes azteca que tan gentilmente posó para el cuadro del indio Marcos!<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Por lo demás, se trata a
todas luces de algo no teatral, sino narrativo, ni cómico, sino serio: un
presunto informe sacro.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>¿Era Antonio Valeriano un
espía doble, un atroz personaje “a lo divino” de <i style="mso-bidi-font-style: normal;">El conde de Montecristo </i>o<i style="mso-bidi-font-style: normal;"> Los
tres mosqueteros</i>? ¡El mayor enemigo de los franciscanos sería su hijo y
discípulo más beneficiado y devoto!<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Tenemos pues, Virgen
coronada, entronizada y triunfadora. ¡Sea siempre alabada y reine entre
nuestros corazones! ¡Y nosotros, los guardianes de sus vagos escritos y
espléndidos tesoros, siempre viviremos atribulados por prodigios, trasgos,
guerras, legajos, contralegajos, bulas, antibulas, coronas aparecidas, coronas
esfumadas. ¡Encomendamos a su bondad el duro oficio de trabajar como sus
siervos!<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Suplícole me envíe sus
noticias a casa de mi sobrina Micaela Santana, en <st1:personname productid="la Calle" w:st="on">la Calle</st1:personname> del Mosquete número 3,
pues ha corrido como pólvora la noticia de vuestro ascenso en los cielos
circulares (¿son circulares?) del espíritismo y de la masonería de Boston, y no
llegaría a mis manos cualquier línea suya que dirigiera a <st1:personname productid="la Colegiata" w:st="on">la Colegiata</st1:personname>, donde mi
silencio tenaz me va logrando sinecuras, tal como usted me recomendó.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Lo quiere siempre y besa
sus pies, su ahijado y siempre fiel hijo espiritual,<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Filegonio Santana, Pbro. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES"><o:p> </o:p></span></p>José Joaquín Blancohttp://www.blogger.com/profile/08263922763815348076noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7527486713623183716.post-50947835332345905312023-07-28T12:54:00.000-07:002023-07-28T12:54:03.127-07:00FRAY CIPRIANO EN LA HOGUERA<p><span style="font-size: 14pt;">FRAY CIPRIANO EN LA HOGUERA</span></p><p>
</p><p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><o:p> </o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Por José Joaquín Blanco<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><o:p> </o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><o:p> </o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Aun antes de que el Santo Oficio de <st1:personname productid="la Inquisición" w:st="on">la Inquisición</st1:personname> se
estableciera formalmente en <st1:personname productid="la Nueva España" w:st="on">la
Nueva España</st1:personname>, con el gran inquisidor don Pedro Moya de
Contreras a la cabeza (1571), ocurrieron ciertos procesos inquisitoriales tan
informales como escandalosos contra judaizantes, herejes, blasfemos, bígamos,
hechiceros, nigromantes, malvivientes, malhablados y demás miserables que
incurrieron en la ira de repentinos jueces intemperantes. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Novecientos ajusticiados en todo un siglo,
el XVI, parecen pocos –aunque el diccionario no establece una cifra precisa a
las palabras matanza y masacre- a quien olvida que la población española de ese
tiempo en <st1:personname productid="la Nueva España" w:st="on">la Nueva España</st1:personname>
era harto reducida, y más escasa aún la de religiosos y letrados laicos capaces
de incurrir en los delitos aristocráticos, intelectuales, que el Santo Oficio
perseguía.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Los indios, salvo las primeras décadas en
que anduvo muy barata la quemazón de caciques renuentes a convertirse al
cristianismo o reincidentes en sus antiguas tradiciones, cultos y creencias
idólatras, quedaron oficialmente fuera del poder de los eruditos inquisidores,
pues se les consideró almas de escasa, débil o reciente razón, incapaces de
pecados espirituales. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoBodyTextIndent" style="line-height: normal;"><span lang="ES" style="font-family: "Arial",sans-serif; font-size: 14.0pt;">Los españoles
pobretones e ignorantes tampoco solían caer en el círculo de fuego del Santo
Oficio, y sus pecados, tan múltiples y naturales como los de cualquier plebe de
Europa, como la lujuria, la embriaguez, el robo, la violencia, la superstición,
la maledicencia y hasta su impaciencia rayana en la franca rebeldía contra
frailes y obispos prepotentes, podían ser administrados por confesores y
fiscales del crimen, con severidad no siempre menor que la de los inquisidores.
<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">A ningún arriero o carretonero se le quemaba
vivo por tener amores con mil mujeres, sino al<span style="mso-spacerun: yes;">
</span>bachiller facineroso y torvo que se atreviera a casarse con varias,
atentando así, con soberbia ostentosa, contra el sacramento del Matrimonio. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Las víctimas del Santo Oficio se
recolectaban generalmente entre familias adineradas (si no había gran botín,
¿para qué tomarse todo el trabajo del proceso?), especialmente de origen
portugués, como <st1:personname productid="la Carvajal" w:st="on">la Carvajal</st1:personname>,
a quienes se les atribuía profesar en secreto el judaísmo y profanar imágenes
cristianas: que tal latigaba en su cuarto un crucifijo o una imagen de yeso o
madera estofada del Niño Jesús; que otro había ido a comulgar y, aprovechando
la distracción de los religiosos y los feligreses en el tumulto de una misa de
Jueves de Corpus, en lugar de tragarla se había sacado con los dedos,
embozadamente, la hostia de la boca; la había escondido en las páginas de su
devocionario, la había luego martirizado con navajas y alfileres, y finalmente
la había enterrado en el dintel de su comercio, de modo que todos los
parroquianos la pisotearan al entrar y salir de él...<span style="mso-spacerun: yes;"> </span><o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Que ciertos frailes traducían sin permiso
pasajes lúbricos o misteriosos del Antiguo Testamento, como <st1:personname productid="la Psalmodia" w:st="on">la <i>Psalmodia</i></st1:personname><i>
christiana</i> de fray Bernardino de Sahagún, o componían letrillas
irreverentes o burlescas contra <st1:personname productid="la Trinidad" w:st="on">la
Trinidad</st1:personname>, <st1:personname productid="la Encarnación" w:st="on">la
Encarnación</st1:personname>, <st1:personname productid="la Inmaculada Concepción" w:st="on">la Inmaculada Concepción</st1:personname>,
como (al parecer) Pedro de Trejo... <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Que otros, aburridos y pedantes en sus
conventos, se atrevían a lecturas prohibidas de autores erasmistas o luteranos;
o a desempolvar las querellas bizantinas de Orígenes y Hegesipo, Atenágoras y
Policarpo, Arriano y Tertuliano; Irineo y Clemente de Alejandría, Eusebio y
Basilides, Montano y Nestorio; Eutiquio y el siempre pontifical y untuoso
Evodio, obispo de Antioquía (sospecho un galimatías de valientes terminajos
gnósticos, precursor de Plotino); Valentino y Marción, como crucigramas
heréticos que seducían a sus mentes soberbias, a la manera de ciertos viciosos
jugadores de ajedrez que vuelven y revuelven a partidas disputadas y resueltas
mil años antes.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-spacerun: yes;"> </span>Tal
parece haber sido la desgracia de fray Cipriano de Valdés, viejo franciscano
cuyo proceso fue misteriosamente sustraído de los legajos del archivo de <st1:personname productid="la Inquisición" w:st="on">la Inquisición</st1:personname>, y que nos
vemos en la necesidad de reconstruir con dispersas y a veces veladas alusiones
de manuscritos prolijos y obras olvidadas y peregrinas. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">No sorprende que, hacia 1569, el<span style="mso-spacerun: yes;"> </span>fulminante licenciado Bibero, inquisidor
anticipado, haya sentenciado contra él una fórmula semejante a la aplicada
contra el judaizante Luis de Carvajal: <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">“Atento a la culpa que resulta contra el
dicho fray Cipriano de Valdés, fallo que lo debo condenar y condeno a que sea
llevado por las calles públicas de esta ciudad, caballero en una bestia de
alabarda y con voz de pregonero que manifieste su delito, sea llevado al
tianguis de S. Hipólito, y en parte y lugar que para esto esté señalado, sea
quemado vivo y en vivas llamas de fuego, hasta que se convierta en ceniza, y de
él no haya ni quede memoria...”<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Quizás el lector moderno no encuentre en
fray Cipriano de Valdés mayor delito que una inmoderada admiración por Plutarco
y Séneca, y acaso Epictecto y Marco Aurelio, cuyas obras –o más bien, citas y
referencias atribuidas, leídas o escuchadas en los tiempos que vivía en España
(era natural de Salsipuedes, Murcia), pues no se le encontraron esos volúmenes
en su costal de tiliches- le habían sorbido el poco seso que le quedaba a su
edad de ochenta años.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">El caso es que fray Cipriano de Valdés,
después de una juventud valiente y misionera, devota y edificante, cuyos
méritos no olvidaron sus hermanos de congregación en algunos “menologios”,
decayó en su salud hacia la edad de cincuenta años, hacia 1529. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Por entonces, agobiado ahora por el mal de
piedra, ahora por cólicos, vómitos e hinchazones; ahora por jaquecas y mareos,
fiebres y alucinaciones, se dispuso a bien morir, ejercicio en el que había
ocupado buena parte de su vida religiosa. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Varias veces recibió los últimos
sacramentos. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Pero nunca moría. Y nunca sanaba. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Se dice que en alguna ocasión ya apenas le
quedaba un hilito de vida. Casi ni resollaba. Los miembros hinchados y
amoratados. Las facciones contraídas en un gesto permanente de congestión y
angustia. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Todos los frailes de su convento se
congregaron en misas, oraciones y cánticos para preparar su ingreso al cielo.
Se le administraron los santos óleos. Se le perdonaron todos los pecados que ya
ni siquiera podía confesar, porque apenas si murmuraba monosílabos
incomprensibles: “La cruz ma-zor-ca”. Se le remitió al Creador con preces
solemnes. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Pero no murió. Se recompuso un poco. Volvió
a andar cojeando por el convento, entre toses y apagados gemidos. Se orinaba y
cagaba por todas partes, en los momentos menos oportunos. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Cuando pretendía decir algo, de pronto
emitía inopinadamente un esputo en plena faz del hermano, del prior o del
confesor. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Roía su mendrugo de pan, que a ratos
vomitaba; sorbía sus jarros de agua y (en sus mejores momentos, vino), que
frecuentemente escupía, como si le quemaran las entrañas. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Pero seguía viviendo. Se convirtió en una
calamidad para su convento. Ya ni siquiera lo aceptaban en los hospitales:
“¿Para qué nos lo traen?, si ése no se muere”. Uno no iba a los santos
hospitales novohispanos a sanar, sino a morirse. Y rapidito, que la cola era
larga.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Varias veces se escapó del convento, como si
hubiese perdido la memoria y la conciencia de que era fraile, y anduvo de
indigente por las calles, de donde había que recogerlo para que no se creyera
que <st1:personname productid="la Orden Seráfica" w:st="on">la Orden Seráfica</st1:personname>
lo había lanzado sin misericordia a pudrirse en el arroyo.<span style="mso-spacerun: yes;"> </span><o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Siempre caminaba mal, dormía mal, comía mal,
bebía mal, orinaba mal, cagaba mal, hablaba tartajosamente de cosas
incomprensibles: “La cruz ma-zor-ca, la cruz ma-zor-ca”. Y así durante una
agonía de cuarenta años, hasta que cumplió los ochenta.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Entonces, sorpresivamente, en la pocilga de
trebejos y trapos pestilentes de la celda en que se le había abandonado, y que
ya nadie visitaba (más que celda, era una oscura bodeguilla en la parte más
retirada y oculta del Convento de San Francisco), aparecieron sus
“manuscritos”. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">De alguna manera había que llamar a esos
papeles con pedazos de frases, dibujos, letras o signos garabateados. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Resultó que, a lo largo de esos cuarenta
años de agonía (1529-1569), fray Cipriano de Valdés recibía extrañas, súbitas
iluminaciones de su conciencia, que ocupaba en pergeñar anotaciones y garabatos
en pedazos de papel o de trapo, que refundía en el costal de sus pertenencias o
basura. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Doctores en teología y filosofía fueron
convocados para descifrarlos, y el resultado indignó sobremanera al licenciado
Bibero.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Proliferaba en esos manuscritos un signo que
parecía una rúbrica o letra mal dibujaba y que finalmente quedó descifrada como
un signo esotérico: <st1:personname productid="la Horca." w:st="on">la Horca.</st1:personname>
<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Se descubrió que el fraile llevaba al
cuello, como escapulario, un<span style="mso-spacerun: yes;"> </span>pringoso
mecate amarrado. Así desde hacía cuarenta años. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Que tenía sobre su catre un crucifijo, pero
suspendido de un clavo con otro mecate, ¡como ahorcándolo! Cruz + Horca: “<st1:personname productid="La Cruz Mazorca" w:st="on">La Cruz Mazorca</st1:personname>”<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Se reconstruyó una cita de Séneca: <i>Ubique
mors est; optime hoc cavit deus. </i></span><i><span lang="EN-US" style="font-size: 14.0pt; mso-ansi-language: EN-US; mso-bidi-font-family: Arial;">Eripere
vitam nemo non homini potest; at nemo mortem; mille ad hanc aditus patent</span></i><span lang="EN-US" style="font-size: 14.0pt; mso-ansi-language: EN-US; mso-bidi-font-family: Arial;">…<span style="mso-spacerun: yes;"> </span></span><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">“Por doquiera está la
muerte, según lo ha previsto Dios con magnificencia. No hay quien no pueda
quitarle la vida al hombre, pero nadie podrá despojarlo de la muerte, a la que
lo llevan mil caminos” (<i>Tebaida</i>).<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Se interpretaron sus balbuceos: <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoBodyTextIndent" style="line-height: normal;"><span lang="ES" style="font-family: "Arial",sans-serif; font-size: 14.0pt;">“Si quiero quemar mi
saya, la quemo; si quiero quemar mi vida, la quemo”.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">“Mi muerte es mi puerta y yo tengo la
llave”. Abajo, a manera de rúbrica, un dibujo en forma de horca. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">“Mi prisión tiene mil salidas”. Toda la
página con signos de la horca. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">“Moriré cuando yo quiera”. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">“Cuando yo muera se acaba el mundo”. (El
mundo suspendido de una horca, como una manzana ajusticiada). <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">“No desfallezcas: eres dueño de tu muerte”.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">El licenciado Bibero halló que fray Cipriano
de Valdés era nada menos que un cripto-creyente de <st1:personname productid="la Puerta Dorada" w:st="on">la Puerta Dorada</st1:personname> del
Suicidio, abominación estoica. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Que a lo largo de sus cuarenta años de
padecimientos no se sostuvo en la fe en Cristo, en la esperanza del paraíso, en
las enseñanzas de <st1:personname productid="la Iglesia" w:st="on">la Iglesia</st1:personname>,
sino en la diabólica triquiñuela grecorromana de que podía ahorcarse en su
propia celda cuando sus males de veras se volvieran insoportables. La
eutanasia, que todavía aterra a nuestros jueces, clérigos, locutores y
legisladores.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Pero como a veces las enfermedades le
robaban toda energía y toda conciencia, no recordaba que podía ahorcarse, ni
tenía fuerza para ello; y cuando las recobraba, aunque fuese parcialmente,
pensaba, henchido de soberbia: “Todavía puedo regalarme a mí mismo una hora o
unos minutos más de vida, ¡ya me ahorcaré al rato!”. Ese rato nunca llegaba.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Hubo frailes que atestiguaron extrañas
alusiones de fray Cipriano al “misterio de Judas”. El apóstol de la horca.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Convicto, pues, de la herejía de pretender
abandonar el mundo por propia mano, fray Cipriano de Valdés fue condenado al
quemadero de San Hipólito. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoBodyTextIndent" style="line-height: normal;"><span lang="ES" style="font-family: "Arial",sans-serif; font-size: 14.0pt;">A ciertos liberales
jacobinos escandaliza semejante crueldad de los inquisidores contra un pobre
fraile octogenario tullido, incontinente, llagado, escrofuloso, delirante. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">No falta algún afrancesado historiador
revisionista de El Colegio de México, enemigo de la “leyenda negra” de <st1:personname productid="la Colonia" w:st="on">la Colonia</st1:personname>, que sostenga lo
contrario: a esas alturas, dice, el pobre fray Cipriano ya había perdido la
llave de su puerta, ya no tenía suficiente razón ni energía para colgarse por
sí mismo, discretamente, en su celda. <st1:personname productid="la Inquisición" w:st="on">La Inquisición</st1:personname>, en consecuencia, lo ayudó
generosamente a salir del mundo, donde había vivido ya demasiados años, por una
vía más pública, calurosa y alumbrada: el quemadero. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Y se aprovechó su ejemplo para refrendar la
censura cristiana a la desesperación y al orgullo de los suicidas, así fuese en
potencia. Pues, razonaban los jueces y el licenciado Bibero: “El pensamiento de
un crimen (y sobre todo la premeditación de la liberación de la enfermedad a
través del suicidio a lo largo de cuarenta años) es tan grave como el crimen
mismo”.<span style="mso-spacerun: yes;"> </span><o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Encuentro sin embargo que este razonamiento
de los inquisidores podría, a su vez, haber sido causa de un juicio
inquisitorial, aunque un siglo más tarde, por jansenista.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><o:p> </o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><o:p> </o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><o:p> </o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES"><o:p> </o:p></span></p><br /><p></p>José Joaquín Blancohttp://www.blogger.com/profile/08263922763815348076noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7527486713623183716.post-17188969607954871162023-06-30T07:05:00.006-07:002023-06-30T07:05:52.316-07:00LA LLORONA NÚMERO 9<p> </p><p class="MsoNormal"><st1:personname productid="LA LLORONA NÚMERO" w:st="on"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">LA LLORONA NÚMERO</span></st1:personname><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> 9<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><o:p> </o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><o:p> </o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Por José Joaquín Blanco<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 6;"> </span>“...de
musa a musa...”<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 6;"> </span>SALVADOR
NOVO: <i>Diálogos</i><o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><o:p> </o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Durante los años setenta del pasado siglo, el agónico cine mexicano, que
llevaba tres lustros de crisis después de su “época de oro”, se vio exuberante
de promesas. Durante dos sexenios las mayores autoridades cinematográficas
fueron nada menos que hermanos de los presidentes de la república: Rodolfo
Echeverría y Margarita López Portillo. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoBodyTextIndent" style="line-height: normal;"><span lang="ES" style="font-family: "Arial",sans-serif; font-size: 14.0pt;">Se acusó al primero de
promover un cine populista, gobiernista, tercermundista, casi soviético. Pero
alcanzó a levantar en una de las esquinas de Calzada de Tlalpan y Río
Churubusco, junto a los estudios cinematográficos (en los terrenos donde se
construiría una década más tarde el Centro Nacional de las Artes), un moderno y
lujoso edificio que durante unos seis años proclamó las promesas
gubernamentales del Nuevo Cine Mexicano: <st1:personname productid="la Cineteca Nacional." w:st="on">la Cineteca Nacional.</st1:personname>
<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Tenía salas, librería, cafetería-restorán,
galería, oficinas, almacén.<span style="mso-spacerun: yes;"> </span>Dependía de <st1:personname productid="la Secretaría" w:st="on">la Secretaría</st1:personname> de
Gobernación, pero ahí se mostraban precisamente las grandes películas
internacionales cuya exhibición esa misma autoridad prohibía terminantemente en
cualquier otra parte, por su contenido erótico o político. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Se trataba de un cine de excepción,
concurrido por cineadictos de excepción, que con sólo desembarcar en su acera,
entre el horrísono tráfico de Calzada de Tlalpan y Río Churubusco, se sentían
un poco en Europa, en <st1:personname productid="la Orilla Izquierda" w:st="on">la
Orilla Izquierda</st1:personname> de <st1:personname productid="la Cultura. Años" w:st="on">la Cultura. Años</st1:personname> de
relumbrante esnobismo.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Margarita López Portillo
era la hermana queridísima del presidente, la única entre todos los mexicanos a
quienes ese presidente jamás podía decirle un no. Y ella pedía mucho. Lo pedía
todo. Nunca se le dijo no. Pero careció de la modestia de Hillary Clinton,
quien se satisfizo con una mera senaduría; Margarita pidió todo el poder en
radio, en televisión y cinematografía. La cuchara grande. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Dicen que lo primero que hizo fue visitar
todas las oficinas y escandalizarse de lo mal decoradas que estaban; contrató
de inmediato a su amiga, la cuentista Guadalupe Dueñas, para que comprara unos
cuantos cientos de pinturas geniales a fin de dignificar sus muros. Lo segundo
que hizo fue correr a tamborazos a la propia Guadalupe Dueñas, que porque
andaba gastando millones en puras porquerías pictóricas. Que se regresara, pero
ya, “al anonimato de sus cuentitos idiotas”. Eso dicen. Las escritoras suelen
ser amigas terribles.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>“Doña Margarita”, como se
le llamó durante todo el sexenio lópezportillista, era poeta y escritora. Se
consideraba una gran autora ninguneada por la envidia y la imbecilidad de los
mexicanos, especialmente por sus maestros, como Agustín Yáñez, quien nunca se
convenció del todo –aunque parece que no le quedó más remedio que aceptarlo
ante ella de viva voz- de que los poemas de Margarita López Portillo fueran
mejores que los de sor Juana. “¡Y lo son!”, exclamaba la hermana presidencial:
“¡Son más modernos!” Sus colegas Griselda Álvarez y Margarita Michelena la
aplaudían a rabiar.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Doña Margarita sufría de
una obsesión algo necrofílica con respecto a sor Juana. Hizo remover los
cimientos del Convento de San Jerónimo para encontrar unos huesos de monja.
(Debe haber ahí varias generaciones de monjas enterradas durante tres siglos,
en sudarios semejantes, confundidas las unas con las otras.) Se los llevó a su
casa. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Ocurrieron muchos líos, que llegaron hasta
al Senado de <st1:personname productid="la República" w:st="on">la República</st1:personname>,
con motivo de tales huesos indocumentados, pero “históricos” (todos los huesos
son historia) y “auténticos en certeza espiritual”. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Los antropólogos no certificaron que tal
esqueleto fuese el único y verdadero de sor Juana Inés de <st1:personname productid="la Cruz" w:st="on">la Cruz</st1:personname>, pero Doña Margarita,
tan dada a las brujas y a los médiums, prescindió de la ciencia y les descubrió
un aura sorjuanesca indiscutible. Ésa era su verdad; en consecuencia:<i> la</i>
verdad y punto.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Ahí en su casa, junto a los huesos,
conversaba con sor Juana. O se los llevaba a la oficina y los colgaba frente a
su escritorio, en el perchero. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">-¡Eh tú, Juana! ¿Qué te parecen estos
pendejos?<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Octavio Paz, en la
introducción a su célebre biografía de la poetisa, celebra el sorjuanismo de
doña Margarita. Pero el poema más conocido de la hermana presidencial fue, años
más tarde, una loa al Subcomandante Marcos, publicado en la revista <i>Proceso</i>
en las primeras semanas de 1994: los rebeldes de Chiapas de alguna manera
continuaban el sexenio de José López Portillo, tan combatido por su dilecto
sucesor, el presidente Miguel de <st1:personname productid="la Madrid." w:st="on">la
Madrid.</st1:personname> <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Antes de esa oda al Nuevo Redentor de los
Indios, al Nuevo Liberador de México, doña Margarita había escrito y llevado al
cine (con Sonia Infante como protagonista) un emblema de la bravía mujer
mexicana, <i>Toña Machetes</i>; y en el papel de semejante dictadora terrible
la sufrían sus empavorecidos subalternos y empleados de <st1:personname productid="la Dirección" w:st="on">la Dirección</st1:personname> de Radio,
Televisión y Cinematografía de <st1:personname productid="la Secretaría" w:st="on">la
Secretaría</st1:personname> de Gobernación. Eso cuando el gobierno tenía todo
el poder sobre esos medios y todo el dinero del mundo para realizar sus
caprichos.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Pero México seguía siendo
ingrato con doña Margarita. Por más que quisiera redimirlo todo, no encontraba
sino puro imbécil a su alrededor. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">-¡No se puede hacer nada con tanto pendejo,
Juana! Encargo guiones, los pago a precio de oro, para producir buenas
películas mexicanas, para poner en alto el nombre de <i>mi</i> México, para
recuperar nuestra historia y nuestras tradiciones, ¡y me traen historias de
puras putas antiguas! Que <st1:personname productid="la Frida Kahlo" w:st="on">la
Frida Kahlo</st1:personname>, que <st1:personname productid="la Tina Modotti" w:st="on">la Tina Modotti</st1:personname>, que <st1:personname productid="la Nahui Olín" w:st="on">la Nahui Olín</st1:personname>, que <st1:personname productid="la Benita.." w:st="on">la Benita..</st1:personname>.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Sólo autorizó una “película de putas
antiguas”, sobre Antonieta Rivas Mercado, pues consideraba a esta mujer “la más
cepilladita” de entre todas las “horizontales” de su calaña. Y para ello
importó, a precio de oro, director y actriz extranjeros, famosísimos.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>De no vivir agobiada por
el duro peso de su responsabilidad oficial, ella misma se habría puesto a
escribir el guión, y hasta a filmar y a protagonizar personalmente esa película
que reivindicara al país y devolviera la cinematografía nacional a aquella
“época de oro” de la que no debió de haber salido. Pero carecía de un momento
libre. Había un memorándum, cese o denuncia ante <st1:personname productid="la Procuraduría General" w:st="on">la Procuraduría General</st1:personname>
de <st1:personname productid="la República" w:st="on">la República</st1:personname>
que firmar o dictar a cada instante contra tantos pendejos como proliferaban en
el país. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Convocó entonces, con toda la autoridad de
su cargo y de su apellido, a diez barbones de El Colegio de México, de El
Colegio Nacional, de <st1:personname productid="la UNAM" w:st="on">la UNAM</st1:personname>,
de diversas universidades europeas y norteamericanas:<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoBodyTextIndent" style="line-height: normal;"><span lang="ES" style="font-family: "Arial",sans-serif; font-size: 14.0pt;">-Quiero ya, pero para
ayer, un guión sobre <st1:personname productid="la Llorona.." w:st="on">la
Llorona..</st1:personname>.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoBodyTextIndent" style="line-height: normal;"><span lang="ES" style="font-family: "Arial",sans-serif; font-size: 14.0pt;">Acaso los huesos de sor
Juana le habían susurrado tal inspiración: <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoBodyTextIndent" style="line-height: normal;"><span lang="ES" style="font-family: "Arial",sans-serif; font-size: 14.0pt;">-Doña Margarita, me
atrevo a sugerirle a Su Merced una película sobre <st1:personname productid="la Llorona.." w:st="on">la Llorona..</st1:personname>.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoBodyTextIndent" style="line-height: normal;"><span lang="ES" style="font-family: "Arial",sans-serif; font-size: 14.0pt;">-Ay Juana, tú y tus
oscurantismos coloniales. ¿No puedes más que pensar en puros trebejos de <st1:personname productid="la Colonia" w:st="on">la Colonia</st1:personname>?<span style="mso-spacerun: yes;"> </span>Mejor cállate.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">-¡Pero ya se filmó hace muchos años, con
María Elena Marqués, y fue un fracaso de taquilla! –se atrevió alguno de
nosotros a objetar, con terror de verse transferido de inmediato a un calabozo
de la policía judicial.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">-¡Bah, olvídense de eso!: ¡la historia de
México comienza <i>ahora</i>!, y se trata de <i>la</i> película sobre <i>nuestra</i>
Llorona, no de babosadas...<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">-En efecto –anotó un adulador-, aquella película
nada tenía que ver con nuestra Llorona tradicional: era simplemente una mujer
de <st1:personname productid="la Colonia" w:st="on">la Colonia</st1:personname>,
despechada por su amante, que hasta mata a sus hijos o algo así; y luego
regresa en los años cincuenta del siglo XX a matar niñitos y a vocear su
infortunio...<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoBodyTextIndent" style="line-height: normal;"><span lang="ES" style="font-family: "Arial",sans-serif; font-size: 14.0pt;">-Bueno –repuso un
valiente mexicanista francés-, ésa en efecto es una de las ocho tradiciones de <st1:personname productid="la Llorona" w:st="on">la Llorona</st1:personname>, aunque adicionada
con la matanza de sus propios hijos, digna más bien de <i>Medea</i>. Contamos
con 1) La matrona que llora por sus hijos, asesinados o hundidos en la miseria;
2) La amante burlada y abandonada, cuyo seductor se había casado con otra, y
que muerta por la tristeza o por propia mano, regresa en busca inútil de su
gran amor a pesar de que corran los siglos; 3) La viuda estéril, que llora al
difunto y su falta de hijos; 4) La esposa que había sido infiel, y volvía del
infierno todas las noches a confesar su infamia; 5) La esposa fiel cruelmente
asesinada a puñaladas por el marido celoso...<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">-De todas hagan una –repuso, impaciente y
salomónica doña Margarita-, ¡pero ya, y que sea muy mexicana y que ponga en
alto el nombre de mi México! ¡El sexenio se está acabando!<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">-Está la vertiente indígena –continuó el
valiente americanista francés, muy protegido por su pasaporte extranjero y
armado de un imponente fichero portátil, manual, pues todavía no aparecían las <i>lap-top-</i>:
6) <st1:personname productid="La Malinche" w:st="on">La Malinche</st1:personname>
arrepentida, que lamenta los muertos provocados por su pretendida traición; 7)
Alguna diosa indígena, que reunía y amplificaba el llanto de todas las madres
aztecas, después de la caída de Tenochtitlan; y finalmente 8) Un extraño ángel
o fantasma cristiano, ataviado como madre azteca, que se le apareció a
Moctezuma poco antes de la llegada de los españoles para pronosticarle el fin
de su imperio. Dice Sahagún del sexto pronóstico fatídico de Moctezuma: que
“...de noche se oyeran voces muchas veces como de una mujer angustiada y con
lloro decía: ‘¡Oh, hijos míos, que ya ha llegado vuestra destrucción!’ Y otras
veces decía: ‘¡Oh hijos míos, ¿dónde os llevaré para que no os acabéis de
perder!?’”<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">-No me venga con relumbrones de erudito,
mesié. Quiero una gran película que ponga en alto el nombre de <i>mi</i>
México, no sabihondeces de rata de biblioteca. Abomino de las ratas de
biblioteca. Quiero para ya, para ayer, el guión de esa película. Hagan una sola
historia, una buena historia, de todas esas tradiciones. Buenas tardes,
señores. ¡Nos vemos pasado mañana con el guión listo para la preproducción!<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoBodyTextIndent" style="line-height: normal;"><span lang="ES" style="font-family: "Arial",sans-serif; font-size: 14.0pt;">Y se fue a platicar a
su recámara con los huesos de sor Juana, que ahí tenía juntito, en su buró. O a
su oficina, con la osamenta apilada sobre un archivero, a manera de una
folklórica calaca de cartón, de las que se queman como un judas (la había
sometido al rigor de la lavadora automática, con harto detergente, a fin de
dejarla presentable y digna de acompañar a tan alta funcionaria). <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoBodyTextIndent" style="line-height: normal;"><span lang="ES" style="font-family: "Arial",sans-serif; font-size: 14.0pt;">Los huesos de sor Juana
estaban algo resentidos con la insolencia y el ego desbordantes de doña
Margarita. Ya no sólo les decía: “Mis poemas son mejores que los tuyos, monja;
¡son más modernos!” También les decía: “¡A los cuarenta y siete años estabas
chimuela! ¡Moriste chimuela! ¡Te enterraron chimuela! ¡Tu cadáver demuestra que
estabas chimuela! ¡Recitabas tus archigongorinos poemas frente a los virreyes,
en el refectorio, con la bocota chimuela! ¿Siquiera tenías el pudor de cubrirte
la dentadura averiada con un velo? Yo ya te llevo unos añitos, aquí entre nos,
y mira mis dientes: ¡per-fec-tos!” <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoBodyTextIndent" style="line-height: normal;"><span lang="ES" style="font-family: "Arial",sans-serif; font-size: 14.0pt;">Flacos se veían los
restos de sor Juana frente a la gruesa silueta de doña Margarita (gruesa pero
compactada por una reciente liposucción en Europa). La cara blanqueada y
repintada como artesanía japonesa, de esas turísticas caritas de porcelana de a
tres por un dólar. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Y en esos coloquios andaba la terrible
intelectual Margarita López Portillo con una humillada y bocabajeada
sor-Juana-en-sus-huesos. De hecho, ya estaba terminando de ponerla “en su
lugar” (“¡Esa crecida: se siente más clásica nomás porque es más vieja!”),
cuando sonó el teléfono de la red presidencial. Todavía no existían los
celulares. Y ahí sí que hubo un gritazo, un aullido, que ni <st1:personname productid="la Llorona." w:st="on">la Llorona.</st1:personname> <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">-¡Aaay pendeeeejos! ¡Hacerme esto a mí!<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">El país de pendejos había vuelto a
traicionar a doña Margarita, ¡y de qué manera! <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Marcó el número de su hermano presidente, de
los secretarios de Gobernación, de Educación Pública, de <st1:personname productid="la Defensa" w:st="on">la Defensa</st1:personname> y de Relaciones
Exteriores; del Procurador de <st1:personname productid="la República" w:st="on">la
República</st1:personname> y del director de Seguridad Nacional. A todos no
supo ni pudo sino espetarles:<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">-¡Aaay pendeeeejos! ¡Hacerme esto a mí!<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Había estallado el moderno, promisorio,
esnob, excepcional, primermundista edificio de <st1:personname productid="la Cineteca Nacional" w:st="on">la Cineteca Nacional</st1:personname>,
con las salas rebosantes de público; valiosos objetos y obras de arte en
exhibición, y todas sus bodegas repletas de las Grandes Películas de <st1:personname productid="la Humanidad" w:st="on">la Humanidad</st1:personname>, incluyendo
los negativos de muchas películas nacionales antiguas, prestigiosas,
irrecuperables...<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Atardecía. Se hizo trasladar entre patrullas
y ambulancias ensordecedoras hasta el camellón de Río Churubusco, frente a <st1:personname productid="la Cineteca. Se" w:st="on">la Cineteca. Se</st1:personname> plantó
con sus doscientos guaruras. Ahí estaba su Roma en llamas, a todo color, como
en cinemascope. Todavía salía o sacaban en camillas gente semichamuscada,
semiasfixiada. Se decía que los recintos estaban llenos de cadáveres. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Todo el rumbo se ensombrecía con un humo
químico denso, irrespirable. La gente traía los ojos colorados como llagas. A
cada momento atronaba un nuevo estallido de las Joyas Cinematográficas del
acervo nacional.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">-¡Se los dije! ¡Se los dije! “¡Tengan
cuidado! ¡Tengan mucho cuidado con <i>mi</i> cine nacional!” ¡Aaay pendejos!
¡Hacerme esto a mí!<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">-¿A quién se lo dijo? –preguntó un audaz
reportero de la tele.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">-A Pepe, a Chucho, a Víctor, a Miguel, a
Fernando, a Arturo, a Carlos, ¡a todos! ¡A todos! Les dije que siempre tuvieran
mucho cuidado con <i>mi</i> cine nacional y que siempre pusieran en alto el
nombre de <i>mi</i> México.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Pepe era el presidente; los otros,
secretarios de estado o altos funcionarios del gobierno federal. Carlos y
Arturo eran el regente y el jefe de la policía de la capital.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Más calmada, en las horas y días siguientes,
doña Margarita amplió su requisitoria contra todos los funcionarios medianos, y
hasta los empleados, almacenistas, barrenderos y espectadores de <st1:personname productid="la Cineteca Nacional." w:st="on">la Cineteca Nacional.</st1:personname>
<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Supongo que los huesos de sor Juana se
llevaron una buena zarandeadita, en la recámara o en la oficina, peor que
aquélla de la lavadora automática (chaca-chaca), por no haberla prevenido
(“¡Pinche Juana! ¿No que muy sabihonda?”) de lo que se sabía desde hacía años
en todas las oficinas de <st1:personname productid="la Dirección" w:st="on">la
Dirección</st1:personname> de Radio, Televisión y Cinematografía de <st1:personname productid="la Secretaría" w:st="on">la Secretaría</st1:personname> de Gobernación,
pero que los altos funcionarios preferían no tomar en serio: es decir, que <st1:personname productid="la Cineteca Nacional" w:st="on">la Cineteca Nacional</st1:personname>
carecía de instalaciones apropiadas para guardar tanto material sumamente
inflamable como eran las películas y en especial las películas muy viejas. Que
de hecho constituía una bomba inminente. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">-Se lo dijimos a doña Margarita, le mandamos
muchos informes; pero no quiso gastar dinero en vulgares instalaciones
burocráticas, sino en grandes producciones que recobraran <i>su</i> identidad
nacional y pusieran muy en alto el nombre de <i>su</i> México. Sólo nos respondió:
‘Nomás tengan cuidado, mucho cuidado, y pongan siempre en alto el nombre de mi
México’; y ya.<span style="mso-spacerun: yes;"> </span><o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Doña Margarita se olvidó por completo del
guión que nos había encargado. Se dedicó durante el resto del gobierno de su
hermano en gritar: “¡Aaay pendejos! ¡Hacerme esto a mí!” por todas partes; a
gentes y a huesos, a funcionarios y a empleados; al pueblo y a los astros.<span style="mso-spacerun: yes;"> </span><o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Le guardó mucho rencor a sor Juana. Hacerle
eso a ella, a doña Margarita, quien había sacado a sor Juana del anonimato
absoluto al estampar su efigie en billetes y monedas de curso legal. Sor Juana,
con todo y huesos, también la había decepcionado. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">¿Qué le costaba haberle avisado, a través de
un médium, o de sus propios huesos: “Doña Margarita, advierto a Su Merced que
el mes que entra se va a quemar <st1:personname productid="la Cineteca Nacional" w:st="on">la Cineteca Nacional</st1:personname>”?<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoBodyTextIndent" style="line-height: normal;"><span lang="ES" style="font-family: "Arial",sans-serif; font-size: 14.0pt;">-¡Habría podido tomar
yo las medidas oportunas! Pero esa Juana amargada y envidiosa se quedó callada,
nomás para fastidiarme...<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Su grito se hizo tan famoso que el valiente
mexicanista francés no consideró del todo inútil su viaje a México: añadió un
dato a su fichero, aunque ni a él ni al resto del “equipo de <st1:personname productid="la Llorona" w:st="on">la Llorona</st1:personname>” se nos pagaron
gastos ni honorarios. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Después de llamar en vano por teléfono
innumerables veces a la oficina de doña Margarita, escribió una protesta dirigida
a su embajador y se regresó a Francia. Nos dijo cuando fuimos a despedirlo al
aeropuerto: <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">-Ya tienen otra Llorona. <st1:personname productid="la Llorona" w:st="on">La Llorona</st1:personname> número 9. Sólo que
ésta no aullará de noche en el centro de <st1:personname productid="la Ciudad" w:st="on">la Ciudad</st1:personname>, por las inmediaciones del Zócalo, como
las otras ocho; sino por todo Churubusco y por toda <st1:personname productid="la Calzada" w:st="on">la Calzada</st1:personname> de Tlalpan, como
estampida de sirenas de patrullas y ambulancias: “¡Aaaay pendeeeejos! ¿Hacerme
esto a mí?”<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoBodyTextIndent" style="line-height: normal;"><span lang="ES" style="font-family: "Arial",sans-serif; font-size: 14.0pt;">Tuvo razón. Todos
quienes vivimos esa tarde de 1982 en que ardió <st1:personname productid="la Cineteca" w:st="on">la Cineteca</st1:personname>, recordamos a <st1:personname productid="LA LLORONA NÚMERO" w:st="on">la Llorona Número</st1:personname> 9
siempre que pasamos por la esquina de Calzada de Tlalpan y Río Churubusco. Ésta
es una nueva tradición o leyenda de las calles de México. De modo que doña
Margarita ya compartirá créditos con su menospreciada sor Juana en algún
resumen de la cultura mexicana. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Aunque tal vez su “Oda al Subcomandante
Marcos” aparezca pronto como poema declamable en los libros de texto gratuito.
Y entonces sí, ¡sufre, sor Juana! Habrá una poetisa más famosa.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><o:p> </o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><o:p> </o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><o:p> </o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES"><o:p> </o:p></span></p>José Joaquín Blancohttp://www.blogger.com/profile/08263922763815348076noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7527486713623183716.post-47470264014586172292023-06-03T20:54:00.000-07:002023-06-03T20:54:34.166-07:00EL HUEVO. UN CUENTO DE SHERWOOD ANDERSONEL HUEVO<br />POR SHERWOOD ANDERSON<br />TRADUCCIÓN Y NOTA DE JOSÉ JOAQUÍN BLANCO<br /><br /><br />Mi padre, estoy seguro, tendía por naturaleza a ser alegre y bondadoso. Hasta los treinta y cuatro años trabajó como granjero para un hombre llamado Thomas Butterworth, que tenía una propiedad cerca del pueblo de Bidwell, Ohio. Por entonces era dueño de su propio caballo y bajaba al pueblo las tardes de sábado a pasar unas cuantas horas de trato social con otros peones de granja. En el pueblo tomaba varios vasos de cerveza y se la pasaba de pie en la cantina de Ben Head, llena las tardes de sábado de los peones de las granjas que venían de visita. Se cantaban canciones y se hacía ruido con los vasos sobre la barra. A las diez en punto de la noche mi padre cabalgaba a casa a través del solitario camino campestre, cuidaba que su caballo pasara la noche con comodidad y se iba a dormir, completamente feliz de su posición en la vida. No tenía por entonces la idea de tratar de ascender en el mundo.<br /> Fue en la primavera de su año treinta y cinco que mi padre se casó con mi madre, quien era entonces maestra de escuela, y la primavera siguiente llegué retorciéndome y chillando al mundo. Ellos se volvieron ambiciosos. La pasión norteamericana de ascender en el mundo se apoderó de ellos.<br /> Pudo ser que mi madre tuviese la culpa. Como era maestra de escuela sin duda había leído libros y revistas. Supongo que había leído de cómo Garfield, Lincoln y otros norteamericanos subieron de la pobreza a la fama y a la grandeza, y mientras yo estaba acostado junto a ella —en los días en que se reponía del parto— pudo haber soñado que en un futuro yo dominaría hombres y ciudades. De cualquier modo ella indujo a mi padre a abandonar su sitio como peón de granja, a vender su caballo y a embarcarse en una empresa independiente, propia. Ella era una mujer alta y callada, de larga nariz y ojos grises y apesadumbrados. No quería nada para ella misma. En cuanto a mi padre y a mí, era incurablemente ambiciosa.<br /> La primera aventura que intentaron resultó mal. Rentaron diez acres de terreno pobre y pedregoso sobre Griggs’s Road, a ocho millas de Bidwell, y se lanzaron a criar pollos. Pasé mi infancia en ese sitio y ahí tuve mis primeras impresiones de la vida. Fueron desde el principio impresiones de desastre y si, a mi vez, salí un hombre melancólico inclinado a ver el lado oscuro de la vida, lo atribuyo al hecho de que los que debieran haber sido los alegres y dichosos años de la infancia los pasé en una granja de pollos.<br /> Quien no esté enterado de tales asuntos no puede tener idea de las muchas cosas trágicas que le pueden ocurrir a un pollo. Nace de un huevo, vive durante unas cuantas semanas como una cosita de pelusa, igual que las que ves pintadas en las tarjetas de Pascua; luego cobra una desnudez odiosa, come cantidades de grano y de alimento comprado con el sudor de la frente de tu padre, agarra enfermedades llamadas moquillo, cólera y otros nombres, se queda mirando con ojos estúpidos al sol, se enferma y se muere. Unas pocas gallinas y de vez en cuando un gallo, dirigidos a servir los misteriosos designios de Dios, luchan por llegar a la edad madura. Las gallinas ponen huevos de los que salen otros pollos y así culmina el terrible ciclo. Todo esto es increíblemente complejo. La mayoría de los filósofos debieron haberse criado en granjas de pollos. Uno pone tantas esperanzas en un pollo y se ve tan espantosamente desilusionado. Los pollitos, en el preciso momento en que inician su jornada en la vida, se ven tan brillantes y alertas y en realidad son tan horriblemente estúpidos. Se parecen tanto a la gente que se inmiscuyen en los juicios que uno hace de la vida. Si no los mata la enfermedad se esperan hasta que parecen colmar tus expectativas, y entonces caminan bajo las ruedas de una carreta para ser aplastados y asesinados y retornados a su hacedor. Se llenan de bichos en su juventud y hay que gastar fortunas en polvos curativos. He visto en mi vida adulta cómo se ha fabricado toda una literatura sobre el tema de las fortunas que pueden hacerse de la crianza de pollos. Se dirige a la lectura de los dioses que acaban de comer del árbol del bien y del mal. Es una literatura esperanzada que declara lo mucho que puede hacer la gente sencilla y ambiciosa con unas cuantas gallinas. No te dejes desencaminar por ella. No fue escrita para ti. Vete a buscar oro en las heladas colinas de Alaska, pon tu fe en la honestidad de un político, cree si quieres que el mundo diariamente se vuelve un poco mejor y que el bien triunfará sobre el mal, pero no leas ni creas en la literatura que se escribe con respecto a las gallinas. No fue escrita para ti.<br /> Pero estoy divagando. Mi cuento no trata principalmente de la gallina. Si lo cuento correctamente se centrará en el huevo. Durante diez años mi padre y mi madre lucharon para hacer rentable nuestra granja de pollos, entonces abandonaron esa lucha y empezaron otra. Se mudaron al pueblo de Bidwell, Ohio, y se embarcaron en el negocio de un restorán. Después de diez años de preocuparse de las encubadoras que no encubaban, de las pequeñas —a su modo preciosas— bolitas de pelusa que se transformaban en una pollez semidesnuda, y de ahí en la fatal gallinez, lo echamos todo por la borda, empacamos nuestras pertenencias y bajamos en una carreta por Griggs’s Road hacia Bidwell, una pequeña caravana de esperanza que buscaba un nuevo lugar desde el cual empezar nuestra jornada ascendente por la vida.<br /> Debimos haber parecido una tribu triste, no diversa, me imagino, de los refugiados que huyen de un campo de batalla. Mi madre y yo a pie sobre el camino. La carreta que contenía nuestras cosas nos la había prestado por ese día un vecino, Albert Griggs. Salían de sus costados las patas de sillas baratas, y detrás del montón de colchones, mesas y cajas llenas de utensilios de cocina, iba un guacal con pollos vivos, y arriba de todo la carriola en la que me habían paseado en mi infancia. No sé por qué conservábamos la carriola. No esperábamos más niños y tenía las ruedas rotas. La gente con pocas posesiones se aferra a las que tiene. Este es uno de los hechos que hacen la vida tan desalentadora.<br /> Papá manejaba la carreta. Era entonces un hombre calvo de cuarenta y cinco años, algo gordo, y su larga asociación con mi madre y con los pollos lo había vuelto habitualmente silencioso y desanimado. Durante todos los diez años de la granja de pollos él había trabajado como peón en las granjas vecinas y casi todo el dinero que ganaba lo gastaba en remedios para curar las enfermedades de los pollos, en la “Maravillosa Cura Blanca del Cólera” de Wilmer, o en el “Productor de Huevos” del profesor Bidlow, o en otras preparaciones que mi madre encontraba anunciadas en las publicaciones sobre aves de corral. Había dos parches de pelo en la cabeza de mi padre, exactamente arriba de sus orejas. Recuerdo que, de niño, en invierno, las tardes de domingo me sentaba a mirarlo cuando se dormía en una silla junto al fogón. En esa época ya había empezado yo a leer libros y tenía mis propias ideas, y me imaginaba que el sendero calvo que atravesaba la parte superior de su cabeza era como una camino ancho, un camino como el que César hizo para sacar sus legiones de Roma y conducirlas a las maravillas del mundo desconocido. Los manojos de pelo que crecían sobre las orejas de mi padre eran, pensaba yo, bosques. Y caía en un estado de semisueño y semivigilia, y soñaba que yo era una cosita que andaba por el camino rumbo a un hermoso lugar donde no hubiera granjas de pollos y donde la vida fuera un feliz asunto sin huevos.<br /> Se podría escribir un libro sobre nuestra huida de la granja de pollos al pueblo. Mamá y yo caminamos todas las ocho millas —ella para asegurarse que nada se cayera de la carreta, y yo para mirar las maravillas del mundo. Sobre el asiento de la carreta, junto a mi padre, iba su mayor tesoro. Te voy a contar eso.<br /> En una granja donde cientos e incluso miles de pollos salen de los huevos, a veces ocurren cosas sorprendentes. Los huevos, como la gente, producen criaturas grotescas. El accidente no sucede a menudo —quizás sólo uno entre mil huevos. Figúrate que nace un pollo con cuatro patas, dos pares de alas, dos cabezas o lo que sea. Esas cosas no sobreviven. Regresan rápidamente a la mano de su hacedor que no ha temblado ni un instante. El hecho de que las pobres cositas no sobrevivieran era una de las supremas tragedias de mi padre. Él tenía algún tipo de idea de que si era capaz de criar hasta la gallinez o la gallez una pollita de cinco patas o un pollito de dos cabezas lograría su fortuna. Soñaba en llevar la maravilla por las ferias regionales y en volverse rico exhibiéndola a otros peones de granja.<br /> De cualquier manera, preservaba todas las cositas monstruosas que habían nacido en nuestra granja de pollos. Las guardaba en alcohol cada cual en su botella. Las colocó todas cuidadosamente en una caja que llevaba a su lado, en el asiento de la carreta, durante nuestro viaje al pueblo. Cuando llegamos a nuestro destino bajó la caja de inmediato y sacó las botellas. A lo largo de todos nuestros días como restauranteros en el pueblo de Bidwell, Ohio, permanecieron los monstruos en sus botellitas sobre una repisa, detrás del mostrador. A veces mi madre protestaba, pero mi padre era una roca en lo que atañese a su tesoro. Declaraba que los monstruos eran valiosos. Decía que a la gente le gustaba ver cosas extrañas y maravillosas.<br /> ¿Dije que nos embarcamos en el negocio restaurantero en el pueblo de Bidwell, Ohio? Exageré un poco. El pueblo está situado al pie de una pequeña colina sobre la ribera de un riachuelo. El tren no cruza el pueblo y la estación queda a una milla de distancia al norte, en un lugar llamado Pickleville. Habían existido unas fábricas de cidra y encurtidos cerca de la estación, pero habían cerrado antes de que llegáramos. Por la mañana y por la tarde venían camiones a la estación a través de un camino llamado Turner’s Pike, desde el hotel que está en la calle principal de Bidwell. El que hayamos emprendido un negocio de restorán en un sitio remoto fue idea de mi madre. Habló de eso durante un año y un día salió de la granja y rentó un local enfrente de la estación. Pensaba que sería un buen negocio. Los viajeros, decía, estarían siempre esperando por ahí los trenes que partían, y los lugareños vendrían a la estación a esperar los trenes que llegaban. Y entrarían al restorán a comprar rebanadas de pastel y a tomar café. Ahora que soy mayor sé que tenía otro motivo para irse de la granja. Tenía ambiciones sobre mí. Me quería criar en el mundo, quería meterme en una escuela de pueblo y convertirme en un hombre de pueblos.<br /> En Pickleville mi padre y mi madre trabajaron duro como siempre lo habían hecho. Al principio fue la necesidad de darle al local forma de restorán. Eso se llevó un mes. Mi padre construyó una repisa sobre la que colocó botes con verduras. Pintó un letrero donde puso su nombre en grandes letras rojas. Debajo de su nombre estaba una orden perentoria —¡COMA AQUÍ!— que rara vez fue obedecida. Compró una vitrina y la llenó con puros y tabaco. Mi madre fregó el piso y los muros. Yo fui a la escuela del pueblo y me alegré de estar lejos de la granja y de la presencia de los pollos desanimados y tristones. Pero no me alegré mucho. Por la tarde regresaba de la escuela a casa por Turner’s Pike y me acordaba de los niños que había visto jugar en el patio de la escuela. Un grupo de niñitas habían estado saltando y cantando. Las imité. A lo largo del camino fui saltando solemnemente en un pie: “¡Brinca que brincaría hasta la peluquería!”, cantaba yo chillonamente. Entonces me detuve y miré lleno de dudas a mi alrededor. Me dio miedo que alguien me viera contento. Debió haberme parecido que estaba haciendo algo que no debía ser hecho por alguien que, como yo, había sido criado en una granja de pollos donde la muerte era el visitante cotidiano.<br /> Mi madre decidió que nuestro restorán debía permanecer abierto por la noche. A las diez de la noche pasaba frente a nuestra puerta, hacia el norte, un tren de pasajeros, seguido por un furgón local de carga. Los trabajadores del furgón tenían que maniobrar en las vías en Pickleville, y cuando habían hecho su trabajo venían a nuestro restorán para comer algo y tomar un café caliente. A veces alguno pedía un huevo frito. A las cuatro de la madrugada regresaban rumbo al norte, y nos visitaban de nuevo. Aumentaron un poco las ventas. A mi madre le tocaba dormir por la noche y durante el día atender el restorán y servir a los clientes, mientras mi padre dormía. Él se acostaba en la misma cama que mi madre había ocupado por la noche y yo iba al pueblo de Bidwell y a la escuela. Durante las largas noches, mientras mi madre y yo dormíamos, mi padre preparaba los alimentos que se convertirían en sándwiches para las loncheras de nuestros clientes. Entonces una idea respecto a ascender en el mundo vino a su cabeza. El espíritu norteamericano se apoderó de él. Se volvió ambicioso.<br /> En las noches largas cuando había poco qué hacer mi padre tuvo tiempo para pensar. Eso fue su ruina. Decidió que antes había sido un hombre fracasado porque no había sido lo suficientemente alegre, y que en el futuro iba a adoptar una actitud alegre ante la vida. Por la mañana, muy temprano, subió a la recámara, en la planta alta, y se metió en la cama con mi madre. Ella se despertó y platicaron. Yo escuchaba desde mi cama en el rincón.<br /> La idea de mi padre era que ambos deberían entretener a la gente que viniera a comer a nuestro restorán. No puedo recordar sus palabras, pero dio la impresión de alguien que estaba por convertirse, de una manera oscura, en un profesional del espectáculo. Cuando la gente, particularmente los jóvenes del pueblo de Bidwell, llegaran a nuestro local, como ocurría en raras ocasiones, iba a proporcionarles conversación brillante y espectacular. De las palabras de mi padre deduje algo sobre el alegre efecto de mesón que se iba a buscar. Mi madre debió haber tenido dudas desde un principio, pero no dijo nada que lo desanimase. La idea de mi padre era que iba a brotar en los pechos de la población más joven del pueblo de Bidwell una pasión por su compañía y la de mi madre. En las noches vendrían por Turner’s Pike, cantando, brillantes grupos felices. Entrarían a nuestro local ruidosamente, en tropel, con gozo y risas. Habría canciones y fiesta. No quiero dar la impresión de que mi padre hablaba tan elaboradamente sobre el asunto. Era, como ya he dicho, un hombre no comunicativo. “Quieren tener algún lugar adonde ir. Te digo que quieren un lugar adonde ir”, decía una y otra vez. Era lo más que decía. Mi propia imaginación ha llenado los huecos.<br /> Durante dos o tres semanas esta idea de mi padre invadió nuestra casa. No platicábamos mucho pero en nuestra vida diaria tratábamos ansiosamente de que las sonrisas ocuparan el lugar de los semblantes malhumorados. Mi madre les sonreía a los clientes y yo, agarrando la infección, le sonreía a nuestro gato. A mi padre se le volvió un tanto febril su ansiedad de complacer. Sin duda, en algún lugar, en él acechaba el espíritu del hombre espectáculo. No gastaba mucho parque en los ferrocarrileros que atendía por la noche, sino que parecía estar esperando que viniera un muchacho o una muchacha de Bidwell para mostrarles lo que era capaz de hacer. En el mostrador del restorán había siempre una canasta de alambre llena de huevos, como debió haber estado ante sus ojos cuando le nació en el cerebro la idea de ser divertido y espectacular. Había algo prenatal en la forma en que los huevos se conectaban con el desarrollo de su idea. De cualquier modo un huevo arruinó su nuevo impulso en la vida.<br /> Una noche me despertó un rugido de ira que provenía de la garganta de mi padre. Tanto mi madre como yo de un salto nos quedamos sentados y tiesos en nuestras camas. Con manos temblorosas ella encendió una lámpara que estaba en una mesa próxima. Abajo, la puerta principal de nuestro restorán se cerró de un golpazo y en unos cuantos minutos mi padre trepó las escaleras. Cuando estuvo frente a nosotros, mirándonos fijamente, yo tuve por seguro que quería arrojarnos el huevo a mi madre o a mí. Entonces lo depositó con gentileza sobre mesa, junto a la lámpara, y cayó de rodillas al lado de la cama de mi madre. Empezó a llorar como un chico y yo, arrebatado por su pena, lloré con él. Ambos llenamos el pequeño cuarto de la planta alta con nuestras voces lastimeras. Es ridículo, pero del cuadro que formábamos sólo puedo recordar que la mano de mi madre continuamente frotaba el parche calvo que le recorría la cabeza. He olvidado lo que mi madre le dijo y cómo lo indujo a contarle lo que había ocurrido en la planta baja. También se ha ido de mi mente lo que él explicó. Sólo recuerdo mi propio dolor y mi miedo y el parche brillante sobre la cabeza de mi padre, brillando a la luz de la lámpara cuando estaba arrodillado junto a la cama.<br /> En cuanto a lo que ocurrió abajo, por alguna razón inexplicable me sé la historia como si hubiese sido testigo de la derrota de mi padre. Uno llega con el tiempo a saber muchas cosas inexplicables. Esa noche el joven Joe Kane, hijo de un comerciante de Bidwell, vino a Pickleville a recoger a su padre, quien debía llegar en el tren del sur de las diez. El tren estaba tres horas retrasado y Joe entró al restorán a matar el tiempo y a esperar su llegada. Pasó el furgón local y se atendió a los ferrocarrileros. Luego Joe se quedó solo con mi padre.<br /> Desde el momento en que entró al restorán el joven de Bidwell debió haberse intrigado por las acciones de mi padre. Se le ocurrió que mi padre estaba enojado con él porque andaba nomás holgazaneando. Advirtió que su presencia turbaba al restaurantero y pensó en irse. Pero empezó a llover y no le gustó la idea del largo camino a pie de ida y regreso al pueblo. Compró un puro de cinco centavos y pidió una taza de café. Traía un periódico en el bolsillo, lo sacó y se puso a leer. “Estoy esperando el tren de la noche. Está retrasado”, dijo a modo de disculpa.<br /> Durante un buen rato mi padre, a quien Joe Kane no conocía, permaneció observando silenciosamente a su visitante. Sin duda estaba sufriendo un ataque de pánico escénico. Como con frecuencia ocurre en la vida, él había pensado tanto y tan a menudo en esa situación que ahora confrontaba, que ahora que la vivía se puso muy nervioso.<br /> Para empezar, no sabía qué hacer con sus manos. Sacó una de ellas nerviosamente y la tendió sobre el mostrador, para apretar la de Joe Kane. “¿Cómo e-e-está usted?”, dijo. Joe Kane dejó su periódico sobre el mostrador y lo miró. Los ojos de mi padre iluminaron la canasta de huevos y empezó a platicar: “Bueno”, inició entre dudas, “bueno: ¿ha oído usted hablar de Cristóbal Colón, eh?”. Se veía enojado. “Ese Cristóbal Colón era un fraude”, declaró con énfasis. “Hablaba de hacer que un huevo se parara sobre un extremo. Hablaba y hablaba, y luego fue y quebró el extremo del huevo”.<br /> Al visitante le pareció que mi padre se salía de sus casillas ante la impostura de Cristóbal Colón. Mi padre refunfuñó y dijo palabrotas. Declaró que estaba mal enseñar a los niños que Cristóbal Colón era un gran hombre cuando, después de todo, hizo fraude en el momento crítico. Había afirmado que podía hacer que un huevo se parara sobre un extremo, y cuando quedó en evidencia su palabrería hizo trampa. Sin dejar de gruñirle a Colón, mi padre tomó un huevo de la canasta que estaba sobre el mostrador y empezó a caminar de un lado a otro. Hizo rodar el huevo entre las palmas de sus manos. Sonreía genialmente. Se puso a murmurar cosas sobre el efecto que la electricidad que proviene del cuerpo humano podría producir en un huevo. Declaró que sin romper el cascarón y que con solo frotarlo una y otra vez entre las manos, él podía hacer que el huevo se parara sobre uno de sus extremos. Explicó que el calor de sus manos y el gentil movimiento que le daba al huevo al rodarlo, creaba un nuevo centro de gravedad, y Joe Kane apenas se interesó. “Yo me he ocupado de miles de huevos”, dijo mi padre. “Nadie sabe más sobre huevos que yo”.<br /> Paró el huevo sobre el mostrador, y el huevo se cayó. Intentó el truco una y otra vez, en cada ocasión haciendo rodar el huevo entre las palmas de sus manos y diciendo las palabras que referían las maravillas de la electricidad y las leyes de gravedad. Cuando después de media hora de esfuerzos logró que el huevo se sostuviera un momento sobre su extremo, alzó la mirada para encontrarse con que su visitante ya no le ponía atención. Y cuando consiguió que Joe Kane se fijara en el éxito de sus esfuerzos, el huevo se había caído y estaba acostado.<br /> Inflamado por la pasión del hombre espectáculo y al mismo tiempo bastante desconcertado por el fracaso de su primer esfuerzo, mi padre bajó ahora de su repisa las botellas que contenían los monstruos avícolas y empezó a mostrarlos a su visitante: “¿No te gustaría tener siete patas y dos cabezas como este amigo?”, preguntó, exhibiendo el más extraordinario de sus tesoros. Una alegre sonrisa se le marcó en la cara. Se inclinó sobre el mostrador y trató de darle una palmada a Joe Kane en el hombro, como había visto que hacían los hombres en la cantina de Ben Head cuando era un joven peón de granja e iba al pueblo las noches de sábado. Su visitante se había descompuesto un poco ante el espectáculo del cuerpo del ave terriblemente deformada que flotaba en el alcohol de la botella, y se puso en pie para largarse. Mi padre salió de detrás del mostrador, asió el brazo del muchacho y lo hizo volver a sentarse.<br /> Un tanto enfadado, el chico tuvo que mirar por un momento hacia otra parte y forzar una sonrisa. Mi padre regresó las botellas a su repisa. En un rapto de generosidad prácticamente obligó a Joe Kane a tomar otra taza de café y otro puro, gratis. Entonces cogió una cacerola y la llenó de vinagre, de una jarra que guardaba bajo el mostrador, y anunció que iba a realizar un nuevo truco. “Voy a calentar este huevo en una cacerola de vinagre”, dijo. “Entonces lo voy a meter por el cuello de una botella sin romper el cascarón. Cuando el huevo esté dentro de la botella retomará su forma y el cascarón volverá a endurecerse. Te voy a regalar la botella con el huevo. Podrás llevarla adonde quiera que vayas. La gente querrá saber cómo metiste el huevo en la botella. No les digas. Déjalos que hagan suposiciones. Así se divierte uno con este truco”.<br /> Mi padre le hizo guiños y gestos a su visitante. Joe Kane decidió que el hombre que tenía enfrente estaba un poco loco, pero que era inofensivo. Se tomó la taza de café gratis y se puso de nuevo a leer su periódico. Cuando el huevo se había calentado en el vinagre, mi padre lo llevó en una cuchara al mostrador y fue a la trastienda por una botella vacía. Estaba molesto porque su visitante no lo había mirado desde el principio hacer su truco, pero de cualquier manera se puso alegremente a trabajar.<br /> Por un buen rato luchó para meter el huevo a través del cuello de la botella. Puso de nuevo la cacerola de vinagre en la estufa, intentando recalentar el huevo, luego lo cogió y se quemó los dedos. Después de un segundo baño de vinagre, el cascarón se había ablandado un poco pero no lo suficiente para su propósito. Trabajó y trabajó y un espíritu de determinación desesperada se apoderó de él. Cuando pensaba que por fin el truco estaba a punto de lograrse llegó a la estación el tren retrasado, y Joe Kane se dirigió a la puerta con toda indiferencia. Mi padre hizo un último esfuerzo desesperado para conquistar el huevo y obligarlo a hacer la cosa que establecería su reputación como alguien capaz de entretener a los huéspedes que asisten a su restorán. Maltrató al huevo. Trató de obligarlo por las malas. Dijo palabrotas y el sudor corrió por su frente. El huevo se le rompió en la mano. Cuando su contenido le explotó sobre la ropa, Joe Kane, quien se había detenido en la puerta, volteó y soltó la risa.<br /> Un rugido de ira salió de la garganta de mi padre. Danzó y gritó una serie de palabras inarticuladas. Cogiendo otro huevo de la canasta del mostrador, lo arrojó, y poco faltó para que le atinara a la cabeza del muchacho que se escabullía por la puerta, y escapaba.<br /> Mi padre subió adonde estábamos mi madre y yo, con un huevo en la mano. No sé lo que quería hacer. Imagino que pensaba destruirlo, destruir todos los huevos, y que se proponía que mi madre y yo lo viéramos comenzar. Cuando, sin embargo, llegó a la presencia de mi madre algo le ocurrió. Puso gentilmente el huevo sobre la mesa y cayó de rodillas junto a la cama, como ya he explicado. Después decidió cerrar el restorán por esa noche y meterse en las cobijas. Entonces apagó la lámpara y después de mucha conversación en murmullos él y mi madre se durmieron.<br /> Supongo que yo también me dormí, pero con mal sueño. Me desperté al amanecer y por largo rato miré el huevo que yacía sobre la mesa. Me pregunté por qué tenían que existir los huevos, y por qué del huevo venía la gallina que luego ponía el huevo. El asunto se me metió en la sangre. Ahí ha permanecido, supongo, porque soy el hijo de mi padre. De cualquier manera, el problema permanece irresuelto en mi mente. Y ésa no es, concluyo, sino otra evidencia del completo y final triunfo del huevo —al menos en lo que concierne a mi familia.<br /><br />***********<br /><br />NOTA<br />Desde hace años me obsesiona este cuento, “El huevo”, de Sherwood Anderson. No sólo es magnífico, como suele ser buena parte de la obra de este maestro de Hemingway, Scott-Fitzgerald y Faulkner, sino muy raro: tiene algo de fábula y de metafísica entremezclado con el gran estilo norteamericano del cuento moderno, que Sherwood Anderson (1876-1941) fundó en su libro célebre <em>Winesburg, Ohio</em> (1919).<br /> Se diría que es un conte de Voltaire narrado por Faulkner, o una historia de Yoknapatawpha contada por Voltaire. Su pesimismo y su desolación están perfeccionados por una obsesión cercana al cariño, por un humor negro que casi parece ternura.<br /> Sherwood Anderson tuvo la más injusta de las malas suertes, la de escribir una obra maestra. Se ha afirmado hasta la saciedad que de su libro de relatos Winesburg, Ohio proviene la gran narrativa norteamericana de la primera mitad del siglo. Pero pareciera que se trata de su único libro.<br /> Sherwood Anderson escribió cuentos cuidadísimos que no lo parecen, que imitan el relato oral (incluso el descuido, la divagación, las reiteraciones, la parquedad de vocabulario), y de un estilo aparentemente simplificado que en realidad es un lirismo, como los cuentos de Chejov o los poemas de un libro que le es paralelo: la Antología de Spoon River, de Edgar Lee Masters.<br /> Ambos libros norteamericanos construyen la vida íntima de un pueblo pequeño, las voces de sus habitantes, las tragedias y hazañas cotidianas de una comunidad, con una solapada y agridulce crítica al progreso y al espíritu de triunfo y conquista de los Estados Unidos; y una manifesta posición en favor de la nobleza y de la belleza de los perdedores, de los vecinos derrotados o aplastados por la fatalidad.<br /> Frente al optimismo del Siglo de las Luces, que suponía que todo caminaba al progreso y a la felicidad, Voltaire narró el terremoto de Lisboa y las desventuras de Cándido. No es difícil imaginar que revive, siglo y medio después, y cuenta “El huevo”.<br /> La celebridad de Winesburg, Ohio, ha hecho olvidar, incluso dentro de los Estados Unidos y en su academia y sus medios literarios, que Sherwood Anderson escribió veintidós libros más. Algunos con cuentos tan buenos o superiores a los de ese tomo.<br /> Se ha editado una curiosa antología de cuentos de Anderson que no aparecen en el libro célebre: <em>Certain Things Last</em>, Ed. Charles E. Modlin (Nueva York, Four Walls Eight Windows, 1992), donde se encuentra “El Huevo”, que se publicó originalmente en 1920.José Joaquín Blancohttp://www.blogger.com/profile/08263922763815348076noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-7527486713623183716.post-70102534709984703372023-05-30T08:07:00.002-07:002023-05-30T08:11:49.861-07:00El juramentado<p> </p><p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;">EL JURAMENTADO<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><o:p> </o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;">Por José Joaquín Blanco<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><o:p> </o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 4;"> </span><i>A Delia Juárez y Rafael
Pérez Gay<o:p></o:p></i></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;">1<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;">Todo el lóbrego peso de la
edad madura cayó sobre mi cabeza, que ya evidenciaba los primeros estragos de
la calvicie, la tarde aquella de un sábado que, en el restorán español El
Peque, cerca de <st1:personname productid="la Plaza México" w:st="on">la Plaza
México</st1:personname>, Alex me anunció que había dejado el alcohol para
siempre; se había convertido en algo más severo aún que los Alcohólicos
Anónimos. Ya era un “juramentado”. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Había asistido a una ceremonia religiosa en la iglesia de
San José de los Naturales, en el centro, y le había prometido a <st1:personname productid="la Virgen" w:st="on">la Virgen</st1:personname> dejar el trago. Lo
había escrito con su propia mano en una carta que depositó en una urna al pie
de su estatua. Y recibió una especie de escapulario. Una estampita enmicada,
que al reverso de la imagen de <st1:personname productid="la Virgen" w:st="on">la
Virgen</st1:personname> de Guadalupe lucía un texto ceremonioso: los juramentados
se comprometían ante ella a dejar el vicio por seis meses, hasta tal día, en el
cual debían refrendar su promesa; o, valientemente, para siempre. A cambio no
sólo recibían la protección guadalupana, sino su ayuda. Porque para dejar el
alcohol de veras, se necesita a <st1:personname productid="la Virgen" w:st="on">la
Virgen</st1:personname> de Guadalupe.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>El Peque era un restorán maravilloso, perdido en el tiempo,
un pequeño paraíso en la tierra. Fundado por un republicano español a finales
de los años cuarenta, en el estilo de la época, poco había cambiado durante las
décadas siguientes. Se conservaban el largo mostrador, las pinturas murales de
un barco y de escenas de toros; las fotos de personajes relativamente ilustres
que asistieron a El Peque en sus primeros, célebres años. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>El dueño parecía no querer prosperar ni transformarse.
Atendía con gusto y generosidad a la numerosa clientela, que se tenía ganada
por sus precios bajos, sus platillos sabrosos y la abundancia en las porciones.
Los tragos se servían en la mesa directamente de la botella: la cantidad que quisiera
el cliente. Y claro que nosotros, cuando descubrimos (hacia 1967) el restorán y
lo volvimos nuestra guarida de los sábados, nos hacíamos servir bien cargadas
las cubas, para tomarnos dos al precio de una. El viejo español recibía con
sonrisas entre cómplices (oh, la juventud perdida) y paternales nuestro abuso,
y con frecuencia nos regalaba alguna ronda, o se olvidaba de cargarnos algunos
tragos en la cuenta. Y siempre nos obsequiaba con alguna botana de cortesía.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Nos sentíamos bohemios hacia los dieciocho años. A la vez
que estudiábamos afanosamente para convertirnos en oficinistas perpetuos,
dedicábamos los sábados a hablar de novias y de putas; de cine, de toros (subía
el astro de Manolo Martínez), de poetas y filósofos (pero jamás de tele ni de
futbol, que nos parecían despreciables, salvo en campeonatos mundiales). La
vida se nos presentaba divertida y emocionante. Claro, el efecto de la juventud
y de las cubas.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Éramos bastantes. A veces juntábamos hasta cuatro mesas. Una
vez llegamos a ser quince compadres y nos quedamos hasta que cerraron el
restorán. El español nos regaló dos botellas, que nos bebimos en plena calle:
así, simplemente estacionamos dos coches en cualquier calle, con el radio a
todo volumen (eran los años del twist), y que se chingaran los vecinos y la
policía. Seguimos nuestra fiesta callejera hasta las tres de la madrugada, sin
contratiempo alguno. Luego nos fuimos a insultar putas. Como no podíamos
pagarlas, nada más nos acercábamos a ellas y las hacíamos rabiar. Éramos chamacos
terribles, como de la <i style="mso-bidi-font-style: normal;">nouvelle vague</i>
del cine francés.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Desde luego, aquel grupo de valientes amigos se dispersó
pronto. Sólo nos seguimos tratando los desordenados y los borrachos. Pasaban
los años y de repente alguno llamaba por teléfono: que cómo estás, que cómo
andas, que qué onda, ¿cuándo nos vemos? Ya eran borracheras más tristes y menos
humildes, en bares de hoteles, con variedad (¡el órgano melódico de Juan
Torres!); y luego en los cabaretuchos. Todo ello, claro, mucho antes del <i style="mso-bidi-font-style: normal;">table dance</i>. Pero no olvidábamos, cada
dos o tres meses, pasar algún sábado por El Peque, incluso cuando el buen
español murió y su hijo criollo convirtió esa maravilla en un pinche “bistro”
pretencioso y caro, de tragos exiguos y suflés indigestos, rebautizado <i style="mso-bidi-font-style: normal;">Le Rendez-vous</i>.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Alex era el más borracho y el más desordenado de todos.
Duraba poco con las mujeres, y a todas las añoraba hasta las lágrimas. Se hacía
de asombrosas amistades, también fugaces, con las que a ratos salía retratado
en los periódicos: Manolo Martínez, Enrique Guzmán, Manolo Muñoz, Johnny
Laboriel, Alejandro Jodorowsky, Mike Laure, José Agustín. Luego nos contaba de
las orgías y encerronas de los famosos. “¿Ves esta esclava? Se la gané en el
póker al mismísimo Loco Valdés”. Hasta salió de extra, en traje de baño,
luciendo musculatura, en una película de pescadores asesinos de Hugo Stiglitz,
y lo vimos en la enorme pantalla cinematográfica someter a puñetazos a una
candente y feroz Isela Vega.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Le pasaban todo tipo de calamidades, de las que solía salir
bastante bien librado, y las revivía una a una, con sufrimientos acrecentados,
frente a una botella. Pero la vida era amable con él. Prosperaba y se
conservaba más o menos ligador, a pesar de los grandes pleitos (hubo varios de
navajazos y algún tiro), en que recaía cada dos o tres meses. Hasta que cerca
de los cincuenta años (1995) decidió cambiar de vida. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>La causa fue una mujer, la tercera con la que se casó. Era
jovencita, guapísima y de buena familia. Desde luego también muy fresa y
exigente. Le puso condiciones, bajo amenaza de botarlo de inmediato, que Alex
le vio todas las intenciones de cumplir.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Se apareció una tarde de sábado en El Peque (bueno, ya era <i style="mso-bidi-font-style: normal;">Le Rendez-vous. Bistro</i>), que a pesar de
los treinta años transcurridos seguíamos frecuentando los tres o cuatro
sobrevivientes de la bohemia juvenil. Pero ya no nos ocupábamos de hablar tanto
de toros, novias, películas y poemas, sino de burlarnos de los desertores, que
andaban de cursis y bien portados con sus esposas, sus hijitos y sus oficinas, y
se habían vuelto bien reaccionarios, hasta a misa iban; y se permitían predicar
como curas contra las putas y los borrachos. Algunos de plano se habían hecho
rotarios y miembros del Movimiento Familiar Cristiano. Se les veía el
aburrimiento hasta en la punta de sus escasos pelos. Y el miedo de morir:
cuidando el colesterol, la panza. También el terror a dejar de ser queridos.
Hacían deporte y se cuidaban la figura para no desagradar a sus exigentes
esposas. Posaban como personajes de sermón para que los admiraran sus exigentes
escuincles. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>¡Ah, cómo cambian los tiempos, cómo nos traicionan! Nosotros
nos habíamos prometido la vida divertida y emocionante de los bohemios, ¡y en
qué habíamos parado! Con gran nostalgia hablábamos de la generación de nuestros
padres, cuando no había tanto feminismo ni mocherías de la salud y la vida
correcta; y el hombre echaba panza con entera soberanía, ponía casas chicas con
fundador ímpetu de patriarca, se emborrachaba y divertía como bestia jocunda
hasta avanzada edad, y las esposas no se les rebelaban ni los acusaban con
aullidos histéricos de machismo. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>¡Qué hombres aquellos!<span style="mso-spacerun: yes;">
</span>Cuando el macho lo era naturalmente, y no un pedantesco perrito faldero:
¿qué otra gracia quieren que les haga, universitarias damas de la sociología,
para no parecer “machista”: les enseño la panza o les presto la patita? ¡Tengan
su buena cuarta de patita! Simplemente así era la vida de los hombres,
desordenada; y las mujeres y los hijos debían acatar, y hasta nos parecía que
lo acataban con bastante naturalidad, el pesado rol del varón en este mundo.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Tendría yo que aceptar, desde luego, que algo de esta
decadencia contemporánea del hombre maduro también nos había corroído a los
fieles, a los malvivientes. Algunos mentíamos. Nos las dábamos de más libres y
reventados con los amigos de lo que realmente éramos, y les permitíamos a las
esposas o amantes ciertos regaños y berrinches mucho más ásperos de los que en
nuestra rebelde juventud les habíamos tolerado a las mamás. Y eso que entonces
una madre enseñaba a sus hijos varones a que fueran lo más machos, no lo menos
posible, je.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Pero teníamos al menos la vergüenza de ocultarlo. Llegábamos
a El Peque, o a las cantinas y antros, como si en nada hubiéramos cambiado.
Como si siguiéramos siendo tan bohemios, lacras, irresponsables y jóvenes como
siempre. La vida emocionante y divertida ante todo, sin miedo a la muerte, a la
ruina, al abandono, al desamor, a la soledad, al fracaso. Vivir cada día como
si fuera el único. No dejarse afeminar, domesticar, castrar, amustiar por los
miedos de la edad madura, por la trampa de la vida decente y la jaula de oro
del impecable padre de familia. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Nos gastamos hasta la camisa para asistir a aquella
encerrona de Manolo Martínez con seis toros —él solito, toro tas toro—, en
Monterrey (1973), y para celebrarla seis días seguidos, sin que luego
pudieramos recordar claramente en casas de quiénes estuvimos ni con qué
taurófilas, meseras o coristas dormimos todo ese tiempo, hasta llegar
cadavéricos pero triunfantes al hospital, a que nos pusieran algo de suero. El
propio Manolo Martínez nos pagó esa cuenta de hospital.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Habría que confesar también otra hipocresía. Los
sobrevivientes de nuestra bohemia éramos más o menos prósperos, lo que en sí
denunciaba cierta buena conducta. Fuera de las mesas con las cubas (que se
habían transformado desde hacía años en whiskies), todos nos preocupábamos como
cualquier mustio licenciadito meado por los negocios y el trabajo en la
oficina. Hasta éramos más o menos ejecutivos. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Cuando ocurría que nos topábamos con los compañeros de
juventud que habían resultado perdedores, los que sí se daban al trago y a la
aventura sin consideración, habíamos quedado más que desilusionados: aterrados.
Aunque nos burláramos del pinche éxito, de vender la vida por las treinta
monedas del éxito, nos repugnaba casi con una sensación física, como ante la
vista o el olor de una inmundicia, la derrota del pobretón que ni siquiera
tenía para pagar su cuba y que había terminado por dedicar todo su ingenio a
cómo transarle los tragos a otro, y a cómo lamentarse de sus infortunios para
conseguir un pequeño préstamo. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Sabíamos que nuestra bohemia (“bohemia senil”, dice
brutalmente mi mujer) era puro teatro. La vivíamos un poco como teatro. Todos
habíamos reflexionado más de una vez en que la traída y llevada “vida divertida
y emocionante” no estaba en realidad en ninguna parte. Que nos la inventábamos,
ya retóricamente, ya con alguna fatiga, frente a los whiskies, o en los toros,
en los espectáculos de treinta bailarinas en plumas y bikini, en torno a Malú
Reyes, Zulma Faiad o Thelma Tixou. Pero no pretendíamos, por mucho que
quisiéramos nuestros hogares y a nuestras mujeres e hijos, y por mucho que nos
interesara el trabajo en la oficina, que existiera “vida verdadera” en otra
parte. Tampoco estaba en misa (aunque, claro, había que cumplir de vez en
cuando, por eso de los hijos); ni en nuestros departamentos, coches, aparatos. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Algo presumíamos de que ninguna vida estaba realmente en
ninguna parte. Que era tan irreal, pero inevitable, el éxito en los negocios,
la vida marital, el cuidado de los hijos, como las hazañas del toreo, los
enamoramientos de media noche frente a una vedette o con una prostituta al
lado, los mutuos lucimientos verbales de las secretariazas y edecanazas que
cada quien se llevaba a la cama, si hubiera que creerle, cada tercer día. Todo
resultaba, a final de cuentas, tan ilusorio como un bolero. ¡Ah, pero los
boleros!<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Alex era diferente, o al menos eso creíamos. Parecía, él sí,
ser un sobreviviente auténtico, un bohemio natural. Tal vez porque siempre se
veía un poco inerme y tristón, y hablaba mucho más de sus calamidades y
fracasos que de sus éxitos atronadores con una vedette de un antro de
Insurgentes o con la secretaria de la oficina del séptimo piso. También porque
siempre había sido bastante (quizás demasiado) atractivo, y le habíamos visto
dejar caer, así, como quien deja caer un cigarro de la mano, cada mujerona de
aquéllas, de las reales, no de las disfrazadas en una noche de juerga, sino
bellezotas naturales, inteligentes, con dinero, hasta alguna actriz de la tele,
por las que todos hubiéramos derrapado sin esperanza; ellas le rogaban, le
lloraban, le insistían, y él las dejaba ir con indolencia, para luego llorarlas
infinitamente con palabras y gestos que nos llegaban hasta el alma.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;">2<span style="mso-tab-count: 1;"> </span><o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;">Les decía, queridos amigos,
que todos debíamos ya saber a esta edad, y probablemente lo sospechamos desde
muy jóvenes, que esto del trago, la bohemia, los toros, los antros, los amigos
del alma copa en mano, era pura ilusión. Puro bolero. Años de José Alfredo
Jiménez cuento yo. Sabíamos que la vida emocionante y divertida no estaba en
ninguna parte, pero nos esforzábamos por vivir nuestros fines de semana como si
en ellos sí estuviera. Así brillaban en nuestras manos los tragos. Así sonreían
las chamacas en nuestros brazos. Con tal entusiasmo salíamos de los toros rumbo
a los antros. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Y con cierta maña de expertos pretendíamos controlar la
borrachera, los ligues, la gastritis, la cartera, hasta la información misma
que soltábamos cuando, sobreactuando la ebriedad, fingíamos hablar con el alma
en la mano, toda el alma, como dizque sólo los niños y los borrachos hablan.
Pero no nos lo confesábamos. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Cada cual se sentía a su modo un comediante de su bohemia, y
sospechaba (estaba seguro, más bien) de la comedia del amigo. De hecho ya nos
aburríamos unos a otros hasta la muerte. Ya no nos creíamos ni el bendito.
Hacíamos como si nos creyéramos, nos asombráramos, nos entusiasmáramos, o nos
indignáramos en nuestras pláticas. “Viejo bribón, nomás te estás haciendo el
interesante, ¿a quién crees que engañas?”, pensábamos. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Pero a Alex sí le creíamos. Y en cierto sentido, todo el
honor y la gloria del equipo, je, estaban en su camiseta, porque a él sí le
ocurrían los amores trágicos, los desastres absurdos que parecían como buscados
y hasta fabricados por su sed de emociones y romanticismo. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Él sí abandonó a las guapas y ricas por alguna suripanta
cascada que lo saqueó y hasta lo metió en líos con la policía. ¿Por qué? “No
sé, por pendejo”, decía; pero nosotros pensábamos: No, por apasionado. La
pasión no conoce de belleza ni de razonamientos, es ciega y tortuosa, es
imperativa; acontece como un tropezón del destino, para quien no sufre la
mediocridad de pasarse la vida huyendo de los tropezones del destino. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Él si puso en riesgo, y perdió, importantes posiciones en el
trabajo con argumentos ridículos, por cierta incapacidad de simular. Él sí se
negó a titularse, porque el titulito de abogado era una farsa insoportable, y
¿con qué cara un hombre de honor iba andar con el pegote de licenciado? <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Él sí rompió muy joven con la familia, y con buena parte del
apoyo y de la herencia de una familia muy rica e influyente, porque su papá se
creía muy salsa y quería andarlo mangoneando y humillando todo el tiempo, ¿y
cómo lo iba a aguantar? <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Él sí se había creído genio más de una vez, y no sólo con
cubas frente a los cuates, sino en la realidad, y se había endrogado para
ganarles a los pinches capitalistas en <st1:personname productid="la Bolsa" w:st="on">la Bolsa</st1:personname> de Valores, y claro, perdió todo (1987); o
aquella vez que se creyó un genio de la computación, y contrató a precio de oro
la representación de una empresa internacional de <i style="mso-bidi-font-style: normal;">software</i> que iba a dominar el mercado, y de la que nunca hemos
vuelto a oír (1989).<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Un personaje de película, si quieren que lo resuma de una buena
vez. Pero todo un personaje. Era guapo desde chiquillo. Hasta se llegó a decir
que era maricón, porque no tenía novia en la escuela (luego supimos que gastó
toda su juventud —sabio siempre el Alex— con puras mujeres mayores, de
preferencia casadas); o que era padrotón, cuando lo descubrimos de galán de
señoronas interesantes, y narcisista. Pero era también una belleza viril, algo
ruda y áspera, de pocas palabras, que fue mejorando con la edad, conforme se le
arrugó un poco la cara y se puso entrecano. En el momento en que “juramentó”
parecía un galán otoñal de película francesa.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>No se resignaba el Alex, pensábamos. Le exigía al amor y a
la vida toda la pasión y la aventura de las que hablábamos en nuestra bohemia
juvenil. Se enfrentaba al destino sin reflexionar, sin trampas, sin cálculo; no
se doblaba, como dicen que hacen los bambús, ante la dirección del viento; y no
se apartaba, prudente, de los conflictos y calamidades. Le teníamos admiración,
nosotros, los aburguesados que pretendíamos no serlo en la animación ya
retórica de nuestras cada vez menos frecuentes reuniones de disipación y trago.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Entonces nos cayó el cubetazo de agua fría. Llega una tarde
de sábado a El Peque y nos dice, así como si nada: “Voy a dejar el trago y la
mala vida. Para siempre. Soy un juramentado”. ¡Un juramentado! <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Nos causó tanto escándalo como si un famoso descreído, de
esos ateos de hueso colorado, nos llega con el cuento de que <st1:personname productid="la Virgen" w:st="on">la Virgen</st1:personname> se le apareció y
ahora se va a dedicar a beato. Los curas dicen que eso les pasa a todos los
descreídos. Mi terrible mujer vocifera que los bohemios somos puro pan comido,
que nos emborrachamos y nos las damos de aventureros por pura vergüenza de ser
tan mensos. Les aconseja a las chicas que se casen con un parrandero, que se
deja mangonear mejor. Que los hombres ordenados, en cambio, sí son el calvario
de una mujer. Yo la dejo hablar cuanto quiera. Las mujeres todo lo gastan de
más, empezando por la saliva.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>La causa era esa chica de la que les cuento. Jovencita al
grado de poder ser su hija. Dizque bellísima. Lista. Y con esa arrogancia, esa
infernal soberbia de las niñas ricas y listas y preciosísimas que han sido
criadas como reinas del universo, y en todo saben mandar y siempre se salen con
la suya. Esas rigurosas damas sin piedad, inalcanzables.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>¡Pero si alguien siempre había tenido mujeres hermosas, de
todos los colores, edades y sabores, había sido él! Grandes diosas habían
llorado por su abandono, como diría el poeta. ¡Y ahora esa chiquilla, por más
fresca y altanera y bellísima que fuese, le decía de plano: sí, pero sin trago;
sí, pero sin otras mujeres; sí, pero sin faltar ni llegar tarde a casa; sí, con
gimnasio, y <i style="mso-bidi-font-style: normal;">jogging</i>, y comida sana;
sí, pero sin amigotes, ni acto alguno de tu vida en el que yo no participe como
tu centro y tu razón de vivir; sí, pero trabajando duro, porque las necesidades
del hogar y de los hijos; sí, pero...! <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Nos indignamos. Tratamos de disuadirlo. Eso constituía no
sólo una capitulación completa (y ya les dije que Alex llevaba en su camiseta
la honra y la gloria del equipo entero), sino un indigno contrato de
esclavitud.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Se pasó con un pinche cafecito las dos o tres horas que
estuvo con nosotros. Nos dejaba protestar, recriminarlo, incluso insultarlo,
con una sonrisa entre indolente e irónica, como si no escuchara nada; o como si
todo lo que escuchaba fuera caer el agua, las mismas aguas que había oído caer
toda su vida y ya lo tenían aburrido.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Padecía la obsesión de la muchacha. Esa obsesión se le había
vuelto delirio: sin ella su vida ya nunca tendría sentido; perderla sería su
fin completo, el fin del mundo. Todo el lóbrego peso de la edad madura cayó
sobre nuestras cabezas, que ya evidenciaban los primeros estragos de la
calvicie, cuando lo vimos alejarse por la puerta de El Peque, digo “<i style="mso-bidi-font-style: normal;">Le Rendez-vous. Bistro</i>”.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Asistimos a su boda. Estuvimos de acuerdo en que la
mujercita no era tan gran cosa: una chiquilla con demasiados huesos y todavía
bastante parecida a nuestras propias hijas. La familia de la novia ni siquiera
era distinguida, realmente distinguida, de esas que han vivido en la afluencia
y el poder por varias generaciones y han adquirido cierta naturalidad
aristocrática; para nada, nuevos ricos de lo más vulgares. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Cuando nos presentó como sus “amigos de toda la vida”
sentimos que más que recomendarnos, se estaba despidiendo de nosotros con un
gesto elegante. “¡Adiós muchachos, compañeros de la vida!” Sólo Alex se veía
espléndido, más atractivo que nunca, con esa distinción otoñal que la
generación de nuestros padres vio, por ejemplo, en los mejores momentos de un
Arturo de Córdova.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>No volvimos a verlo en muchos meses. En realidad, nos vimos
poco nosotros mismos. La capitulación de Alex parecía la capitulación de todos.
Sólo mi mujer se rió. Mi mujer es malévola. Tiene sus ideas. Dice que me prefiere
borrachín, disipadón y taurófilo a tenerme de bulto en casa todo el tiempo,
estorbándole su quehacer (¿cuál, digo yo, si le pago criada?) y fastidiándola
con mis teorías.<span style="mso-spacerun: yes;"> </span><o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Concedo que mi insigne cónyuge conserva algo de la sabiduría
de las matronas de otros tiempos: no me toma mucho en serio, maneja la casa
como quiere, y me ve a ratos como a un incorregible adolescente al que, no hay
remedio, se sobrelleva con el mejor humor posible. Ella tiene mucho humor. Se
ríe de mí todo el tiempo. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Debo confesar que, gracias a su risa, más que a mi talento,
he podido andar mi doble camino de mediocre, pero no desastroso, padre de
familia; y de nostálgico, pero no perdedor, bohemio a destiempo. Ella debería
confesar que gracias a los toros, al trago y a ciertas escapadas <i style="mso-bidi-font-style: normal;">non-sanctas</i> a ciertos antros, sobrellevo
pacientemente sus achaques. Y sus guisos, porque —dicho aquí en confianza— cada
vez cocina peor. Siempre que me siento a la mesa exijo no sólo la sal y la
pimienta, sino el bicarbonato.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;">3<span style="mso-tab-count: 1;"> </span><o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;">Luego supimos lo
previsible. Una vez conocidas las fiebres o las mieles del lecho (como diría
Balzac, cuya <i style="mso-bidi-font-style: normal;">Fisiología del matrimonio,</i>
ilustrada con espléndidas láminas pornográficas de la época, ha sido uno de los
libros más importantes de mi vida, aunque más por su indecencia y su cinismo
deliciosos que por mis poco rigurosas aficiones literarias); una vez conocidas
las fiebres o mieles del lecho, digo, la muchacha se transformó. Se volvió
ávida, disipada, temeraria. Eso dice Balzac, que no hay que darle mucha azúcar
a la mujer en la luna de miel, porque se envicia, y ya siempre verá a los
hombres con turbios ojos de opiómana.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Acaso no hubo mala fe: ella creía, antes de casarse, que
quería corregir a Alex, pero dentro de ella, incluso sin sospecharlo, estaba
enamorada del muchacho que Alex había sido y ya no era. No soportaba al viejo
bohemio, al madurón libertino, porque los chamacos ven ridículos o vulgares los
vicios que, según ellos, ignorantes y prejuiciosos, sólo en la juventud
esplenden. Le fascinaba el viejo fuego vivo que adivinaba en el rescoldo
transformado y juramentado de su galán otoñal.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Tuvo aventuras con muchachos despreocupados que se parecían
a aquel joven Alex que reinaba entre mujeres casadas; conoció con ellos el
alcohol y las drogas, hasta llegué a verla en los toros. Y Alex, cada vez más
un Arturo de Córdova, pasaba madrugadas atroces, corroído por el despecho y por
los celos, esperando en vano a la esposa joven que en esas mismas horas andaba
corriendo a toda velocidad en motos y coches de los James Dean del barrio. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Alguna enfermiza necesidad de purgatorio lo llevaba a expiar
así, vergonzosamente, su juventud disipada; comerciar con Dios, <st1:personname productid="la Virgen" w:st="on">la Virgen</st1:personname> y los ángeles las
penalidades actuales para limpiar su nutrida página de pecados pasados. ¿O
acaso ya era insensible al amor natural (como si existiese tal cosa: “el amor
natural”), al romanticismo y al erotismo simples, y necesitara pincharse el
ijar para volver a encabritarse y relinchar como en los viejos tiempos? ¿El
cansado erotómano requería del afrodisiaco de emergencia de una corona de
espinas, de algunos lanzazos en el costado y el corazón?<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Sé que la edad madura tiene vicios que los chamacos
desconocen. Que su erotismo y su romanticismo son más acezantes. Que es
infinitamente más difícil desprenderse de una pasión para un tendero barrigón y
canoso, aparentemente ya más allá de todo, que para un desesperado e inexperto
galancillo de veinte años. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Imagino a Alex espiando olores en las medias y la lencería
de su mujer, al regreso de sus aventuras; lo imagino planeando asesinarla, o
suicidarse; creo que al final de esas diabólicas madrugadas sin ella, sudoroso
y con la garganta seca, después de ríspidos y llorosos coloquios con las
potencias celestiales, la terminaba adorando más, como Agustín Lara; y que en
su posición de víctima crecían su propia necesidad de ella y sus placeres con
ella. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Seguía siendo un poco ebrio, ebrio sin alcohol, lo que los Alcóholicos
Anónimos pero no los juramentados conocen como la “ebriedad seca”. Se lleva ya
el vino en la sangre, y sin copa alguna uno siente y se comporta como si
hubiera vaciado dos botellas de coñac. Un ebrio de Dios. Hay torcidos placeres
en la edad madura que los chamacos desconocen.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Pero la mujercilla, que nunca fue gran cosa, perdió para
todos (menos para Alex) su altanería de virgen exigente y codiciable. Se
acorrientó. Sus ojos ya no miraban con desprecio de todo, sino con codicia de
demasiadas cosas. Ya no la virgen inmutable sino la casada ansiosa de
emociones. Se pintaba y se vestía con demasiada urgencia de agradar. Celebraba
con aspavientos cualquier tontería. Su Arturo de Córdova (a quien el
sufrimiento ennoblecía, ahora con destellos místicos) la observaba con gestos
secos de quien ha aprendido a soportar (se diría que a disfrutar) los grandes
tormentos sin emitir una queja.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Hay secretos de cama que nadie conoce. Por alguna razón
siguen viviendo juntos, digo yo. Podría ya haber ocurrido una tragedia.
Pudieron haberse separado. ¿Por qué no regresar al vicio?, le hubiera dicho yo
a Alex. ¡Más vale vicioso contento que mustio amargado, y cornudo! Pero no
solicitó mis consejos. Y a la esposita pudo haberle convenido, para mayor
libertad de sus aventuras, poner casa de mujer soltera. Algo elaborado y
tortuoso ha de funcionar entre ellos cuando insisten, con los roles volteados,
en esa mescolanza de matrimonio y aventura, de la virtud y el vicio.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Mi extrema curiosidad no llega al grado de hacerme presente
en su casa, para espiarlos. Los espío de otro modo. Una mañana de cruda atroz,
domingo, me presenté en el templo de San José de los Naturales, en el centro.
Estaba llena de ex-borrachos y de borrachos vergonzantes o arrepentidos que
buscaban en <st1:personname productid="la Virgen" w:st="on">la Virgen</st1:personname>
la solución de sus vidas. Lloraban como poseídos. Prometían mil sacrificios,
como condenados a muerte. Sentí su ansiedad, a su modo bohemia, de llevar una
vida moralmente “emocionante”, de darse a sí mismos la dignidad de cierto
heroísmo, de luchadores de una utopía. Las borracheras secas, las borracheras
de Dios.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Escuché cómo el cura exaltaba las aventuras del infierno y
del paraíso, los combates contra la tentación, los poderosos enemigos del
hombre que conducen a través de mil mañas a la débil oveja hacia la perdición
de las cubas. Salían transfigurados, con apetito de virtud, como si fueran a
jugar póker o a ponerse una borrachera hasta el amanecer con las vedettes de
senos más grandes de toda la capital. Los vi firmar sus compromisos de no tomar
un trago más, reformar sus vidas por completo, vivir la emocionante aventura de
sentirse un poco ángeles. Y recibir sus estampitas enmicadas, con su compromiso
en el reverso, para colgárselas a manera de escapularios.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>No sé qué pasión mayor o más absurda descubrió Alex en esta
vía del sacrificio y la negación. Quizás los nervios de un <i style="mso-bidi-font-style: normal;">blasé </i>ya no se conmuevan sino con placeres metafísicos, con los
enredos morbosos de sentir ángeles o demonios inmiscuidos en cada instante de
nuestras mediocres vidas meramente humanas. Algunos placeres secretos han de
desgarrar pasionalmente las fibras del sufridor. En su escena más famosa,
Arturo de Córdova reza en un reclinatorio entre los pasos resonantes de unas
hermosas piernas de mujer. San Alex y su diablesa.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>¿O se trata simplemente de la capitulación de la edad? ¿De
la conocida vulgaridad de que en la edad madura resulta más difícil, incluso
insoportable, aceptar que la vida no tiene ningún sentido, y uno se lo busca en
los laberintos menos razonables, y por ello los que menos lo pueden
desencantar? ¿Esos sufrimientos hacen sentir algo al cincuentón de nervios
estragados, incluso algo... erótico? <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Mis amigos dicen, en las raras ocasiones en que nos vemos
últimamente, que en realidad Alex era un fraude. Que siempre lo fue. Que
tomamos, ingenuos, como vocación de vida intensa y aventurera una mera
debilidad de carácter. Que Alex era una veleta movida a cada rato por un
carácter más fuerte. Ahora dio el chochazo y se encontró la horma de su zapato.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Mi mujer se ríe y opina malévolamente que, a pesar de los
cuernos, Alex debe estar recibiendo de su mujer algo más de lo que
acostumbraba. Tal vez su vida anterior de borrachín no le daba tanto: pura
alharaca y a la hora de la hora, nada. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>“¡Verdaderamente esa mujer debe tener su gracia!”, dice mi
esposa con un tono más libertino que el de todas las suripantas que he conocido
en mi vida. Y Dios sabe que suman legión.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>No le hice pues caso y, como estábamos en los toros, me
concentré en la faena. Toreaba Ponce. Ella va a los toros, como de repente me
acompaña a algún cabaret, para constatar que esos terribles placeres masculinos
son puras bobadas de hombres que se niegan a crecer: que se envician con un
triciclo, con unos trenecitos. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Resentí la facilidad con que una matrona (porque es
voluminosa mi señora: no se podrá decir que la he matado de hambre), que se
sentía en el paraíso entre sus pudines y sus plantitas, despreciaba nuestras
irrefrenables nostalgias de garañones juveniles; y con una lascivia
sobreactuada me le quedé mirando descaradamente a una amazona suculentísima que
vociferaba a unos metros, en el tendido de sol. Mi mujer se rió más:<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>—¡Anda, pero háblale, no te le quedes nomás mirando! ¡Eso
quisiera ver! ¡Que de veras esa chamaca pelara a un borrachín cascado como tú!
¡A lo mejor te hace recordar lo mucho que has olvidado! ¡Desde hace años!
¿Quieres que te ayude, que la llame? ¡Señoritaaa!<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>—Bah, no seas celosa, mujer.<span style="mso-spacerun: yes;">
</span><o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES"><o:p> </o:p></span></p>José Joaquín Blancohttp://www.blogger.com/profile/08263922763815348076noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7527486713623183716.post-87113850012658548382023-04-28T14:11:00.002-07:002023-04-28T14:11:39.015-07:00<p> </p><p class="MsoHeader" style="line-height: 150%; mso-layout-grid-align: auto; mso-vertical-align-alt: auto; punctuation-wrap: hanging; tab-stops: 35.4pt; text-autospace: ideograph-numeric ideograph-other;"><span lang="ES" style="font-family: "Arial",sans-serif; font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-ansi-language: ES;">LA PRIMA TRINI<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoHeader" style="line-height: 150%; mso-layout-grid-align: auto; mso-vertical-align-alt: auto; punctuation-wrap: hanging; tab-stops: 35.4pt; text-autospace: ideograph-numeric ideograph-other;"><span lang="ES" style="font-family: "Arial",sans-serif; font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-ansi-language: ES;"><o:p> </o:p></span></p>
<p class="MsoHeader" style="line-height: 150%; mso-layout-grid-align: auto; mso-vertical-align-alt: auto; punctuation-wrap: hanging; tab-stops: 35.4pt; text-autospace: ideograph-numeric ideograph-other;"><span lang="ES" style="font-family: "Arial",sans-serif; font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-ansi-language: ES;"><o:p> </o:p></span></p>
<p class="MsoHeader" style="line-height: 150%; mso-layout-grid-align: auto; mso-vertical-align-alt: auto; punctuation-wrap: hanging; tab-stops: 35.4pt; text-autospace: ideograph-numeric ideograph-other;"><span lang="ES" style="font-family: "Arial",sans-serif; font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-ansi-language: ES;">Por José Joaquín
Blanco<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoHeader" style="line-height: 150%; tab-stops: 35.4pt;"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: "Arial",sans-serif; font-size: 14.0pt; line-height: 150%;"><span style="mso-tab-count: 6;"> </span><i>Para
Alejandro Meneses<o:p></o:p></i></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial;"><o:p> </o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial;">1<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial;">Me había olvidado por completo de mi pueblo.<span style="mso-spacerun: yes;"> </span>Estoy tan integrado a <st1:personname productid="la Ciudad" w:st="on">la Ciudad</st1:personname> de México que siento
como si hubiera nacido aquí. Pero nací en las afueras deshilachadas de un
pueblo seco y casi anónimo donde no pasaba nada: calles vacías, tiendas vacías,
y estudié en su única aula para los veinte chamacos mugrientos que cursábamos los
diversos grados de primaria. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Quedé huérfano antes de
aprender a hablar, pero con mucha familia: sobre todo mujeres. Los hombres
desaparecían rumbo a la capital o a los Estados Unidos. Quedaban muchas tías y
primas, entre las que me fui criando, ahora en una casa, ahora en otra,
haciéndola de mandadero o de cargador en el mercado, o prestándoles infinidad
de menudos servicios a cambio de su amparo. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>No es tan tormentoso ser
huérfano como aparece en las telenovelas. El chico madura antes, se ve obligado
a pensar y actuar por sí mismo, y goza de pequeñas libertades o ambiciones que
no suelen conocer los hijos de familia: como la de largarse un buen día a
trabajar y estudiar la secundaria a <st1:personname productid="la Ciudad" w:st="on">la Ciudad</st1:personname> de México, con apenas el modesto apoyo
inicial de una colecta entre las primas y las tías. No existían muchas raíces
profundas que cortar.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Tuve suerte en la ciudad y
me olvidé del pueblo. Al principio les escribía a menudo, y las visitaba una
vez por año; luego sólo les enviaba tarjetas de navidad. Luego nada. Ellas
también me fueron olvidando un poco: cada año les nacían más hijos, primos y
sobrinos que atender.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Pero hace unas semanas me
llamó la prima Trini. Larga distancia por cobrar, desde la farmacia del
pueblo.<span style="mso-spacerun: yes;"> </span>Que el gobierno andaba
construyendo una gran carretera que iba a pasar por encima de buena parte del
panteón municipal. Estaban cambiando el panteón a otra parte, y cada quien
debía ir a exhumar los restos de sus parientes más cercanos y mudarlos al
nuevo, muy moderno, con jardines, fuentes y altos muros para minicriptas. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>La prima Trini no podía
encargarse de la populosa familia que teníamos en el panteón, sólo de algunos
de los parientes más cercanos. Me pedía que fuera yo a recoger los restos de
mis padres, y que en lo posible cooperara para el traslado de tantos tíos
abuelos y bisabuelos de los que nadie se acordaba ya, más que de nombre, pero
que se amontonaban en una docena de “perpetuidades” vecinas. No le parecía
justo que fueran a dar a una fosa común, ellos, los más antiguos, los olvidados,
que habían sido precisamente los compradores de las perpetuidades que disfrutó
toda la enorme familia por cuatro o cinco generaciones. Casi un siglo. Pero
todo se acaba, por lo visto, hasta lo “perpetuo”.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Hace cuarenta años escapé
del pueblo en tren, con mi ropa en una caja de cartón. Era un trayecto directo
a <st1:personname productid="la Ciudad" w:st="on">la Ciudad</st1:personname> de
México, aunque duraba horas y a cada rato parecía que iban a destartalarse los
vagones oxidados. Mis ojos estaban llenos de esperanza, y miré por la
ventanilla cómo, después de dos o tres horas, desaparecían los llanos monótonos
de zacate, la terca aridez de las serranías, y aparecían las verdes granjas,
los ranchos cercados, los poblados modernos, las fábricas, las ciudades. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Recuerdo las escenas de
campo de ese viaje más que otra cosa en la vida. Ahora sencillamente tomé el
avión a Zacatecas, y luego, en una conexión anacrónica, un autobús guajolotero,
tan ruinoso y traqueteante como aquel tren, que iba subiendo y bajando
campesinos de todo tipo en pueblos y rancherías. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Alcancé finalmente a ver
los trabajos, los socavones, las montañas de arena, las grandes máquinas
amarillas, de la nueva carretera que se iba acercando irremisiblemente al
panteón de mis mayores. Llevaba en una maleta infinidad de chucherías para
mujeres. No sabía a cuántas tías y primas habría de visitar.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>El pueblo mostraba
dispersas y borrosas señales de progreso. Al apearme del autobús vi un
enmarañado, improvisado cableado eléctrico. Descubrí antenas de televisión en
tienditas y pollerías, hasta en alguna casa. Las principales calles estaban
enchapopotadas y sentí como que los pies se hundían y se pegaban un poco en esa
especie de colchoneta negruzca y brillante, por la que circulaban puras
carcachas. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Había varios esqueletos de
automóvil estacionados por ahí, de los que a la buena de Dios se irían tomando
partes para quién sabía qué usos. ¿Un espejo retrovisor se encontraría ahora
instalado en un coqueto tocador de quinceañera? ¿Las llantas convertidas en
columpios, los tapones en charolas? ¿Algunas partes de la carrocería se habrían
vuelto remiendos en las chozas techadas con lámina?<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Visité ante todo la
iglesita espantosa (moderna, con “arreglos globales” —grupos de globos de
colores, pues—, en lugar de florales, sobre el altar; y dibujos de El Buen
Pastor, con su cayado y sus ovejas, y de El Ciervo Herido, o sea Bambi,
completamente inspirados en Walt Disney.) El evangelio y los salmos en su
insolente simplicidad de <i>cartoons</i>.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>La placita tenía su media
docena de árboles enfermos y sus columpios chirriantes, como siempre. Deglutí
como pude alguno de los dulces de leche quemada, manjar de mi infancia, que
vendían una especie de mendigos en la acera del Palacio Municipal. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Y entré a ver al munícipe,
un compadre desconocido pero también, como lo descubrimos después de una media
hora de genealogías, un poco pariente. Amable, huevón, cinicazo. Calcetines
transparentes; chorros de loción vetiver. Le tuve envidia. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Se encontraba
completamente feliz en su pueblo inútil; su exiguo salario municipal, más
algunas igualmente módicas exacciones a trasmano, le permitían tener su casita
en forma en el centro, y sus dos o tres casas chicas por ahí. Le gustaban el
dominó, la televisión (que ocupaba el lugar de honor en su oficina) y las
borracheras del domingo, después del partido. Se jugaba futbol en el llano de
la escuela, que ya tenía dos aulas y dos maestros para los seis grados de
primaria. “Más vale ser cabeza de ratón que cola de león”, como decía mi tía
Maruca. Mi primo era toda una personalidad en el pueblo.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>—¡Apenas llegas a tiempo,
primo! ¡Los ingenieros tienen prisa! ¿Qué crees que me aconsejaron? Que no le
avisara a nadie. ¿Para qué alborotar a la gente? Dejar que pasara la
supercarretera sobre los muertos, como una especie de lápida general... <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Pantalón entallado bajo la
barriga incipiente. Dos tallas de menos. Ni siquiera así se le notaban las
nalgas. Seguro ejercía de Adonis local. ¿Usaría tangas caladas? Los botas de
supuesta piel de víbora, brillantísimas. Por lo pronto, varias cadenillas de
oro con medallitas de santos y signos zodiacales. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>—Y ojalá les hubiera hecho
caso. No sabes el revuelo que se ha armado. ¡Hay tanta gente sin un peso en la
bolsa pero con veinte esqueletos en su “perpetuidad”...! <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Los retratos del
gobernador y del presidente, detrás de su escritorio. Una bandera nacional, en
su aparador vertical, en un rincón. Un vistoso díptico de fotos sobre el
estante: su boda, sus bebés.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>—Se están haciendo rebajas
hasta del 50 por ciento en los gastos de reinhumación para la gente, digo los
difuntitos, que tenían perpetuidades. Pero ni eso pueden pagar. O no quieren...
Además, son reabusivos. Hay tumbas en las que se encontraron ¡treinta!
esqueletos. No se acababa de pudrir un cadáver, cuando le estaban apiñando otro
en el mismo agujero. ¡Hasta treinta!<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Ademanes estudiadamente
francos, norteños. Al presidente municipal la daba gusto hablar con personas
ilustradas, de la capital; tanto mejor si resultaban parientes. Pronto nos
veríamos en el Distrito Federal, cuando llegara a diputado.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>—“Haga el hoyo más hondo”,
nomás le decían al sepulturero. Como quien dice: rásquele más que todos
caben... hasta el mero centro de la tierra.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial;"><o:p> </o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial;">2<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial;">Revisamos el registro de perpetuidades. Me alarmé. Mi diligente prima
Trini había ido a avisar que su “primo de México” vendría al rescate de los
difuntos familiares, ¡pero había palomeado como cincuenta! Chávez, Godínez,
García, Bernal. Y aun con el cincuenta por ciento de descuento a los
“perpetuos”, los costos de incineración, criptas, tumbas, exhumación y
reinhumación resultaban los mismos en ese perdido pueblo de las serranías que
en un cementerio de mediana categoría de la capital. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Me escandalizó lo que me
parecía avaricia de la prima Trini. En mi infancia su madre figuraba como la
parienta rica: poseía animales, puestos en el mercado, un camión de carga, una
casa grande, en forma, con dos pisos, patio, huerta y corral. Yo era el
huerfanito, el arrimadito. Pero, bueno, a final de cuentas la madre de Trini,
la tía Maruca, se había erigido en mi principal benefactora durante mi
orfandad; me había tenido viviendo con ella dos o tres años, me compraba ropa y
juguetes. ¿Había llegado el momento de pagar? ¡Pero tanto de golpe! ¿Y de veras
todo ese medio centenar de Bernales, Garcías, Godínez o Chávez eran parientes
cercanos? Porque parientes más o menos distantes pues todos en el pueblo lo
éramos.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Ordené de inmediato la
mudanza de mis padres, de los abuelos y de dos tías cuyos nombres reconocí
(¡incluso el de la tía Maruca!). Se trataba pues de una suma considerable. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>—Ya veremos con la prima
Trini a quiénes más salvamos —dije—. Me gustaría visitar la tumba de mis
padres, antes de que la abran.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Recordaba una tumba
sencilla. Simplemente una cruz de madera, una laminita cuadrada con sus nombres
y fechas, y un jardín mínimo a manera de lápida, que las primas y las tías
tenían siempre fresco.<span style="mso-spacerun: yes;"> </span>Eran devotas de
los muertos, y solían irles rezando a todos, tumba por tumba, como en
viacrucis. Desyerbaban las tumbas, sembraban plantas resistentes.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>—Lo único es... que no se
va a poder —dijo filosóficamente el munícipe—, porque ya preparamos esa zona
desde hace dos meses. Los ingenieros tienen prisa. La supercarretera viene por <st1:personname productid="La Consentida" w:st="on">La Consentida</st1:personname> (un almacén
de forraje a la entrada del pueblo), y nos amenazaron con que iban a echar
pavimento sobre el terreno, con muertos o sin muertos. Pero ya tenemos a los
difuntos bien clasificaditos.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>El primo munícipe era cada
vez más amable. Seguramente ya había calculado cuántos pesos podía exprimirme,
o al menos conseguir que le invitara unas buenas horas de borrachera, con el
pretexto de recordar seres y tiempos idos. ¡Y quién sabe! Podría necesitar
ayuda cuando se instalara en la capital, como diputado.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>—¡Quiero ver los restos!
—exigí con brusquedad. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>—¡Pues lo único es que...
eso tampoco se va a poder, primo!, porque están encerraditos... y quién sabe
dónde ande el cabrón de Cipriano.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Claro que me acordaba del
cabrón de Cipriano. Un renco hosco y bigotón, siempre colorado de tanto solazo,
de quien se decían cosas terribles: que enterraba a trasmano, sin conocimiento
del Ministerio Público, a algunos asesinaditos; que extraía los dientes de oro,
incluso de cadáveres recientes, y se los vendía a los joyeros de Zacatecas; con
ese dinero compraba a casadas en apuros económicos y hasta a niñitos, y les
hacía cochinadas en la<span style="mso-spacerun: yes;"> </span>propia capilla
del panteón; que poseído por la mariguana y el aguardiente hablaba con el
diablo, a gritos, por la noche, entre las tumbas. Nada más faltaba que recitase
“El ánima de Sayula”.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Todas las generaciones de
chiquillos, supongo, han tenido a dos o tres valientes que se escapan de casa
en la madrugada para espiar al cabrón de Cipriano. Con quien había que quedar
bien a cualquier costo, pues podía secretamente vengarse de tal o cual familia
en la oscuridad de la noche, en los restos de los parientes difuntos. Toda la
confianza del pueblo respecto a sus muertos estaba depositada en él.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Me imaginé al munícipe y
al enterrador, coludidos, en su gran negocio de restos de tumbas: angelitos de
yeso sin un ala; Inmaculadas de falso mármol, degolladas; pedazos de cruz, de
columnitas, de guirnaldas, de jarrones y jardineras. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Seguramente algunos
pueblos vecinos pronto lucirían en masa, remendados y remozados, los restos
decorativos de nuestro panteón viejo. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>El cabrón de Cipriano
siempre se ha sabido de memoria qué tumbas cuentan todavía con deudos, y cuáles
ya han sido abandonadas al polvo y al olvido. Probablemente desde muchos años
atrás saqueaba y vaciaba las tumbas olvidadas. Por fortuna, primas como Trini
velaban por la docena de nuestras perpetuidades. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>—Pues lo único es que...
hay que buscar al cabrón de Cipriano —le exigí, con sorna—; ahí, con cualquier
chamaco. Total, en este pueblo nadie nunca anda muy lejos... —Y para suavizar
la conversación—: Mientras nos echamos una cervecita.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Supe, al estar diciendo
estas palabras, que en un minuto Cipriano podría ensamblar seis esqueletos, con
cualquier tipo de huesos, y vendérmelos como los de mis papás, mis abuelos y
mis tías. Intenté presionar al munícipe mediante la codicia:<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>—¿Y no sabrás de una
casita, de un terrenito por aquí, que no sea muy caro? Ya estoy harto de la
capital. Uno anda siempre aterrado con tanto delincuente, y la contaminación.
Además en la capital nadie lo conoce a uno, se anda solo entre multitudes. Anda
uno como sin raíces, al capricho del viento. A veces se me antoja volver al
terruño, arraigarme en mis orígenes y vivir modestamente de mis ahorritos.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Con cierta envidia vi los
gestos grandilocuentes con que paladeaba su cerveza Pacífico, como si no
hubiera mejor gustador de cerveza en el mundo. La ostentosa virilidad con que
se limpió la espuma que se le había pegado hasta en las narices. La mirada
autocomplacida y fulgurante con que se dijo: “A este inocente lo desplumo de
tantos o cuantos miles de pesos”.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>—Uh Uh Uh... pues hay
varias. Pero no vayas a comprar nada sin consultarme, primo. Muchas propiedades
están intestadas o hechas un lío burocrático, o con hipotecas. Yo te consigo
una muy buena, baratita, en orden.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>—Desde luego te tocaría
una buena comisión, primo.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>—Desde luego, primo.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>El chamaco regresó. Que el
cabrón de Cipriano estaba en el panteón viejo, y que mejor lo fuéramos a buscar
allá porque no iba a descuidar su trabajo por pendejadas.<span style="mso-spacerun: yes;"> </span><o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>—Poco respeto hacia la
autoridad municipal, primo.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>—Ya conoces a Cipriano.
Además ya anda en las últimas. Casi sordo, casi ciego. Ojalá nos dure siquiera
para acabar de desenterrar a todos los difuntitos, ¿porque dónde consigues otro
sepulturero? Cipriano nomás porque nació en el propio panteón, a lo mejor ahí
mismo lo concibieron, y aprendió el oficio de su padre. Y ahí a trasmano hace
crecer sus hortalizas, bien abonadas...<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Y efectivamente, el viejo
panteón parecía un campo de batalla, lleno de agujeros como trincheras. Vi unas
pilas de esqueletos al aire libre, bajo los pirules: los que acababa de
desenterrar. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>—¡Ánimo, ya te faltan
pocos, Cipriano! —dijo el munícipe.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Apenas una cuarta parte
del panteón permanecía intocada.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>—¡Que va! ¡No se terminan
nunca! Abres cada hoyo y te encuentras un titipuchal de finados, como en
madriguera.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>—Aquí el licenciado, mi
primo, quiere ver los restos de unas tumbas de los García, los Godínez, los
Bernal y los Chávez. Los de la señora Trini pues.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>—¿Verlos? ¿Qué, desconfía
de mi?<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>—Para nada, don Cipriano.
Pero en fin, los padres de uno son los padres de uno. La sangre obliga.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>—Pues será otro día porque
ahorita tengo mucho trabajo.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Un poco de dinero y un
gesto del munícipe decidieron al cabrón de Cipriano a meterse en la capilla del
panteón, que tenía convertida en pudridero y osario. Me confortó un poco que se
tardara más de media hora. Si se trataba de defraudarme con unos esqueletos al
aventón habría necesitado apenas unos minutos. Pero se tomó su tiempo. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Regresó. Nos hizo entrar.
La oscura capilla abandonada apestaba a albañal. Huesos mondos como de piedra,
cartón o madera, junto a otros informes, con adherencias de tejidos como
harapos, y algunos semipodridos que todavía no se acababan de secar. Y algunos
costalitos nauseabundos con trozos ínfimos o polvo. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Advertí con cierto
consuelo que muchos esqueletos (pero no todos) tenían amarrada una etiqueta en
el fémur o en las costillas, pero también descubrí de reojo, en los rincones,
montones de cráneos y pedacería varia. ¿De veras estaría yo afanándome por el
eterno descanso de los huesos de los míos, o por un azaroso ensamblaje de
vecinos enigmáticos? ¿Qué caso tenía entonces trasladarlos al panteón nuevo? <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>—¿Y qué van a ser con los
finados que nadie reclame?<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>—¡Uta, son la mayoría!
—respondió el edil—. El cura no quiere la incineración. Que por aquí sobra
terreno baldío. Y que no es muy cristiano eso de andar quemando huesos con
tanta facilidad y en masa, dice; y que, además, cualquier día puede llegar un
deudo: ¿y qué le enseñamos? Ni modo: tendrán que apretarse en la fosa común.
Eso sí, con su misa de tres ministros y todo.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>—Por fortuna la señora
Trini me avisó de estas tumbas. Así que les puse empeño especial —tartamudeó
don Cipriano, algo diabólico y cadavérico él mismo, mimetizado con su material
de trabajo, con sus ojos medio nublados bajo los párpados carnosos. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Estaba como encogido y
contrahecho: apenas lo reconocí por el bigotón en escobeta de siempre,
completamente cano, pero amarillento de tabaco, y el pie renco, con su zapatote
ortopédico parecido a un adobe.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>—Por ahora nada más estos
seis —decidí finalmente—. Ya Trini les dirá luego qué otros.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>—Pero no hay mucho tiempo:
la supercarretera se nos viene encima.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span><o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial;">3<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial;">Del panteón nuevo no vi sino un llano cercado de alambre de púas: una
docena de tumbas muy recientes, sin lápida todavía; un muro como estante vacío,
lleno de huecos para minicriptas. Y dibujos de cómo imaginaban que quedaría.
Parecía algo babilónico.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Pagué con cheque. Tuve que
entregar en efectivo una especie de multa al munícipe, pues no hay banco en el
pueblo y tendría que mandarlo cobrar a la ciudad más cercana. Al cabrón de
Cipriano también le dejé su buena propina, con la amenaza de que la prima Trini
vigilaría su trabajo, y yo mismo, cuando regresara semanas más tarde.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Visitamos el munícipe y yo
tres o cuatro casonas, de las mejorcitas, cuyos dueños estaban más que
interesados en venderlas al instante y largarse a cualquier otro pueblo.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Una de ellas, parcelada,
deformada, convertida en vecindad y carbonería, era aquella finca que me parecía
lujosísima, donde yo había vivido dos o tres años al amparo de la tía Maruca y
donde había jugado a los novios con la prima Trini.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>—¿Pues no sabes lo que
pasó a la muerte de doña Maruca? —me dijo el remoto primo al notar mi azoro—.
Sus siete hijos se pelearon a balazos por la herencia. Murió uno de los
muchachos; el otro estuvo en la cárcel de Zacatecas unos meses, y se escapó a
los Estados Unidos...<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Resplandecía su rostro al
hablar de violencia. En ese pueblo muerto seguro las únicas fiestas verdaderas
eran las de los balazos. Se emocionaba hasta la euforia al relatarme el drama: <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>—Todavía sigue el juicio
de intestado, aunque algunos de los hermanos ya de plano se dividieron la finca
a las malas. A ver quién les va a decir que no... Y ni siquiera con ésas se
tranquilizan. A ratos vuelven a balacearse, pero ya no se tiran a matar, nomás
a desfigurarse un poquito... Y ya tampoco presentan denuncias. Que son cosas de
familia, dicen. Allá ellos. El municipio sólo cuenta con tres gendarmes, nomás
para cuidar la plaza y el Palacio Municipal. ¿Así era en tus tiempos, primo?<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>El precoz munícipe rozaría
los treinta años. Le respondí:<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>—Entonces nomás había dos,
y siempre estaban borrachos.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>No quise preguntarle por
el destino de la prima Trini, a quien me disponía a visitar poco después. No
quise que su vulgaridad, su obsceno arribismo, la tocara. Me acordaba de Trini
cuando era mi novia, de ocho años. Decíamos que éramos “novios nomás de juguete”,
porque resultábamos primos hermanos, y los primos hermanos no pueden casarse
“sin una dispensa del papa”, decía la tía Maruca. “Pero así de juguete, de
juguete, sí pueden ser novios”. A lo mejor la tía Maruca me amparó, me alimentó
y me vistió para que yo fuera el compañerito, la mascota de la prima Trini. Me
tenía embobado. Y así, la tía evitaba que su nena se juntara con escuincles
desconocidos.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Hablábamos mucho de
escribirle una carta al papa cuando fuéramos mayores. Trini era la única hija
viva (dos más habían muerto pequeñitas) y la consentida de la tía Maruca.
Parecía que más que criarla, jugaba con ella. La tenía siempre
extravagantemente vestida de princesita o de muñeca, con ropa que confeccionaba
ella misma como en un delirio de fantasías. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Trini hizo su primera
comunión con un atuendo de angelito tan espectacular que provocó durante años
el rencor popular. Se veía preciosa, delicada, finita. “¡Pero mira qué lindura,
si es un dulce!”, exclamaban las comadres. Todas las otras niñas de primera
comunión llegaron nomás bañadas y estropajeadas al ahí se va, con cualquier
percudido vestidito blanco y ya.<span style="mso-spacerun: yes;"> </span><o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Festejamos la primera
comunión de la prima Trini con una gran tamalada, a la que sólo asistió una
depurada antología de sus amiguitas. Nadie podía creer la decoración del
pastel, lleno de conejitos de malvavisco. Mi tía Maruca no bajaba la voz al
afirmar que Trini era la única niña fina del pueblo, y que la iba a mandar a
estudiar en un internado de señoritas de la capital, para que se casara con un
millonario. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Curiosa la debilidad de la
tía Maruca, una matrona tan dura con todos sus hijos varones y con la gente en
general: una viuda famosa como avara y agiotista, por su niña-muñeca. No podía
dejar de adornarla, de besuquearla. Algunos desgraciados decían que la trataba
menos como hija que como mascota, como perrito fino, pues: “de los que dicen <i>french
puddle</i>”. Sólo faltaba que la expusiera en un nicho, como al Santo Niño de
Atocha.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Me despedí del primo edil,
quien a cada momento borbotaba grandes proyectos inmobiliarios para mí, y me
encaminé a la dirección que me había dado la prima Trini. “Es una colonia
nueva, del lado del río”, me había dicho.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>No encontré río alguno,
sino un cauce seco y pestilente; y “la colonia” se conformaba por una centena
de barracas de madera. ¡El angelito con colorete, rizos entre listones y
vestidito de satén y tul; con sus pies pequeñitos y perfectos en sandalias
doradas, ahí! ¡Tanto que la envidié en la infancia, como hija legítima y además
favorita, dueña de un gran futuro! La princesa de los cuentos de oro.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Trini me reconoció de
lejos. No son muchos los capitalinos de traje, con maleta, que se aventuran por
esa “colonia nueva” cundida de perros, cerdos, pollos y chorrientos nenes
encuerados.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>—¡Primo, primo! —clamaba
como en remedo de un episodio infantil.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Vi a través del aire
borroso, como líquido, una escena irreal. Respiré hondo y pensé que también yo
había cambiado. Trini debió haberme visto canoso, arrugado y flaco. Una especie
de avejentado agente viajero. Cuarenta años son cuarenta años. Yo vi, contra
toda verosimilitud, a una mujer gorda, colorada por el sol, desgreñada, con un
vestido sucio y roto. Le faltaban varios dientes. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Apartó a gritos a los
chorrientos nenes, perros, cerdos y pollos que se interponían entre nosotros y
me abrazó con un furor sofocante. Un aroma rancio, acedo. Me llenó el rostro de
besos mojados, incluso demasiado cerca de la boca.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>—¡Primo, primo, qué gusto
volverte a ver!<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>La vida había sido dura
para ella, dijo, pero no se quejaba. Tenía cinco hijos. El mayor ya hasta le
llevaba dinero. (No le tocaba a ella saber cómo lo obtenía, supongo.) No, no
del mismo marido: de varios. Se había casado más o menos bien con un fuereño
ambicioso, técnico del gobierno, de <st1:personname productid="la Comisión Hidráulica" w:st="on">la Comisión Hidráulica</st1:personname>,
pero “no nos comprendimos”, dijo con el gesto enigmático de la escena de
telenovela. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Quedó desamparada y con
dos chiquillos a la muerte de la tía Maruca. Sus hermanos no le hablaban: líos
de la herencia: “¡Mamá siempre le dijo a todo mundo, y muchos han ido al
juzgado a declarar, que la casa era para mí sola, para mí sola! ¡Y sus joyas, y
sus muebles, y su dinero en el banco! ¡Mis hermanos no me dejaron ni siquiera
un vestido!”. Lloró un poco sobre mi pecho. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Más tarde improvisó unas
quesadillas en un brasero. Sacó de detrás de unas cajas una Coca-Cola tibia,
intacta, que me tenía reservada. Y bueno: una mujer necesitada no estaba en
posición de escoger quién la ayudara, ¿no? Y ¿de qué iba a vivir, si no sabía
trabajar en nada, y peor con los dos primeros chiquillos?<span style="mso-spacerun: yes;"> </span><o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Así fue intentando nuevos
amores: con que la aceptaran con los dos niños ya era ganancia; y pariendo
metódicamente hijos de otros hombres, que desaparecían, satisfechos, tras el
parto. “Ninguno se ocupa de traerles ni un taco siquiera”. Pero pronto se
acabaría su martirio, pues tres de sus cinco hijos eran varones, y entrarían a
trabajar. El mayorcito...<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Sólo las dos niñas estaban
en casa: tan sucias y dejadas como la madre. Tenían las edades que le conocí a
la bella Trini. Ocho, diez años. Las sacó a que se ocuparan de los perros,
puercos y pollos, y pudiéramos platicar a gusto en la habitación única de la
casa. Sentí como un tiempo estancado. No había nada para mañana. Sólo pasar el
día de hoy como se pudiera, y sin hacerse ilusión de ningún tipo. Como
animalitos, pues: comiendo lo que fuera, y echándose a dormir donde cayera. ¡Y
pensar que todo en la niña Trini había sido lustre, ilusión, fantasía!<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>En mitad de la barraca
había un enorme retrato de estudio, con marco dorado, de la tía Maruca;
reconocí su grueso medallón guadalupano de oro macizo al cuello. Se decía que
venía de Roma, bendito por el propio papa, y que con sólo tocarlo se ganaba
indulgencia plenaria.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>—Entonces pensé en ti. Ves
que no estoy en posibilidades de pagar tanto en el panteón. Apenas la voy
pasando con el lavado, con la costura.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Vestía niños dios y los
domingos expendía carnitas al borde de la polvosa carretera vieja. Sus hijos la
ayudaban.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Le dejé todos los
obsequios que llevaba en la maleta. No me quedaban ganas de visitar más primas
ni tías. Me despedí tan pronto como pude, con la garganta hecha un cacto, y
escapé casi corriendo de mi pueblo, donde casi todos somos parientes. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Y mientras caminaba por la
carretera vieja, rumbo a la parada; y en el estruendoso autobús guajolotero,
sofocante en su miseria y en su atmósfera de tiempo enterrado; y durante el
irreal trayecto en avión; y desde entonces hasta ahora mismo que lo escribo, no
puedo concebir que esos camotes varicosos de la prima Trini fuesen las piernas
del dorado angelito de primera comunión que concentra lo mejor de mi infancia. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>La prima Trini era el lazo
mayor con mi pueblo. La vejez me cerca y luego, los huesos. He dispuesto que me
incineren, y convertirme rápidamente en polvo.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Por lo demás, también he
decidido desentenderme del todo de mis muertos. “Dejad que los muertos se
ocupen de los muertos”. Que no queden raíces ni simulacros de raíces. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Acabo de enviarle un giro
a la prima Trini, para la salvación de más restos de nuestra populosa familia.
Pero querría que se quedara con el dinero, que se comprara algunas pomadas para
esas várices. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>O al menos unos zapatos
nuevos, porque me partió el alma ver sus pies lodosos y regordetes, hinchados,
deformados, en unas chanclas que no eran sino viejos zapatos reventados, cuando
me despedía en el cenagal de los cerdos que rodeaba su casa.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Por eso escucho con
escepticismo cuando la gente habla de sus “raíces”. Las raíces tienen algo de
enterrado, de sucio, de malsano, de podrido. ¡Tanto mejor las plantas aéreas!
Me imagino que soy un huérfano entre el viento de la ciudad, sin otro origen ni
mayor destino que el viento. He educado a mi hijo para que prescinda de mí. Mi
ex-esposa no necesitó tal educación, y ha vuelto a casarse.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>No quiero dejar tumbas ni
recuerdos. Aunque a ratos sea difícil tratarme a mí mismo como brizna, como
nada. Y me pregunto qué habría sido de mi vida si me hubiera quedado en el
pueblo; si Trini y yo hubiéramos llegado juntos a la edad de escribirle una
carta al papa, para pedirle esa “dispensa” tan mentada.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES"><o:p> </o:p></span></p>José Joaquín Blancohttp://www.blogger.com/profile/08263922763815348076noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7527486713623183716.post-55515885070313655752023-02-25T21:59:00.004-08:002023-02-25T21:59:38.578-08:00EL CORRIDO DE JUAN MURRIETA<p> </p><p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;">El corrido de Juan Murrieta<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><o:p> </o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;">Por José Joaquín Blanco<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><o:p> </o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><o:p> </o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 4;"> </span>“Pues sí, señores,<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 4;"> </span>pues sí, será:<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 4;"> </span>que aquí se mueren los hombres<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 4;"> </span>con mucha facilidad.”<i style="mso-bidi-font-style: normal;"><o:p></o:p></i></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><i style="mso-bidi-font-style: normal;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 4;"> </span>Corrido de
José Roberto y Simón<o:p></o:p></span></i></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;">I<i style="mso-bidi-font-style: normal;"><o:p></o:p></i></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;">Mi tío Juan Murrieta fue un
hombre de honra y pro, como se decía antes; un hombre a carta cabal, de los que
debieran ser inmortalizados en bronce, de traje y con libro, como don Benito
Juárez o san Juan Bosco. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>No brilló en la política ni en los negocios, aunque
consolidó la prosperidad de toda la familia, y nuestra familia es muy grande;
ni realizó milagros. Ni siquiera iba mucho a misa, aunque tampoco faltaba
demasiado. No se preocupaba mucho por la política, por las elecciones, si bien
invariablemente votaba por el PRI, pues decía que ya era difícil soportar a un
partido de bribones como para, además, soportar a los varios partidos de los
mismos bribones pero también en la oposición. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Creía en la razón, en el sentido común, en la familia, en
las leyes, en la moral cristiana. Desde chico, ya ve cómo somos de cábulas aquí
en <st1:personname productid="la Huasteca" w:st="on">la Huasteca</st1:personname>,
la gente, incluso o sobre todos las mujeres, lo acusaban en broma de relamido,
de creído, de cobarde, de mustio, de cura, de afeminado, de mandilón. Pero a él
todo eso le hacía lo que el viento a Juárez. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoBodyText"><span lang="ES-TRAD" style="font-family: "Arial",sans-serif; font-size: 14.0pt; line-height: 150%;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Vivía
exclusivamente para su trabajo y para su familia, y se juntaba con muy pocos
amigos, tan pacíficos y decentes como él. Apostaban a la baraja fichas de
plástico, sin dinero. Pero se veía algo raro. Yo creo que vivió antes de
tiempo. Ahora, con el feminismo, sería un ideal del marido antimacho, del padre
antimacho. O después de época: parecía imagen del bonachón padre modelo de la
prehistoria, a veces representado en el cine por Carlos Orellana y por Joaquín
Pardavé.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>¿Creerán que a mi tía Casilda, que todavía está sana y
fuerte, y a quien le hizo ocho hijos, la llamaba siempre “mamá” y le hablaba de
usted? Llegaba a mediodía a la casa, se sentaba en la cabecera de la mesa,
dirigía las oraciones de toda su enorme familia, y le preguntaba: “¿Y ahora qué
nos va a dar usted de comer, mamá?”. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>La tía Casilda lo tomaba un poco a broma, porque el ustedeo
y el mamaseo la hacían sentirse más vieja de lo que era, pero también le
hablaba de usted y de “papá”, como en las películas ambientadas en tiempos de
don Porfirio. Y lo bendecía, con muchas oraciones y cruces de dedos, y beso en
la frente, siempre que salía de casa, así fuera nada más a su tienda, que
quedaba en la esquina.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Mucho se debieron de haber divertido, cuando tuvieron tantos
hijos, pero a nosotros, los primos, más modernos, nos daba risa tanta
ceremonia, tanta cursilería, hasta infantilismo. Se consentían uno a otro como
bebés. “Ahora le preparé, papá, el chayotextle al axiote que tanto le gusta”.
“¡Es usted una santa, mamá, que Dios se lo tenga en cuenta!”. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>A veces el tío Juan fingía ya no tener apetito, y ¿creerán
ustedes que entonces tía Casilda le partía el alimento, y le acercaba el
tenedor o la cuchara a la boca, como a niño chiquito?: “A ver, papá, no sea melindroso:
dos pedacitos más de carne y ya; pero abra bien la bocota, papá, que le voy a
chorrear la corbata”.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Los primos conteníamos la risa, la reservábamos para el
momento de ir con el chisme a nuestros papás, que adoraban al tío Juan Murrieta
pero no dejaban de burlarse de él: “¡Qué visionudo!”, “¡Qué payasos, los dos!”;
“Casilda era la más tremenda de todas las hermanas, ¡si hubieran visto lo
noviera y traviesa que fue!; y mírala ahora, de santita”. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>“Y de abusona”, porque todos sabíamos que el pobre tío Juan
Murrieta regresaba del trabajo a ayudarla en la cocina, sobre todo cuando se
trataba de postres y pasteles, que la tía cocinaba al mayoreo, para repartirlos
entre familiares y vecinos, o moles, o bacalao. No era raro encontrar al tío
Juan Murrieta con mandil y la nariz enharinada, o descabezando maíz para el
pozole, o limpiando verdolagas y huauzontles.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Era hombre de su trabajo y de su casa. Comerciante. Nos tuvo
como empleados a varios sus primos y sobrinos, o esposos de las primas y
sobrinas, cuando éramos chamacos, y luego nos ayudó a poner nuestras tiendas
propias. Porque era un genio estableciendo negocitos. Tenía olfato para eso.
“Si sigues conmigo siempre vas estar atenido a un sueldo, Genarito, me dijo:
búscate un local y yo te ayudo a poner tu changarro”. Un patriarca discreto,
pues.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Invariablemente del trabajo al hogar, a jugar a la casita
con la tía Casilda hasta cuando tuvo nietos. También jugaba mucho con sus
hijas, quienes lo adoraban pero a ratos se desesperaban de que las tuviera como
monjitas: nada de salir a la calle más que en compañía de adultos de confianza
(siempre parientes), ni de poner discos o el radio a todo volumen, ni de
vestirse “como pizpiretas de la televisión: ¡Calmadas, mis niñas, pórtense como
niñas!, ¿qué no les da gusto ser niñas?” <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Claro que no: querían jugar a vampiresitas, como sus
compañeras de escuela. Pero hacían pocos berrinches: el tío Juan Murrieta les
cumplía todos los gustos pacíficos y decentes, las mimaba hasta con ceremonia y
cortesía, como a señoritas. Damitas desde chiquitas. Tenían sus cuartos llenos
de muñecas y animales de peluche, y una colosal casa de muñecas perfectamente
amueblada, que ocupaba medio corral. Y cuando jugaban a las costureras el tío
se prestaba a servirles de maniquí, incluso a que lo enredaran entre los rasos,
los tules y los terciopelos, los encajes y la bisutería de un pretendido
vestido de gala de princesa.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Con los hijos varones el trato era más hosco. Se diría que
el tío Juan Murrieta les tenía un poco de miedo, sobre todo a partir de la
adolescencia, cuando dejaron de bastarles la pelota, los carritos, los robots
de pilas y los modelos para armar. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Los chamacos se escapaban todo el tiempo para formar bandas
con los pelandrujos de los barrios bajos, que sólo quedaban a cinco cuadras de
la vieja casa de la familia Murrieta. El tío insistía, sin mucha convicción, en
decirles que ser hombres no significaba ser majaderos, ni violentos, ni
destructores, ni atropellar a los débiles, ni llenarse la boca con majaderías
de arriero, ni andarse retando a lo bobo a puñetazos y mordidas como animales. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Les imponía, hasta que se rebelaron por completo a los
quince o dieciséis años, las ocho de la noche como hora máxima para estar de
vuelta en casa. Porque había que revisar las tareas y sería una “ingratitud
imperdonable” con Mamá Casilda dejarle la cena servida, u obligarla a
recalentarla. “¡Tengan consideración con su madre santa, todo el tiempo en un
hito por ustedes!”<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Nos burlábamos de nuestros primos: “Ya córranle de regreso a
su museo!”, les decíamos; “¡Los Murrieta ya vuelven a su tumba!”,
proclamábamos; y terminábamos a moquetazo limpio. “¡Que los cuelguen en su
ropero todo el día, no se vayan a arrugar!” “¡Desayunen píldoras de naftalina,
para que no se apolillen!” “¡De seguro todavía maman chichi y se mean en la
cama!”<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Por fortuna, los chicos Murrieta salieron bravos y se
imponían a la tropa. “¡Nos tienes envidia!”, le dijo una vez Jacinto Murrieta
al más peleonero de la banda, un tal Felipe Casasús, tan libre que podía jugar
bote pateado a medianoche en la calle, con muchachos grandes, y hasta se había
escapado dos o tres veces, arrimado con los traileros, a San Luis Potosí: “¡Tú
nunca quieres estar en tu casa porque tu papá te agarra a correazos! ¡Siempre
está borracho y siempre te agarra a correazos!” Ese pleito fue feroz. Le
arrancamos de encima a Felipe Casasús, quien estaba en plan no sólo de
golpearlo y patearlo, sino hasta de destriparlo.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Niñerías de hace veintitantos años que me vienen a la
memoria porque el tío Murrieta acaba de morir, de una muerte terrible que no
merecía: más de dos años en cama; operación tras operación; tanques de oxígeno,
sondas, enfermeras, olor a medicinas y desinfectante. Una muerte demasiado
pavorosa para quien siempre buscó el orden y la paz. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>La tía Casilda parecía haber agonizado con él: así había
quedado de chupada, de desencajada con su agonía. Luego, por fortuna, se
recuperó bastante. También sus hijos, a quienes en la edad adulta dejó de
parecerles tan extravagante el hogareñismo del tío Murrieta. Ahora siempre
presumen de haber contado todo el tiempo, durante toda la vida, con su padre; y
no nada más a ratos infrecuentes, tensos y monosilábicos, como el resto de la
gente en Valles.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><o:p> </o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;">II<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;">En las espesas horas del
velorio, al que asistió la mitad de Valles, íbamos y veníamos por los pasillos,
salones, escaleras y jardines de la funeraria hablando de las cuitas de ese
hombre célebre en la comarca por mandilón y persinado, pero también por
bondadoso y alegre. Había sido un santo, un hombre de Dios, ¡y con qué agonía
tan tremenda se había visto recompensado! Alguien dijo: “Me cae que paga más
ser rufián o abigeo: uno se muere sin tanto martirio, en el acto: ¡un balazo y
ya!”<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Al sonido de la palabra “abigeo” susurró mi madre —ya todos
éramos adultos y casados—, hermana mayor de Casilda: “¿Pero qué no lo sabían?
El papá de su tío Juan fue un bandolero terrible. Mató a mucha gente. Quemó
ranchos. Anduvo de prisión en prisión por todo el Norte hasta que otros presos
lo mataron a clavazos, aquí en Valles. Como no encontraron un puñal en la cárcel,
lo destriparon con unos palos con clavos. Eso ocurrió por <st1:metricconverter productid="1942”" w:st="on">1942”</st1:metricconverter>.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Entonces supe que todo Valles, o por lo menos la mucha gente
que tratábamos en Valles, quería de veras, a la buena, al mustio tío Murrieta,
porque de tantas cosas que se decían sobre él, pues hasta de catrín, hipócrita,
chulo, petimetre, afeminado, avaro y usurero lo chismeaban, nunca llegó a
nuestros oídos su verdadera vergüenza. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>“Lo crió su abuelo”, siguió diciendo mi madre. “Por eso sacó
todas esas visiones, todos esos tics del año de Maricastaña. El abuelo materno
lo recogió, cuando el padre estaba preso y la madre se había escapado a los
Estados Unidos, para evitar la infamia y la venganza de las víctimas.”<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Lo crió, más que como niño, como abuelito. Abuelito desde
pequeño. De trajecito de casimir y siempre impecable. Corbatita. Cortés,
servicial, con lenguaje de domingo. Tímido. Almidonado. Para todo el “mande
usted”, y el “por favor”, y el “porfavorcito”, y el “quisiera si no es
molestia”... Lo mandó al colegio de monjas Motolinía, adonde iba menos peladaje
y corría menor riesgo de encontrarse con hijitos de rancheros o camioneros que
supieran las correrías del papá. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>El abuelo era profesor de secundaria y el nieto parecía
también un profesorcito. Andaba siempre con un libro: <i style="mso-bidi-font-style: normal;">Biografías de hombres ilustres, Momentos estelares de la humanidad,
Cápsulas filosóficas del Reader’s Digest</i>. Jugaba con el abuelo (pues le
permitían poco salir a la calle) a los experimentos de química y a las
construcciones del mecano, un juego (entonces muy en boga que hasta tenía su
revista mensual, <i style="mso-bidi-font-style: normal;">Mecánica infantil)</i>,
de barritas de metal, verdes y rojas, con múltiples orificios; poleas, rondanas
y tornillos, con el que se formaban grúas, edificios y barcos. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Todos sus parientes, que lo evitaban como a la oveja negra
del rebaño, como a la manzana podrida del frutero, pensaban que se iba a
dedicar a cura. Era monaguillo y consentido del párroco. A lo mejor también eso
creía él. Pero su abuelo se murió pronto, cuando el tío Murrieta contaría
apenas catorce o quince años. Y tuvo que dedicarse al comercio en el mercado,
de ayudante. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>La gente del mercado recordaba bien a Juan Murrieta padre,
“el Malo”; algunos con admiración, otros con odio o con asco. Tal vez entonces
el tío Murrieta trató de hacerse invisible, inofensivo. Ahí perfeccionó su
estrategia de pasar por mosquita muerta, para evitar roces con todos. “Buenos
días”, “Buenas noches”, “compermisito” y sanseacabó. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Imagino que corrían chismes y bromas, que a ratos resonaba
un insulto; sobre todo cuando se encontraba con alguien bebido o con ganas de
juerga o de riña. Es un hecho que el tío Juan Murrieta escapaba como de la
peste de esas reuniones de hombres solos, donde a la menor provocación, o sin
provocación, resurgía (supongo) la memoria de aquellas andanzas, las escenas de
balazos; hasta algún corrido debió circular sobre el famoso abigeo Juan
Murrieta.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Prefería la compañía de los ancianos y de las señoras. Les
cargaba las canastas del mercado. Les cedía la acera. Se ofrecía a todo tipo de
mandados y servicios. Andaba de faldero cuando ya medía su buen metro con
setenta, con ochenta centímetros. Y bastante huesudo y fortachón. Eso molestaba
a los demás hombres. Parecía caricatura de escuincle, o retrasado mental, o
maricón.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>De ahí al pequeño almacén de granos, correas, monturas,
forraje, que iría agrandándose con el tiempo, mi madre dio un gran salto en su
historia. Suspendía su relato<span style="mso-spacerun: yes;"> </span>con el
chico Juan Murrieta (el chico grandulón), siempre modesta pero impecablemente
vestido, humilde y servicial, sin familia ni amigos, casi sin memoria, haciendo
el trabajo de dos por la mitad de un salario, a fin de granjearse la protección
de sus patrones. Y sólo lo retomaba unos quince años después, con el tío
Murrieta, dueño ya de la tiendita bien abastecida, con traje menos modesto pero
igualmente impecable, a pesar de los calores, cuando hacía la ronda en la calle
de Casilda. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Fueron varios años de noviazgo. Mis abuelos no querían
emparentar con el hijo del sanguinario Juan Murrieta. Esa vocación para el
delito, el crimen, la crápula, se llevaba en la sangre, decían. Tarde o
temprano saldría a la superficie, por mucho que se la quisiera esconder. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Finalmente, a fuerza de constancia, el tío prevaleció.
Tampoco había muchos partidos prósperos y convenientes en Valles para las
muchas hijas de mis abuelos, a las que iban casando con extrema dificultad.
Alguna, la pobre tía Rebeca, a pesar de las pesquisas infinitas y de las
minuciosas precauciones de sus padres, se vio de repente abandonada sin causa,
sin decir agua va, por un “buen muchacho” que resultó sencillamente un
irresponsable sin corazón, quien se le largó a los Estados Unidos a casarse de
nuevo, en franca bigamia, ahora con una gringa.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Los años fueron borrando, por fortuna, la fama del bandolero
Juan Murrieta. Se incrementó la delincuencia en toda la región. Se modernizó y
perfeccionó. Los nuevos rufianes y los nuevos crímenes opacaron los antiguos,
casi aldeanos en comparación, del atroz abigeo de los años treinta. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>He encontrado poco qué añadir al relato de mi madre, salvo
dos circunstancias. La primera, sobre el origen de su fortuna, todavía
circulaba en el mercado. Hay varias versiones. La más común es que un día,
cuando fue mayor, supo del escondite donde Juan Murrieta “el Malo” había
atesorado el botín de sus andanzas; fue a desenterrarlo y puso su tienda. Así,
automáticamente. Esto no se decía con mala voluntad, sino con envidia:
encontrar un tesoro siempre es bueno, y lo es heredar la fortuna del padre.
¡Cuantos hijos y viudas simplemente acuden al banco a la muerte del señor, y
reciben un cheque limpísimo; y vayan ustedes a saber cómo se juntó ese
dinero!<span style="mso-spacerun: yes;"> </span><o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Otra versión, notoriamente infudiosa, pretende que tras su
fachada de comerciante honrado y de honorable padre de familia, el tío Murrieta
prosiguió los malos negocios de su padre, con la ayuda de los antiguos socios
del abigeo. De ahí su exageración, rayana en la caricatura, de la moral, la
bondad y las buenas costumbres: necesitaba una fama impecable. Que les limpiaba
el dinero, o fungía como intermediario, y tal vez como autor intelectual de
tales o cuales asaltos a ranchos o a traileros. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Pero nunca se le levantó un solo cargo; ni durante su vida,
que se supiera, hubo quien lo acusara abiertamente de malos negocios. Todo lo
contrario: su fama de usurero se debía, y abundan los testimonios al respecto,
a la generosidad de fiar o vender a crédito, sin muchos papeles, a clientes que
lo preferían a un banco, o que carecían de la posibilidad de tratos con los
bancos. Nadie ha dicho abiertamente: “¡Yo fui extorsionado por Juan Murrieta!”
Asistieron, llorosos, al velorio infinidad de sus clientes. (La tía Casilda ha
ido encontrado perdidos entre cajones y carpetas, o entre las páginas de
algunos libros, como separadores, pagarés olvidados como adrede, incobrables,
vencidos cinco, quince años atrás...)<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Hay otra versión, algo picante: Se dice que en su primera
juventud, el tío Murrieta, que era grandote y sanote como buen ranchero, pero
que evitaba tanto las juergas como a las muchachas, quienes siempre traen
broncas a esa edad (a cualquier edad), y vivía célibe y guapote en una recámara
alquilada, como monje, impresionó a una viuda más o menos acaudalada. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Que acaso aquello de llamarle “mamá” a la tía Casilda, vino
de sus tratos con la tal viuda, que tendría en esa época la misma edad de su
madre ausente. Que fueron años de amores tranquilos y secretos dentro de una
casona sin testigos. Que, a su muerte, la lloró como mujer y como madre. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Resultaría obvio —una especie de moraleja de <i style="mso-bidi-font-style: normal;">talk-show</i> televisivo sobre los
desajustes matrimoniales— deducir que de su padre salteador, preso y
salvajemente asesinado por los reos; de su madre desnaturalizada y fugitiva; de
su abuelo que retomó el arte de la paternidad al borde de la tumba; de su
experiencia de un chico con nervios frágiles a quien cualquier paisano podía
quebrar con una sola palabra; del miedo íntimo de ver surgir en sí, contra su
voluntad y sus más entrañables oraciones, el carácter del atroz abigeo Juan
Murrieta; resultaría obvio deducir de todo aquello, digo, que nuestro tío
eligió lo extremo: formar una familia exageradamente apacible, civilizada,
dulzona. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Sabemos que fue feliz así. Fue feliz con la virtud, con la
sensatez y la prudencia, con su vida siempre arropada entre su mujer y sus
hijos. Su trabajo honorable y cortés hasta el prurito, casi hasta la parodia.
He dicho ya que todos lloraron la muerte de mi tío Juan Murrieta “el Bueno” a
lágrima viva. Y yo entre los primeros.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>La otra circunstancia, terrible, la conoció todo Valles.
Hace apenas diez años. A pesar de todas sus estrategias y de todos sus
cuidados, uno de sus ocho hijos le salió indomable. Nadie dijo, porque no lo
sabíamos, pero podemos decirlo ahora, que en Jacinto Murrieta resurgió la
bestia del antiguo abigeo atroz. Cosa de cervezas, de bailes en la zona roja
entre putas, rancheros y traileros, de ocasionales amigos malvivientes. Hubo
una balacera, dos cadáveres inexplicables, y Jacinto Murrieta apareció en la
cárcel, enmudecido frente al Ministerio Público, cargado con todos los delitos.
<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Me imagino al tío en su visita a la cárcel, un poco irreal,
sin saber a ciencia cierta si visitaba a su hijo o a su padre. A un Murrieta,
en todo caso. (Se había negado a imponerle el Juan a alguno de sus hijos: ¡que
ya no hubiera nunca otro Juan Murrieta!; pero el exorcismo, al parecer, no
surtió efecto. Quedaban la sangre y el apellido.)<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>La vieja cárcel de Valles era un jacalón nauseabundo, sin
muebles. Se amontonaban los reos, casi todos paupérrimos, entre harapos e
inmundicias. Se bañarían a cubetazos, cuando mucho, una vez al mes. Casi no se
les daba de comer, confiando en que sus familiares les llevaran algún alimento
todos los días, que les entregaban a través de las rejas. La acera de la cárcel
siempre estaba llena de mujeres patibularias, enrebozadas, en fila, con sus
envoltorios de tortillas y sus ollitas de sopa aguada con famélicas patitas de
pollo y frijoles. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Los presos se las ingeniaban, de cualquier manera, para
conseguir aguardiente todo el tiempo, y al ir a visitar a alguno, el familiar
se encontraba a una turba de ebrios, crudos o dormidos, todos piojosos y
cosidos de cicatrices, entre los que finalmente aparecía el indicado, a quien
los demás llamaban a gritos, entre albures y zalamerías, con la esperanza de
compartir los obsequios o el dinero que dejara la visita.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Acaso alguna vez, muy niño, quizá en brazos maternos, el tío
Murrieta fue a visitar a su padre. Tal vez fue así como conoció la cárcel antes
de aprender a hablar. Así, idéntica, la encontró al visitar a su hijo.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Sabemos que logró liberar a Jacinto Murrieta. Debió costarle
una fortuna. Se arreglaron los papeles de tal modo que los cargos se
desvanecieron; y no hubo indicios, pruebas, testigos ni acusaciones de nada.
Aquí en <st1:personname productid="la Huasteca" w:st="on">la Huasteca</st1:personname>
se puede hacer con la ley muchos prodigios.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Jacinto salió de la cárcel en la oscuridad de la noche. Se
habrá encerrado con su padre toda la madrugada en la vieja casona del abuelo,
del profesor. Habrán recordado al terrible abigeo Juan Murrieta, de quien acaso
Jacinto no tenía, como tampoco la teníamos nosotros, noticia alguna. Habrán
concluido que llevaban el lobo en la sangre. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Jacinto estuvo encerrado en su casa unos días y, también en
la oscuridad de la noche, partió a los Estados Unidos. Muchos años después lo
visité de pasada en un pueblito de Texas. Era trailero. Se había convertido a
no sé qué secta evangélica, y estaba casado con una gringa gorda, rubia y
pecosa que le había dado cuatro niños chulísimos: ninguno se llamaba Juan, ni
tenía nombre en castellano, sino Dick, John, Marvin y Louis. Se veía feliz y
escarmentado. Presumía de bíblico, de vegetariano y de antialcohólico.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Pero la sangre llama, lo reconozco ahora. Jacinto no pudo
asistir al velorio de su padre porque hubo otra inesperada noche de cervezas,
de baile en algún <i style="mso-bidi-font-style: normal;">night club</i> entre
putas, peones y traileros, de cadáveres inexplicables; y amaneció en una cárcel
de Texas, enmudecido frente a los <i style="mso-bidi-font-style: normal;">sheriffs</i>,
cargado con todos los delitos. Ahí espera para junio de este año, por fin, la
pena de muerte que, para su mayor tormento, diversas asociaciones humanitarias
han pospuesto una y otra vez.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>El resto de los hijos de Juan Murrieta “el Bueno” viven
felices y sin novedad en Valles. Lo mismo el montón de primos, sobrinos y
parientes políticos: los Chávez, los Ayala, los Herrera, los Meneses, etcétera.
Olvidaba decir que el día que Jacinto partió a los Estados Unidos, el tío
Murrieta hizo un pequeño cambio de decoración en la sala de su casa.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Antes, presidía el muro principal la gran foto de bodas de
Juan y Casilda, rodeada por las caritas sonrientes de todos los hijos, cuando
eran bebés, a manera de guirnalda: todas producidas en el estudio de “Job, el
fotógrafo de los niños”, de <st1:personname productid="la Calle Independencia." w:st="on">la Calle Independencia.</st1:personname> El tío incorporó dos nuevas
fotografías, grandes. La de Jacinto, a quien no volvería a ver, sonriente,
galanazo, con sombrero norteño y camisa a cuadros, como vaquero, tomada en
algún palenque. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Y la ampliación de otra, melancólica, sepia, escondida
durante medio siglo, del sanguinario abigeo Juan Murrieta, también de sombrero
norteño pero con camisa parda, casi militar, fumando un puro, con ojos
vidriosos; menos galán que retador: hasta parece la foto de un villista, como
las que vemos con asombro en los libros de Historia Patria. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Aquellos villistas que miraban fijo a la cámara, sin
parpadear, sin que se les rompiera la larga ceniza del puro, cuando esperaban
la orden del pelotón de fusilamiento. Esos villistas padecían una muerte más
misericordiosa que la brutal y eterna agonía del hombre de honra y pro, como se
decía en otros tiempos: del excelente ciudadano, padre y marido, del hombre a
carta cabal que fue mi tío Juan Murrieta, a quien Dios tenga en su gloria.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>A la tía Casilda no le gusta hablar, ni siquiera con
parientes, de la desventura de su hijo Jacinto. Pero habla mucho de él a solas,
es decir: con Dios, en el altar lleno de veladoras que tiene en su recámara. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Sobre una mesita se acumulan estampas de <st1:personname productid="la Virgen" w:st="on">la Virgen</st1:personname> y de los santos, en
portarretratos de plata. Asimismo enmarcada en plata, se puede distinguir una
foto postal de su marido, ya anciano, de traje y con libro, pero recio y
bondadoso, como un héroe civil y de bronce. O un pequeño santo familiar,
doméstico, de aquellos que los declamadores y los oradores llamaban <i style="mso-bidi-font-style: normal;">penates</i>. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Cada hogar con sus <i style="mso-bidi-font-style: normal;">penates</i>;
que no petates, como desvaría en las emisiones radiofónicas de “Poemas del
corazón” el laureado “Declamador de Valles”, durante sus inevitables
recitaciones dominicales dizque de Díaz Mirón —digo dizque porque a cada rato
descubre “nuevos”, “inéditos”, “desconocidos” poemas de Díaz Mirón, que luego
resultan los más populares de Nervo, de Chocano y hasta de Barba Jacob— con que
lleva décadas fastidiándonos. Es toda una calamidad regional. ¡Eviten, si
pueden, la radio de Valles los domingos en la noche! ¿Qué es eso de que “El
príncipe Enéas huyó de la flamígera Troya a fundar la marmórea Roma, cargando
sobre la espalda sus más íntimos petates”? ¿Creen ustedes que Díaz Mirón se
haya atrevido a escribir semejante cosa?<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>También, como los santos y las vírgenes, el tío Murrieta
disfruta de una veladora en el altar de tía Casilda. Otro intercesor, o el
mejor intercesor, ante los tribunales del Eterno. Pues Dios sabrá en su
Providencia por qué castiga a algunas de sus criaturas con esa levantisca
sangre de lobo, siempre tan desdichada y más en <st1:personname productid="la Huasteca." w:st="on">la Huasteca.</st1:personname> <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Y como dicen en Tampico, cuando cantan (así se llama, de
veras, no exagero: encontrarán el título tal cual en el libro de don Vicente T.
Mendoza) el <i style="mso-bidi-font-style: normal;">Corrido de <st1:personname productid="la Catástrofe Ciclónica" w:st="on">la Catástrofe Ciclónica</st1:personname></i>:
<span style="mso-tab-count: 1;"> </span><o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span><span style="mso-bidi-font-style: italic;">“Esta historia he
terminado, <o:p></o:p></span></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial; mso-bidi-font-style: italic;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>me despido con afán; <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial; mso-bidi-font-style: italic;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>si en algo estuviera errado, <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial; mso-bidi-font-style: italic;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>las faltas perdonarán”.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES"><o:p> </o:p></span></p>José Joaquín Blancohttp://www.blogger.com/profile/08263922763815348076noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7527486713623183716.post-49597119088831095852023-01-27T11:56:00.003-08:002023-01-27T11:56:57.000-08:00INDITO DE OJOS AZULES<p> </p><p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;">INDITO DE OJOS AZULES<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;">Por José Joaquín Blanco<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><o:p> </o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><o:p> </o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;">Mi madre era exigente en
cuestión de sirvientas. Las iba a buscar ella misma a los ranchos, a los
pueblos. Las prefería muy indígenas, lo más posible, porque le parecían más
respetuosas y honradas; y madres solteras o viudas que tuvieran hijos de
nuestra edad. Las citadinas no merecían su confianza: maleadas, altaneras,
alebrestadas, que cualquier día se largaban con el lechero sin decir adiós ni
gracias.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Las indias se ponían felices de dejar sus pueblos, sus
familias tiránicas, y venirse a la capital con techo y trabajo seguros, y con
la oportunidad de cuidar mejor a sus hijos. Así mi hermano y yo nos criamos
entre inditos en nuestro departamento de Polanco, no precisamente como
hermanos, pero si como, digamos, primos políticos. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Comíamos todos casi lo mismo y no se notaba demasiado la
diferencia en la ropa ni en los juguetes. Mi madre se preciaba de no ser
racista y de practicar el cristianismo con el prójimo. Pero sobre todo estaba
tranquila y contenta, porque sabía que esas nanas-sirvientas eran muy
agradecidas, y devolvían en favor de nuestra crianza cuanto mamá hiciera para
beneficiar la de sus hijos. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Los huevitos, la lechita y la ropita que les daba
resultaban, pues, baratísimos, en comparación con los cuidados y atenciones que
ellas nos prodigaban a mi hermano y a mí. En realidad nos criaron esas mujeres,
más que nuestra propia madre, y las recordamos con un cariño enorme, profundo.
De veras las necesitábamos: mamá había enviudado y casi nunca estaba en casa,
dedicada todo el día a los negocios. Aquellos niños nos consideran todavía de
la familia y hace poco nos invitaron a bautizar a sus primogénitos, que llevan
nuestros nombres: José, Rubén.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Tuvimos dos nanas: Carmen y Socorro. Carmen no llegó a
aclimatarse en la capital, de modo que se regresó a los tres años, ya con sus
niños muy crecidos y gordos, capaces de declamar todo el alfabeto. Todavía nos
visita una o dos veces al año y nos trae canastas de verdura y guajolotes. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>A Socorro tuvimos que traspasársela a mi tía Lulú, después
de seis o siete años de servir en nuestra casa. Por entonces mi hermano y yo
estábamos en la secundaria, y mamá cambió de opinión en cuestión de sirvientas.
No podía seguir vistiendo y alimentando a tanta gente, y ni modo de educar a
los hijos de Socorro para intelectuales: todavía estaban a tiempo de recobrar
su estado natural de campesinos. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Por lo demás, ya no necesitábamos de tantos cuidados. Y no
se veía bien que dos varones adolescentes estuvieran solos todo el día en casa
con una criada joven. Decidió que ahora convenía una señora de edad, que nada
más se encargara de lavar y planchar la ropa, y de darle una buena limpiada al
departamento una vez por semana. ¿Pero dónde encontrar a esa respetable señora
de edad?<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Socorro nos ofreció a su mamá, doña Dominga. Ya trabajaba de
sirvienta en México, pero por horas. Era ambiciosa y tenía sus ideas, dijo
Socorro. Quería su independencia y ganar el mayor dinero posible.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Mi madre quedó complacida. Recobrábamos nuestra libertad.
Así llegó doña Dominga como un ciclón. Se aparecía dos veces por semana muy
temprano, y con una furia y un ruideral inusitados hacía en poco tiempo todo el
trabajo. Se iba feliz con su dinero, hacia el medio día, a servir en otras
casas. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Qué eficiencia. Qué diligencia. “¿Pero no estará exagerando
un poco?”, se preguntaba mi madre. “Ya tiene sesenta años y tanto trabajo puede
hacerle daño”. No lo parecía. Era una mujer pequeñita y delgada pero fuerte,
correosa. Nada de maquillaje ni perfumes. Medias de hilo. Zapatos simples sin
tacón. Vestidos baratos y sencillos. Un solo suéter, azul marino. Aretes
pequeños. La imagen más edificante posible de la mujer indígena: limpia,
austera, sin otra vanidad que su larga trenza entrecana siempre perfecta.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Mi hermano y yo nos quedamos un poco huérfanos en la casa
súbitamente silenciosa. Resentimos el aire huraño de doña Dominga, quien no
admitía nuestras travesuras ni nuestra conversación, y protestaba porque le
quitábamos el tiempo. Sólo quería hacer su trabajo tan rápido con fuera posible
e irse a la otra casa que le tocara ese día, a ganar su segundo salario.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Por entonces se nos perdió de vista Socorro. Acostumbrada al
trato familiar y cariñoso de nuestra casa no se adecuó al más expedito de la
tía Lulú. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>—Esa ingrata se largó de la noche a la mañana, sin darme
tiempo de buscar otra criada —protestó mi tía—. ¡Lo hizo adrede, nomás para
ponerme a fregar platos!<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>doña Dominga no sabía o no quiso decirnos qué había sido de
Socorro. Hasta nos dio la impresión de que la desaprobaba y se avergonzaba un
poco de su ingratitud.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Entonces ocurrió el prodigio. Un día se apareció doña
Dominga con un indito de ojos azules, más rubio que un vendedor de biblias.
Pero todo su trato era de rancherito y hablaba en náhuatl con ella. Como de
quince años.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>—Es mi hijo Antonio —anunció sin más.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Lo sentaba en la cocina a leer monitos o le prendía la
televisión, mientras ella revolvía y sacaba lustre a toda la casa. Se trataba
de un mocetón como jugador de futbol, dos o tres años más grande que nosotros.
Nos restregábamos los ojos para convencernos de que era indito, el hijo de doña
Dominga, y no un gringo.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>—¿No se lo habrá robado, tú? —le comentó mi tía Lulú a
mamá—. ¿De dónde Dominga iba a parir un hijo rubio y de ojos azules como Niño
Jesús? Ya ves que <st1:personname productid="la Soco" w:st="on">la Soco</st1:personname>
era prieta renegrida.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Pero el niñote le era tan devoto a doña Dominga y hablaba en
su idioma; además, andaba de lo más cuidado y consentido, traía reloj y ropa
tan buena o mejor que la nuestra. Ella lo complacía en todo. Lo llevaba al
futbol los domingos, al cine, a fondas de antojitos. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Nos explicó entre dientes que era hijo de su difunto marido;
no el padre de Socorro, sino un güero. Y ya. Su marido le había dejado un
hijastro güero de ojos azules, Antonio, y lo iba a poner a estudiar en alguna
escuela de la capital. ¿En dónde? Misterio, y gestos ya de plano iracundos de
doña Dominga. “Ladinos metiches, ¿qué les importa?”, murmuraría.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Con los meses vimos el impacto de la capital en el carácter
de Antonio. Perdió timidez, mejoró rápidamente su castellano, se volvió
insolente. Se nos empezaron a desaparecer las cosas. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>El día que se le esfumó a mi madre, de su propia bolsa, una
fajilla de billetes que acababa de cobrar en el banco, estuvo a punto de acudir
a la policía y denunciar el extraño caso del indito de ojos azules. Se desistió
por no causarle una pena a Socorro. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Ni siquiera fue necesario despedir a doña Dominga, porque
ella misma anunció que no iba a seguir trabajando donde se desconfiara de ella
y de su hijo. Y que más valía que mi madre pusiera orden en sus cosas porque
siempre lo andaba perdiendo todo. ¿Cuántos aretes y anillos no había encontrado
doña Dominga, tirados por ahí entre la ropa sucia o debajo del tocador? En
efecto: y cualquiera de esas joyas recuperadas valía más de los cinco mil pesos
de la mentada fajilla.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Doña Dominga siguió trabajando en edificios próximos. Y la
veíamos ir y venir con su hijote perezoso, catrín, reluciente, doradísimo. Se
había vuelto famosa por su ambición de dinero y por su indito de ojos azules. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>De pronto, el escándalo: Antonio la había abandonado, con
dos buenas cachetadas, por el maricón de la farmacia. Lo vimos junto al
boticario patilludo detrás del mostrador varios meses, leyendo monitos, cada
vez mejor vestido, cada vez más guapo. Doña Dominga desapareció de <st1:personname productid="la Colonia Polanco." w:st="on">la Colonia Polanco.</st1:personname>
Finalmente el boticario volvió a estar completamente solo, con una tristeza
infinita en la cara, sin otro amor que sus grandes patillas relamidas y
peinadísimas.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Nos olvidamos varios años de doña Dominga. Pero una tarde se
la encontró mi mamá en una casa de San José Insurgentes. Mi madre organiza
ventas de productos domésticos en hogares particulares: convence a una señora
de que preste su casa para una demostración, que invite a sus amigas; entre
ambas les venden a crédito los productos y comparten las utilidades. Así ha
recorrido todas las colonias de la ciudad.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>—¡Pero qué milagro, Dominga!, ¿qué es de tu vida?<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Doña Dominga refunfuñó y siguió limpiando alfombras como
máquina supersónica.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>—¿Se conocen? Ah, es un primor esta Dominga, ¡y si viera
usted la devoción que le tiene a su hijo!<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Doña Dominga empalideció. Pero siguió sacando vapor y polvo
de todas partes. Mi madre acompañó a la cocina a la dueña de la casa para
preparar los bocadillos, ¿y qué se encuentra? ¡A otro indito de ojos azules,
más güero que un vendedor de biblias! <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>No podía ser el mismo, porque éste no pasaba de quince años
y aquél ya debería andar en los veintitantos. Éste era todavía más guapo. El
vello rubio lo revestía de un resplandor dorado. Estaba todavía mejor vestido
que el anterior, pero también leía monitos, y descansaba y mordisqueaba
indolentemente papas fritas junto a su Coca Cola mientras doña Dominga se
afanaba por su bienestar.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>—Esta Dominga es un ángel, quiere ponerlo a estudiar. Qué
abnegadas son las madres mexicanas.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>—¿Pero cómo pudo tener Dominga semejante hijo, con su edad y
con su color? —murmuró mi madre, haciéndose la inocente.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>—Un marido güero que se le murió, y le dejó la carga.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>La trenza de doña Dominga ya estaba completamente
canosa.<span style="mso-spacerun: yes;"> </span><o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Durante toda la demostración de sustancias para perfumar
baños, bruñir platería, desmanchar sofás, limpiar madera fina, mi madre estuvo
pensando si denunciar o no a doña Dominga con la policía. Volvió a optar por no
causarle una pena a Socorro.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Pero he aquí que finalmente Socorro se hizo la aparecida,
con sus dos hijos chiquitos nuevos, perfectamente morenos, a quienes no
conocíamos, y los dos niños blanquitos de su patrona. Sus hijos mayores
(nuestros “primos”) ya andaban de ayudantes de traileros. Había finalmente
conseguido otra casa generosa y cristiana donde cuidar a las crías de una
patrona sin desatender las propias. El oficio de nana le sentaba. Estaba
reluciente en el supermercado, con los dos hijos inditos y los dos niños blanquitos.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>—¿Oye, Socorro, y qué ha sido de tus hermanos de ojos
azules?<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Socorro empalideció, luego enrojeció, quiso enojarse,
finalmente soltó a llorar:<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>—¡Ay, señora, ya lo sabe usted! ¡Qué vergüenza! ¡Qué
vergüenza!<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>No: desde luego no eran hermanos suyos, ni hijos de ningún
güerísimo padrastro difunto. Pero tampoco habían sido robados. No del todo. Las
mujeres de su familia eran indias, pero no gitanas. No robaban niños rubios de
ojos azules. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>La desgracia que les había ocurrido era la chifladura de doña
Dominga. Toda una vida tan virtuosa, tan correcta, ¡para envejecer de ese modo!
<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Hacía quince años le había entrado el furor por los güeros.
Se había vuelto a sentir mujer, ya entrecana, con ellos. Todo se lo gastaba en
ellos. No pensaba en otra cosa. Ya ni siquiera le hablaba a Socorro, quien
alguna vez se había atrevido a criticarla. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>—Mi mamá nunca fue enamorada ni descocada, sino hasta ya
vieja, por culpa de los güeros.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>—¿Y de dónde los saca, por Dios, mujer?<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>—De San Andrés Tayocapan, cerca de Chipilo.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Eso queda en el Estado de Puebla. En Chipilo se fundó hace
cien años una colonia italiana. Eran granjeros pobres que llegaron con una mano
adelante y otra atrás, pero güeros y de ojos azules. Se reprodujeron en
abundancia. Algunos prosperaron. Otros emigraron. Otros quedaron relegados en
los pueblos vecinos, como San Andrés Tayocapan, integrados a la vida indígena y
campesina. Inditos de ojos azules. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Ahí andaban por la plaza, el día de mercado, con sus
overoles, sus sombreros y sus huaraches, como puntos güeros o alubias en los
frijoles. Allá los iba a buscar doña Dominga cuando el hijo en turno la
abandonaba. Les platicaba de la capital, de la vida moderna, de qué bonito era
México. Les prometía sacarlos del pueblo, traerlos acá, comprarles cosas.
Siempre caían. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>—¡Pero qué desesperación! —dijo mi madre, compadecida,
recordando la aventura del boticario patilludo—. Partirse así el lomo para
mantenerlos, ¡y que luego la boten en un dos por tres!<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>—Los güeros siempre son ingratos —sentenció Socorro.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Color es destino, y aunque mi madre niega que exista el
racismo en México, tuvo que aceptar que la piel dorada y los ojos azules
siempre encontrarán gran demanda como novios, o de perdida como <i style="mso-bidi-font-style: normal;">valet parkings</i>.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>—¡Qué desesperación! —continuó diciendo mi madre—. ¡Tanto
trabajar para ellos, a sabiendas de que en unos meses o en unas semanas la van
a abandonar!<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>—No se preocupe, señora —dijo Socorro—; en San Andrés
Toyocapan conocen a mi madre. Ahí tiene güeritos de sobra esperándola, como
quien dice: haciendo fila... ¿Y qué me cuenta del niño Pepe, del niño Rubén?
—añadió maternalmente.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>—¡Ay Socorro —atronó mi madre—, qué mal me los educaste!
¡Están todo el tiempo echadotes, de huevones! Que dizque van a la universidad,
pero nunca los ves estudiando. Todo el tiempo nomás oyendo música, jugando con
la computadora. Uno se siente director de cine; el otro, redentor social. ¡Y
todavía no aprenden ni a limpiarse los mocos! ¡Ojalá les dure yo mucho tiempo,
para mantenerlos, porque ni un huevo revuelto se saben hacer!<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>—No hay que perder la fe en Dios, señora.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>—No hay que perderla, Socorro.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span><o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><o:p> </o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES"><o:p> </o:p></span></p>José Joaquín Blancohttp://www.blogger.com/profile/08263922763815348076noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7527486713623183716.post-74540453719508669472022-12-19T08:32:00.002-08:002022-12-19T08:32:11.084-08:00<p> </p><p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">RECUERDO DE VERACRUZ<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><o:p> </o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><o:p> </o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="margin-right: 74.85pt; tab-stops: 363.75pt;"><span lang="ES" style="mso-bidi-font-family: Arial; mso-bidi-font-size: 14.0pt;">Por José
Joaquín Blanco<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><o:p> </o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><o:p> </o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 5;"> </span><i>Para
Aurora Tejeda y Alberto Román<o:p></o:p></i></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Los turistas son gente rara, ya lo sabemos, pero ¿habría que tomárselos
a mal? ¿Acaso no tienen derecho de serlo? No gastan su dinero sólo para viajar
y pasear, tirarse de panza al sol, comer y beber de más; lanzar grandes
exclamaciones ante la vegetación y las puestas de sol (aunque aquí, en
Veracruz, no se exhiban los exagerados crepúsculos del Pacífico), sino también
para convertirse durante unos días precisamente en esas criaturas extravagantes
con camisetas de dibujos y letreros ridículos; trajes de baño, hot-pants y
bóxers de colores chillones; gorras de papagayo, gafas oscuras, cámaras
fotográficas o de video, caseteras portátiles a todo volumen, escuincles
gritones y exigentes. Y ese como nerviosismo, como estado de trance, casi de
magia (así sea una magia de circo), mediante el cual se hacen la ilusión de
rescatar, por unos días, algo perdido de sí mismos, algo aventurero hasta un
poco salvaje, o romántico.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>No se conforman con un
mero desplazamiento geográfico, ni con cambiar drásticamente el ambiente
encerrado y opaco de sus departamentos y oficinas por el sol, el mar y las
escenografías pintorescas: quieren, además, una especie de glorificación de su
personalidad, unas como vacaciones de su propia existencia cotidiana: ser <i style="mso-bidi-font-style: normal;">otros</i> (más trópico, más corazón) durante
siquiera un parpadeo.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Y claro que se
transforman, ¡y en qué personajes! Cada cual su propio carnaval. Cada brujita
octogenaria lleva toda la primavera encima, puesta, de plástico, portátil. Cada
cuarentona compite con todas las modelos de pósters de bronceadores. Cada padre
de familia, blancuzco pero con minúscula tanga detonante bajo la panza de
huevo, ensaya ante las divas en bikini los piropos que, hace veinte años,
gritaban los galanes en las películas. (Yo sé que no has pasado de moda,
Mauricio Garcés.) Los escuinclitos, con una petulancia nueva, que no les sería
soportada en la escuela ni en el hogar, cumplen con creces las más horribles
pesadillas de Herodes. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Cada cual es su propio
carnaval, por docenas de miles, en plena temporada. Las playas, los restoranes
y los hoteles llenos de cientos o miles de carnavales individuales simultáneos,
todos sonando y brillando y chirriando a la vez; pero cada cual indiferente al
contiguo; cada cual a todo color, a todo volumen, lleno de luz y sonido en su
aislado <i style="mso-bidi-font-style: normal;">performance</i>. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Digamos que todo el puerto
se llena de súbitos escaparates vivos por doquier, como en concurso
innumerable, sin un paseante que se detenga a mirarlos. ¿Para quién pues
actúan, se atavían, posan, gesticulan los turistas? Bueno, pues será para los
humildes y taimados lugareños, que ya ni siquiera nos reímos. Hemos visto
tanto. Hacemos nuestro negocio, siempre con nuestra proverbial cortesía
jarocha, y los despedimos también con grandes aspavientos: ¡Vuelvan pronto!<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>A veces, en mi
aburrimiento de cantinero universitario, je (dos años de economía, otros tantos
en Ciencias y Técnicas de <st1:personname productid="la Informacin" w:st="on">la
Información</st1:personname>, en Xalapa y el Distrito Federal, pero finalmente
cantinero, en el local que heredé de mi padre), para estirar las piernas y
ayudar a la digestión, me voy un rato a pasear, a turistear a los turistas, a
someterlos a exámenes de sociología o sicología instantáneas, a matar el tiempo.
¿A lamentar el turista que no pude ser?<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Fue así cómo, la temporada
pasada, descubrí a tres mariconazos (dicho sea sin ofender) en Los Portales.
Como se sabe desde Sonora hasta Yucatán, en Veracruz los homosexuales no
espantan a nadie. Nos hemos echado desde hace tiempo ese trompo a la uña. Tanto
los extraños, que entonces nos favorecen con su turismo (y son menos ruidosos y
más dadivosos que las familias llenas de escuincles, y con la abuela y el
perico), como nuestros chamacos vagos o pobretones, que en las buenas
temporadas se hacen ricos durante unas semanas mediante el viejo oficio del
mayateo. Claro que a veces se dan los muertitos, los apuñaladitos, los
robaditos, los extorsionaditos, pero a nadie le conviene hacer aspavientos, que
sólo denigran nuestra turística hospitalidad, je.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Estaban pues los
mariconazos (sin ofender) con sus cervezas y sus tequilas a media tarde,
después de la siesta, esperando que oscureciera y se presentara algo en qué
divertirse. “El hastío es un pavorreal” etcétera. Hacía un calor espeso, y en
la plaza se estancaba un silencio abochornado, que los escasos graznidos de los
zanates no hacían sino apuntalar. Sudaban a mares, como sólo suda un turista. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Seguro ya habían nadado en
Mocambo, ya se habían asoleado, ya habían pretendido jugar volibol con otros
turistas y algunos chicos de la playa; desde luego ya se habían paseado en
lancha por la laguna de Mandinga y habían comido mariscos hasta reventar en
Boca del Río, oyendo sones y huapangos. Hasta se habían echado una siesta. Y ahora
trataban de despabilarse con los tequilitas y las cervecitas. Ya vendría la
noche que “tiene la sombra de una mirada criolla”.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Uno de ellos, Pancho, se
creía aún de buen ver, esbelto y acinturado, mostrando sus pies finos de
aparador de pedicurista en unos huaraches nuevos. Pero tenía esa belleza, esa
juventud equívocas, tan como sostenidas por alfileres, que habría bastado con
que alguien silenciosamente se le acercara por detrás y de repente le gritara:
¡buuu!, para que de inmediato se ajara en arrugas, en canas, en tics, en tedio.
<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Pero los veracruzanos no
espantamos a los turistas, todo lo contrario: “¡Mire usted, cómo la brisa y el
sol de Veracruz lo han rejuvenecido! ¡La mera fuente de la juventud!” Pancho se
dedicaba pues, con absoluta tranquilidad, a imaginarse a sí mismo, guapísimo,
renovadísimo, en mitad de una escena pintoresca. “Tarde que se mece con vaivén
de hamaca”.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Eran tan obvios sus sueños
que, en efecto, a pesar de que los tres —¡los tres!— cargaban sus cámaras
aparatosas, un fotógrafo lugareño los advirtió, hizo el teatrito de medir la
luz, de caminar dos pasos a la derecha (no, mejor regresarse uno, pero medio
metro hacia atrás), esperó a que el bello Pancho ofreciese su mejor perfil, su
indolencia más estudiada, ¡y clic! “Recuerdo de Veracruz”. Yo hubiera querido
aplaudir.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Aurelio era güerejo y más
bien desvergonzado, algo miope. Traía unos pantalones arrugadísimos, echados en
bola a la maleta. Miraba con reprobación tanta mosca como se cierne sobre las
mesas de Los Portales (y que Agustín Lara omite en sus canciones), y a cada
instante tenía que quitarse otra vez los lentes, que se le habían vuelto a
empañar, y limpiarlos con un paliacate amarillo apeñuscado, lleno de manchas y
costras sospechosas. Se abanicaba a ratos con una revista de monitos. (En las
vacaciones el turista debe leer puros monitos, y tardarse toda una mañana en
una sola historieta de superhéroes interplanetarios. Nada de librotes, que no
somos gringos.) <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>No confiaba tanto, para
llamar la atención, en su belleza o su juventud, que las tenía al más o menos
(aunque con el calor, el pelo largo y descuidado se le había insubordinado en
una maraña indescriptible), sino en su colección de cadenas de oro con
medallitas que le colgaban sobre el velloso pecho semidescubierto, en su buen
reloj, en algunas pulseras. Tenía razón, y lo sabía. Le cogí antipatía
inmediata: es el tipo de turista que revisa las cuentas durante una eternidad,
discute con el mesero y hace llamar al encargado, y finalmente poquitea la
propina, aunque sus amigos estén dispuestos a ser más distraídos y generosos.
¿Qué es eso de regatear “el cielo de tisú”?<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>El tercero era Melchor.
Cargaba librote (¡que además leía!), como gringo. Estaba ya hecho una ruina en
plenos treinta y tantos años. Panzón, calvo, pecoso, rojísimo, jadeante. El
tipo de maricones que digo yo que se equivocaron, que nacieron para ser
señores-señores, no aventureros eternos; y que más les habría valido casarse
con señoras gordas, llenarse de hijos, durar la vida entera en el mismo trabajo
estable y olvidarse de problemas. Hacen <i style="mso-bidi-font-style: normal;">miscast</i>
como putos, dirían los críticos cinematográficos que yo leía en mis tiempos de
universitario. Como los chaparrines que se pasan las horas en el gimnasio para
construirse cuerpos imponentes; y cuáles, siguen pareciendo fornidas
hormiguitas. O ciertos orangutanes, con cuerpo de guarura, como creados para
aterrar ciudades enteras, y tratan de hacerse los sensibles cuando salen de
vacaciones: andan oliendo flores, admirando artesanías o jugando a los encantados
con sus avergonzadísimos hijitos. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Melchor era el más
nervioso y sudoroso. Probablemente habría preferido quedarse a dormir y leer su
librote; leer y dormir los seis días de vacaciones, sin salir de la cama jamás,
a andar consecuentando moscas, vendedores, limosneros, chichifos, tocadores de
arpa y marimba, zanates, y amigos reverdecidos por el infalible erotismo del
Golfo de México. Él ya sabía que el mundo no tenía encantos. Que es aburrido
vivir, pero más aburrido (quizás) estar muerto. Algo filósofo, probablemente, y
sin “alma de pirata”. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Traía gruesos calcetines
de rombitos bajo los guaraches, a pesar del calor: con toda seguridad tenía ese
tipo de sangre oficinescamente chilanga que atrae de un solo golpe a todos los
mosquitos de Los Portales. Y luego hay que andar con los tobillos hinchadísimos
y manchados de merthiolate.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><o:p> </o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">2<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Supuse que estarían lo suficientemente ebrios a las once de la noche,
como para considerar aceptable y hasta divertido cualquier jacalón improvisado
en “disco gay” (mi cantina no es “gay” ni propiamente una discotheque, más que
cuando se llena de gays, es decir los domingos y lunes que no abren los antros
famosos; o en buena temporada, cuando los turistas se emborrachan demasiado
temprano en Los Portales y prefieren una modesta cantina céntrica, que las
célebres discotheques de las afueras.) Apenas era sábado. Tuve la corazonada de
que me tocaría atenderlos el lunes o el martes, al final de su <i style="mso-bidi-font-style: normal;">tour</i> por todos los lugares recomendados
por sus revistas gay. Llegaron el domingo, pasadas las diez de la noche.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>De cualquier manera, como
el jueves y el viernes, debieron asistir durante toda la tarde y parte de la
noche, en medio del ruido infernal de veinte músicos simultáneos con canciones
diferentes y otros tantos vendedores y mendigos, al desfile de los muchachos
jarochos, a muchos de los cuales habían conocido ya en playas, bares y
discotheques. Los saludaban con cautela. No querían comprometer toda la noche
desde las seis de la tarde. Y qué aburrido para un turista pasarse la noche del
sábado con el mismo nativo del viernes. ¡Ésas no son vacaciones!<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Displicentes y altivos
esperaban la aparición de muchachos nuevos, de veras interesantes. Los
lugareños, a su vez, dudaban entre asegurar su noche de una buena vez, o
esperar con “serenidad y paciencia (sobre todo mucha paciencia)” nuevos
turistas, de veras generosos, a lo mejor norteamericanos o canadienses.
Delataban sus éxitos de la presente temporada por las camisas nuevas,
floreadas; los pantalones también nuevos, de moda; hasta (algunos) botas de
piel de víbora con punta de acero (bueno: también en Veracruz se dan los
ranchos y los rancheros), los cigarrillos caros, el reloj, las cachuchas, los
anillos, las pulseras.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Esa tarde de sábado de
plano se sentaron a su mesa dos chamacos, que habían jugado una especie de bote
pateado con Pancho y Aurelio en la playa, y se quedaron callados. Nomás hola o
buenas tardes, y callados. Eran capaces de quedarse callados por horas. Al rato
se les añadió sin mayores presentaciones un tercero, larguirucho pero
escuinclito, de no más de trece años, con la boca llena de dientes de oro, y
unos ojazos verdes de amplias pestañas que iluminaban su tez morena, devastada
ya por cicatrices de barros y espinillas. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>No les quedó a los
turistas sino invitarles unas cocacolas o unas cervezas, y seguir platicando
entre ellos, de manera entrecortada y sarcástica, a veces en clave o de plano
en inglés, sobre los chicos lugareños: “¿Quieres irte con el mío esta noche, a
ver si ahora sí se le para? ¡Pero antes báñalo con jabón y estropajo, apestaba
a caballo!”, cuchichearían enigmáticamente Pancho y Aurelio.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Oscurecía. El ruido en Los
Portales era más atroz a cada instante. Tocaban al mismo tiempo los mariachis
de terciopelo azul y la sinfonola norteña del bar cercano; gritaban los
vendedores de collares, barquitos de madera, gorras, aretes y los mendigos, con
caras sucias y lastimeras como si de veras se fueran a morir de hambre en dos
minutos, si no se les daba dinero pero ya. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Con cierta sorna Aurelio
le extendió una quesadilla de la botana a un niño mendigo, qué éste rechazó con
asco y casi con protesta moral. Si se va a hacer la caridad, que sea en
efectivo, no con quesadillas. “Entonces vete”, le dijo Aurelio, y se la engulló
frente al niño mendigo, que transformó velozmente su semblante patibulario en
uno de asesino infantil, de veras guajiro, pero prefirió largarse con dignidad
de prospecto de pandillero, ante la mirada de un mesero alerta.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Los dos muchachos mayores
se rieron del niño mendigo, solidarizándose con los turistas, como mostrándoles
que ellos ya eran de otra clase social; el chiquillo de los dientes de oro
siguió impávido, como si no hubiese visto nada. “¿Habían sido mendigos de
niños, antes de crecer y mayatear turistas?”, preguntó medio en clave medio en
inglés Melchor, siempre dado a las cavilaciones. “No, han de ser chicos de
escuela y familia; chichifean por vagos, más que por necesidad”, contestó
Pancho en el mismo <i style="mso-bidi-font-style: normal;">lingo</i>: <i style="mso-bidi-font-style: normal;">Nabó, habán dabé saber chabícabos</i>,
etcétera. “Claro, los niños mendigos no se vuelven adolescentes guapos; se
mueren antes”, intervino Aurelio. “¡Tampoco son <i style="mso-bidi-font-style: normal;">tan</i> guapos!”, protestó Pancho. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Guapo, guapo, no habían
conocido mayate ni chichifo alguno durante esa estancia en Veracruz. Jovencitos
regulares y ya. Cachondones, desde luego: geografía es destino. Sólo la
juventud, la piel morena, el meneadito jarocho como de “vibración de cocuyos
que con su luz, bordan de lentejuelas la oscuridad”. Decidieron que necesitaban
otros tequilas para emocionarse con los muchachos atractivos al más o menos que
se exhibían por Los Portales. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Siguieron los tres
turistas con comentarios en clave o en inglés durante algún rato, sin que sus
acompañantes se inmutaran. Los dos mayores sonreían y saludaban con señas a
otros chichifos; se fijaban en la calidad de la ropa de los turistas,
adivinaban por la edad, o el corte de pelo, o la gordura, o la calvice, cuál
sería más generoso. El tercero los miraba en silencio, como queriéndolos
entender, como aprendiendo. Ah, que cualquier aprendizaje siempre es lento y
difícil.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>De pronto Aurelio
desapareció con la conquista de Pancho del día anterior. </span><span lang="EN-US" style="font-size: 14.0pt; mso-ansi-language: EN-US; mso-bidi-font-family: Arial;">“<i style="mso-bidi-font-style: normal;">A lot of soap! And scratch him to
death!”,</i> alcanzó a sugerirle Pancho. </span><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">El otro de los mayores, cansado de que ni
Melchor ni Pancho le concedieran la mínima atención durante horas, dijo
caballerosamente “compermiso” y fue a sentarse a una mesa próxima, donde
recibió cierta bienvenida de unos marineros gringos. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Pero se quedó en la mesa
el tercero, el chiquillo de los dientes de oro, ojazos verdes y tez devastada
por las cicatrices de barros y espinillas, a quien no conocían para nada.
Callado e inmune al fastidio; su cocacola siempre a la mitad. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>—¿Cómo dices que te
llamas? —le preguntó Pancho.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>—Nicho.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>—¿De dónde eres?<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>—De por aquí.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>—¿Qué haces, pues?<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>—Nomás.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Pancho alzó la mirada al
firmamento, para que el cielo fuese testigo de que, de veras, de veras, con
cierta gente nomás no se podía; y ya sin disimular con palabras en clave o en
inglés, le dijo a Melchor:<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>—Es absurdo venir a ligar
aquí, en cualquier bar de México hay mejor material.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Y se pusieron a añorar
frente a Nicho, que ni los oía ni dejaba de oírlos, ni los miraba ni dejaba de
mirarlos, siempre con una semisonrisa entre agradecida e inexistente, los
mejores bares de <st1:personname productid="la Ciudad" w:st="on">la Ciudad</st1:personname>
de México. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>—¿Y tú no tienes nada qué
hacer? —le preguntó Pancho a Nicho—. Ya se te hizo tarde. Tu mamá te ha de
andar buscando. ¡Y te va a regañar! —esto último lo dijo cantando, en homenaje
a la canción “La negra flor” de Radio Futura, que sonaba entonces por todas partes.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Nicho no captó la ironía.
Sólo sonrió con sus dientes de oro, y pareció más bebé que nunca, asombrado de
que a los turistas se les ocurriera que su mamá lo iba a andar buscando. Pero
Melchor creyó vislumbrar cierto rubor en su tez martirizada por tanta
extracción de barros a pellizcos, y unas como lagrimotas contenidas en sus ojos
verdes; también le temblaron los labios carnosos, demasiado bien formados.
Acaso ese chiquillo entendía y sabía más de lo que aparentaba. Había en él algo
diferente, distinguido. “Algo especial”, se dijo Melchor. La noche se suavizó
un poco. “Noche que se desmaya sobre la arena, mientras canta la playa su
inútil pena”, como dice el trovador.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>—Vámonos mejor al Diamante
—propuso Pancho—, no puede estar más aburrido que este funeral.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>El funeral de Los Portales
era una muchedumbre en su apogeo. Sonaba la clave, sonaba el bongó. Hasta había
bailables folklóricos en algún tablado. Entre el martilleo de la música disco
se ahogaban los gritos de Babalú. Pero Pancho se había desesperado de no
encontrar por parte alguna al chico de su noche criolla. Había que ir a
buscarlo al Diamante.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>—No, esta noche no la sigo
—dijo Melchor como razonable señor maduro—; ya estoy cansado, al rato me voy al
hotel.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>—Órale —se despidió
Pancho.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Y se quedaron en la mesa,
silenciosos, el turista paternal y el aprendiz de chichifo, sin decir nada.
Aburrido y sin perspectivas en su adolescencia miserable, el uno; aburrido y
sin prospectos en su oficinesca edad más que mediana, el otro. Bueno: Dios los
crea y ellos se juntan, digo yo.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Ni siquiera necesito
añadir que además de mal puto, Melchor era un mal bebedor. Que cuatro tequilas
y dos cervezas resultaban demasiado para él. Que seguía sudando a chorros, como
sólo un turista borracho puede sudar. Que lo atarantaban el tumulto, el ruido,
la revoltura espesa de suciedad, mendicidad, música desafinada y estentórea,
vendedores de baratijas, turistas aguacamayados, chamacos más bien tímidos y
desnutridos que improvisaban mala cara y porte pirata para desfilar como
padrotillos.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>“Son finalmente buenos
chicos, todos”, pensaría paternalmente Melchor, empezando otro tequila. Le
constaba, por los seis o siete que había conocido en esos días, que al menos
eran del tipo pacífico y algo honrado. Qué diferencia con los chichifos de
Acapulco. Los dos que se habían ido, por ejemplo, habían tenido oportunidades
en la playa de robarles durante un descuido los zapatos o una camisa, y hasta
las carteras o las cámaras fotográficas (que por lo demás nunca perdieron de
vista) y no: todo había sido tranquilo y de buen modo. Daba gusto ir a
Veracruz.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Nicho aceptó una nueva
cocacola.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>“Tres días de vacaciones,
a nuestra edad, seguiría reflexionado Melchor, son demasiados”. ¡Y le faltaban
tres! Recordó que pocos años antes, en otro viaje al puerto, había ensoñado la
posibilidad de adoptar a alguno de estos chamacos (y miró el rostro, en ese
momento más lindo, del chico de los dientes de oro: “¡Pero qué manera de
destrozarse la cara a pellizcos!”, pensó); llevárselo a México, meterlo a la
escuela, darle un oficio, tenerlo más o menos como novio-ahijadito, para
aliviar durante algunos años la tristeza y el ahogo de pasarse la vida más solo
que un culo; de puras borracheras los fines de semana en los bares.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Porque a Melchor los
ligues en los bares nunca le habían funcionado mucho, ni siquiera en su
juventud. Los chicos capitalinos, sobre todo los guapos y los interesantes,
querían divertirse el fin de semana y ya; luego volvía él a verlos en los
mismos bares, y ni siquiera se saludaban, todos ya demasiado conocidos. Cada
cual se dedicaba, nuevamente, a ligar al extraño. Y conforme envejecía, peor. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>“Uno viaja nomás para ver
caras nuevas, pero siempre son las mismas”, reflexionaría Melchor con otro
tequila, ya entre mareos, preguntándose qué carajos hacía así de solo y sin
destino sobre el planeta. Quizás se vería a sí mismo viajando año con año a
diferentes playas, con libros cada vez más gruesos que nunca terminaba de leer.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><o:p> </o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">3<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Lo siguiente fue un escándalo en medio Veracruz, digo, en el medio
Veracruz del centro que atiende de noche a los turistas ebrios y a los
maricones (sin ofender) y por donde desfilan los pequeños mayates y pícaros
habituales. Se supo que, sumidos cada cual en misteriosas reflexiones, casi sin
hablar, Melchor y Nicho duraron horas en Los Portales, hasta que todas las
fondas y cantinas se despoblaron y los meseros se ocuparon en barrer, fregar y
en trepar las sillas sobre las mesas. Bastante después de medianoche. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Melchor se había puesto a
pedir más tequilas y cervezas de las que podía consumir, de modo que se le
acumuló una barrera de tarros y caballitos, lo cual permitió que el imberbe
Nicho agarrara también, a trasmano, una mediana borrachera sin que la casa
quebrantara la ley, pues se le habían servido los tragos al señor, ya más que
mayor de edad. Nicho tenía su media cocacola propia, pero<span style="mso-spacerun: yes;"> </span>de pronto tomaba un trago de alguno de los
tarros o caballitos de Melchor.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Algo debieron haberse
dicho. Esas escuetas frases definitivas que se supone deciden la vida, cuando uno
las dice o las escucha en el momento exacto. Pero nadie los oyó conversar (en
parte, me explican, porque Melchor, que se cayó dos o tres veces de su silla,
materialmente ya no podía articular palabra); ni se les vio echarse las
miraditas tiernas, cogerse de la mano, ni los consabidos arrumacos a los que en
este libérrimo puerto sí se atreven públicamente los gays con sus ligues
lugareños. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Nada, muy serios el señor
y el niño, calladitos y completamente correctos. Y eso empezó a llamar la
atención, porque entonces, ¿de qué se trataba? ¿Qué se traía ese par, que no
lucía para nada como padre e hijo, sino como turista ebrio y calvo e infante
semiharapiento, pero que tampoco parecían una comparsa prostibularia? Nicho se
veía larguirucho, pero con tal carita de mocoso que resultaba absurdo o
extravagante considerarlo mayate, aun precocísimo.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Los meseros trataron de
alertar a Melchor contra un posible ladronzuelo. Inútil; de hecho, al pedir la
cuenta, fue Nicho quien tomó con toda familiaridad la cartera de Melchor y
contó los billetes, después de tres o cuatro intentos fallidos de nuestro
estimado visitante por distinguir los billetes verdes de diez pesos de los de
doscientos. Y se retiraron juntos. El esmirriado pero correoso Nicho llevaba
casi en vilo la rotunda figura veraniega del calvo Melchor.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>La siguiente etapa fue una
gritería en el vestíbulo del Hotel Imperial, recientemente remozado. El
“escuincle” no estaba registrado y el establecimiento “se reservaba el derecho
de admisión, por la seguridad de los propios huéspedes”. (Definitivamente el
Veracruz bohemio no existe: es una invención de Agustín Lara.) Hubo intercambio
de insultos entre Melchor y los empleados y amenazas por ambas partes de llamar
a la policía. Ni siquiera se le permitió a Melchor largarse con sus maletas,
porque compartía el cuarto con Pancho y Aurelio, y “no se les fuera a perder
alguna pertenencia a los otros huéspedes”. Debió partir en mitad de la “noche
tibia y callada de Veracruz” en busca de uno de los hoteluchos de paso de los alrededores
del mercado, menos estrictos en cuanto a “derecho de admisión”. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Dos o tres horas después,
en el mismo vestíbulo del Hotel Imperial, Pancho y Aurelio, que habían
regresado ya de sus aventuras con una ebriedad más controlable, se arrancaban
los pelos y se gritoneaban con los empleados ante la posibilidad de que, a esas
horas, Melchor ya hubiese sido acuchillado por ese enigmático delincuente
infantil. Pues de que había pequeños asesinos, los había. Y todo era tan raro.
“¡Pero cómo lo dejaron ir! ¿Tiene idea de adónde fueron?” <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>El dependiente, para
entonces ya bastante divertido, les sugirió que llamaran a una patrulla y
peinaran todos los hoteles baratos del puerto. Y listo. Y dos bostezos. La
mención de la policía desagradó a los compungidos mariconazos (sin ofender) y
prefieron tomar un taxi e investigar por su cuenta; regresaron poco antes del
amanecer, sin éxito, lívidos, ceremoniosos. Casi viudas.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Sólo hasta el mediodía
localizaron a Melchor y a su misterioso acompañante, desayunando jarochas
suculencias en plena Parroquia (la nueva, pues). Para entonces Nicho había
sufrido una total transformación. Melchor lo había llevado de boutique en
boutique para sustituir sus semiharapos con un brillante vestuario de niño
turista. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Le compró una camiseta con
toda la familia Simpson estampada al frente, a colores; unos shorts kaki llenos
de bolsillos; una cangurera azul que atiborró de cremas y lociones contra
barros y espinillas; unos descomunales zapatos tenis Nike, que fueron la
envidia de cuanto jarocho lo vio caminar, en la cumbre de su éxito, rumbo a la
nueva Parroquia. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Nicho también quedó
decorado con un anillo de sospechosa plata (su signo zodiacal), una gruesa
cadena y medalla de supuesto oro (<st1:personname productid="La Milagrosa" w:st="on">La Milagrosa</st1:personname>); un reloj de pulsera (un sonriente dinosaurio
en la carátula) y un gorrito de marinero, blanco, de grumete, con la vistosa
leyenda “Recuerdo de Veracruz”.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Los meseros de <st1:personname productid="la Parroquia" w:st="on">la Parroquia</st1:personname> y algunos
parroquianos, en guayabera, que lograban concentrarse en su dominó a pesar de
las marimbas, escucharon los improperios de Pancho (la ira transformaba sus
modales de dandy en desplantes cinematográficos de cabaretera histérica) y
Aurelio (el pelo güero enmarañado como <i style="mso-bidi-font-style: normal;">coiffure</i>
de la señora Simpson y los lentes empañados) contra Melchor. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Nicho siguió devorando,
impasible y medio sonriente, muy seguro el cabroncito de su buena estrella, su
gran fuente de enchiladas con pollo. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Melchor fue llamado (en
español, en inglés, en clave) a la razón, a la mesura, al sentido de las
proporciones; hasta se le recordó que aun en el tolerante y alburero Estado de
Veracruz se castigaba la seducción de menores.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Acaso en otra entidad
federativa de nuestra mojigata República los comensales se hubieran
escandalizado. Aquí tomaron la política de que el turista siempre tiene la
razón; y muertos de risa ante esa especie de nativo de escaparate (en
miniatura), de monito decorado con atavíos y abalorios turísticos, que les
resultaba el voraz Nicho, aplaudieron.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>¿Quién le iba a creer a
Melchor que ahora, pasada la mitad del camino de su vida, harto de soledad,
desengañado del sexo mercenario de fin de semana, había decidido adoptar
inocentemente, dizque sin lujuria alguna, un ahijadito que lo acompañara en la
tediosa y deprimente senda de sus días? Pero en Veracruz estamos tan acostumbrados
a oír cualquier cosa de los turistas que los jugadores de dominó de las mesas
vecinas siguieron riendo, y aplaudieron de nuevo. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>—¡Es que de plano no te
mides! —gritó Pancho, y emprendió dignamente la retirada con Aurelio—. ¡Nos
vemos en el hotel!<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>—Ahorita los alcanzamos
—dijo Melchor, con toda entereza e inocencia, como un sensato padre de familia
cuyo lema fuese: “Todo a su tiempo: los problemas, después de almorzar”.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>No resultó tan aquiescente
la actitud de la tropa de mayatitos, hamponcillos, vendedores de cualquier
cosa, movedores de ombligo, chulos y demás pícaros ante el encumbramiento de
ese advenedizo infantil, a quien apenas conocían de vista. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Se escandalizaron. <i style="mso-bidi-font-style: normal;">Eso</i> sí era inmoral. Nicho nomás se
andaba haciendo el huerfanito para robarle todo, pero todo, al señor chilango
medio raro. Y que no dijeran que no le ponían. De que le ponían en la cama, le
ponían. ¡Y quién sabe cuántas cochinadas sí hacía y se dejaba hacer el Nicho,
para recibir tan de golpe tantos regalos, especialmente los tenis Nike!<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><o:p> </o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">4<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Con arrogancia Melchor cerró su cuenta en el Hotel Imperial y se hizo
transportar con todo y Nicho y equipaje en un taxi al permisivo hotel que los
había amparado. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Hubo algún intercambio
ríspido de despedidas, en sordina, entre Melchor y sus amigos, que se quedaron
tumbados en los sillones del vestíbulo en medio de la mayor consternación.
Aurelio limpiaba desoladoramente sus anteojos, otra vez empañados. Pancho
intentaba consolarse con la contemplación de sus pies perfectos, sobre los que
no habían pasado los años. El empeine era ideal.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Los cultos lectores que
leen cuentos como este en libros y revistas literarias acaso ignoren que en
pueblos y rancherías premodernos, especialmente de tierra jareosa como las
costas, los hombres de edad madura y hasta los ancianos de repente recurren,
con la aprobación general, a esta ancestral fuente de la juventud y se hacen de
amantes jovencitas, casi niñas. Fuera de los modernos centros de cultura suelen
abundar las parturientas de trece años. Y esas parejas de edades tan dispares,
esos injertos de padre (o abuelo)-amante y de esposa-hijita, dan lugar a
chistes y sones, pero hallan su modo de acoplarse, a veces más florida y
apaciblemente que los matrimonios normales. Los japoneses han escrito muchos
jaikús al respecto.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Pero los chamacos jarochos
no quisieron pensar en ello. Los tenis Nike, la medalla y el extravagante
sombrerito de grumete de Nicho los sacaban de quicio. Era algo loco, ridículo,
hasta inmoral. A nadie le pasaban cosas así. Era como encontrarse tirado un
billete de lotería, que resultase ganador del premio mayor. Un cuento como <st1:personname productid="La Cenicienta" w:st="on">La Cenicienta</st1:personname> entre putas
de zanja; una telenovela gay a lo <i style="mso-bidi-font-style: normal;">María
Isabel</i>.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>La envidia del bien ajeno
es una pasión poderosa, y los chicos de las playas y Los Portales conspiraron.
Conspiraron en Mocambo, en Mandinga, en Boca del Río, pues los chismes en
Veracruz son veloces, para convencer a Aurelio y a Pancho de que el loco de su
amigo corría un peligro atroz. Que Nicho, así de mosquita muerta con sus dientes
de oro y todo, había robado y traicionado a todos los que confiaron en él; que
había matado, pero con un puñalote de este tamaño, a sus propios padres: por
eso andaba haciéndose el huerfanito; que había estado en un orfanatorio, en la
cárcel de menores, y que la policía lo había liberado sólo para usarlo de
gancho y soplón, y esto y lo otro; juraron, además, que en cuanto se fuera su
colorado y pecoso protector, le iban a dar su merecido. O antes: que nomás les
avisaran, si al Nicho se le ocurría pasarse de listo. Porque aquí en Veracruz
no era de hombres hacer esas cosas. De buena fuente sabían que el tal Nicho ni
siquiera era veracruzano, sino de <st1:personname productid="la Sierra" w:st="on">la
Sierra</st1:personname> de Puebla.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>La noche del domingo tuve
cantina llena, en parte por este chisme. Llegaron temprano Melchor y Nicho,
siempre silenciosos, sin abrazarse ni cogerse de la mano, nomás transmitiéndose
puras ternuras y pensamientos entrañables con los ojos; se corrió la voz y
empezaron a juntarse los chamacos a la puerta, espiando a Nicho y comentándose
cosas al oído. Algunos le hacían gestos amenazadores a espaldas de Melchor.
Pensé que querían apedrear a la mujer adúltera, como dice el Evangelio. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Luego aparecieron Pancho
(toda su donosura descompuesta por la preocupación: un puñado de tics
nerviosos) y Aurelio (que se enjugaba la frente con un paliacate amarillo sucio
y apeñuscado), y se sentaron en mesa aparte, que pronto admitió a una palomilla
de los pícaros de la calle. Ya fuera porque los rumores del peligro le hubiesen
metido miedo, o porque considerara poco seguro mi humilde establecimiento, el
caso es que para entonces Aurelio ya se había despojado, precavidamente, de
todas sus joyas. Parecía más bien algo hippie, con la marañota de pelo y su
fina ropa bastante arrugada.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Algo de trabajo me costó
mantener el orden: correr a los vagos que sólo querían molestar a los tórtolos
sin consumir ni una cerveza (bueno, sin conseguir que se la invitaran, pues);
renconvenir a los que de pronto chiflaban una burlesca marcha nupcial o hacían
la pantomima de una novia coronada con una servilleta de papel en forma de
barquito; y hasta sacar a empellones a algún grandulón que le puso una
zancadilla a Nicho cuando iba al baño (lo hizo caer y mancharse sus shorts kaki
llenos de bolsillos). Incluso, decentemente, llamé a la discreción al propio
Aurelio, que un poco contagiado de la vulgaridad de la chusma (y tal vez
envidioso de que alguien de su edad todavía se entregara a los sueños del “amor
del bueno”) se había improvisado unos dientes de oro con la envoltura de sus cigarros.
Y cantaba: “Una vez nada más se entrega el alma...”<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Melchor y Nicho lo
soportaron todo: así de grande parecía su amor. Supe luego que habían ido a la
cantina a despedirse de Veracruz, su última noche en el puerto; antes habían
caminado plácidamente por la costera, hasta la estatua de Ruiz Cortines: se
disponían a tomar al día siguiente el camión a México, rumbo a su nueva vida
juntos, para siempre, en ese departamento amplio frente a un parque, en un
séptimo piso, que Melchor le había descrito a Nicho como todo un reino de
tranquilidad y vida dichosa: microondas, televisión, videocasetera, compact
disc, nintendo, computadora. Tenía un perro afgano llamado Dick.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>A pesar de sus
desavenencias, algo se dijeron los tres maricones capitalinos (sin ofender).
Tuvieron un breve conciliábulo, secretísimo. Parecía que hubiese cuentas que
arreglar o cosas por el estilo. Pancho hablaba y hablaba, Aurelio asentía;
Melchor escuchaba serenamente, con paciencia, y finalmente les entregó sin
resistir todas sus tarjetas de crédito. Pancho recobró en parte su juventud tan
histéricamente interrumpida. Aurelio se aplacó levemente la melena con los
dedos.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Sea como fuere se dijeron
demasiado. Melchor y Nicho se marcharon primero. Media hora después, Aurelio y
Pancho. Y nadie en el puerto ha vuelto a ver a esos tres chilangos por acá. Eso
pasa con algunos turistas, se hacen célebres entre nosotros durante dos días y
no regresan sino, notablemente deteriorados, cinco o diez años después. Pero
los jarochos, agradecidos y afectuosos con el turismo, nos acordamos a veces
del vestido mamey de alguna güera, de la manera de reírse de algún barbón, de
la tacañería o prodigalidad de tales o cuales. Todos hacen el oso y no se los
tomamos a mal. Felices ellos, que pueden.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>A quien sí vi la noche
siguiente fue a Nicho, con la camiseta de los Simpson desgarrada y un diente de
oro menos. Andaba descalzo, sin los tenis Nike. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Estuvo espiando horas
frente a mi cantina, por si llegaba su tórtolo maduro y calvo. No lloraba. No
puedo decirles si fue abandonado mientras dormía en el hotel, en plena
madrugada; o si ya en la central de autobuses Melchor lo mandó a comprar
cigarros, y desapareció. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Nicho me pareció algo
estúpido con la cara llena de diminutas curaciones blancuzcas sobre sus barros y
sus espinillas. Y sus grandes ojos verdes, ojotes como de caricatura infantil,
brillaban bajo su blanca gorrita de grumete, que a la luz de la luna dejaba
leer desde mi mostrador toda la frase: “Recuerdo de Veracruz”. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES"><o:p> </o:p></span></p>José Joaquín Blancohttp://www.blogger.com/profile/08263922763815348076noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7527486713623183716.post-2797485957131944922022-10-29T22:36:00.000-07:002022-10-29T22:36:26.195-07:00LA SONRISA DEL VAQUERO<div><p class="MsoNormal"><st1:personname productid="LA SONRISA DEL" w:st="on"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">LA SONRISA DEL</span></st1:personname><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> VAQUERO<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> </span></p>
<p class="MsoNormal" style="margin-right: 74.85pt; tab-stops: 363.75pt;"><span lang="ES">Por José
Joaquín Blanco<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> </span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> </span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Imagino las memorias de un chamaco que pudo ser mi compañero de clase,
Martín Rentería:<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Tuve una infancia de cuento, pero de cuento
de curas y monjas, como <i>Marcelino, pan y vino</i>. Mi familia y la ciudad
entera de Zamora estaban saturadas de presencias, atmósferas, preocupaciones,
rencores, esperanzas, rencillas, sensaciones religiosas. Hasta donde mi memoria
alcanza, nuestra familia ha poblado con abundancia conventos y curatos, y no
nos faltan primos o tíos misioneros en África y Tierra Santa. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">En mi casa abundaban los adornos, regalos,
objetos religiosos. Esa carpetita había sido tejida por la monja tal, estas
artesanías o aquellos dulces provenían de conventos, cofradías y obras
piadosas. No había mueble sin su santito, y acaso menos por beatería que por
afán o vicio de coleccionista: se heredaban, se compraban, se regalaban entre
nuestros familiares y amigos tantas velas, escapularios, rosarios, estampitas,
cromos, estatuillas, crucifijos, vidas de santos.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Todo ha cambiado mucho en medio siglo, desde
luego, pero por entonces una casa así no representaba extravagancia alguna en
Zamora, todo lo contrario. Se vivía naturalmente entre angelitos, inmaculadas y
sagrados corazones como en una aldea pesquera entre barcos, redes, instrumentos
de navegación y pesca, peces disecados. Tuve pues una infancia feliz de
deportes en los colegios de curas, primeras comuniones, bautizos, bodas,
semanas santas, navidades; todo gozo de la vida, y hasta cada guiso y cada
bizcocho, admitían su ángel o santo tutelar. Posadas con curas, kermesses con
curas, paseos campestres con curas, competencias deportivas con curas, estudios
con curas –todos ellos amigos o parientes de los parientes o amigos de mis
padres--; coro para la iglesia, rondalla para las fiestas escolares. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">De modo que a todos nos pareció natural y
magnífico, cuando terminé la primaria, que pasara un mes de mis vacaciones en
un retiro espiritual. De una u otra manera, por otra parte, se venía sugiriendo
desde hacía años que mis padres esperaban que uno o dos de sus siete hijos
recibiera la vocación religiosa. Y a todos se les antojaba que yo, Martín Rentería,
ya la llevaba algo adelantada por cierto carácter fácil y alegre, que me
bienquistaba con medio mundo y me permitía cumplir sin mayor esfuerzo cuanto se
me pedía. “Martinillo es un ángel, nació con las alas puestas”, llegó a bromear
el señor obispo, mi tío y padrino.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> Los niños dóciles y
felices quizás no son muy perspicaces, y yo me creía con toda tranquilidad
cuanto se pretendía que creyera, entre otras cosas que la vida santa y alegre
que llevaban las familias católicas de Zamora era la única vida que existía
sobre el planeta, salvo algunos réprobos a quienes nunca conocí y por cuyo
regreso al buen camino se me enseñó a rezar desde <st1:personname productid="la Primera Comunin." w:st="on">la Primera Comunión.</st1:personname><o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Fue así que sin temor alguno trepé con otros
dos niños un poco mayores que yo, elegidos por las señas que mostrábamos de
vocación religiosa, a un autobús que nos llevaría hasta Palisada, Tlaxcala, al
seminario menor que los salesianos dejaban vacío en vacaciones y que se
utilizaría como retiro infantil y juvenil durante todo el mes de diciembre.
Algún diciembre de los años cincuenta del siglo veinte. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> En el autobús, durante mi
primera salida no sólo de Zamora sino de casas y escuelas donde no estuviera
dulce y estrictamente vigilado por la familia, las familias idénticas con
quienes tratábamos, los curas y las monjas tutelares, me empezó a ganar la
secreta inquietud de que existiera un mundo diferente, hasta peligroso. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Me cautivó el sabor de la aventura. Durante
todo un mes conocería hasta a un centenar de niños y muchachos de todo el país,
y jugaría, platicaría, rezaría y me divertiría con ellos esos treinta y un días
totalmente libre de la custodia familiar y zamorana. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Nos habían mostrado, proyectadas sobre un
muro blanco, transparencias –entonces llamadas filminas- del gran seminario
menor de Palisada, Tlaxcala, que parecía un castillo. Dormitorios, capilla,
salones de clase, biblioteca, salón de música, salón de actos, diez canchas en
toda forma, reglamentarias, de básquetbol y dos de futbol; huerta, establo,
¡hasta dos laguitos! en mitad de un gran bosque. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">En realidad, el modernista y funcional
seminario de Palisada –puro concreto y cristal, colores básicos y alegres- se
había construido sobre los restos de una vieja hacienda minera y conservaba
mucho espacio boscoso, con esos dos criaderos de truchas que llamábamos lagos.
Yo tenía doce años entonces y de alguna manera presentí que ese retiro dejaría
una marca especial en mi vida. Algo así me sugirió mi tío obispo al despedirme.
Por entonces se admitían seminaristas menores o “aspirantes” de mi edad, para
que iniciaran los estudios de latín, griego y disciplinas religiosas junto con
la secundaria: ¿regresaría a Zamora a decirle a mis padres la frase que
esperaban: “Durante este mes lo he pensado mucho y he rezado con fervor para
que el Señor me ilumine, y creo que quisiera ingresar al seminario”. Toda la
familia y media Zamora llorarían de felicidad y se reafirmaría la vida que
llevábamos. Quizás habría ya que empezar a mostrar, con una sotana de
seminarista, las natales alas de ángel que me concedió el obispo.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Llegamos a Palisada a media tarde, y me
pareció un castillo más vasto y hermoso que el que había imaginado a partir de
las filminas. Pero desde el principio se impuso cierta brecha de desorden. Como
los “retiristas” de muchas partes del país íbamos llegando a horas diferentes,
algún cura nos recibía, nos indicaba que dejásemos las maletas amontonadas en
un salón, nos llevaba enseguida al refectorio para comer y beber cualquier
cosa, y nos mostraba el bosque, sus criaderos de truchas, sus huertos y establos.
Casi nos imaginábamos en la selva. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Éramos chicos de edades variadas, entre los
doce y los dieciocho años, y nos prometíamos todo un mes de boy-scouts. Porque
se nos había advertido que parte del retiro consistía en dos o tres horas de
trabajo manual, y todos deseábamos que nos correspondiera limpiar los lagos,
podar árboles, abrir caminos en el bosque, cultivar hortalizas, ordeñar a las
vacas, tanto como temíamos que la labor impuesta fuese la rutina de barrer y
trapear salones, limpiar vidrios o fregar trastos. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Yo no me decidía: ¿Sería más agradable
pasarme las horas metido en el agua sacando hojarasca y basura de los
criaderos, o dedicarme a las seis portentosas vacas que visitamos en el establo
–unos cobertizos y un derruido jacal de adobe, que apestaban a estiércol-, al
fondo del bosque? <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Ese jacal en ruinas, donde se amontonaba la
alfalfa, era una de las escasas construcciones que sobrevivían de la antigua
Hacienda Palisada. El seminario y la capilla se levantaban al otro extremo,
frente a la carretera a Puebla, modernísimos, llenos de cristales coloridos y
techos en formas de triángulos y curvas. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Habría yo de volver siete u ocho veces más,
cada diciembre, a ese seminario en el bosque, hasta que ingresé en la
universidad y me declaré disoluto y ateo, para desesperación de mi familia y
escándalo de todo Zamora. Como la rutina fue siempre la misma se condensan a
veces en mi recuerdo escenas de años diferentes como si todas hubieran ocurrido
la primera vez. La sensación casi militar del dormitorio donde roncábamos cien
chamacos. El campanazo para despertar y correr a ducharse con agua más fría que
tibia en dos o tres minutos, a fin de no ser complacientes con la carne que iba
madurando en nosotros, en diferentes etapas y como en secreto, bajo rostros y
ademanes castos y casi indiferentes. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Las misas soñolientas y largas, largas, con
canto gregoriano y terribles sermones contra todos los peligros y pecados que
nos acechaban: <st1:personname productid="la Carne" w:st="on">la Carne</st1:personname>,
el Demonio y el Mundo. El desayuno de atole y bizcochos en absoluto silencio.
Gimnasia. Futbol. Básquetbol. Conferencias de curas sobre todo lo que
necesitaba conocer el joven cristiano. Ensayos de cantos religiosos.
Meditación. Algo de charla en la comida, pero jamás “conversaciones
particulares”: toda la mesa debía escuchar lo que cualquiera dijese. Labores:
aseo del edificio, ayuda en la cocina o la lavandería, y el milagro del bosque,
los lagos y las huertas que sólo era concedido a una tercera parte de los
muchachos. Se asignaban al azar. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Durante esos siete u ocho retiros me tocó de
todo: pulir el piso de mármol de la capilla y fregar trastos, limpiar de
hierbajos y piedras las canchas de futbol, amasar y hornear bolillos, asear los
baños. Pero la primera vez tuve suerte:<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">-Martín Rentería: a cortar hierba.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Se trataba de limpiar a machetazos la maleza
y los arbustos que cundían salvajemente cerca del establo. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Era una zona amplia y tupida donde nos
perdíamos de vista. No faltaba el holgazán que se escondiera para dormir la
siesta entre los árboles. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Entre la gavilla de chamacos de doce a
dieciocho años a quienes aquel año nos correspondió desyerbar los alrededores
del establo recuerdo sobre todo a nuestro “jefe de grupo”, Cheo: un mulatillo
de grandes ojos de vaca y pelo rizado. Era insoportablemente pedante, como sólo
puede serlo un muchacho de dieciséis frente a un niño de doce. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Se sentía adulto, sabio, poderoso, perverso.
Se atrevía a hablar de mujeres pechugonas incluso durante un retiro espiritual.
Usaba una brillantina muy perfumada. Se distinguía en el futbol, pero lo
criticaban por “podrido” o “personalista”. Se adueñaba del balón y por nada del
mundo lo soltaba, aunque lo rodearan tres adversarios.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">-¡Si no estás jugando solo, pinche Cheo! –le
gritaban sus compañeros de equipo. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">A Cheo no le gustaba platicar mucho conmigo.
Se aburría con los “pinches niños meados” y no perdía oportunidad de juntarse
con los curas y los muchachos mayores, para discutir de asuntos dizque elevados
y misteriosos. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Me regañó varias veces, exasperado ante mi
torpeza con el machete.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Había que cortar los tallos de los arbustos
en diagonal, de golpe, en la base, con movimientos decididos –“¡Así, y así, y
así!”: me mostraba-, y no sin ton ni son. Y cuidado con el machete y con las
ramas: <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">-Nada más falta que te rebanes una pata o te
saques un ojo, pendejo niño meado. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Yo seguía sus instrucciones con variada
fortuna, sin accidentes, durante media hora, una hora. A veces distinguía a
veinte o cincuenta metros otro machete, a otro chamaco. Pero la mayor parte del
tiempo me sentía completamente solo entre la vegetación. De pronto sonaba un
campanazo y había que recoger y amontonar la maleza y las ramas cortadas y
correr a formarse en el patio principal del seminario. Lavarse. Merienda.
Rosario. Alguna película sobre san Martín de Porres o san Felipe de Jesús. Cena
en riguroso silencio. Siempre frijoles con el sabroso pan horneado esa misma
tarde. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Más rezos. Hora de dormir. Era obligatorio
dormirse en cuanto uno acabara de ponerse la piyama y se apagaran las luces
directas. Permanecían prendidos, sin embargo, durante toda la noche, varios
focos amarillentos que permitían a los dos o tres curas de guardia vigilar el
sueño de los niños, caminando lenta y silenciosamente con su rosario, como
ánimas en pena, entre las filas de camas. Uno se iba directamente al infierno
si se atrevía a hablar con alguien que no fuera el cura de guardia en el
dormitorio, o a levantarse en la noche sin causa justificada. Incluso
levantarse a orinar era mal visto: había que orinar a tiempo, plenamente, antes
de acostarse.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">El aroma del pan horneado de la cena perdura
en mi memoria como una de las sensaciones más gratas de toda mi vida, al igual
que el denso y casi nupcial hedor a estiércol del establo, donde se amotinaban
las moscas. Años más tarde, yo mismo aprendería a amasar y a hornear ese pan. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">En el seminario de Palisada vivía con su
esposa e hijos un ranchero alto, rubio y fornido que fungía de factótum de los
curas, don Gilberto. Comandaba la panadería, la despensa y el establo; se
encargaba de arreglos menores de plomería y albañilería y manejaba la camioneta
de la que diariamente, a eso del mediodía, le ayudábamos a descargar costales y
huacales de fruta y verdura, pollos pelados y grandes trozos de res,
sangrientos, y otras provisiones. Con él aprendería a hacer el pan. Botas,
camisa a cuadros, bigotes, sombrero texano. Lo apodábamos el Vaquero. Su esposa
regía la lavandería y la cocina. Sus hijos apenas eran bebés.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Recuerdo mi primer retiro espiritual como
una tarde eterna entre la maleza, practicando los golpes de machete en
diagonal, con movimientos decididos a la base del arbusto o de las yerbas,
apartando el cuerpo para no rebanarme una pata ni sacarme un ojo como “meado
chamaquito pendejo”. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Recuerdo la insolencia, el desprecio de Cheo
ante mis torpes doce años. Recuerdo su cara achocolatada, sus grandes ojos de
vaca, el olor de su brillantina, sus subversivos comentarios sobre mujeres
pechugonas. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Y que nunca le parecía bien mi trabajo con
el machete, al grado de que, desalentado, empecé a aburrirme, a holgazanear, a
esconderme entre la maleza para ver flotar las nubes de las cuatro o cinco de
la tarde. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Me atreví a más: agachado, casi reptando,
escapaba del área que me había asignado Cheo, y exploraba los alrededores del
establo. Vi los cobertizos con seis vacas. Me acerqué en silencio al ruinoso
jacal de adobe, con un muro agrietado, donde se amontonaba la alfalfa.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Y por la grieta descubrí cómo Cheo, tumbado
sobre la alfalfa, era penetrado por don Gilberto. Cheo totalmente desnudo: las
piernas sobre los hombros –camisa a cuadros- de don Gilberto. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Oí a don Gilberto bufar y sonreír con una
mirada tremenda, luminosa, húmeda, al mismo tiempo violenta y enamorada. Los oí
gemir, los vi lamerse y retozar sobre la alfalfa. Recuerdo el denso olor a
estiércol y algunos mugidos plácidos, se diría cómplices.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Regresé, tembloroso y culpable, a mi sitio,
a cortar arbustos con golpes decididos, diagonales, furibundos, a la base del
tallo de los arbustos. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Sentí una enorme desolación, acaso la
envidia del pecado y del placer que no conocería sino hasta cinco o seis años
más tarde. Supongo que sentí celos de ambos.
<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">A nadie conté nada, ni en confesión. Me
esforcé porque ni durante ese retiro espiritual, ni en los dos o tres
siguientes en que coincidimos, Cheo sospechara mi secreto. Logré una
indiferencia perfecta. Pero no he olvidado el olor de su brillantina. Ni el
adusto y siempre atareado Vaquero entrevió jamás que yo le había espiado una
sonrisa.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES"> </span></p></div><div><br /></div><br />José Joaquín Blancohttp://www.blogger.com/profile/08263922763815348076noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7527486713623183716.post-36585128949856520572022-09-30T19:21:00.000-07:002022-09-30T19:21:43.551-07:00EL MARQUÉS DE LAS VERDOLAGAS<div><p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">EL MARQUÉS DE LAS VERDOLAGAS<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> </span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES">Por José Joaquín Blanco<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> </span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> </span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> </span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">“Hay quien le echa la culpa al <i>Duque
Job</i>, nuestro llorado e inolvidable Manuel Gutiérrez Nájera, de esta moda
tan pueril como lupanaria y facciosa”, señalaba hacia 1897 en <i>El Imparcial</i> un crítico anónimo: “todo
mundo ha dado por calzarse seudónimos de condes y marqueses de esto y lo otro.
En el Café Passy he escuchado perorar a los barones Colipavo, Codorniz y
Bacalao; a un abad Yerbabuena y a otros Rapé y Hatchís; a los caballeros
Machete y De <st1:personname productid="la Llorona" w:st="on">la Llorona</st1:personname>;
a varios duques Guayabo, Verdesmatas, Capirotada, Mátalas-callando, Ajonjolí y
Ajenjo; a tres o cuatro marqueses Jericalla, Chirimoya y Benjuí.” <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">“<i>Nombres
de pluma</i>, si esta plebe de imitadores se atreviese a escribir y publicar
sus murmuraciones. Pero pocos escriben y publican alguna vez, pues (según su
queja envidiosa y emponzoñada) los diarios y las revistas están totalmente
copados por ‘la tribu de los afrancesados, decadentes y degenerados <i>modernistas</i>’, quienes se encargan de
cerrarle el paso por completo a cualquier ‘talento nacionalista y castizo, cien
por ciento mexicano’.” <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">“Estos condes y marqueses ‘literarios’, es
decir: falsarios, deben reducirse pues al <i>periodismo
oral</i> en cantinas y cafés, donde unos a otros se atormentan con sus pútridos
artículos de viva voz [...] Para lo único que ha servido la prohibición
constitucional de usar títulos y blasones nobiliarios es para ¡que cualquier
palurdo se haga llamar archiduque en una cantina! Sobra decir que existe,
inevitablemente barbado, un tal Archiduque Las Campanas, con tan fácil y soez
revanchismo contra el gentil difunto que ya no puede defenderse.”<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Hasta aquí el cronista anónimo de <i>El Imparcial</i>. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Durante largos años he investigado en
hemerotecas, bibliotecas, archivos públicos y epistolarios privados, y
recurrido a la azarosa memoria de algunos de los descendientes de tan
fantasmales personajes, esta curiosa y fugaz aparición de la clandestinidad
literaria de 1897. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">He aquí el resultado de mis arduas
pesquisas:<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Entre esa “plebe lupanaria e
irremisiblemente oral” se recordó durante algún tiempo a un Marqués de las
Verdesaguas (vilipendiado como el “Marqués de las Verdesnalgas” o el “Marqués
de las Verdolagas” por sus propios contertulios), a propósito de su única y
fallida hazaña: su empeño por cambiarle de nombre a <st1:personname productid="la Calle" w:st="on">la Calle</st1:personname> de Puente de Alvarado
por el de “Calle del Rencor Mexicano”.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> Se dice que el Marqués de las Verdolagas era
bajito y esquelético, con una fisonomía totalmente indígena que parecía
contradecir su pretendido abolengo castellano. Pero él se conocía bien su
espejo, y estaba dispuesto a espetarle al primer maledicente toda una larga
nómina de personajes virreinales con figura indígena que recibieron como
merced, o que compraron gracias a alguna fortuna bien o mal habida con las
mulas, las minas y el pulque, algún castizo título nobiliario. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">¿Acaso no había condes (recientemente
ascendidos a duques) de Moctezuma? ¿Por qué un nativo de Chalco no iba a
calzarse, en memoria precisamente de su lago, el “Marqués de las Verdesaguas”?<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> -Porque las aguas de
Chalco son todo, menos verdes, ¡y apestan! –señaló algún bohemio, digamos el
Abad Hatchís.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> El Marqués de las
Verdolagas lo fustigó con algún parco insulto del tipo de “cretino” o
“neófito”; y fingió estar más que dispuesto a retarlo a duelo con sables o
pistolas, exactamente lo que esos contertulios jamás tenían (o se los retenían
con tenacidad los prestamistas y las casas de empeño).<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Sabía que el precio del saber era la
incomprensión y la necedad del mundo. Su mundo estaba fatalmente constituido
sobre todo por los abades Yerbabuena y Rapé; los barones Colipavo, Codorniz y
Bacalao; los caballeros Machete y De <st1:personname productid="la Llorona" w:st="on">la Llorona</st1:personname>; los duques Guayabo, Verdesmatas,
Mátalas-callando, Ajonjolí y Ajenjo; los marqueses Benjuí, Jericalla,
Capirotada y Chirimoya.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> El Marqués de las
Verdolagas no se dejaba ganar por los prestigios “recientemente precolombinos”
de los “poetizadores de indios”, del tipo de Rodríguez Galván, Eligio Ancona o
Heriberto Frías. Y detestaba la amanerada estatua de Cuauhtémoc en Reforma,
debida a Miguel Noreña (maqueta) y a Jesús F. Contreras (fundición). ¡Parecía
un <i>sportman</i>, un lagartijo de Plateros
ataviado de azteca para una ópera folklórica!<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">-Si los aztecas alguna vez fueron ‘tan
bellos y <i>moirés</i> como un idilio’, eso
no lo ha podido constatar nadie en varias centurias de desnutrición, servilismo
y pulque –señalaba-. La redención nacional está en la vena hispánica -argüía
con una imperturbable convicción de que María Santísima llevaría al triunfo al
cansado león español, por entonces acosado por los “sajones pérfidos” en Cuba.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> No se hallaba solo el
Marqués de las Verdolagas en este repentino hispanismo. Ahora que España se
preparaba para enfrentarse a los Estados Unidos, los contertulios de aquellos
cafés y cantinas olvidaban viejos agravios, y le devolvían el nombre de madre a
la hasta hacía poco denominada madrastra.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> Desde su tribuna del Café
Passy el Marqués de las Verdolagas exigía, en parrafadas de artículos de
ajenjo, que se bautizara a las principales calles de la ciudad de México con
los nombres de algunos de “sus mayores soberanos legítimos”, como Hernán
Cortés, Carlos V, Felipe II y Carlos III, en lugar de encasquetarles tanto
nombre de héroes liberaloides fanáticos y espurios, o al menos dudosos, como ya
era epidemia nacional. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">-¡En cualquier pueblucho hay una Calle
Múzquiz! <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Escandalizaba. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">-El día que se levante una estatua a Hernán
Cortés, o se llame con su nombre a alguna calle, es que México está perdido sin
remedio -comentaban sus antagonistas (pongamos el Marqués Benjuí y el Abad
Yerbabuena), también en vivos artículos de pulque o ajenjo.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">-¿Y por qué, si don Fernando es el verdadero
Padre de <st1:personname productid="la Patria" w:st="on">la Patria</st1:personname>?
Quiten ustedes a Hidalgo, a Morelos o a Juárez, y queda México como si nada, y
a lo mejor hasta sale ganando y se restaura; quiten a don Fernando Cortés, y
sencillamente no hay México, sino pura “Temixtitan”.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> -Tampoco “Temixtitan”,
pues él la llamó así con su grueso oído extremeño, sino Meshico-Tenoshtitlan”
–le corrigió el pedante Duque Mátalas-callando, quien desde luego no había
leído a Cortés, pero algo había escuchado en la cantina de sus dislates.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> -Ni México, con x, con g o
con j, como gusten; ni idioma español –remató el Marqués de las Verdolagas a la
manera de un jaque mate.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> -Pero es que Cortés fue un
verdugo, un masacrador –murmuró otro, refugiándose en argumentos morales. Era
el Barón Codorniz.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> -¿Y entonces por qué
hablamos de Puente de Alvarado? ¿Acaso Alvarado no incurrió también en ‘la
masacre’? No me digan ustedes que por simple tradición, pues entonces Cortés
debería figurar en todas partes: ¡encabeza todas las tradiciones mexicanas! Ni
por gusto anecdótico, pues también gana en el flanco costumbrista: ¿Por qué el
falso Árbol de <st1:personname productid="la Noche Triste" w:st="on">la Noche
Triste</st1:personname>, en Popotla, donde <i>nunca</i>
lloró, y no en todo caso el “Árbol de Cortés”? ¡Imagínense ustedes al valeroso
capitán chille y chille públicamente, desmoralizando con su moquera a su tropa
y a la indiada tlaxcalteca!... <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> Y es que, por una rara
casualidad, el Marqués de las Verdolagas, quien nunca leía nada mexicano ni
reciente (para evitar que en algo influyeran en su pensamiento “impoluto” las
“venales frivolidades modernistas”), quien en realidad nunca leía nada, había
infringido su código y recorrido en secreto un artículo de Luis González
Obregón sobre <st1:personname productid="la Calle" w:st="on">la Calle</st1:personname>
de Puente de Alvarado. Eso había ocurrido con el barbero, en espera de que le
arrancaran dos o tres muelas y dientes podridos.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> -¿Saben por qué sí tenemos
calle para Alvarado y no para Cortés? ¡Por pura mala leche mexicana!, ¡por puro
rencor mexicano!, ¡por puro odio matricida! ¡Para infamar a don Pedro, y de
paso a <st1:personname productid="la Madre Patria" w:st="on">la Madre Patria</st1:personname>!
Hay que llamar a las cosas por su nombre; y a esa calle, la del Rencor
Mexicano.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> Una de las ventajas de los
contertulios bohemios, ágrafos y antilibrescos, era su infinita capacidad de
asombro. Como de nada se enteraban a través de escritos ni en sus escasos ratos
sobrios, encontraban un aula llena de sorpresas eruditas en la cantina, en los
artículos de ajenjo y viva voz de marqueses, condes, caballeros, abades y demás
“nombres de pluma” de esos escritores “tan exigentes que... nunca escriben”,
según burla de un tal <i>Rip-Rip</i>,
seudónimo tras el que se sospechaba al “melifluo sacristán” Amado Nervo. (¡Como
si alguien llamado así necesitara de seudónimos!)<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> “Por pura mala leche.” Y
el Marqués de las Verdolagas pasó al terreno positivista de los hechos
comprobables. Salió con su séquito del Café Passy; se proveyeron de dos o tres
botellas de aguardiente, y cruzaron <st1:personname productid="la Alameda" w:st="on">la Alameda</st1:personname>; dejaron atrás San Hipólito hasta llegar
al tramo de <st1:personname productid="la Calzada" w:st="on">la Calzada</st1:personname>
de Tlacopan llamado Puente de Alvarado, a la altura de <st1:personname productid="la Calle" w:st="on">la Calle</st1:personname> del Eliseo, donde
todavía hacía poco tiempo se había levantado un “establecimiento <i>non-sancto</i>” o Tívoli. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Ahí midieron varias veces con sus pasos la
distancia que se atribuía al “salto de Alvarado”. ¡Imposible! Nadie podía
saltar tanto, impulsado por su lanza encajada en el lodo y los pedruscos y
escombros de la laguna. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">-Es decir, por aquí venía la calzada sobre
la laguna, y se cortaba tres veces, para obligar a la gente a usar los puentes
practicables que dominaban los aztecas... Un soldado chismoso dijo que aquí, en
la tercera cortadura, como los aztecas habían retirado el puente, y lo
acosaban, ¡Alvarado había brincado! Pero traten ustedes: ese brinco es
imposible. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Algunos contertulios ebrios tomaron vuelo,
improvisaron sus bastones o paraguas como garrochas, y saltaron... conservando en alto, como se
supone Alvarado su botín de oro, las botellas de aguardiente. El más ágil
(naturalmente, el Marqués Jericalla) logró apenas un brinco de dos metros.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">-Tontos tontos, si ustedes quieren, pero no
tanto: los aztecas se aseguraron de que ni los mayores atletas pudieran salvar
con las simples piernas la cortadura de la calzada. De otro modo, ¡todo mundo
las hubiera saltado desde los días del pobre Chimalpopoca, sin necesidad de
puentes! –explicó el Marqués de las Verdolagas.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">-¿Había ya Calzada de Tlacopan en los
tiempos del pobre Chimalpopoca? –intrigó el Marqués Chirimoya. En aquellos años
patrióticos, no se necesitaba mayor lectura para conocer las cuitas del
tlatoani Chimalpopoca en su jaula de madera.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Pero tales escrúpulos de rata de biblioteca
se vieron castigados con el silencio general.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Desde luego, el Marqués de las Verdolagas
omitió (pues le parecía infatuada erudición o flagrante <i>contradictio in adjecto</i> llenar sus artículos orales con notas de
pie de página) los créditos debidos: que el historiador Solís se había burlado
de ese “salto” de Alvarado, el cual dejaría “más encarecida su ligereza [de don
Pedro] que acreditado su valor”. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Calló que el historiador José Fernando
Ramírez había considerado que ese chisme del “salto”, atribuido a la
maledicencia de la tropa y documentado por Bernal Díaz del Castillo, constituía
un “sangriento epigrama” contra el valor del capitán Alvarado. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">(De hecho, lo del “sangriento epigrama” de <st1:personname productid="la Calle" w:st="on">la Calle</st1:personname> de Puente de Alvarado
corrió durante años como genial ocurrencia espontánea del Marqués de las
Verdolagas en el Café Passy. Se indicaba a parroquianos y turistas: “¡En esta
mesa el Marqués de las Verdesaguas inventó lo del ‘sangriento epigrama’ de
Puente de Alvarado el 7 de octubre de <st1:metricconverter productid="1897, a" w:st="on">1897, a</st1:metricconverter> las once con treinta y dos minutos de
la noche!) <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Ni develó que todo lo había leído en un
artículo de Luis González Obregón.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">De regreso por <st1:personname productid="la Alameda" w:st="on">la Alameda</st1:personname>, San Francisco y
Plateros, hasta el Café Passy –ya a punto de cerrar, en la noche densa apenas
despuntada a trechos por los faroles-, el Marqués de las Verdolagas seguía
ensoñando con un Bulevar de Felipe II:<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">-¡Pero en la época de Felipe II no se
acostumbraban los bulevares! –objetó el Duque Guayabo.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">-Licencia poética. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">O Avenida Carlos V. O Paseo de Hernán
Cortés. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Cinco lustros más tarde, según arguyen sus
descendientes, el gobierno del Distrito Federal le hizo parcialmente caso,
eludiendo con la más negra de las ingratitudes conferirle el justo crédito, al
establecer –sin escándalo nacionalista alguno, acaso por respeto al religioso
calificativo- <st1:personname productid="la Calle" w:st="on">la Calle</st1:personname>
de Isabel <st1:personname productid="la Catlica." w:st="on">la Católica.</st1:personname>
¿No que nada de reyes españoles en las calles mexicanas? Y medio siglo después,
toda una Colonia Alfonso XIII... un rey destronado.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Dicen que el resto de la velada en el Café
Passy, y luego en tugurios clandestinos próximos a Peralvillo, el Marqués de
las Verdolagas, con otros abades, duques y condes de la pluma-sin-pluma, se
gastó en discusiones sobre el asunto de la otra palabra del Puente de Alvarado.
Lo del <i>puente</i>. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">-¿Cuál puente, si se supone que saltó,
precisamente porque <i>no había puente</i>,
impulsado por su lanza como una garrocha? ¿El puente era la garrocha? ¡Calle
del Puente de <st1:personname productid="la Garrocha" w:st="on">la Garrocha</st1:personname>!
(Entreveo el ingenio del Duque Ajonjolí.) O la “Calle del No-puente” (según el
Caballero De <st1:personname productid="la Llorona" w:st="on">la Llorona</st1:personname>,
algo vergonzantemente “modernista”, quien pretendía haber viajado a París y
tratado a Mallarmé.)<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">-No –espetó el marqués-: Alvarado
simplemente puso una viga y caminó sobre ella, paso a paso, equilibrándose como
cirquero sobre una cuerda, pero sin red de protección.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">-¿Y quién dejó olvidaba tan oportunamente
una viga de seis a diez metros en ese lugar? –lo contradijo el malqueriente
Barón Colipavo.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">-Alvarado traía su viga, como puente
portátil, cargada por caballos o indios. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">-¿Entonces por qué los demás no se habilitaron
con sus vigotas respectivas, o cruzaron por la misma, como cirqueros?
–arremetió el Caballero Machete.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">-Eso en una versión, escondida en viejos
legajos... Otra versión dice que sencillamente un jinete que chapoteaba con su
caballo por la laguna, en estos sitios superficial, trepó velozmente a Alvarado
sobre las ancas. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">-¡<st1:personname productid="la Calle" w:st="on">La Calle</st1:personname> de las Ancas de Alvarado! –propuso el
mallarmeano caballero De <st1:personname productid="la Llorona." w:st="on">la
Llorona.</st1:personname><o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">-Eso les pasó a los españoles por no saber
nadar. Odiaban el agua. ¿Qué en España no había ríos, ni lagunas? –especuló el
Abad Rapé-. Y dicen que quienes lo intentaban, se hundían, de tan cargados como
iban de tejuelos de oro.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoBodyTextIndent"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt;">-Sea como
fuere –concluyó el marqués, casi llorando por el alcohol y su profundo amor a <st1:personname productid="la Madre Patria" w:st="on">la Madre Patria</st1:personname>, en esos
momentos de su guerra inminente contra los Estados Unidos-, sólo nos acordamos
de los fundadores de México para infamarlos. Nada de Carlos III, ¡y sí del
butifarra Carlos IV, o más bien de su “Caballito de Troya”! Por burla y mala
leche.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">-Fundadores mis huevos –clamó el Duque
Guayabo.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">-Las gallinas también llegaron de España
–atajó el Marqués de las Verdolagas.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">-Hablo de mis huevos de guajolote. ¿Quiere
usted que se los muestre?<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="text-indent: 35.4pt;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Dicen que ante tan aparatosa amenaza del
Duque Guayabo, en lo sucesivo llamado el Duque Guajolote, concluyó la tertulia
y se dispersó por esa ocasión la pequeña pero irrefragable República de las
Letras del Café Passy, que ya andaba trastabillando por <st1:personname productid="la Calle" w:st="on">la Calle</st1:personname> de <st1:personname productid="la Doncella Remendada" w:st="on">la Doncella Remendada</st1:personname>,
posteriormente denominada Independencia.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> </span></p></div>José Joaquín Blancohttp://www.blogger.com/profile/08263922763815348076noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7527486713623183716.post-32488579497206919432022-08-31T22:30:00.001-07:002022-08-31T22:30:00.140-07:00CARTA DE UNA CHICA TECHNO A "EL GALLO PITAGÓRICO"<div><p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">CARTAS DE UNA CHICA <i>TECHNO</i> A “<i>EL GALLO PITAGÓRICO</i>”<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> </span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">por José Joaquín Blanco<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> </span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> </span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> “GALLO.-
¡Pardiez!”<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> (De cierta traducción española de <i>El gallo</i> de Luciano
de Samosata).<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> “GALLO.-
¡Sí, conozco a ese chato, chaparro!” <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> (De
cierta traducción mexicana de <i>El gallo </i>de Luciano
de Samosata).<i> </i><o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> </span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">I<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Estaba una chica <i>techno</i> —traje
negro, <i>piercing</i> en argollitas y yugos
por nariz, labios y párpados,<i> y </i>maquillada con negros, verdes y violetas;
el pelo aborrascado en pajar y embadurnado de aceite para dar sensación de
suciedad laboriosa— haciendo larga, infinita cola en un antro de rock de moda. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> Aunque papá podía pagarle
universidad privada, la naturaleza no había cooperado demasiado y había crecido
chaparrita, morenita y menudita como tradicional estudiante de sociología de <st1:personname productid="la UNAM. Para" w:st="on">la UNAM. Para</st1:personname> acabarla de
amolar usaba lentes y <i>brackets</i>. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> El cancerbero del bar sólo
dejaba entrar inmediatamente a las guapísimas y a los tipazos, y hasta mucho
después de la una de la madrugada, cuando el local ya estaba a reventar, y las
dos o tres “estrellas” de la noche habían partido, se permitiría conmoverse,
por democracia, ante unos cuantos aspirantes poco ligables, pues a un buen
antro lo califica el aguayón de primera de su clientela, y no las patitas de
pollo de subdesarrolladas aspirantes a dueñas de la noche. Pero que no se
dijera que no entraban por ahí ningún chaparro(a) ni feo(a). Dos que tres
“étnicos” y ya a punto de cerrar.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> Nuestra chica <i>techno</i> estaba furiosa. Era feminista y
en cualquier lado habría armado toda una profesión clamorosa de sus derechos
femeninos, civiles y humanos, pero no
frente al cancerbero de un antro de moda. Una reclama todos y cada uno de sus
derechos frente al gobierno, frente a papá, frente a los novios mandilones, no
frente a un guarura de un antrazo. A ése se le respeta. Sobre todo lo respetan
invariablemente las feministas y los demócratas. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> Por lo demás, esas quejas
revelarían lo que ella más intentaba esconder: aunque de universidad privada,
había resultado toda una intelectual. Y hacía sus tareas. Y solía sacar diez. Y
se había resignado, mientras esperaba, a imaginar su próxima monografía para la
clase de historia sobre Juan Bautista Morales, “<i>El Gallo Pitagórico</i>” (1788-1856). De hecho, le importaba más la
monografía que el antro donde la ninguneaban; insistía en ir por orgullo, por
no resignarse a que le atropellaran sus derechos.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> De modo que le susurraba a
su mínima grabadora portátil, escondida en su chamarra de cuero, tupida de
estoperoles, como si estuviera cantando o hasta “componiendo” —desde que se
inventaron las grabadoras de bolsillo proliferaron los cantautores— la
siguiente misiva:<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> </span></p>
<p class="MsoNormal"><i><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Pinche Gallo:<o:p></o:p></span></i></p>
<p class="MsoNormal"><i><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Lo primero que puedo decirte
es que eres un plagio de Borges y un argentinismo. Ya sé que Borges nació más
de un siglo después que Juan Bautista Morales, pero al fin y al cabo dizque
eres Pitágoras y entre tus mañas bien puede estar la de brincarte los tiempos
convencionales. <o:p></o:p></span></i></p>
<p class="MsoNormal"><i><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> ¿A quién se le ocurre que el alma de Pitágoras, indignada de
andar reencarnado en ingleses, franceses o norteamericanos, vino ¡a México!,
donde encontró más digno reencarnar ¡en un gallo! que en militares, jueces,
médicos, abogados, clérigos, periodistas, comerciantes, cotorronas, diputados,
etcétera? <o:p></o:p></span></i></p>
<p class="MsoNormal"><i><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> Eso es un cuento del tipo de “fui un poeta llamado Homero,
un soldado en Ecbatana, un cónsul romano, un mendigo judío que asistió a la
crucifixión del Nazareno, un monje de <st1:personname productid="la Tebaida" w:st="on">la Tebaida</st1:personname>, un cruzado, un conquistador de América,
un historiador barroco de ese conquistador de América”, etcétera. <o:p></o:p></span></i></p>
<p class="MsoNormal"><i><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> ¿Y por qué, Pitágoras, la arrogancia nacionalista de escoger
México? Borges inventó que había una esferita donde cabía todo el universo,
incluyendo otra esferita donde cabía también aquélla, y muchas más donde, como
en cajas chinas, cabrían ésta y las sucesivas... ¿Pero dónde estaba la tal
esfera, </span></i><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">El Aleph<i>? ¡Pues en Buenos Aires,
dónde más! Ni modo que en las insignificantes ciudades de Londres, Nueva York,
París o Roma. ¡Qué arrogancia argentinista! Hasta suena a ese chiste sobre que
la mayor prueba de la humildad de Cristo fue la de ir a nacer en Belén,
pudiendo nacer en Buenos Aires... ¿A quién se le ocurre que Pitágoras vendría a
reencarnar en un gallo en México, y precisamente junto al apestoso, pero
folklórico, Canal de <st1:personname productid="la Viga" w:st="on">la Viga</st1:personname>?<o:p></o:p></i></span></p>
<p class="MsoNormal"><i><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> Sea. Eres Pitágoras y estás dentro de un gallo mexicano,
trigarante, diciendo puras pestes sobre el México postindependentista. Poco
fustigas a tu nuevo supuesto pueblo y a tu nuevo supuesto tiempo, pues lo mismo
se ha leído en Juvenal y en Quevedo y en Molière y en cuanto satírico clásico
contengan los libros de texto; abusas del Quijote, de los refranes y de fray
Gerundio. Un asco, Gallo. Y eso para no salir con la obviedad de que calcas a
Luciano de Samosata en cierta traducción gerundiana de un tal Maldonado, aghhh!<o:p></o:p></span></i></p>
<p class="MsoNormal"><i><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> Tampoco pudiste asombrar mucho a tus pretendidos
contemporáneos, pues lo que escribiste ya estaba demasiado escrito —¡cómo se
repetía ese hombre, por Dios!— en las obras de Lizardi, el Pensador Mexicano,
quien no tuvo que andarse improvisando como Pitágoras para fastidiar con
quejidos de pobre a los burócratas corruptos y militares correlones. Ni la armó
tanto de tos por una temporada en el infierno de la cárcel. ¡Con ese tema, Gallo,
hasta te pusiste a cantar la ópera! ¡Qué pancho!<o:p></o:p></span></i></p>
<p class="MsoNormal"><i><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> Por cierto, ¿por qué Pitágoras? ¡Nomás por la reencarnación!
Leíste mal a Quevedo, pinche Gallo: Pitágoras, según el </span></i><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Petit Larousse,<i> algo intuyó de matemáticas, de música y de
metafísica, pero no de ética social. Si querías regañar a la gente por sus
costumbres te equivocaste de griego: te correspondían mejor Epicteto, Diógenes,
Antístenes o de perdida Platoncito.<o:p></o:p></i></span></p>
<p class="MsoNormal"><i><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> Pero antes de que te hagan mal mole poblano (los falócratas
gallos sirven menos en la cocina que sus explotadas, hostigadas y abusadas
gallinas), quiero decirte que en realidad nomás eras un bilioso, y que usaste
de cualquier pretexto para escupir tu amargura. <o:p></o:p></span></i></p>
<p class="MsoNormal"><i><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> ¿Tan mal te fue en la vida? Ya eso de escoger reencarnar en
gallo de <st1:personname productid="la Viga" w:st="on">la Viga</st1:personname>
y no en faisán o pavorreal de algún palacio europeo u oriental deja mucho que
sospechar. Ora sí que ni Dolores del Río en </span></i><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Las abandonadas<i> quiso ser gallo ni gallina del canal de <st1:personname productid="la Viga" w:st="on">la Viga</st1:personname>; putita y luego mendiga
del centro, nomás.<o:p></o:p></i></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> <i>Aunque luego quieras convertirlos en ratones o en hormigas, eso de
crear toda una República de Gallos suena algo quiquiriqueante. Que Santa Anna,
el </i>Coq-à-clef: Cola de Plata;<u> </u><i>que la empleomanía y las revoluciones, los
congresos y las constituciones. Que te entiendan tus contemporáneos, querido. <o:p></o:p></i></span></p>
<p class="MsoNormal"><i><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> Para ser un simple gallo resultaste demasiado políglota (los
romanos, Tasso, Metastasio) y operómano. ¿De veras pretendes que me ponga a
entender cada una de todas las arias de todas las óperas que mencionas y citas
(y que desde luego no alcanzaste a escuchar en Mexiquito: pura lectura de papel
pautado), para descubrir después qué demonios estabas queriendo decir con tanta
cita? <o:p></o:p></span></i></p>
<p class="MsoNormal"><i><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> ¿Tanto gorgorito para que un Presidente de <st1:personname productid="la Repblica" w:st="on">la República</st1:personname> nomás se
escape con el erario?<o:p></o:p></span></i></p>
<p class="MsoNormal"><i><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> Los clásicos no son negocio. Toda la semana con tu pinche
libro para ¿qué? Desplúmate,<o:p></o:p></span></i></p>
<p class="MsoNormal"><i><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> Ana
María (</span></i><st1:personname productid="la Wendy" w:st="on"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">la Wendy</span></st1:personname><i><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">)</span></i><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> </span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">II<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">La <i>techno</i> Wendy miró con
rabia, con bilis gallopitagórica, al cancerbero del antro, un razota de bronce
fisico-constructivista lleno de teléfonos celulares, <i>walkie-talkies, bipers</i> y ganas de romperle la cara a cuanto güerito
pretencioso pero suplicante de <st1:personname productid="la Alta Clase" w:st="on">la
Alta Clase</st1:personname> Media se le pusiera al brinco, mucho más a los
“étnicos” pero billetudos, probablemente enriquecidos mediante secuestros o
cadenas de tortillerías, y que se querían colar como primermundistas... Pero de
pronto: ¡Ya estaba dejando pasar flacas y chaparritas, hasta a algunas que
estaban formadas detrás de ella! ¡Habría que sobornarlo otra vez! <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> Wendy y sus dos amigas,
ataviadas con la misma tijera, habían jurado ya no sobornar más a los
cancerberos. Por dignidad. O en todo caso, esperar al último momento, cuando
los cancerberos de los antros aceptaban sobornos módicos. Por economía. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> Continuó preparando su
tarea nuestra erudita chica <i>techno</i>:
su mamá, de la generación <i>hippie</i>,
también hacía sus tareas, sacaba diez (pero en <st1:personname productid="la UNAM" w:st="on">la UNAM</st1:personname>, que ahora se cotizan a
3 en el ITAM, ¡y sobre Martha Harnecker!), y llevaba su morral atiborrado de
todo tipo de libros, lo mismo el tarot, el <i>Manifiesto
comunista</i> y <i>El</i> <i>origen de la vida</i>. También era menudita
y morenita, por lo que le sentaban bien los vestidos amplios y decorados, la
mata esponjada y las sandalias con plataformón: en aquellos dorados años verse
muy “étnica” era estar <i>in</i>.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> </span></p>
<p class="MsoNormal"><i><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Pinche Gallo:<o:p></o:p></span></i></p>
<p class="MsoNormal"><i><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Haces decir a tu Erasmo:
“Te responderé á lo Sancho Panza: Ande yo caliente, y ríase la gente”.¿Qué
tiene qué ver aquí Góngora con Sancho? Ya confirmé tu pifia con la maestra de
Españolas. Húndete. <o:p></o:p></span></i></p>
<p class="MsoNormal"><i><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> Y de plano, jurisprudente señor Morales, alias Gallo: ¿no
que el Partido Liberal apoyaba la superación y las libertades de la mujer?
Ninguna monja oscurantista de los siglos pasados se habría atrevido a evacuar
tanta sandez misógina como la caca de gallo que usted arroja lo mismo sobre
muchachitas y viejas, casadas y solteras. Luego luego se nota que resultan más
misóginos quienes, como los gallos, no tienen valor ni chiste propios, sino el
de vivir de sus gallinas, digo mujeres. <o:p></o:p></span></i></p>
<p class="MsoNormal"><i><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> Ana María (</span></i><st1:personname productid="la Wendy" w:st="on"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">la Wendy</span></st1:personname><i><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">)<o:p></o:p></span></i></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> </span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">III<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Y <i>techno</i> Wendy aprovechó el
brillo indignado de sus ojos para escarmentar al guarura de la puerta: en vano.
Ya casi no dejaba entrar a nadie. “¡Está lleno, tienen que esperar a que salga
más gente!” “¡Llevamos cuatro horas aquí!” “¡Todo lo que hay que sufrir por
entrar a un lugar de verdadero ambiente”, dijo una de sus compañeras. “¡Mejor
vámonos a la chingada, a otra parte!”, propuso Wendy<i>.</i> “¿Estás looooocaaaa?”, exclamó la fila entera: “¡Adonde hay que
estar es aquí!” <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> Wendy se ruborizó tanto
como si la hubieran descubierto haciendo mentalmente la tarea. Siguió como
autista, bisbiseando en su minigrabadora portátil, como teléfono celular:<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> </span></p>
<p class="MsoNormal"><i><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Pinche Gallo:<o:p></o:p></span></i></p>
<p class="MsoNormal"><i><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Y no te me andes
carcajeando de verme aquí molida y aterida por las simples ganas de conocer y,
chance, ligar, un chico </span></i><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">cool<i>, porque
el resto de la patria está pletórico de machines antediluvianos nalgasmeadas.
Ni sigas con tu cantaleta de poetas latinos de que todo pasado fue mejor. Se
ligaba peor en tus gallináceos tiempos. (Transcribir los ligues de paseos en
burro, en coche, en trajineras).<o:p></o:p></i></span></p>
<p class="MsoNormal"><i><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> </span></i></p>
<p class="MsoNormal"><i><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Transcripción (cortesía del
E., ortografía de la edición original):<o:p></o:p></span></i></p>
<p class="MsoNormal"><i><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">“Otras ocasiones,
observando la táctica filantrópica, efecto del progreso de las luces del siglo,
no se baten los ejércitos [de enamorados</span></i><i><span lang="ES" style="font-family: Symbol; font-size: 14.0pt; mso-ascii-font-family: Arial; mso-bidi-font-family: Arial; mso-char-type: symbol; mso-hansi-font-family: Arial; mso-symbol-font-family: Symbol;">]</span></i><i><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">
dentro de la capital, sino en los campos de Tacubaya, San Ángel, Talpam,
Churubusco, Miscoac, &c., en donde los lomos de los burros forman el teatro
de la guerra. Un paseo en burros es oro en polvo para los enamorados. ¡Cuántas
oportunidades para el ataque no presenta! Que se espantó el burro, que no
quiere andar, que tropezó: ¡Ay! ay! ¡Que se resbala Conchita! Señores, por
Dios, ¡que se resbala! —Buen susto hemos llevado. Si no llega Pachito tan á
tiempo se hace pedazos la cara Conchita contra las piedras.— Todavía no vuelve
en su color.— Pachito, a ver si hay en uno de esos jacales un vaso de agua.—
Aquí está.— Bébela, mi alma.— ¿Se te
pasó el susto?... En <st1:personname productid="la Viga" w:st="on">la Viga</st1:personname>
y en sus islas adyacentes, Santanita, Jamaica, Ixtacalco, &c. Se embarcan
en el puente del embarcadero á las cuatro de la tarde: los músicos ocupan la
popa del barco, Conchita y las demás niñas en medio: Pachito está muy
disimulado allá lejos: se despliegan las velas y comienza la navegación: llegan
a Ixtacalco: Pachito, á fuer de caballero cortés y comedido, salta el primero á
tierra para dar la mano á las señoras: llega su turno a Conchita ¡qué resbaloso
está el suelo! ¡ay! ¡que me caigo! Por poco va á dar al agua: si Pachito no la
saca de la canoa casi en brazos, se ahoga infaliblemente; pero ya pasó el
susto... A embarcar.— Cuidado, niña, no te vuelvas a caer.- Si ya sabe V. mamá
que soy muy inútil para brincar.— Dicho y hecho.— Allá va el resbalón...
Siéntase Conchita junto a Pachito...” Etcétera.<o:p></o:p></span></i></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> </span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Nota de Wendy: “Agggh”.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> </span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Momentos más tarde:<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> </span></p>
<p class="MsoNormal"><i><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Pinche Gallo:<o:p></o:p></span></i></p>
<p class="MsoNormal"><i><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">En cuanto desapareces, tu
confidente Erasmo Luján se vuelve más loco. De seguro, el pobre jamás se había
trepado a un globo, ni había intentado el alpinismo, pues cree que desde las
alturas del Popocatépetl se ve todo el mapa de México, con sus divisiones políticas
trazadas con crayón, como un mapa. ¡Qué ganas de chillar había en 1843, eh!
Todo el tesoro mexicano, esa nación surgida para superar y deslumbrar a todas
las demás del orbe, andaba desgarrada en hambre y matazones. No quedaba ni un
alfiler de siglos de riqueza minera. <o:p></o:p></span></i></p>
<p class="MsoNormal"><i><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> Ok. Ok. También Alamán lloraba a moco tendido —ya me tragué
el ricino de esa tarea el semestre pasado—, sobre todo cuando se trataba de
hacer sumas y restas de la riqueza nacional y la deuda externa. En lo que no se
mide tu anagrama, Erasmo Luján, es en sus recursos de ciencia ficción.
¡Alabemos a la humanidad que no conocía a Poe, a Verne ni a Wells! <o:p></o:p></span></i></p>
<p class="MsoNormal"><i><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> Erasmo Luján no inventa máquinas del tiempo ni del espacio, </span></i><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">alephs<i> ni microscopios, ¡ni siquiera un globo
aerostático! De plano un huevón. Se atiene a lo de siempre, en cuestión de
vuelos. Simplemente llama al dios Mercurio, para que lo trepe a las alturas de
los cielos, donde previamente ha convocado a todos los dioses grecorromanos
(que resultan desde luego los mismitos que los aztecas pero con otros nombres,
por fortuna menos complicados), y empieza el juicio tremendista contra el país
que los propios mexicanos han deshecho por completo entre 1808 y 1843. ¿Te
dolió <st1:personname productid="la Guerra" w:st="on">la Guerra</st1:personname>
de Texas, eh, Gallo? <o:p></o:p></i></span></p>
<p class="MsoNormal"><i><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> Aquí superas (Erasmo o tú, da lo mismo) en blablablismo y
confusión al mismo Lizardi: lo único que queda claro es que se trataba de una
nación de pendejos.<o:p></o:p></span></i></p>
<p class="MsoNormal"><i><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> ¿Cómo voy a escribir mi tarea sobre un rollo de los dioses
en el cielo en el que no se explica juiciosamente, con un argumento sólido, ni
un ribete de tanto desbarajuste? ¡Nomás los acumulas! Que el de acá robó al de
allá, quien mató al de la derecha cuando ahorcaba al de enfrente; suegro a su
vez de quien prendió fuego a toda la hacienda... ¿Tanto Pitágoras para eso,
Gallo? ¡Y más gorgoritos de ópera! <o:p></o:p></span></i></p>
<p class="MsoNormal"><i><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> Ana María (</span></i><st1:personname productid="la Wendy" w:st="on"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">la Wendy</span></st1:personname><i><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">)<o:p></o:p></span></i></p>
<p class="MsoNormal"><i><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> </span></i></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> </span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">IV<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Por fin, cuando ya han salido los bellos y famosos, ingresan al antro
los (las) morenos(as) y menuditos(as) a raspar la cazuela de la noche. La hora
de los “étnicos”.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> La chica <i>techno</i> tiene alma de mártir, de santa:
como una nueva Santa Teresa, olvida sus piernas molidas de cuatro horas de
espera y le entra al bailongo... con una de sus compañeras de la larga cola.
Los príncipes han desaparecido por completo, salvo algunos derrumbados en las
sillas o en la barra, a punto de vomitar de un solo hipo la noche entera. Ni
galanes ni sapos: todos espantables o más que borrachos. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> Wendy sintió que se le
había podrido tanto su parranda que bien podía endosársela al <i>Gallo Pitagórico</i>, de quien se refiere
textualmente este diálogo:<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> </span></p>
<p class="MsoNormal"><i><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">“Erasmo</span></i><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">.- ¿Qué es esto,
Gallo mío? ¿De dónde vas saliendo tan desplumado, tan flaco, que parece que te
han chupado las brujas?<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><i><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">Gallo</span></i><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">.- No me han
chupado las brujas, pero me han arañado los zopilotes...”<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> </span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES"> </span></p></div><div><br /></div><div><br /></div><br />José Joaquín Blancohttp://www.blogger.com/profile/08263922763815348076noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7527486713623183716.post-31711099640533791032022-07-31T22:59:00.000-07:002022-07-31T22:59:35.896-07:00LAS ROSAS ERAN DE OTRO MODO (EL CUENTO)<div><p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;">Las rosas eran de otro modo<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"> por José Joaquín Blanco</span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"> <i>A José Dimayuga</i><o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;">Malú se me murió a la mitad
de la sopa, como si les dijera: se me atragantó. Estaba yo sentada hacia las
dos de la tarde, como de costumbre, en mi mesa favorita del restorán del Hotel
Bristol, frente al gran espejo que abarca todo el salón. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"> Me vi como en primer plano, ancianísima, ridículamente
emperifollada con mis canas artificiales (prefiero una pulcra cabellera
plateada a mis cenicientas matas naturales), atragantada, a punto de vomitar la
sopa sobre el periódico recién abierto, en la esquela que anunciaba la muerte
de Malú Parra, mi amiga de toda la vida.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"> Desde hace unos treinta años como casi siempre en el
restorán del Hotel Bristol, aquí a tres cuadras, en Río Pánuco. Ha cambiado
poco y ahí no se sienten tanto como en otras partes las cifras del calendario. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"> Vive un tiempo artificial, como yo misma, una mezcla de
épocas en la que prevalecen los años cincuenta: los muebles, la decoración, la
cristalería. A cada momento parece que van a entrar, del brazo, Marga López y
Arturo de Córdova. Un pianista cubano mulatón, Reynaldo, que lleva medio siglo
esforzándose en vano por parecerse a Bola de Nieve, toca algo de jazz digestivo
y los éxitos de Dean Martin, Sinatra y Arcaraz; a veces me da la bienvenida con
mi canción favorita: “Rosas rojas para una dama triste”.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"> Me dirige guiños donjuanescos y sonrisas llenas de dientes
postizos cuando ataca “Muñequita de <i>Esquire</i>”.
</span><span style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-ansi-language: ES-MX; mso-bidi-font-family: Arial;">Todavía sirven old-fashioneds, tom collins,
martinis y daikirís. </span><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;">No han desechado sus viejas licoreras, ni sus
sifones, ni sus yedras de plástico, ni sus carteles de fuentes y monumentos
romanos con exuberantes rubias estilizadas (todas, al parecer, inspiradas en
Kim Novak).<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"> Ahí me conocen, me consideran, me apartan la mesa. Sigo
siendo para el dueño y para algunos de los meseros y de los clientes habituales
(entre ellos no pocos gringos jubilados), todavía, Emma Velasco, “la periodista
de la vida diaria”, con algunos ribetes de escándalo; recuerdan mi columna “Día
a día” y que Dolores del Río me puso pleito por difamación, cuando le exhibí su
chisme con Marlene Dietrich (la propia Marlene me lo contó, ebria, en francés,
cuando la entrevisté en su suite del Hotel Reforma).<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"> Es como detener la prisa de los años, y no me desagrada del
todo su rutinario “menú continental”, que constituye mi único alimento en
forma. Desayuno y ceno en casa cualquier sándwich, cualquier galleta, y así me
libro de la cocina, que siempre detesté. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"> Desde que se casó mi único hijo y decidí vivir sola, cancelé
la estufa y el refrigerador, que tengo convertidos en archiveros de mis
antiguas glorias periodísticas: recortes de periódico, revistas, cartas, fotos,
diplomas y hasta alguna medalla de latón con que me condecoró a toda orquesta,
en Palacio Nacional, un Presidente de <st1:personname productid="la República." w:st="on">la República.</st1:personname> <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"> Salvo algún achaque de salud, que me sobreviene cada dos
años, y que a la fecha no me ha provocado sino sustos e incomodidades
pasajeras, me imagino que llevo eternidades envejeciendo indefinidamente, sin
hacer nada. Claro que estar de ociosa todo el tiempo llega a resultar muy
laborioso. Ya dice el refrán que nada cansa tanto como no tener nada que hacer.
Surgen, como plaga, infinidad de detalles y minucias que cobran una relevancia
inesperada. Pienso demasiado, me doy cuenta de demasiadas cosas. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"> Sin quererlo, me he ido enterando gota a gota, por ejemplo,
de la vida, carácter y milagros de todos mis vecinos, cuyos ruidos odio a veces
con una pasión furiosa, que me dura varios días. Me descubro haciendo teorías y
juicios increíblemente documentados y severos sobre cada uno de ellos, a pesar
de que los evito por sistema y rara vez les dirijo la palabra. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"> Soy la primera en descubrir manchas de humedad en el
edificio, goteras, fallas en las instalaciones de plomería, electricidad y gas.
<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"> Sé demasiadas cosas de los artistas jóvenes y de la gente
nueva que aparece en la televisión, como si los frecuentara. Me descubro en
plena madrugada, pálida de angustia, tratando de resolver por mí misma todos
los problemas nacionales: la policía, la contaminación, el desempleo, el
desorden social; redactando en el aire infinidad de iracundos artículos
periodísticos para mi columna “Día a día”. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"> Les concedo desproporcionada importancia a las películas, a
todas, acaso sobre todo a las peores, y las desmenuzo y mejoro en mi
imaginación. Leo poco: los libros son más intensos todavía, y me afectan los
nervios; además, ¿para qué leer si no vas a platicar con nadie de tus lecturas?
Es como sobrecargarte de electricidad, y quedarte temblando, en alto voltaje.
Leer bien significa leer poco y recordar mucho lo leído, y no andar de tragona
de libros.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"> Con Malú platicaba de todo. Nos peleábamos como colegialas
por diversas opiniones sobre el cine, los libros, la televisión; y también como
colegialas, después de habernos dirigido miradas e ironías atroces, nos
reconciliábamos sin decir palabra. Nos veíamos para comer, ir al cine o de
compras, visitar galerías, asistir a espectáculos, cada quince días o cada mes.
Estoy en la “decena trágica” que decía Pellicer: la de los setenta años. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"> No me aburro. Hace siglos que dejé de aburrirme. Pero me
faltan cosas que hacer. Por ejemplo: cuando era joven andaba siempre sobre la
marcha, con algún amor, o criando a mi hijo, o tratando gente, o realizando mis
reportajes y entrevistas de la mañana a la noche. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"> Entonces, si aparecían goteras o humedad en mi departamento,
casi ni me fijaba, y si se tenía que caer el techo, ¡que se cayera! No le daba
importancia a eso: había cosas urgentes que me llamaban, “día a día”. Cuando
buenamente se me ocurría le dejaba las llaves y algún dinero al conserje, y que
él se arreglara. O me esperaba a que se me presentara un rato libre. Ahora
cualquier detalle me provoca aprensión y angustia. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"> Veo peligros en cualquier parte, ya sea porque me los
invente yo misma, o porque sólo hasta ahora me haya vuelto verdaderamente
consciente, responsable. La azotea de mi edificio, para mencionar un caso,
siempre ha estado atiborrada de tanques defectuosos de gas. El olor de las
fugas de gas ha caracterizado invariablemente el cubo de la escalera, sobre
todo en los pisos altos; no me importaba. Sólo ahora me descubro palpitante,
resollante, con miedo de que en unos minutos más estalle de pronto todo el
edificio. Lo que mirado racionalmente es más que probable, pero lo mismo pudo
haber ocurrido cualquier día de los últimos treinta o cuarenta años. Sólo
ahora, cuando regreso a casa, a veces me sorprendo de encontrar el edificio en
pie, y me digo con un poco de sorna: “¡Bueno, ahí está, no ha estallado
todavía!” <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"> Claro que me tienen odiada los vecinos. No puedo evitar advertirles
de todos esos peligros, llamar alguna noche a los bomberos, escribir cartas
enérgicas a unas autoridades, con múltiples copias a otras autoridades;
ponerles cara de palo durante semanas al vecino del 303, que hace resonar
durante horas el mismo disco de rock, a veces en la madrugada; o a la del 401,
que encierra a sus perros en el baño y se larga todo el fin de semana: los
perros no dejan de aullar ni de ladrar un segundo, y nadie duerme en todo el
edificio hasta que la santa señora regresa a liberarlos. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"> Sé que soy una viejita maniática, y que siempre recibiré la
respuesta que hace unos quince años me plantó la entonces vecina del 207, ahora
ya bien podrida en su tumba: “¡Pues si no le gusta el edificio, venda su
departamento y múdese a Las Lomas!” <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"> Le respondí: “¿Y qué tal si me voy a un edificio en Las
Lomas, y ahí me encuentro a otra vecina como usted?” <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"> Porque en México no hay problemas concretos, sino un
problema general: los mexicanos. Adondequiera que te mudes te encuentras a los
mismos vecinos irresponsables, majaderos, del 207, del 303, del 401. Pero no
quería decir esto: ya estoy escribiendo como en mis buenos años, cuando a mis
espaldas me decían “perra” o “bruja” por ese estilo “ingeniosillo” de mis
artículos. (“Chismorreos de niña rica armada de máquina de escribir”, me acusó
un poeta comunista.) Y no estoy escribiendo un artículo. No quiero escribir un
artículo, sino otra cosa. Platicarles de Malú Parra, de mis otras amigas, ya
muertas o seniles, de cómo paso mis días eternos. Con discreción, sin
intimidades, sólo conversar. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"> Así platicaba cada dos o tres semanas con Malú, y de esa
manera me sigo colgando horas al teléfono con tres o cuatro conocidos. Ya sólo
tengo tres o cuatro. Mi libreta de teléfonos está llena de plomeros, bomberos,
electricistas, Cruz Roja, radiotaxis, médicos, el banco, la televisión por
cable, los departamentos de quejas de unas veinte dependencias oficiales. Pero
amigos, nomás tres o cuatro, y poco cercanos: amigos de telefonazos.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;">*<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;">Mi hijo me reprocha —lleva
unos veinticinco años con lo mismo— que haya dejado de trabajar en los
periódicos. Fue poco después de las olimpiadas. Empecé a ver que me relegaban
en <i>Últimas Noticias.</i> Recortaban mis
artículos y reportajes, que por “razones de espacio”; los mandaban a un rincón
de las páginas posteriores; los postergaban, o de plano se olvidaban de ellos. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"> Por primera vez en mis quince años de periodista tenía que
estarme quejando todo el tiempo con el nuevo director, a quien le dio por no
tomarme la llamada y esconderse tras su secretaria o un imberbe ayudante de
edición que se permitía tratarme con insolencia: “Señora Velasco, lo sentimos
mucho, pero tenemos tanta información prioritaria últimamente; se lo publicamos
el jueves o el viernes, sin falta”. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"> Alguna vez no apareció mi columna ni jueves ni viernes (ni
sábado ni domingo), y el lunes siguiente fui a renunciar con una carta más que
claridosa, con copias para todo mundo, periodistas y políticos, hasta para el
Presidente de <st1:personname productid="la República." w:st="on">la República.</st1:personname><o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"> Supuse que me habían puesto en la lista negra. Eran los años
de la agitación estudiantil y proliferaban las listas negras. Nadie podía
acusarme de agitadora ni de comunista,
desde luego, pero en tiempos graves cualquier bobera da motivos de sospecha. Mi
manera de escribir ya resultaba, lo sabía, un poco anticuada: demasiados
chistes, demasiadas frases ingeniosas, insultos elegantes (nuestra ventaja como
damas), detalles frívolos o impertinentes; y sobre todo, llamaba a las cosas
por su nombre, sabía escandalizarme y protestar; cito textualmente: “¡Pero esto
es una indignidad! ¡es un escándalo! ¿Por qué el regente Uruchurtu no abandona
un ratito su cómodo sillón frente al zócalo, y se va a dar una vuelta por las
ciudades perdidas de la salida a Puebla?”. Así, con todas sus letras. Ese era
por lo demás el dorado estilo de los años treinta y cuarenta: de Barba Jacob,
de Novo, de Rosario Sansores, de Elvira Vargas, de Magdalena Mondragón. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"> Tuve mucho éxito en los cincuentas. La periodista como la
voz del ciudadano común, un poco más ilustrada si se quiere, pero simplemente
una voz civil. En mi columna “Día a día”, por ejemplo, descubría algún asunto
conocido en términos generales, pero del que nunca se hablaba como experiencia
vivida; me iba yo a vivirlo, y lo narraba. Me disfracé una semana de
trabajadora social para contar desde adentro la vida de un manicomio, “día a
día”. Y de las ciudades perdidas en el infinito lodazal de lo que sería Ciudad
Nezahualcóyotl. Alguna vez soborné secretarias y sirvientas para enterarme,
“día a día”, de la vida de los famosos. López Mateos, que era gentilísimo, me
contó, en exclusiva para mi columna, cómo se desarrollaba la vida diaria de un
presidente. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"> Así con las prostitutas, las monjas que habían colgado los
hábitos, los asesinos célebres, los niños que vendían chicles en los
camellones, algún gigoló del hipódromo, mi amiga María Félix, los mariachis de
Garibaldi. Yo no discriminaba entre pobres y ricos, débiles y poderosos. Donde
había vidas intensas, difíciles o interesantes, ahí estaba yo con mi libreta de
taquigrafía (no se usaban aún las grabadoras, de modo que era más difícil ser
reportera.) <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"> Cosas ciertas, vividas en carne abierta, y reporteadas con
sazón y emotividad. Todo esto antes de que Elenita Poniatowska (magnífica
Elenita, por lo demás, si bien algo intelectualona) me hiciera la competencia
desde <i>Novedades</i>, aunque (siempre lo
he reconocido) siguiendo las enseñanzas de las “Rutas de emoción” de Rosario
Sansores. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"> Alguna vez estábamos Rosario y yo muy elegantes en un
coctel, con nuestros sombreritos y nuestras pieles, y se acercó el pingo de
Pepe Alvarado, ya más que achispado por varios “pálidos whiskies” (no los
tomaba muy pálidos, por lo demás), y nos rindió una gran caravana:<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"> —¡Ustedes sí saben de periodismo! ¡Las teorías pasan: los
chismes quedan!<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"> Le zampé ahí mismo una bofetada. Yo era joven todavía y no
se me ocurrió que tales ironías pudieran ser una especie amistosa de homenaje.
Los borrachines conocen formas curiosas de la amistad. Ahora me enorgullece que
Pepe Alvarado —como me lo comentó después de enviarme a casa unas flores,
cuando nos reconciliamos— no se perdiera uno solo de mis artículos. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"> Y considerado con atención, él también se ocupaba a ratos en
sus crónicas más sencillas, de la misma vida cotidiana que nosotras. Sabía
mucho de política y de filosofía (Pepe Alvarado era una eminencia), pero
también platicaba sabroso de cosas cotidianas de la ciudad, de los barrios, de
las vecindades. ¿Y qué me dicen de Renato Leduc? <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"> Luego me encontré con que los mismos asuntos de mis
“chismes”, de mi “Día a día”, se volvían tema de estudios universitarios, pero
disfrazados de teoría sociológica: la “antropología” o “cultura de la pobreza”
de Oscar Lewis. En las mujeres era denostado como chisme o cursilería lo que se
celebraba en los hombres como “literatura popular” o “antropología urbana”.
¿Quién se acuerda ahora, por ejemplo, de Magdalena Mondragón? ¡Era una bomba!<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"> Entonces llegaron los modernos, los pedantes, los
profesores. Publicaban artículos como clases de universidad. Muchos conceptos
intelectuales y técnicos, muchos datos, estadísticas; puras tasas de interés y
Producto Interno Bruto. Para decir mu, como vacas. ¿Pero de veras leía alguien
esas cosas? Hay intelectuales que se enorgullecen no sólo de que nadie los lea,
sino de que nadie los pueda comprender: son ininteligibles.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"> Quedé pues como una ligera, como una platicadora caduca,
entre tantos profesores. Pero me seguían teniendo consideraciones en el
periódico y en los medios políticos, y me llegaban todavía muchas cartas de los
lectores. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"> ¿Por qué de pronto casi me obligaban a irme, o me degradaban
a la trastienda de las notas de relleno? Alguna inconveniencia debí haber
cometido, por distracción, pensé. Releí mis artículos de dos años ¡y encontré
tantas denuncias, tantas impertinencias, tantos chistes —que en otra época
parecían inofensivos—, que ya no atiné a descubrir en la repentina muchedumbre
de mis posibles enemigos, al que de veras pudiera estarme estorbando!<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"> —Pues vete a otro periódico, a una revista femenina —me
recomendó Tere Burgos.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"> —¡Pero, Tere, si llevo quince años cultivando a mi público
ahí! ¡Llegar a hacer méritos a otra parte! ¡Volver a picar piedra otra vez!<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"> —Te seguirán adonde escribas.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"> —Soy conocida y estimada, en efecto, Tere, pero no <st1:personname productid="la Simone" w:st="on">la Simone</st1:personname> de Beauvoir ésa que
te encuentras en cuanto papel se imprime en México. Ni <st1:personname productid="la Mary McCarthy" w:st="on">la Mary McCarthy</st1:personname> ésa
que me cae como migraña.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"> —Pues entonces vete a pelear a Gobernación y que te
reinstalen con todos los honores.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"> Un subsecretario de Gobernación era mi amigo. Me tomó la
llamada de inmediato y me citó para el día siguiente. Le pedí formalmente, de
plano, que indagara por ahí en los expedientes secretos del gobierno qué decían
de mí, qué pecado había cometido. Me miró sonriente, caballeroso: <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"> —Emma, me conozco su ficha de memoria.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"> —¿Sí? ¿Y qué dice?<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"> —“Emma Velasco: murmuradora peligrosa”.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"> Soltamos ambos la carcajada. Se ofreció a conseguirme
tribuna en <i>El Nacional</i> o <i>El Día</i>, los periódicos del gobierno.
Nadie los leía. Sólo escribían ahí los muertos de hambre. Dignamente decidí
tomarme unas merecidas vacaciones del periodismo. No necesitaba los miserables
honorarios que me pagaban. Trabajaba por gusto, para mis lectores. “Ya me
buscarán”, me dije. No me buscaron. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"> Dejé correr la voz de que el nuevo periodismo comunistoide y
economicista, sin sabor, sin gusto, sin vida cotidiana, ya no me interesaba. Me
llamaron de muchas publicaciones menores, para pedirme cosillas con tema dado:
“¿No podría escribirnos algo sobre el aborto o sobre el Año Internacional de <st1:personname productid="la Mujer" w:st="on">la Mujer</st1:personname>?” Me negaba. Mis
quince años de rompe y rasga en <i>Últimas
Noticias</i>, donde alegremente decía cuanto se me venía en gana sobre lo que
fuera, habían terminado. Nadie me perseguía, sino el tiempo: simplemente había
pasado de moda.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"> Me retiré como una gran actriz, cuando ya no le ofrecen
estelares; mejor el silencio que andar causando lástima con <i>bits</i>, papeles secundarios o de carácter.
Recopilé mis mejores artículos en dos antologías, para las que fácilmente
encontré editor (sí, del gobierno, ¿qué otros editores hay en México?), y se
vendieron bien: <i>Novedades y costumbres</i>
(dos ediciones)<i>, Una reportera día a día</i>
(cuatro ediciones)<i>.</i> <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"> Mi hijo ya se había casado. Le compré una casita que él
mismo escogió allá por el fin del mundo, cerca de la salida a Cuernavaca.
(¿Vivir en <st1:personname productid="la Ciudad" w:st="on">la Ciudad</st1:personname>
de México para no vivir en <st1:personname productid="la Ciudad" w:st="on">la
Ciudad</st1:personname> de México? Nunca lo he entendido.) Cancelé mi estufa y
mi refrigerador, y me aboné en el restorán del Hotel Bristol.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;">* <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;">Déjenme contarles cómo fue
que resulté periodista, un oficio que nadie me sospechaba, y menos yo misma.
Ocurrió a mediados de los años cincuenta. Me harté de que mi santo marido me
pusiera los cuernos con cuanta chaparra, flaca o magullada se encontrara cuando
andaba borracho; nos separamos y me instalé con mi hijo en este departamento. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"> El edificio estaba nuevo y reluciente. Parecía destinado a
gente distinguida, y no a convertirse en una vecindad vertical entre
ventanales. Mi marido se vio generoso, y mis padres más todavía. Yo era
enérgica, joven, hiperactiva. Me volví empresaria. En menos de un año me quemé
una cuarta parte de mi fortuna en negocios fracasados. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"> Entonces me dijo Mari Lacunza, mi compañera del Colegio del
Sagrado Corazón:<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"> —¡Por favor, Emma, recupera el dinero que puedas: vende, traspasa,
remátalo todo, e inviértelo en valores seguros! ¡Sobre todo no hagas nada,
porque en dos o tres años, como vas, te quedas en la miseria!<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"> —Acepto que soy una empresaria bastante manirrota, ¡pero
cómo me voy a estar sin hacer nada todo el santo día, nomás yendo a cobrar cada
trimestre mis intereses al banco! ¿No has oído que nada cansa tanto como no
tener nada que hacer?<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"> —Haz algo donde no hagas nada, donde no puedas perder el
poco dinero que te queda.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"> —Ah no, empleaducha de checar tarjeta, no. No dejé a mi
marido, quien nomás me daba lata de vez en cuando, para someterme a un puesto
en <st1:personname productid="la Secretaría" w:st="on">la Secretaría</st1:personname>
de Industria y Comercio donde me den lata ocho horas diarias.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"> —Pues cásate de nuevo. No te faltan novios.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"> —Que se queden como novios. Segundas nupcias: palizas
dobles.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"> —¿Hacer algo donde no se haga nada? —meditó Malú—, pues sólo
la burocracia... o el periodismo.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"> —¡Eso! ¡Periodista! —gritó Mari—, eres replaticadora.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"> —Sabes escribir a máquina, y algo recordarás de taquigrafía
—añadió Malú, con mayor sentido práctico.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"> Me compré un escritorio magnífico en una tienda de
antigüedades. Anuncié que por fin iba a usar lentes, decididamente, y no de
manera clandestina, como lo venía haciendo. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"> En una sola semana escribí tres artículos chistosos,
“crónicas de color”, les decían, a la manera de los que recordaba de Barba
Jacob, Novo, Mondragón y Sansores; cosas sobre la mujer y la familia, las
inconveniencias y virtudes de la vida moderna, la hipocresía de la clase media
mexicana, etcétera. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"> Un amigo mutuo me consiguió una cita con el maestro Novo, en
su restorán de <st1:personname productid="La Capilla" w:st="on">La Capilla</st1:personname>,
quien me mimó y aplaudió los tres artículos.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"> —Pero maestro, si yo jamás pensé en ser escritora. De no
haber sido por las calaveradas de Joel...<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"> —Ese Joel te salió imposible, ¿verdad? —rió el maestro. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"> —Grotesco, ridículo —exclamé como toda una intelectual.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"> —Los mayores talentos siempre están escondidos —declaró el
maestro sabio—, y mucha gente ni siquiera los descubre en vida. Allá andan
penando en el purgatorio: “¡Ah, pude ser esto; ah, pude ser lo otro!” Tienes
suerte, muchacha —¡Muchacha! ¡A los treinta años y con un hijo!—; descubres tu
talento ahora que de veras lo necesitas, y que gozas de la libertad para
desarrollarlo. ¡Adelante! ¡Pero sé siempre tú misma, como lo eres ahora! ¡No te
me vuelvas una marisabidilla, una existencialista, una latinparla, una
profesora tediosa! Agarra y platica. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"> Malú sí era marisabidilla, existencialista y medio
universitaria. Se lo aguantábamos desde chamacas, porque era descendiente de un
tal Parra, filósofo del Porfiriato, a quien ni ella misma pudo leer jamás.
Familia es destino. Le dio por las amistades intelectuales, se casó con un
político comunistón (quien durante toda su vida hablaba todos los días del
humanismo de Romain Rolland mientras, sin continencia alguna, firmaba edictos
que desplumaban a los obreros), y enviudó felizmente para dedicarse de tiempo
completo a patrocinar, con la malhabida fortuna política del marido, a poetas
surrealistas y pintores abstractos. Todos malísimos. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"> Pero esa ya es otra historia. Lo oportuno, lo espléndido, lo
increíblemente rápido, fue que me recomendó con su amigo el director de <i>Últimas Noticias.</i> Se trataba de un señor
opaco y circunspecto que no se entusiasmó tanto con mis artículos como el
maestro Novo —ni siquiera le mencioné que lo había ido a ver: Novo era el
enemigo número uno de <i>Excélsior</i>, por
su maliciosa travesura de la obra de teatro <i>A
ocho columnas</i>, entre otras razones—, pero me los publicó de inmediato, muy
destacados. Causaron furor. Sonaba mi teléfono todo el día. De la noche a la
mañana me había convertido en una celebridad, en una escritora.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"> Sólo Malú me llevaba siempre la contraria, por la mala
influencia de sus amigos intelectuales y artistas de pacotilla. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"> —¡Ponte a leer libros serios, Emma, por Dios! ¿Qué vas a
hacer cuando acabes de contar todo lo que te decía tu abuelita, tus tías, tus
compañeras del Colegio del Sagrado Corazón, tus comadres aristocráticas? Te vas
a quedar sin temas. ¡Léete a Simone de Beauvoir!<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><i><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"> </span></i><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;">Yo me
lanzaba a conciencia sobre las obras que Malú me recomendaba sin haberlas
leído. Simplemente me repetía como perico lo que decían sus amigos
intelectuales. “Ahora hay que leer a Virginia Woolf, a Proust; ahora hay que
admirar a Klee, a Brancusi” Y yo como tonta, por acomplejada, corría a ponerme
al día. Quince días más tarde Malú ya no se acordaba que existieran Klee ni <st1:personname productid="la Woolf" w:st="on">la Woolf</st1:personname>; ahora me despreciaba
porque no conocía yo, la pobre periodista, a Pollock ni a Truman Capote. Un
cuento de nunca acabar.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"> Así era Malú Parra. Ahora me la ensalzan por las nubes y le
confieren doctorados <i>Honoris Causa</i>
póstumos. Hay una exposición en Bellas Artes del medio centenar de retratos que
le hicieron los pintores mexicanos. ¿”Una de las mujeres más hermosas, más
interesantes de las últimas décadas”, como dicen? Bueno: también la que sufrió
más la chifladura de repartir dinero entre pintores principiantes, quienes en
media hora embadurnaban cualquier garabato y se lo entregaban como gesto de
agradecimiento: <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"> —¿Pero eso es tu retrato, Malú?<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"> Una especie de vísceras entre manchones de acrílico.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"> —Mi retrato interior, y el autorretrato del artista. No seas
tan realista, Emma.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;">*<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;">Total, para Malú el
periodismo, y sobre todo el que yo hacía, era la cosa más vulgar del mundo.
Todo el tiempo andaba regañándome: “¡Y ahora te fuiste a meter entre los
greñudos de <st1:personname productid="La Candelaria" w:st="on">La Candelaria</st1:personname>,
para descubrir que se mueren de hambre! ¡Bravo por semejante descubrimiento!
¡Ay, Emma, lo que es no tener nada qué decir! Debías tomar unas clasesitas de
Historia del Arte con el maestro Justino Fernández, o lo que sea”. Así siempre,
y de viejitas peor. Cuando yo recordaba algo, cualquier minucia, resultaba que
no, que para nada, que todo había ocurrido de otra manera. Nos hacíamos unas
escenas, unos berrinches horribles. Murió felizmente, entre sueños.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"> —Cómo la envidio —me dijo Tere Burgos por teléfono—, nomás
se acostó a dormir ¡y pase automático! En cambio la pobre de Chela Vallarta,
¿te acuerdas de Chela Vallarta?<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"> —Desde luego, Tere.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"> —Pues se pasó toda la vida quebrándose el lomo y la cabeza
para dejarles un patrimonio a sus hijos, y luego le vino esa enfermedad tan
larga y tan latosa; que los médicos, los análisis, las medicinas, las
enfermeras en su casa, las operaciones; cuando finalmente se le ocurrió
morirse, había dejado sin un quinto a los pobres hijos, y endrogados de por
vida. Mejor que jamás se hubiera preocupado por dejarles nada, y morirse más
rápido, ¿no crees? Al menos no les habría heredado tales deudas.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"> Todas mis amigas son partidarias fervientes de la eutanasia.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"> —¿Supiste lo que le pasó a la pobre de Ofelia Múzquiz? —me
cuenta Mari Lacunza, también por teléfono—, ¡increíble! Ves que ya andaba
chiflada desde hacía tiempo, y le dio por sentirse solitaria y sentimental. Bueno:
pues amadrinó a uno de los hijos de su sirvienta; lindísimo de chiquito, pero
creció, claro. Para entonces Ofelia ya estaba completamente senil. Pues entre
toda la familia del ahijado la secuestraron en un cuarto de la azotea; ahí le
daban sus pastillas o sus inyecciones para tenerla dormida todo el tiempo, ¡y
convirtieron la respetable casona de los Múzquiz en Tacubaya, ¿te acuerdas?, en
un burdelazo de escándalo! Cayó la policía y ¿quién resultó la lenona? Pues
Ofelia Múzquiz. Todo estaba a su nombre. Era legalmente la lenona, sin
paliativo alguno. Ahí la tienes
declarando ante el Ministerio Público: loca, desnutrida, desgreñada, gritando
barbaridades, medio meada en su silla de ruedas... Como ya no le quedaba
familia fue toda una odisea sacarla de la cárcel. <st1:personname productid="La Chata" w:st="on">La Chata</st1:personname> Ábrego le hizo la
caridad y le contrató unos abogados, pagó unas mordidas. Ahí se está pudriendo
ahora en un manicomio de beneficencia. ¡Ay no, quién pudiera morirse como Malú!
Dichosa Malú allá en el cielo.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"> Hace no muchos años estábamos todas en un banquete. La boda
de algún nieto de alguien. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"> —Pues me voy a comer este molito para no hacer el desaire,
pero de seguro me da chorrillo —dijo Mari Lacunza, poniéndose sus pesados
lentes para examinar, como a través de un microscopio, los gérmenes de su
plato.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"> —Antes, aunque fuera en un rancho, unos frijoles y ya, eran
sanos, limpios; ahora todo te hace daño —añadió Tere Burgos, con un
abundantísima peluca pelirroja casi indecente.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"> —Ya nada es como era antes —acepté, resignándome a mi papel
en el coro de las Parcas.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"> —Desde luego —bromeó Malú—, ¡hasta las rosas eran de otro
modo!<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"> Pero la broma parecía en serio. Nos quedamos mirando como
obsesas el adornito de la mesa, unas rosas flotando en un tazón de agua teñida
de un azul espeso. Las tocamos. Sí, eran naturales, pero como producto de algún
laboratorio. O una variedad rara. No, ninguna se acordaba de semejantes rosas
en nuestros buenos años.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"> —Ya estamos todas más que listas para el asilo —siguió
bromeando Malú, majadera y macabra.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;">*<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;">Como comprenderán no pude
terminarme mi sopa la tarde en que me atraganté con la noticia de su muerte. Me
dio un acceso de tos. Se me bajó la presión. Y ahí estuvo lo curioso.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"> Reynaldo, el pianista cubano, toda su cara llena de dientes
postizos, me ofreció un coñac. Me sentó bien. Hice a un lado las
recomendaciones del médico y pedí cigarrillos y más coñacs. Nunca he sido
bebedora, y me emborraché enseguida. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"> No recuerdo la reacción de los demás clientes frente a la
viejilla ebria que cantaba desde su mesa los apolillados boleros que tocaba el
decrépito pianista donjuanesco. No recuerdo sino la cara de Reynaldo, toda
guiños y sonrisas, con sus dientes postizos por todas partes. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"> Debí haber dado todo un espectáculo por la calle, cuando
Reynaldo y un mesero me trajeron cargando a casa. Seguramente soy, hasta la
fecha, la comidilla de los vecinos. ¿Cómo le hacen los hombres para hallarle
gusto a la borrachera, para soportar las crudas? Misterio. Los envidio: gracias
al trago, dicen, se mueren antes. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"> Amanecí en el sillón de mi departamento con unas
palpitaciones y unas náuseas terribles. “Ahora sí me voy a morir”, pensé. “¡Es
tu culpa, Malú!”, le grité entre hipos.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"> Ahí a tropezones, como Dios me dio a entender, llegué a la
cama, me puse solemnemente el camisón, me cepillé un poquito el pelo y me metí
entre las sábanas a morirme de inmediato. Me apenó el espectáculo que se
encontraría mi hijo días más tarde, pero por nada del mundo quise avisarle por
teléfono, ni que me llevaran a un hospital. Todo me pareció tan fácil: cerrar
los ojos y listo. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"> Pero no me morí durante toda la mañana infinita. Escuché,
entre sudoraciones y pálpitos insoportables, todos los gritos de todos los
niños del edificio; todas las alarmas descompuestas de todos los coches de la
calle; todos los discos de moda de todos los hijos de los vecinos; los
cláxones, los pelotazos, los timbrazos de teléfono, el estrépito de todas las
aspiradoras del mundo, los taconazos de todas las señoritingas en los pasillos
y la escalera. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"> A mediodía sonó mi teléfono: era el decrépito Reynaldo,
socarrón:<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"> —¿Cómo amaneció, Emmita? ¿No le caería bien un consomé
calientito? Se lo llevo enseguida.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"> —¡Nada de Emmita, bribón! ¡Señora Velasco!<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"> —¿Entonces qué, se lo llevo?<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"> —Sea por Dios.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"> Llegó con un monumental traje lustroso del año de
Maricastaña. Seguro se había pasado horas desmanchándolo con gasolina blanca.
Sus enormes dientes postizos se veían más relucientes, como si les hubiera dado
grasa, o al menos un buen trapazo. Traía un ramo de rosas, de esas rosas aterciopeladas
y macizas que son de otro modo, y me hablaba con una insolente galantería, como
todo un conquistador. (”¡Oh no!, pensé, suponiendo lo peor, ahora sí como en un
infarto. ¡Nada más eso me faltaba!”).<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"> —Emmita, tengo que confesarle una cosa. Ayer, ayer, ¡le robé
un beso!<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"> Reprimí el impulso de arrojarle la taza de consomé. Me le
reí en la cara. Lo vi entristecerse con un gesto aún más ridículo que sus
guiños de Don Juan. Sus dientes empequeñecieron, se opacaron. Tuve finalmente
que consolarlo. Tuve que decirle que nos dejáramos, a nuestra edad, de
payasadas.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"> Superada la cruda, supe que me quedaba más, todavía más
tiempo por vivir. Si el coñac no me había matado, ni modo de tenerle miedo a
una gripe. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"> Me han pedido que escriba algo sobre mis recuerdos de Malú.
Lo he hecho a mi modo, personalmente: la memoria de su ausencia “Día a día”. No
me toca hablar de sus méritos como mecenas ni como musa de poetas y pintores,
sino de la vieja amiga que casi me arrastra consigo a la tumba. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"> Les decía que dejé de escribir hace veinticinco años. Siento
mis dedos torpes sobre la vieja máquina Remington de mis mejores tiempos. Así
siento mi relato, torpe y tentaleante. Lo que no está mal: cada estación en la
vida tiene su ritmo, su temperamento. Y no me voy a poner ahora a deshacerme en
flores y halagos a Malú. Los viejos no somos sentimentales.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"> Sigo yendo a comer, como siempre, al restorán del Hotel
Bristol, donde el pobre pianista se esfuerza cuanto puede por hacer como que no
ha pasado nada. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="line-height: 150%;"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; line-height: 150%; mso-bidi-font-family: Arial;"> ¿Los viejos no somos sentimentales? Últimamente me ha dado
por pensar que, a final de cuentas, Reynaldo no toca tantas notas falsas en los
boleros como se rumora. Así deben ser los boleros, un poco mal tocados; y
cantados con esa especie de exageración cómica, con algo de broma en sus
lamentos: el estilo de Bola de Nieve.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES"> </span></p></div><div><br /></div><div><br /></div><div><br /></div><div><br /></div>José Joaquín Blancohttp://www.blogger.com/profile/08263922763815348076noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7527486713623183716.post-31078694646125023292022-05-29T23:00:00.002-07:002022-05-29T23:00:53.484-07:00EL PELUSO CHÁVEZEL PELUSO CHÁVEZ<br />Por José Joaquín Blanco<br /> <br /><p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> </span></p>
<p class="MsoNormal"><span style="font-size: 14.0pt; mso-ansi-language: ES-MX; mso-bidi-font-family: Arial;">1<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span style="font-size: 14.0pt; mso-ansi-language: ES-MX; mso-bidi-font-family: Arial;">Tremenda consternación ha
conflagrado el mundillo de la farándula mexicana. A escasas horas del suntuoso
funeral nacional, con honras en el Palacio de las Bellas Artes (que encabezó el
Presidente de <st1:personname productid="la Repblica" w:st="on">la República</st1:personname>
y al que no evitó acudir ninguna celebridad de la política, los espectáculos y
los medios de comunicación, además de la gente común, que por millares desfiló
frente al ataúd desde la tarde del miércoles hasta el mediodía del jueves, en
colas interminables, cuando fue finalmente inhumado en el Panteón Francés), el
escándalo, el misterio, la inquina e incluso episodios de violencia física,
abrumaron la memoria del difunto Rafael Chávez, alias <i>El Peluso</i>, amado
astro y divo del cine nacional. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="tab-stops: 42.0pt; text-indent: 35.4pt;"><span style="font-size: 14.0pt; mso-ansi-language: ES-MX; mso-bidi-font-family: Arial;">Al
parecer, heredó sus cuantiosos bienes, fruto de medio siglo de esplendor en las
tablas mexicanas, a un chamaco malviviente que ni siquiera constituía parte
formal de su personal de servicio; un mocillo eventual que lo frecuentaba
durante los últimos meses de su vida. Se habla de brujería, bajas pasiones,
demencia senil, e incluso de abuso, amenazas y tortura (tanto física como
sicológica) contra el anciano divo, a fin de obligarlo a firmar tal testamento,
por parte de Filemón Carmona, pretendido taquero de carnitas, o ayudante de
taqueros, pues nunca estableció puesto propio, sino que al parecer ha
peregrinado de puesto en puesto sin lograr permanecer ni siquiera medio año en
ninguno, por su carácter montaraz y dado a la vagancia. Habría contado para
ello con la complicidad del abogado y del médico personales del difunto, así
como del notario público. Una atroz conjura en las tinieblas.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="tab-stops: 42.0pt; text-indent: 35.4pt;"><span style="font-size: 14.0pt; mso-ansi-language: ES-MX; mso-bidi-font-family: Arial;">Los
familiares, los colegas, los amigos, los compañeros del espectáculo, así como
diversas instituciones religiosas, humanitarias y culturales, de las que el
divo <i>Peluso</i> –así motejado por la tupida pelambre que exhibía en el
pecho, y que le asomaba por el cuello- fue mecenas eximio, han puesto el grito
en el cielo y amenazado con impugnar el testamento. Rubén M. Hernández, su
chofer durante el último lustro, alcanzó a golpear con un paraguas al presunto
heredero durante la propia ceremonia fúnebre, que como todo mundo recuerda se
desarrolló bajo un fortísimo aguacero, pero fue contenido por “guaruras” de
seguridad privada, antes de que lograra lesionarlo de gravedad. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="tab-stops: 42.0pt; text-indent: 35.4pt;"><span style="font-size: 14.0pt; mso-ansi-language: ES-MX; mso-bidi-font-family: Arial;">Un
abogado de apellido Andrade, auxiliado por media docena de agentes de seguridad
privada, se posesionó de la residencia del divo apenas se conoció la noticia
del fatal desenlace (acaecido en el Hospital Metropolitano de esta ciudad),
antes incluso de los funerales, en nombre del heredero; y han impedido la
entrada a los antiguos sirvientes, así como a familiares y a amigos del occiso.
Existen ya denuncias de hechos ante el Ministerio Público. El abogado Andrade se dice albacea. Seguiremos
informando. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="tab-stops: 42.0pt; text-indent: 35.4pt;"><span style="font-size: 14.0pt; mso-ansi-language: ES-MX; mso-bidi-font-family: Arial;"> </span></p>
<p class="MsoNormal"><span style="font-size: 14.0pt; mso-ansi-language: ES-MX; mso-bidi-font-family: Arial;">2<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span style="font-size: 14.0pt; mso-ansi-language: ES-MX; mso-bidi-font-family: Arial;">Rubén M. Hernández, el
chofer, ingresó al servicio del <i>Peluso</i> hace cosa de seis años, con
recomendación de Sebastián Figueras, el famoso <i>Trovador del Trópico</i>.
Afirma que nadie conoció con mayor cercanía que él al divo <i>Peluso</i>, a
quien incluso llegó a servirle como confidente y enfermero, durante ese tiempo;
y que supo que las intenciones del difunto eran de repartir sus bienes entre
todo el personal formal de su servicio y entre algunas instituciones de
beneficencia, como un asilo para curas ancianos de Tlalpan. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span style="font-size: 14.0pt; mso-ansi-language: ES-MX; mso-bidi-font-family: Arial;"> Se muestra extrañadísimo del supuesto testamento a favor
de Filemón Carmona, un chamaco vago que no sabe bien cómo se introdujo a la
casa del <i>Peluso</i>, pero a quien por lo general no se le ocupaba más que en
sacar a pasear a los perros del patrón y en mandados menudos; pero que poco a
poco fue invadiendo las funciones de los demás empleados durante las noches,
fines de semana o momentos en que, por cualquier eventualidad, no se hallaban
cerca del anciano. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span style="font-size: 14.0pt; mso-ansi-language: ES-MX; mso-bidi-font-family: Arial;"> Según su dicho, Filemón era un abusivo, un tragón
insaciable. Asaltaba todo el tiempo la despensa. Devoraba hasta las preciadas
latas de caviar que atesoraba el divo más que cualquiera otra de sus
pertenencias. Se echaba en los sillones de la sala estilo imperio, con los
zapatos sucios encima de los brocados y las sedas; y consumía frente a los más
vulgares programas de televisión los vinos húngaros y las botellas de champaña
que el divo conservaba bajo llave. Seguramente despojaba de la llave al anciano
cuando dormía. Lo tenía como dominado. El patrón no hacía caso de las denuncias
de los otros sirvientes contra Filemón. Nomás se quedaba callado, adormilado,
atontado: “Ya déjense de chismes y pónganse a trabajar; díganle a Filemón que
me traiga mis perros”. Le toleraba todas sus majaderías. El chofer cree que lo
tenían drogado o embrujado.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span style="font-size: 14.0pt; mso-ansi-language: ES-MX; mso-bidi-font-family: Arial;"> También se encuentra sorprendido de que tanto el
testamento como el inventario de las posesiones del <i>Peluso</i> resulten
relativamente exiguos. Tres inmuebles (dos de ellos bajo hipoteca) y puros
aparatosos trastos viejos, maltratados. Se sabe que durante sus últimos años,
en los que frecuentemente se encontraba indispuesto por los achaques de sus
enfermedades o por temporadas de extrema depresión, el divo malbarató diversas
joyas, obras artísticas y antigüedades. Pero se antoja extraño que hasta sus
famosos anillos (con los que fue enterrado) hayan resultado todos falsos, de
bisutería (imitados tal vez de los originales auténticos de sus mejores años),
y que en sus cuentas corrientes de banco a su nombre, en territorio nacional,
apenas aparezcan unos cuantos miles de pesos, que sólo habrían alcanzado a
cubrir dos o tres meses de su gasto habitual. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="tab-stops: 42.0pt; text-indent: 35.4pt;"><span style="font-size: 14.0pt; mso-ansi-language: ES-MX; mso-bidi-font-family: Arial;">Se
habla de que el divo pudo ir transfiriendo su capital a cuentas en el
extranjero, o a cuentas ajenas o a inversiones diversas a nombre de sus
presuntos estafadores; a casas de bolsa
o a cajas de seguridad. De cualquier manera, los inmuebles, si bien
deteriorados y que exigirían fuertes inversiones para su reparación y
mantenimiento, representan un capital nada desdeñable, por hallarse ubicados en
las zonas más distinguidas del Distrito Federal y de Cuernavaca.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span style="font-size: 14.0pt; mso-ansi-language: ES-MX; mso-bidi-font-family: Arial;"> Por el contrario, el abogado Andrade ha declarado que no
hay nada de qué asombrarse ni en el monto ni en el destino de los bienes del <i>Peluso</i>.
“Llevaba muchos años sin percibir ingresos significativos, expresó. Pero acaso
cierta extravagancia frecuente en los ancianos enfermos lo inducía a gastos
desproporcionados, a los que se refería incluso de modo irónico, pues no se le
escapaba el declive de sus finanzas. Especialmente sus donativos dispendiosos
al asilo de ancianos sacerdotes de Tlalpan, pues decía que ellos también habían
resultado 'a su modo, grandes actores del Teatro del Absurdo, y también habían
resultado timados. ¡Dios se ha burlado de todos nosotros!'”. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span style="font-size: 14.0pt; mso-ansi-language: ES-MX; mso-bidi-font-family: Arial;"> Los comentarios del abogado Andrade parecen confirmarse
con los del doctor Salaya: “Incluso me quedó a deber varios meses de honorarios
y tuve que obsequiarle muchas medicinas, de las muestras que me envían los
laboratorios, pues llegó a negarse a seguir tratamientos caros. '¡Con el precio
que actualmente han llegado a alcanzar las medicinas, doctor, mejor me quedo
con todas mis enfermedades! Total: ya viví todo lo que me correspondía,
sobrevivo absurda, póstumamente; me gustaría haberme muerto hace mucho, en
plena posesión de mi cuerpo y de mi ánimo, y no esta lentísima, interminable
decadencia'. Sin embargo, nunca en modo alguno me sugirió, como se han atrevido
a declarar ciertos difamadores irresponsables, ansiosos de notoriedad, que lo
asistiera a anticipar su desenlace. A lo que desde luego jamás podría acceder
ningún médico honorable. El <i>Peluso</i> murió a su modo como buen creyente
cristiano. ¡Tantos jovencitos que morían en la flor de su edad en las calles,
en las guerras, en los hospitales; y en cambio él ahí, decía, olvidado de Dios,
aguardando su llamado desde hacía tantos años! Un buen anciano, una magnífica
persona, pero un pésimo paciente. Y sospecho, por otra parte, que veía en
Filemón al hijo o al nieto que no tuvo; o mejor aún, al chamaco alegre y
vivaracho que él nunca se permitió ser, que nunca fue, pues desde la infancia
se dejó avasallar por la ambición del arte y de la gloria en las tablas, y se
pasaba las horas en ejercicios, estudios y ensayos extenuantes. 'Desperdicié
toda mi vida en las tablas y las pantallas del modo más necio, doctor; si
volviera vivir, me gustaría ser taquero, desordenado y feliz, parrandero, sin
pensar jamás en el mañana. Ser feliz el día presente en las condiciones reales,
sin sueños de humo, sin espejismos ridículos'. He de señalar, concluyó el
facultativo, que al menos un gran servicio se le debe a Filemón: el de
administrarle debidamente sus medicinas, pues el viejo divo dejaba de tomarlas,
por simple capricho o mal humor; o se olvidaba de que las acaba de tomar y
duplicaba las dosis, o tomaba unas por otras. Había ciertas cápsulas o tabletas
que le repugnaban solamente por su color o su forma, e inventaba que le dejaban
un sabor espantoso durante horas, lo cual era desde luego inexacto. Se le veía
bastante dócil, en cambio, frente a Filemón: '¡Ya no seas payaso, abuelito,
tómate de una vez la medicina, pareces niño chiquito!' Por otra parte, su resistencia física era
asombrosa. Desde hace tiempo se le complicaban muchos padecimientos juntos.
Estaba enfermo de todo”. Seguiremos informando.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span style="font-size: 14.0pt; mso-ansi-language: ES-MX; mso-bidi-font-family: Arial;"> </span></p>
<p class="MsoNormal"><span style="font-size: 14.0pt; mso-ansi-language: ES-MX; mso-bidi-font-family: Arial;">3<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span style="font-size: 14.0pt; mso-ansi-language: ES-MX; mso-bidi-font-family: Arial;">Custodiado todo el tiempo
por “su” abogado, quien no dejó un instante de inducirle sus respuestas, ya con
miradas o gestos, ya con interrupciones desconsideradas (“¡No respondas a
eso!”, “Lo que mi cliente quiere decir es...”), el joven Filemón Carmona accedió
finalmente a dar una conferencia de prensa en el despacho del licenciado
Andrade. A nadie se le ha vuelto a permitir la entrada a las propiedades del <i>Peluso</i>.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span style="font-size: 14.0pt; mso-ansi-language: ES-MX; mso-bidi-font-family: Arial;"> Lo único que, por el momento, Carmona desea es desmentir
supuestas revelaciones de sus relaciones impropias con el divo. “Era un viejito
y estaba bastante enfermo; no pensaba en cochinadas; nunca hubo nada indecente
en nuestro trato; platicaba muchas cosas, hacía chistes, le gustaba que me
desvelara en su cuarto con él viendo películas viejas, porque a veces no podía
dormir y se angustiaba. Le gustaba leerme escenas de obras de teatro, cuando no
tenía mucha tos ni se sentía mareado. Leía muy bonito. Yo no entendía mucho lo
que me leía, a veces incluso me leía cosas en francés o en inglés, con muchos
ademanes y aspavientos. Eran las obras que lamentaba no haber representado,
porque siempre le ofrecían puros churros y tarugadas, decía; que se había visto
obligado a aceptar porque se tenía que ganar la vida. Era un viejito. Un
viejito muy decente y simpático. Se sentía cómodo y seguro cuando yo estaba a
su lado; nos caíamos bien, eso era todo. Yo le decía que estaba súper orate,
que con la edad se había vuelto súper orate. Y él se reía mucho. Me respondía
que antes había sido peor de orate que ahora, que ya se había moderado un
poquito; pero que yo era más orate que él a mi edad, de modo que yo también
'prometía' destacar en las marquesinas de cualquier manicomio. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span style="font-size: 14.0pt; mso-ansi-language: ES-MX; mso-bidi-font-family: Arial;"> “A mí me parece natural que los viejos sean medio zafados.
Mi abuelita también estaba algo chiflada y así vivió muchos años. Yo me crié
con ella, y ya estaba re chiflada. Ella también pensaba que el chiflado era yo,
y se preocupaba: ‘¿Qué va a ser de ti cuando me muera, mijito, con lo loco que
eres?’ Mi única locura era reírme mucho con ella, seguirle la onda; me divertía
el resto con sus puntadas; prefería seguir platicando con ella que salir a
aburrirme con chamacos de mi edad. Siempre me sorprendía. Los viejitos hablan
muy raro. Como que inventan todas las palabras y tienen todas las ideas al
revés, lo que me parecía muy chistoso. Mi abuelita decía muchos disparates y se
le ocurrían muchas historias sin pies ni cabeza, pero así son los viejitos. Lo
mismo don Rafael. Yo le contaba que quería estudiar para ingeniero en
computación, y él me decía que no fuera tonto, que siguiera de taquero. Que los
tacos no cambiaban mucho y la técnica sí. Que los tacos eran una gran cosa; que
cuando él reencarnara se iba a graduar de taquero”.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span style="font-size: 14.0pt; mso-ansi-language: ES-MX; mso-bidi-font-family: Arial;"> El muchacho Carmona acepta desconocer casi por completo la
gloriosa trayectoria histriónica de su patrón y heredador. “Nunca veíamos sus
películas. Las detestaba. Aunque las pasaran por la televisión. No las
soportaba. '¡Otra vez esa mierda!' Cambiaba de canal. Le habían regalado una
colección de sus películas en video, pero las tenía arrumbadas. Cuando no podía
dormir ponía películas extranjeras, viejas, comedias musicales con mucho baile.
<i>Siete novios para siete hermanas</i> o <i>Cantando bajo la lluvia</i>. O
cómicas: de Tin Tan y de Cantinflas, cuando eran jóvenes. Un tipo al que
llamaba Buster Keaton, con cara de cadáver; el Gordo y el Flaco, Charles
Chaplin. Le gustaban los tangos, pero sólo con Gardel; y algunos boleros
viejísimos de Lecuona o de Lara, pero sólo con cantantes de la prehistoria,
como Toña <st1:personname productid="la Negra" w:st="on">la Negra</st1:personname>
y una tal Imperio Argentina, creo. Otras noches veíamos, por cable,
documentales sobre las pirámides de Egipto y la historia de los faraones, o <i>Discovery
Channel</i>: se pasaba las horas nomás viendo puros changos y elefantes. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span style="font-size: 14.0pt; mso-ansi-language: ES-MX; mso-bidi-font-family: Arial;"> “Una vez le pregunté si era, como se decía por ahí, medio
marica. '¡Lo fui en mis buenos años, y no medio, sino muchos maricas al mismo
tiempo, y de los más desatados! ¡Fui tremendo! No me explico cómo no me
metieron a la cárcel. A lo mejor ya no tenían cupo para tanto marica en sus
cárceles. Pero se deja de ser maricón como se deja de ser bailarín desde antes
de los cuarenta años, nomás te jubilas. Aunque puedas costearte tipos
chulísimos, ¿de qué te sirve si sabes que no te quieren, que no te desean, que
hasta les das asco, que lo único que les interesa es tu cartera?'”. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="tab-stops: 42.0pt; text-indent: 35.4pt;"><span style="font-size: 14.0pt; mso-ansi-language: ES-MX; mso-bidi-font-family: Arial;">Filemón
afirma que no tiene “ningún tipo” de prejuicios contra los homosexuales, pero
que eso no es “para nada” su estilo; que cuenta con novia formal “y todo”, y que
se va a casar muy pronto. “Uno ve en la calle de maricas a maricas. Los hay
seriecitos, que no molestan a nadie. Los hay descarados, cínicos, amujerados,
pero allá ellos. Cada quien su vida”, concluyó, con cierto porte teatral de
sensatez, desdén y sabiduría, sin duda heredado también del <i>Peluso</i>.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span style="font-size: 14.0pt; mso-ansi-language: ES-MX; mso-bidi-font-family: Arial;"> Presionado por este reportero, el joven Carmona no
consiguió, sin embargo, aclarar satisfactoriamente su relación con el divo.
“¡Cómo lo iba yo a ver como a <i>mi</i> padre, si era marica, por favor! Y yo
nunca tuve papá ni maldita falta que me hizo: tuve a mi abuelita. Don Rafael
era como un abuelito o el tío marica de alguien más, no el mío, para nada, pero
que estaba muy solo. Un cuate nomás. A lo mejor por eso le caía yo bien, porque
no se sentía obligado a nada conmigo. Cuando se cansaba o se aburría nomás me
pagaba mi día y me echaba. No es cierto que me pagara mucho ni que me hiciera
regalos; me pagaba 'honorarios de
enfermero', como decía, que de cualquier modo eran más de lo que me ganaba a
veces en las taquerías. Era algo codo. Estaba siempre alerta de que alguien se
quisiera pasar de lanza con él, como el chofer y la cocinera. Ellos se gastaban
fortunas en el supermercado y el pobre viejo nomás quería cenar un caldito de
pollo con arroz. Me odian porque les retiró el gasto de la despensa, y yo le
iba a comprar tortas o caldos a una fonda, que desde luego estaban más
sabrosos. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="tab-stops: 42.0pt; text-indent: 35.4pt;"><span style="font-size: 14.0pt; mso-ansi-language: ES-MX; mso-bidi-font-family: Arial;">“De
modo que me tenía harta confianza; y en cambio creo que les tenía mucho miedo a
sus sobrinos, porque nunca quería ni recibirlos ni contestarles el teléfono. No
quería recibir, ni hablar por teléfono con nadie. '¡Díganles que ya me morí,
que me busquen en <st1:personname productid="la Rotonda" w:st="on">la Rotonda</st1:personname>
de los Hombres Ilustres, o de los Maricas Ilustres, o lo que sea!'. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span style="font-size: 14.0pt; mso-ansi-language: ES-MX; mso-bidi-font-family: Arial;"> “Tampoco trataba a mucha gente de su edad. Que todos
estaban amargados y que nomás querían hacerse perdonar toda su vida de maldades
con puros rezos y chillidos, o inventarse ‘gloriosas trayectorias que nunca
existieron’. Ni siquiera a otros famosos del espectáculo. 'Ahora ya todos
sabemos que todos fuimos puros payasos, que nunca valimos ni un centavo; que
las musas se burlaron de nosotros, que nunca pasamos de farsantes de rancho'.
Claro que a veces sostenía largas llamadas misteriosas por celular, pero
entonces se encerraba. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span style="font-size: 14.0pt; mso-ansi-language: ES-MX; mso-bidi-font-family: Arial;"> “A ratos se ponía sentimental y lloriqueaba un poco
recordando las obras de teatro que no había representado. Nunca le dejaron
hacer <i>Orfeo</i>, ni <i>Edipo</i>, ni ¿cómo se llamaba esa otra, que se sabía
de memoria? Una que decía griega, que consideraba la mejor del mundo: <i>Filoctetes</i>
o algo así. Lloraba por las obras que no había podido representar en este
'ranchito chilapastroso'; que <i>Cinna</i>, que <i>Britannicus</i>, que <i>El
cardenal de España</i>, que <i>Fausto</i>... <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span style="font-size: 14.0pt; mso-ansi-language: ES-MX; mso-bidi-font-family: Arial;"> “Contaba que sí había puesto el <i>Tartufo</i> alguna vez,
en un teatro del Seguro Social; pero que sólo acudieron a verla chamaquitos de
secundaria, que no ponían atención; todo el tiempo estaban echando relajo entre
ellos y nunca se reían de los chistes de la obra; y en cambio se reían de su
propio relajo todo el tiempo, cuando no había mayor cosa de qué reírse sobre la
escena. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal" style="tab-stops: 42.0pt; text-indent: 35.4pt;"><span style="font-size: 14.0pt; mso-ansi-language: ES-MX; mso-bidi-font-family: Arial;">“De
sus películas sólo recordaba las escenas que le habían cortado, que le parecían
siempre las mejores, las únicas que le interesaban. 'Por ahí deben andar lo
negativos en alguna parte, si no se han echado a perder. Si aparecen algún día,
a lo mejor sí resulta que al menos en dos o tres de esas escenas cortadas, que
nadie vio, que ni siquiera vi yo mismo, fui un actor decoroso’”. Seguiremos
informando.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span style="font-size: 14.0pt; mso-ansi-language: ES-MX; mso-bidi-font-family: Arial;"> </span></p>
<p class="MsoNormal"><span style="font-size: 14.0pt; mso-ansi-language: ES-MX; mso-bidi-font-family: Arial;">4<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span style="font-size: 14.0pt; mso-ansi-language: ES-MX; mso-bidi-font-family: Arial;">Sebastián Figueras, el <i>Trovador
del Trópico</i>, se niega a hablar con los medios de comunicación: “No tengo
nada que comentar, salvo que descanse en paz”.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span style="font-size: 14.0pt; mso-ansi-language: ES-MX; mso-bidi-font-family: Arial;"> Se sabe, sin embargo, que en su juventud fue <i>protegé </i>del
divo, gracias a cuya recomendación obtuvo algunos de sus primeros contratos
discográficos. “¡Eran uña y mugre!”, cuenta <st1:personname productid="la Tortolita" w:st="on">la <i>Tortolita</i></st1:personname>,
también conocida como <st1:personname productid="la Emperatriz" w:st="on">la <i>Emperatriz</i></st1:personname><i>
de <st1:personname productid="la Cumbia." w:st="on">la Cumbia<span style="font-style: normal;">.</span></st1:personname><span style="font-style: normal;"> “Se lo trajo de Cuba y lo ayudó a regularizar su situación migratoria,
a nacionalizarse. En aquellos tiempos nadie se atrevía a desacatar una
recomendación del divo. Y luego, cuando el </span>Trovador</i> colocó los
éxitos que conocemos, que seguimos escuchando con gran placer, cuando se alzó
como la espuma, siguieron muy amigos. Hacían unos reventones de rompe y rasga
en Cuernavaca, en Acapulco, en Valle de Bravo. Contrataban docenas de atletas y
bailarines chulísimos para amenizar sus fiestas y agasajar a sus invitados. No
lo creías de tanta gente cuerísima como te encontrabas ahí, en traje de baño,
en parrilladas junto a la alberca. Pero todo muy decente, muy bohemio; se
cantaba junto a una fogata, se bailaba, se platicaba muy a gusto. Todo México
iba a sus fiestas. Yo conocí ahí muy buenos amigos, que sigo tratando, y
grandes oportunidades de trabajo entre la gente tan importante que iba a esas
fiestas. Luego se distanciaron por motivos religiosos, creo. <i>El Trovador</i>
se convirtió a no sé que secta cristiana, muy fanática y muy proselitista, y el
divo lo mandó a paseo. '¡No mames!, dicen que le gritó; ¡tú sabes muy bien
quién eres, quién has sido, y que todo eso del Hombre-Nuevo-en-Cristo es pura
pendejada! ¡Te cagas de miedo ante la vejez, te cagas de miedo ante la muerte,
y con tanta anticipación; ni que estuvieras agonizando, carajo! Deberías
cagarte más bien de vergüenza ante el ridículo que estás haciendo ante ti
mismo. Un poco de decoro y de amor propio no te vendrían nada mal, aunque fuera
de vez en cuando'. Por aquel entonces el <i>Trovador</i> se conservaba aún algo
joven. Pero no le perdonó al divo sus sarcasmos en asuntos religiosos; estaba
sinceramente convertido a algo, como emborrachado por sus nuevas virtudes, je.
Pero fueron uña y mugre. Creo que últimamente ya ni siquiera se llamaban por teléfono. Pero
tampoco se atacaban. Jugaban nomás a ignorarse: yo a ti ni te conozco. Ambos
personas magníficas, grandes artistas que quiero mucho”. Seguiremos informando.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span style="font-size: 14.0pt; mso-ansi-language: ES-MX; mso-bidi-font-family: Arial;"> </span></p>
<p class="MsoNormal"><span style="font-size: 14.0pt; mso-ansi-language: ES-MX; mso-bidi-font-family: Arial;">5<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span style="font-size: 14.0pt; mso-ansi-language: ES-MX; mso-bidi-font-family: Arial;">“¡<i>El Peluso</i>
Chávez no pasará a la historia!” Tal ha sido la condena terminante, implacable,
que ha proferido un grupo de intelectuales petulantes, en la mesa redonda con
que <st1:personname productid="la UAM-Xochimilco" w:st="on">la UAM-Xochimilco</st1:personname>
coronó la “Retrospectiva de Rafael Chávez, <i>El Peluso</i>”. Sólo se
exhibieron siete de las cuarenta y tantas películas que protagonizó. Las
funciones de cine estuvieron muy concurridas; no así la mesa redonda, en la que
se diría que hubo menos público que dómines y dóminas comentaristas. Se
comprende tal desinterés, tal fastidio de los estudiantes.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span style="font-size: 14.0pt; mso-ansi-language: ES-MX; mso-bidi-font-family: Arial;"> De un tiempo a esta parte, desde que algunos académicos
ociosos inventaron la “<i>film culture</i>” y la “cultura popular”, los sesudos
profesores pretenden estudiar las películas como si fueran tratados de
Aristóteles: su “discurso”, su “ideología”, sus “subtextos”, sus “guiños
intrafílmicos”, “el cine dentro del cine”, “lo meta- o paracinematográfico”,
los “grafismos cinemáticos”; y claro, las películas nunca son Aristóteles, sino
películas. Alguna profesorcita con cara deslavada y miope de microbióloga,
denunció el machismo amplificado y autocomplaciente del <i>Peluso</i> en dos o
tres cintas sobre narcotraficantes y sobre “jaurías de machos sobrexcitados,
extraviados entre la jungla en tangas diminutas, tras cualquier diablesa
salvaje, tras cualquier Rarotonga”. ¿Y cómo esperaba que se representase a los
gángsters del narcotráfico? <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span style="font-size: 14.0pt; mso-ansi-language: ES-MX; mso-bidi-font-family: Arial;"> Un profesorcito teleque e incomprensible, seguramente
poeta, pareció condenar al <i>Peluso</i> por el reciclamiento paródico del
chulo del antiguo cine “clásico” de cabareteras en sus cintas sobre ficheras de
los años setenta. ¿Y cómo pretende que se deba representar a un chulo o a un padrote,
como a san Martín de Porres? <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span style="font-size: 14.0pt; mso-ansi-language: ES-MX; mso-bidi-font-family: Arial;"> Una abominable doctora en huipil, con larga cabellera
entrecana que ya debería tuzarse o al menos teñirse color zanahoria -¿no le da
vergüenza seguir en tales panchos, a su edad?- disertó sobre la “tenaz
monotonía” con que se reiteran “y se rizan” al infinito los clichés sexistas en
toda la filmografía del <i>Peluso</i>: que <st1:personname productid="la Madre Abnegada" w:st="on">la Madre Abnegada</st1:personname>, que
<st1:personname productid="la Jovencita Corrompida" w:st="on">la Jovencita
Corrompida</st1:personname>, que <st1:personname productid="la Puta C■nica" w:st="on">la Puta Cínica</st1:personname>, que el Macho Bestial, que el Joto
Jocoso, que el Galán Mesiánico “con aceitados músculos de gimnasio, igualitos a
los de cualquier anuncio de productos de dieta”, etcétera. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span style="font-size: 14.0pt; mso-ansi-language: ES-MX; mso-bidi-font-family: Arial;"> ¿Y los malos médicos, los devotos falsos, los valentones
cobardes, los cornudos, las celestinas, las chamaconas de cascos ligeros, los
reyes parricidas, las damas bobas del llamado “teatro clásico” no, a su vez,
también ellos, con “tenaz monotonía”, insistieron en esos roles que les pedía
el público, y “rizaron su rizo”? Por favor: que la academia regrese a escandir
endecasílabos y alejandrinos y deje el cine nacional en las (igualmente
enciclopédicas, je) manos de los cronistas de espectáculos, quienes al menos
sabemos que el cine -sea o no cultura; sea o no arte- al menos es eso:
películas.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span style="font-size: 14.0pt; mso-ansi-language: ES-MX; mso-bidi-font-family: Arial;"> En consecuencia, aplaudo la sensata participación
justiciera de doña Jimena de Albornoz (primerísima actriz ya retirada), <i>partenaire</i>
del <i>Peluso</i> en algunos de sus éxitos, especialmente teatrales: “<i>El
Peluso</i> tenía una gracia y un carisma excepcionales. Ustedes dicen que hacía
lo mismo que todos, ¿por qué entonces sólo el <i>Peluso</i> abarrotaba los
teatros, los cines? El público no se equivocaba. Lo quería a él, precisamente
en esos papeles. Cuando intentó digamos refinarse en algunas películas raras,
experimentales o 'artísticas', el público se decepcionó y las salas quedaron
vacías. Esas películas raras no duraron ni dos semanas en cartelera, y nunca
las pasan en televisión. No crean, muchachos, que éramos ingenuos y que
pretendíamos hacer algo más de lo que se ve. Hicimos con plena conciencia
exactamente lo que se ve porque era lo que pedía el público, y no hay
espectáculos sin público. Claro que nos hubiera gustado hacer otras cosas: no
hubo público ni industria para otra cosa. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span style="font-size: 14.0pt; mso-ansi-language: ES-MX; mso-bidi-font-family: Arial;"> “¿Pero de veras se imaginan que el <i>Peluso</i> fracasó <i>tanto</i>?
Muchas de las películas que ustedes ahora llaman “clásicas” -y que nomás no
entiendo por qué, como las del <i>Santo</i>-, fueron recibidas en su momento
como bodrios, como mero entretenimiento industrial para el bajo pueblo. A lo
mejor al rato los nuevos 'críticos' nos convierten en 'clásico' al <i>Peluso</i>,
y se extasían ante sus roles de seductor, criminal, chulo, encuerado fugitivo,
barbudo espía o sabio satánico. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span style="font-size: 14.0pt; mso-ansi-language: ES-MX; mso-bidi-font-family: Arial;"> “Yo sé que gustó en su momento. Sé que filmábamos esas
películas para su momento y ya. Y que funcionaron. En el teatro serio era otra
cosa, claro. Pero cada obra de teatro se acaba, se autodestruye al caer el
telón. Yo sospecho que lo que no le perdonan los intelectuales al <i>Peluso</i>
es que además de trabajar en “bodrios” de cine comercial y en telenovelas, de
vez en cuando se permitiera el lujo -porque nunca fueron negocio, a veces hasta
todos salíamos perdiendo mucho dinero- de alguna obra de teatro clásico. Les
escandaliza que haya hecho casi al mismo tiempo a <i>Ricardo III </i>y al
Caguamas de <i>Venganza en Matamoros</i>. Yo trabajé con él en ambas
producciones y lo admiré por poder y saber hacer ambas cosas. Pero casi nadie
quiso vernos en <i>Ricardo III, </i>que por otra parte no nos salió <i>tan</i>
bien, dicho sea con todo respeto a la memoria del <i>Peluso</i>. Como que no
nos creíamos mucho esa obra ni ese tipo de teatro, por más que nos
esforzáramos. Nos sentíamos no sé, como en un regreso a nuestros tiempos
escolares, cuando en <st1:personname productid="la Academia" w:st="on">la
Academia</st1:personname> de Actuación debíamos presentar, como examen
trimestral, <i>La vida es sueño </i>o <i>El alcade de Zalamea</i>. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span style="font-size: 14.0pt; mso-ansi-language: ES-MX; mso-bidi-font-family: Arial;"> “Lo nuestro era lo que había; lo hicimos lo mejor que
pudimos, y no esperamos de ello otro reconocimiento que llenar las salas unas
cuantas semanas, y luego el olvido y a otra cosa. Me duele un poco que acusen
al <i>Peluso</i> de deshonesto o de bobo cuando lo único que hizo fue trabajar
brillante y honestamente en lo que se le pedía y en lo que había. Nunca pidió
la posteridad. Nunca pidió estas mesas redondas. Nunca pretendió engañar a
nadie como ustedes si lo hacen, pretendiendo ofrecer como sociología o
filosofía o no sé qué, puros chismes de gente incapaz de ocuparse en cosas más
útiles y productivas que desentrañar por qué los bodrios son bodrios. Todos
sabemos sin ustedes lo que es un bodrio. Gustan los bodrios”. Seguiremos
informando.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span style="font-size: 14.0pt; mso-ansi-language: ES-MX; mso-bidi-font-family: Arial;"> </span></p>
<p class="MsoNormal"><span style="font-size: 14.0pt; mso-ansi-language: ES-MX; mso-bidi-font-family: Arial;">6<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span style="font-size: 14.0pt; mso-ansi-language: ES-MX; mso-bidi-font-family: Arial;">Filemón Carmona ha ganado
el juicio testamentario. Aprovechó la presencia de los periodistas para exhibir
a su esposa y a su bebé, a quien ha llamado Rafael y apodado <i>Pelusito</i>.
La herencia no resultó tan exigua, por otra parte, y ha anunciado su propósito de
crear una fundación para localizar, restaurar y reincorporar a las películas
famosas aquellas escenas cortadas que, a ratos, obsesionaban al divo Chávez en
los insomnios de sus últimos meses.<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span style="font-size: 14.0pt; mso-ansi-language: ES-MX; mso-bidi-font-family: Arial;"> Pese a los severos cuestionamientos de la crítica, la
televisión insiste en trasmitir una y otra vez las películas cuestionadas de
narcos, chulos, fugitivos encuerados en playas y junglas, gángsters y ficheras.
Los nuevos actores lo imitan en roles bastante semejantes a los que representó;
de imitador descontentadizo se ha convertido, a su vez, en imitado, en ícono. <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span style="font-size: 14.0pt; mso-ansi-language: ES-MX; mso-bidi-font-family: Arial;"> Todos los actorcillos del “nuevo cine mexicano” -aparece
otro “nuevo cine mexicano” cada semana- reelaboran, “rizan”, ya su mirada torva
y oblicua; ya esa manera de rasparse los dientes con la lengua antes de
proferir su famoso apotegma gangsteril de <i>Venganza en Matamoros</i>: “¡Aquí
el que no traga sangre, traga mierda!” <o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span style="font-size: 14.0pt; mso-ansi-language: ES-MX; mso-bidi-font-family: Arial;"> Se anuncia otra retrospectiva, ahora en Guadalajara. ¡Y
otra mesa redonda!<o:p></o:p></span></p>
<p class="MsoNormal"><span style="font-size: 14.0pt; mso-ansi-language: ES-MX; mso-bidi-font-family: Arial;"> </span></p>
<p class="MsoNormal"><span style="font-size: 14.0pt; mso-ansi-language: ES-MX; mso-bidi-font-family: Arial;"> </span></p>
<p class="MsoNormal"><span style="font-size: 14.0pt; mso-ansi-language: ES-MX; mso-bidi-font-family: Arial;"> </span></p>
<p class="MsoNormal"><span lang="ES"> </span></p>José Joaquín Blancohttp://www.blogger.com/profile/08263922763815348076noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7527486713623183716.post-37012552120159234232022-05-01T04:46:00.000-07:002022-05-01T04:46:00.285-07:00EL REPORTERO DEL DIABLO<p> El reportero del diablo</p>Por José Joaquín Blanco<br /><br />Deambulaba por los bares y fondas de la Calle Michoacán, en la colonia Condesa, un fantasmal reportero de policiales a quien todo mundo despreciaba.<br />Su delito era que detestaba el cine, y no existe al parecer mayor crimen en el siglo veinte que odiar las películas. Equivale a un criollo novohispano que aborreciera las misas.<br />Ahí se pasaba sus ratos libres, entibiando sus whiskies en el Bar Nuevo León, hasta que aparecían sus amigos (amigos es un decir: ¿cómo hacer amistad con quien nunca va al cine? ¿entonces de qué diablos se platica?), después de haber asistido a alguno de sus cotidianos portentos cinematográficos. Y sin más trámite se sentaban a su mesa a comentar en sus narices, minuciosamente, todas las joyas de la pantalla.<br />El fantasmal reportero los escuchaba con la paciencia de un reacio al futbol que asistiera a la enumeración de todas las bíblicas alineaciones del Atlante a través de los siglos.<br />Un martes de noviembre del 2000 (todavía era el siglo veinte), el sabihondo cinéfilo Godínez, de la fuente de economía, se quejó con una mueca de asco digna de Robert de Niro, de la incapacidad mexicana para las tramas policiacas:<br />-No hay ningún thriller mexicano. ¡Sencillamente tampoco servimos para eso!<br />-Por ahí hablan de Distinto amanecer, de Julio Bracho, protagonizada por Pedro Armendáriz, Andrea Palma, Alberto Galán y el niño Narciso Busquets; argumento de Max Aub con diálogos de Xavier Villaurrutia –arguyó lenta, parsimoniosamente el reportero de policiales, nomás para fastidiar.<br />-No mames –increpó El Chiquilín Martínez, de la fuente de Presidencia, famoso por la diminuta cabeza con que exornaba sus flacos dos metros de estatura-; eso no es cine, sino literatura filmada. Los diálogos suenan estiradísimos, in-ve-ro-sí-mi-les. La fotografia de Figueroa, peor.<br />El reportero fantasmal se había quedado varado en la sección de policiales de un periódico desde hacía tres años. Sus primeros colegas ya habían ascendido a las direcciones de Comunicación Social de diversas dependencias burocráticas. Pero él seguía ahí, fiel al lado del crimen, para no traicionar su vocación de poeta abstracto.<br />Soñaba con un libro de poemas “antilogocentristas, molecularizados y átonos”. Por eso se negaba a colaborar en la sección y en el suplemento culturales, porque ahí “se contamina uno de literatura”.<br />Y quería despojar sus versos de todo lastre literario a fin de lograr “el accidente grafístico puro, el grafismo esencial, como una muesca en acrílico o una arruga de trapo de los abstraccionistas catalanes”.<br />“Detrás de todo poeta abstraccionista declarado, hay un vergonzante recitador de ‘El Brindis del Bohemio’”, solía apotegmatizar el odiado crítico Andueza, en el suplemento dominical del mismo periódico.<br />Se trataba de la historia de un rencor: Andueza había sido compañero de preparatoria del periodista fantasmal, y en aquellos años habían competido en un concurso de declamación, en el cual había triunfado el futuro reportero de policiales con “El brindis del Bohemio”, mientras que al futuro crítico literario se le había olvidado “La raza de bronce” a las primeras estrofas, y tuvo que abandonar el estrado todo confuso y en medio del abucheo estudiantil.<br />En efecto, antes de odiar la literatura (ya para entonces evitaba el cine), el futuro “poeta abstraccionista” había tenido sus barruntes de erudición policiaca. Y salió a relucir esa tarde:<br />-Si quieres un thriller, ahí esta El privado del virrey...<br />-¿Que qué? –exclamó Godínez, amenazante como Jack Nicholson.<br />-No es una película, sino una obra de teatro de Rodríguez Galván, pero también se lee; digo, porque los cinéfilos monolingües mexicanos van a leer las películas. Puros subtítulos y subtítulos. Y los “espectadores” hechos la mocha: lee y lee subtítulos. Para ese caso, que mejor lean los guiones en su casa... debidamente traducidos.<br />-¿Vaaaas al teaaaatro? –insistió Godínez, escandalizado como Sylvester Stallone ante un ballet clásico.<br />-Te digo que la leí en la prepa. Me tocó hacer una monografía sobre la Calle de Don Juan Manuel... Para los ignorantes: estoy hablando de la actual Calle de República del Uruguay, el tramo entre 5 de Febrero y Pino Suárez. Antes del thriller se llamaba simplemente Calle Nueva.<br />El fantasmal reportero de policiales consignó que Ignacio Rodríguez Galván había escrito El privado del virrey hacía más de siglo y medio; y que ya para entonces se consideraba viejísimo el argumento, de mediados del siglo diecisiete...<br />Y que lo habían retomado como veinte autores: el Conde de la Cortina, Manuel Payno, Irineo Paz, Vicente Riva Palacio, Juan de Dios Peza, Luis González Obregón, Artemio de Valle Arizpe; que incluso había aparecido en historietas y radionovelas sobre “tradiciones y leyendas de la Colonia” durante los años sesenta.<br />El odiado crítico Andueza permaneció impasible frente a tal sabiduría; durante esa semana sólo se dignaba conocer de autores sudafricanos.<br />El reportero de policiales contó la historia de un gachupín acaudalado, originario de Burguos, que se hizo íntimo del virrey Marqués de Cadereyta.<br />Lo nombraban Don Juan Manuel de Solórzano. En México le llovieron favores oficiales, incluso puestos en la Real Hacienda y gestiones sobre los productos que llegaban de España en las flotas, así como la cerrada envidia pública, promovida especialmente por parte de la Audiencia y de los mayores comerciantes de la ciudad.<br />Resultó breve su privanza (1636) y largas las intrigas de los malquerientes, hasta que fue a dar a la cárcel (1640), acusado de malversación y fraude con el dinero del gobierno.<br />-¿Y a eso lo llamas un thriller? –reclamó Godínez, impasible como Michael Douglas.<br />-Bueno, es que Don Juan Manuel conocía muy bien a su bella esposa: Doña Mariana de Laguna, más rica incluso que él, heredera de minas en Zacatecas. Don Juan Manuel sabía que doña Mariana no podía estar muchas horas sin hombre...<br />-Mejora la trama...<br />-Sobornó entonces a las autoridades, para que le permitieran visitas conyugales, que desde luego no eran toleradas en esos tiempos. Pero sólo le concedieron una vez por semana, y doña Mariana era mujer de programa triple todos los días...<br />-Tres sin sacar –intervino misteriosa y embozadamente Gil Gamés.<br />-Además se notaba tan sosegada en sus parcas y rápidas visitas semanales que a don Juan Manuel empezaron a rondarlo unos celos feroces. Alguien andaba tranquilizando a su esposa. Sospechaba sobre todo de las mismas autoridades que lo tenían en la cárcel, especialmente del Alcalde del Crimen...<br />-Ya, al grano –exigió Godínez, esgrimiendo su cuba como un revólver.<br />No era tan fácil, explicó el reportero de policiales: las versiones variaban. Había quien afirmaba que don Juan Manuel sobornó al carcelero para que lo dejara salir, como murciélago en la oscuridad nocturna, a espiar el balcón de su propia casa. Pero no sonaba lógico: lo mismo habría podido pagarle al cancerbero para que le permitiera cumplir por triplicado con su esposa todas las noches...<br />Según otros autores le había vendido su alma al diablo, a cambio de escaparse a medianoche y espiar su balcón desde el zaguán de enfrente. Aunque la objeción sería la misma: igual pudo habérsela vendido para disfrutar cómoda y triplemente a doña Mariana, y hasta cenar a gusto en casa, evitándose los fríos callejeros...<br />Total, resumía el reportero de policiales: don Juan Manuel pintaba con carbón una especie de puerta en el muro de su celda, la abría con una llave que también dibujaba, y ya estaba afuera.<br />-No mames: eso es La mulata de Córdoba. ¡La acabo de ver en la tele! –gritó El Chiquilín Martínez, con una vocecita aflautada desde la exornada y módica cumbre de su roperote huesudo.<br />-La mulata pintaba un barco...<br />-O Bugs Bunny –intervino, muy camp, Andueza, olvidándose por un momento de su exclusividad semanal con los autores sudafricanos.<br />-Al grano, maestro –apremió Godínez expeliendo la cavernosa voz de Marlon Brando en El Padrino.<br />Había pasado lo de siempre, señaló el reportero de policiales con desprecio profesional ante la nota roja de cada día: don Juan Manuel llegó a su calle, miró su balcón y descubrió las sombras de doña Mariana y un galán, agasajándose.<br />-¡Y se equivocó de ventana, y nos estás hablando de un rocanrol de Johnny Laboriel!: “¡Oh qué confusión, el número equivoquéeee. Siluetas, siluetas, siluetas soooon!” –cantó el aborrecido crítico Andueza, ya sin idea (en caso de haberla tenido alguna vez) de dónde quedaba Sudáfrica.<br />-No se equivocó de ventana. Esperó a que saliera el galán y lo apuñaló.<br />El galán venía embozado en su capa, como si la densa oscuridad de la noche no lo cubriera bastante. Hay que recordar que no existía entonces ningún tipo de alumbrado público en la ciudad: ni fogatas, ni lámparas, ni faroles.<br />Entonces don Juan Manuel le preguntó a bocajarro: “Perdone su merced, ¿qué horas son?”. El embozado contestó sin descubrirse: “Las once”. (Seguramente acababa de echarle un vistazo al reloj en casa de doña Mariana.) “¡Dichoso su merced, dijo don Juan Manuel, pues sabe la hora en que muere!”<br />-¿Y dónde está el thriller? –increpó Godínez, retomando su mejor perfil de Michael Douglas.<br />En que don Juan Manuel regresó a la noche siguiente, prosiguió cansinamente el reportero de policiales; y vio y preguntó y escuchó y exclamó lo mismo, y volvió a matar al galán. Así todas las noches durante muchos meses.<br />Todas las madrugadas la ronda levantaba un asesinadito en la Calle Nueva. Don Juan Manuel nunca supo si siempre mataba al mismo o a galanes diferentes. Si realmente salía todas las noches o nomás lo soñaba.<br />Finalmente la justicia, el soborno o el diablo lo pusieron en libertad. Entonces apuñaló expedita, antidramáticamente a doña Mariana.<br />-¿Y por qué no la mató desde antes? –preguntó Godínez, práctico como Harrison Ford.<br />-A lo mejor creía que iba a tener que estarla asesinando todos los días... –rió a chillidos El Chiquilín Martínez.<br />El caso era, según el reportero de policiales, que ya en libertad, don Juan Manuel comprobó que no se había tratado de alucinación alguna, ni de una trampa del diablo.<br />Averiguó los nombres de docenas de galanes que habían sido misteriosamente asesinados, noche tras noche, frente a su puerta, a pesar de la estricta vigilancia de guardias y alguaciles.<br />Entre ellos figuraban nada menos que el propio Alcalde del Crimen, un tal Vélez de Pereyra; un escribano, dos oidores, varios frailes y canónigos, y hasta el pariente más querido de don Juan Manuel, su sobrino y heredero, pues no tenía hijos.<br />Arrojó el cadáver de su esposa por la ventana, dispuesto a todo, y se sentó a esperar al alguacil... quien nunca llegó.<br />La ronda se había acostumbrado al cadáver diario, aunque ahora se tratara de una mujer. Ya desde entonces las costumbres andaban a ratos al revés. Y don Juan Manuel tenía la coartada de haber estado preso todos los meses en que habían ocurrido los otros asesinatos.<br />-¿Y entonces? –preguntó El Chiquilín Martínez, desde la cabeza de alfiler que exornaba sus dos metros de estatura.<br />-Ahí tienen su thriller: resuélvanlo.<br />-Pues don Juan Manuel se quedó sentadito, close up y créditos finales –especuló Andueza, decidido a dejarse de tonterías y retirarse a redactar otra enjundiosa reseña de media cuartilla sobre todos los autores sudafricanos a la vez.<br />-Claro que no. Es drama de época. Corrió a confesarse con el cura. ¡Había matado a docenas de hombres!, aunque no estuviera seguro si soñaba o de veras lo hacía; si salía de la cárcel con su puerta y su llave de carbón o se alucinaba de celos dentro de ella...<br />-Eso ya es Arturo de Córdova... –apuntó, erudito, Godínez, como si dijera: “No tiene la menor importaaancia”.<br />El cura, según el reportero de policiales, no supo resolver el thriller. ¿El multiasesino había sido don Juan Manuel o un fantasma urdido por el diablo? ¿A quién condenar? Tuvo que invocar a los detectives celestiales, que como es sabido se toman su tiempo.<br />Mientras tanto mandó a don Juan Manuel que rezara tres noches seguidas el rosario a la medianoche, al pie de la horca.<br />La primera ocasión escuchó, con el rosario en la mano, una voz de ultratumba: “¡Rezad un padrenuestro por el alma de don Juan Manuel!”; la segunda: “¡Rezad un avemaría por el alma de don Juan Manuel!”...<br />-¡No mames: eso es la Llorona! –protestó, maullando, El Chiquilín Martínez, ofendido en sus más entrañables tradiciones.<br />-Y al tercer día amaneció colgado en la horca.<br />Volvieron a variar las versiones, en opinión del reportero de policiales. La leyenda popular rumoraba que los propios ángeles, escandalizados, bajaron del cielo y lo colgaron.<br />O las docenas de difuntos galanes rencorosos, capaces también de vender su alma al diablo, incluso en el cielo, con tal de bajar un rato y vengarse.<br />O la insaciable doña Mariana.<br />-El caso es que alguna vez hubo thrillers en México y amén –cerró el fantasmal reportero de policiales, y se puso a mascar un hielo.<br />-Qué bueno que en policiales se limitan a transcribir puros chismes. Como reportero no tienes nada qué hacer –le espetó sumariamente Godínez, y se retiró del Bar Nuevo León con un reposado andar stanislavskiano, digno de Al Pacino.<br />Pero gracias a la leyenda de don Juan Manuel, o al miedo de que “el reportero del diablo” -como se le empezó a llamar con sarcasmo por la Calle Michoacán de la Colonia Condesa- volviera a contarles algo semejante, sus amigos (amigos es un decir: ¿cómo hacer amistad con quien nunca va al cine? ¿entonces de qué rayos se platica?) dejaron de hablar tanto de películas en su presencia.<br />Se le puede ver dos o tres tardes por semana, entibiando sus whiskies, con la mirada perdida, ensoñando con esa poesía “antilogocentrista, molecularizada y atonal” que ni vendiéndole el alma al diablo le asoma por la mente.<br />El odiado crítico Andueza (esta semana especializado en los aforistas de Tahití) murmura que “el reportero del diablo” no anhela tanto una poesía que exprese el “accidente grafístico puro, o el grafismo esencial, subrepticiamente rizomático, como una muesca en acrílico o una arruga de trapo de los abstraccionistas catalanes”, sino esos “vulgares premios y becas gubernamentales” que, sin tanto andarse por las ramas, el eficaz y aborrecido crítico Andueza recibe varias veces al año por sus reseñas semanales de media cuartilla.<br />Lo que yo puedo contarles es que cuando ingresé como redactor emergente al suplemento cultural no tenía la menor idea de todo este asunto. Y una noche se me ocurrió hablar en el Bar Nuevo León, taqueando chistorra con setas al ajillo, de cierta película de Billy Wilder.<br />Entonces el “reportero del diablo” se me quedó mirando con una sonrisa torva y oscura como callejón del crimen, y me preguntó:<br />-Oye, hueso –en esto del generoso y solidario oficio del periodismo nos llaman “huesos” a los novatos, y nos ocupan sobre todo para mandarnos por tortas y refrescos a la esquina-; oye, hueso, ¿sabes qué horas son?José Joaquín Blancohttp://www.blogger.com/profile/08263922763815348076noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7527486713623183716.post-21462100572738880622022-03-31T17:55:00.000-07:002022-03-31T17:55:26.842-07:00LA ESCUELA DE LAS MUJERESLA ESCUELA DE LAS MUJERES<br />por José Joaquín Blanco<br /><br /><br />1<br />Imagino una sala comedor modesta, de maderas, cristal, telas, cuero; todo opaco y anterior al plástico y a los colores chillantes, en un edificio porfiriano, hacia 1946, en el centro de la Ciudad de México. Algunos motivos religiosos y cierta decoración europea (paisajes, vajillas), así como objetos campiranos: jarros, jícaras, canastas, dulces y frutos típicos.<br /> No precisamente refinamiento, sino sobriedad. La familia de don Andrés y doña Marucha es llanamente austera y tranquila; sin rigores ni fanatismos, sin vulgaridad ni presunciones. Una vieja familia de clase media que se apaga discretamente.<br /> Don Andrés puede tener sesenta años y doña Marucha cincuenta, pero ambos representan al menos diez más; sus hijas, Manuela y Fátima, de veinte y catorce, se ven algo mayores pues todavía no llega la moda de prolongar y ostentar la infancia o la adolescencia. Mujercitas algo serias, casi tristonas.<br /> Manuela apenas usa un poco de maquillaje (color de labios, cremas o polvos), y ya viste traje sastre, pues es oficinista. Fátima lleva un uniforme escolar azul de cuello blanco y moño rojo. Ambas con el pelo corto, rizado a la permanente, raya a un lado. Aretes, medallas, collares y anillos pequeños, discretos.<br /> Fátima juega a ponerse flores sobre la oreja. Prende el radio a todo momento, boleros o grandes orquestas norteamericanas, la era del swing. Masca chicle. Doña Marucha insiste a cada momento en que, por favor, baje el volumen.<br /> Doña Marucha es una señora robusta pero abatida, con algo enfermizo en el semblante y el porte, como doliente; usa vestidos oscuros con estampados blancos de puntos o florecitas, y cuellos y mangas de encaje.<br /> Don Andrés, trajes vastos, viejos, arrugados, cafés o grises con algunas rayas delgadísimas; está casi calvo y tiene los ojos inflamados; es gordo y achacoso, respira con dificultad. Su voz conserva al mismo tiempo un aire cordial y autoritario. Ambos mestizos, morenos claros. <br /> <br />DON ANDRÉS: ¡Pero si solo es una chiquilla tonta, Dios mío! ¿Cómo pudo ocurrir? ¿No te diste cuenta de nada? ¿En dónde tenías la cabeza, Maruchita? ¡Una chiquilla tonta y terca que ni siquiera ha cumplido sus quince años! ¡Nunca tendrá su fiesta de quince años!<br />DOÑA MARUCHA ¡Pero cómo lo iba a adivinar, viejo! Todavía la semana pasada jugaba con sus muñecas y sus álbumes de estampitas; tuve como un presentimiento hace unos días, cuando Manuela encontró que le faltaba un par nuevo de medias de seda. Manuela se puso hecha una furia. “¿Para qué te iba a robar tu hermana un par de medias, le dije, si todavía ni siquiera usa zapatos de vestir? Mira su cajón: lleno de tobilleras”. Entonces me contestó que Fátima lo tenía todo: “zapatillas de tacón, faldas, blusas, vestidos de mujer mayor, abrigos, ¡hasta un sombrero de mujerzuela, con red y florecitas de terciopelo, de lo más cursi y vulgar!” Que una compañera de escuela le escondía todo eso, y maquillajes y perfumes. ¡Todo! Yo no te lo había querido decir, porque no me constaba, que de un tiempo a esta parte se me desaparecía el dinero; nomás no me salían las cuentas: un día me faltaban dos pesos y otro día cinco. Manuela también la acusaba de robarle el dinero.<br />DON ANDRÉS: Tampoco a mí me salían bien las cuentas. En días. A veces fuertes cantidades. Yo pensaba que guardaba en la caja de la tienda tanto, y no: faltaban veinte o cincuenta y hasta cien pesos. Los empleados no tenían la llave. Pero Fátima tampoco. Siempre la traía yo en el llavero. No perdía conciencia de mi llavero ni un minuto. Pensé que con lo distraído y desmemoriado que me he vuelto... ¡Con que entonces la chiquilla se había provisto de todo un guardarropa clandestino de mujer adulta!<br />DOÑA MARUCHA: Reprendí muy seriamente a Fátima, pero lo negó todo. Que Manuela le inventaba chismes, que era una mandona y sabihonda. Que le tenía envidia porque nadie la aguantaba, que los muchachos ni se fijaban en ella.<br />DON ANDRÉS: Eso no es cierto. Manuela también es simpática y bonita, pero sensata y responsable. Por el momento sólo le importa su trabajo, el novio vendrá a su tiempo. ¡Tan brillante! ¡Que apenas a los veinte años le hayan dado ese empleo de tal responsabilidad, tan codiciado! ¡Manuela va a llegar lejos! A su edad yo no ganaba un sueldo como el suyo.<br />DOÑA MARUCHA: Quién sabe desde cuándo, viejo, nos ha estado engañando Fátima. Ni hasta dónde haya llegado. A lo mejor ya nada tiene remedio. ¡Vete saber dónde andará a estas horas! ¡En manos de qué seductor sin escrúpulos!<br />DON ANDRÉS: Debe ser un hombre mayor. No hay vuelta de hoja. ¿Qué chamaco mocoso va a disponer de capital para mantenerla, instalarla? ¡Dios mío, nos la van a devolver destrozada y fastidiada para el resto de su vida! ¡Pero Dios es grande! ¡No permitirá que le hagan daño! ¡Es una chiquilla!<br />DOÑA MARUCHA: Sólo nos queda rezar.<br />DON ANDRÉS: Y ser razonables. Aceptar que estas cosas ocurren en todas las familias. Mi tía Chala tuvo dos hijos antes de casarse... Conozco un montón de primos bastardos.<br />DOÑA MARUCHA: Y mi prima Soco también salió con su domingo siete. Pero no eran tan pequeñas. ¡Antes de los quince años! Y todo mundo, por lo demás, conocía a los novios de Chala y de Socorro. Buenos muchachos, apropiados. La culpa era nomás del dinero. Los noviazgos tan largos, y tan costoso casarse, instalarse. Además eran chicas de pueblo. Todo se pudo arreglar entre las familias. Pero eso de largarse así nomás con un Misterioso Desconocido, como si fuera inocentemente a la academia, dejando apenas, sobre su almohada, un recado como de película, en papel perfumado: “Papacitos, los quiero mucho y siempre los querré con toda mi alma. Pero es la hora de seguir al Amor de Mi Vida. Compréndanme y perdónenme”.<br />DON ANDRÉS: Sólo un criminal mayor, sin escrúpulos, pudo inducir a esta trágica tontería, a esta ridiculez catastrófica, a una niñita. ¡Marucha, ya somos viejos! Ahora que nuestras hijas nos necesitan más que nunca, ¡estamos viejos y enfermos! Ahora que...<br />DOÑA MARUCHA: Sólo nos queda rezar...<br />DON ANDRÉS: ...y confiar en Manuela. Pero donde lo encuentre, lo meto a la cárcel.<br /><br />2<br />Muchos meses después. Taller de costura doméstico, recién instalado. Algunas máquinas de coser y aparatos, como planchas. Pero todo es más bien manual. Tres costureras solteronas de mediana edad fabrican ropa de bebé. Abundan los paños blancos, en menor medida los rasos azules o rosas; listones, broches, cierres, botones. Pedacitos de tela con estampados de pollitos o flores que se pegan o cosen a las prendas. Todo tipo de agujas y tijeras, hilos, dedales, cintas métricas de hule.<br /> Se trata de un tercer piso moderno, por Lindavista; pero no una fábrica, sino habitaciones familiares acondicionadas como talleres.<br /> Las solteronas usan vestidos de colores discretos y suéteres abiertos. Sólo Fina, un poco gorda, se maquilla: demasiado polvo de arroz y labios muy rojos, como muñeca oriental. Su hermana Teresa (con lentes) es muy morena, fea, flaca, algo machorra. Su amiga Concha, grandota, vigorosa, hermana de doña Marucha, gasta buenos bigotes.<br /> Son alegres pero no lo parecen; hasta cuando bromean insisten en conservar rostros duros, laboriosos.<br /><br />FINA: Hazme el favor, regresó como una princesa. Vestida y pintarrajeada dizque como señora de mucho mundo, la escuincla. Parece vendedora viajera de jabones de tocador, más bien. Se refiere al gañán ese como “mi marido”. Mi marido esto, y mi marido lo otro. Y fuma. Y toma cocteles y aperitivos.<br />TERESA: Tu hermana Marucha tuvo la culpa, por consentidora.<br />TÍA CONCHA: No es para tanto, Tere. Sí era un poco su consentida, pero más bien como para equilibrar la situación, ¿no? Andrés siempre prefirió a Manuela.<br />FINA: Esa creída, va a terminar peor, ya lo verás. A la Manuela no la trago. Nos desprecia. Todas le parecemos inferiores a ella, estúpidas y mochas. Sólo ella, con su diploma de contadora. Como si fuera gran cosa andarse por el mundo con que dos y dos son cuatro.<br />TERESA: No es correcto salir con la batea de babas de que “Aquí no ha pasado nada” y todos muy felices. A nadie engañan. A Dios no lo engañan. A nosotras tampoco.<br />TÍA CONCHA: ¿Qué querías que hicieran, los pobres? Ni modo que desheredarla, je. Ya no tienen un quinto. Van a liquidar la tienda, Tere, en remate: la quiebra. Todos viven ya del sueldo de Manuela, hasta el tipo ese, bueno de mantenido. Andrés ya es cosa de meses, si no es que de semanas. Huele a muerto. Ojalá se apure a morirse de una buena vez; ya no les queda mucho qué empeñar para pagar tantos médicos, medicinas, enfermeras, hospitales. Hay que apechugar: la niña se salió con la suya y quedó preñada. Por lo menos casarla, ¿no? Sobre todo por el niño que viene en camino. Al menos por lo civil.<br />FINA: Yo digo que es mejor amarrarse el corazón y abandonarlos a su suerte. Total, ellos se lo buscaron. Que ellos salgan del hoyo con sus propias uñas. Que aprendan en la escuela de la vida, a trancazos. Y cuanto antes mejor, que escarmienten.<br />TERESA: Ni que Andrés y Marucha pudieran ayudarlos tanto, Concha. Están viejos y en la ruina. Eso lo sabían desde antes, debieron haberlo previsto. Digo: que eran pobres, que sus niñas eran niñas pobres y en lugar de andarlas educando como señoritingas insatisfechas, enseñarlas a vivir y a ganarse la vida como pobres, a vivir tranquila y decentemente con gente de su condición. Hay mucha gente pobre en el mundo que la pasa bomba. Pero esa fue la chifladura de Andrés y Marucha. Sentirse de la alta, nomás porque ahorraban mucho y prescindían de casi todo. Demasiados finos modales para lo poco que se llevaban al plato. Demasiado orgullo en ir tanto a la iglesia, nomás porque no les alcanzaba para el cine, y las misas son gratis. Todo el tiempo encerrados en casa, haciendo durar sus trapos eternidades, porque no se les viera en la calle sin dinero que gastar.<br />TÍA CONCHA: Es una desgracia, Tere. Por poco, por muy poco consiguen su sueño. Sólo pedían vivir para ver a sus hijas seguras y encaminadas. Si Fátima hubiese sido más razonable. Si se hubiera esperado a terminar la escuela. Podría haber conseguido una buena situación, como Manuela. Y hacer sus ahorritos. ¿Cuál prisa por casarse? <br />Se ríen todas.<br />FINA: Está bien, dizque se casan y todo dizque arreglado. ¿De qué van a vivir? El cubano vago ese no cuenta con ningún trabajo fijo, a lo que se sabe. Ni siquiera tiene sus papeles en regla. Si Inmigración lo descubre se acabaron sus chambitas de clases de contabilidad y programas de radio, y todos sus misterios. Si Fátima quería meter la pata, debió fijarse dónde la metía. Sabía perfectamente que ya no podían seguirla manteniendo. Que Andrés estaba viejo, torpe, cansado. Que Marucha anda por las mismas, y no sabe más que ser ama de casa. Ama de qué y casa de qué. Pura ignorancia, flojera, miedo del mundo. Todos viven de Manuela; yo que Manuela ya me hubiera largado y chao, ¿no? Ahora paga el gasto, la renta, la enfermedad de Andrés, el matrimonio de Fátima. ¡Y ni siquiera tiene un cuarto propio dónde meterse! Duerme en la recámara de sus papás, en un catre adicional, entre puras medicinas, para que el nuevo matrimonio disponga a su gusto de la otra recámara, su recámara, donde había dormido siempre con su hermana. El gañán llega medio borracho en la madrugada, se despierta a las once, manda a comprar el periódico; pide un almuerzo de rey en la cama mientras se entera de lo que pasa en Europa y en China; pone el radio a todo volumen (aunque Andrés esté agonizando en la habitación vecina) con puro jazz o música tropical. ¡Y canta, y recita versos a todo pulmón, con voz de locutor, para hacerse admirar por todo el edificio! Luego Fátima y Gilberto salen todos emperifollados a dar la vuelta por Madero, Isabel la Católica, Avenida Juárez. ¿Con qué dinero?, pregunto. Se pasan las horas en el café Tupinamba, con puros extranjeros, gángsters o exiliados o perseguidos políticos, qué sé yo; y luego van a fiestas o a cabarets, hasta la madrugada. Qué martirio para el pobre Andrés, para Marucha, para Manuela.<br />TERESA: Eso les pasa por meterse de redentores. Que la niña ya quería ser mujer. Muy bueno. Que no le pareció suficiente un pobre muchacho honrado de su rumbo. Lo acepto. Que se buscó un dandy extranjero sin una moneda en el bolsillo. Eso ya no es sólo inmoralidad, sino estupidez. Un tipo diez años mayor, su propio profesor en la academia de contabilidad... ¡Eso debería castigarse con cárcel! El tipo le sorbe el seso, le habla bonito, le abre las piernas ¡y ni siquiera se la lleva a un hotel, ya no digamos a un departamentito! No, sino que la mete de contrabando a su recámara proletaria de una casa de huéspedes, donde debía ya dos mensualidades. Fátima se anda buscando su infierno y se lo va a encontrar; si no es que ya se lo encontró completito.<br />TÍA CONCHA: Esa niña nunca pensó con la cabeza. Se chifló por el tipo. Yo creo que la alumna sedujo al maestro, y no al revés. ¿Qué tanto iba a ver un hombre joven, pero ya hecho y derecho, no tan feo, dizque con estudios, dizque con familia distinguida en La Habana, dizque político, y poeta, y locutor, y periodista, en una mocosa?<br />FINA: Habiendo tantas candidatas más maduritas, guapas y solventes por aquí. Lo digo sin adular.<br />Ríen todas.<br />TÍA CONCHA: En suma: el gañán ese llegaba a dar su clase como todo un chulo cubanazo. Bañadito, arregladísimo, perfumado, su bigote recortado y relamido. Su único traje recién planchado. Anillos, medallas, reloj, esclava; todo de oro, muy charro. Corbatas chillonas, zapatos amarillos de piel de caimán o lo que sea. A Fátima le pareció un príncipe de película. Él le habló de que tenía residencia con alberca en La Habana, pero que andaba en México temporalmente, perseguido por sus altos ideales políticos. Más se entusiasmó la chamaca, y entonces se dijo: “A éste ahorita me lo pesco”.<br />TERESA: Y él nomás vio carne fresca y gratuita...<br />TÍA CONCHA: Yo me sospecho que la preñó adrede. Únicamente él salió ganando en todo. Ya no paga pensión en la casa de huéspedes, si es que llegó a pagarla: ahora dispone de toda la casa de la familia para él, y la paga Manuela. Con el bodorrio arregla sus papeles. Y hasta se las da de caballero generoso y cumplidor por acceder a compartir su abolengoso apellido con una mocosita mexicana, una peladita... Exige que admiremos su virtud, que le demos las gracias, que nos felicitemos por emparentar con semejante aristócrata del Caribe.<br />FINA: Si Andrés no estuviera tan enfermo, tan viejo...<br />TERESA: Pero lo está. Con este dramón le dieron la puntilla...<br /><br />3<br />Meses después. Sala comedor del principio, algo desmantelada. Veo a doña Marucha desconsolada; a Fátima como aburrida (embarazada y cargando a un bebé); a Manuela muy nerviosa, hiperactiva. Todas conservan el luto, con velos negros sobre los hombros. Regresan seguramente de la iglesia.<br /><br />FÁTIMA: Viuda y huérfana...<br />MANUELA: No eres la única que sufres, sabes. La viuda es mamá. A ti nomás te abandonaron, y en buena hora. Ese maldito nomás se apareció de repente a perjudicarnos a todas. Él mató a papá. Papaíto se murió de vergüenza y de pena.<br />FÁTIMA: Adoraba a su nieto. Al menos le di esa alegría.<br />MANUELA: Todos adoramos a tu hijo, Fátima. Y a ti. Y al que va a nacer. Pero cuando mi papá estaba tan grave en cama, con suero y oxígeno, y llegaron a embargar la consola y la máquina de coser por las deudas de tu marido, por compras dispendiosas a crédito en El Palacio de Hierro, ¡de veras fue el colmo! Nunca antes habíamos tenido nada que ver con la ley, con abogados, con policías...<br />DOÑA MARUCHA: Niñas, quietas, ya dejen de pelear.<br />FÁTIMA: Ella es la que empieza. La perfecta, la regañona.<br />MANUELA: La que te mantiene... la que sigue pagando las deudas de tu marido...<br />DOÑA MARUCHA: Niñas, niñas, por favor.<br />FÁTIMA: Yo no soy como tú, ¿sabes? En mí manda el corazón; no soy fría, mentalizada, calculadora...<br />MANUELA: Bien que calculaste cómo sustraerle la llave de la caja de la tienda a mi papá y corriste a sacarle un duplicado, para así poder robarle dinero todos los días...<br />FÁTIMA: Me odias porque no tienes novio.<br />MANUELA: ¡Y ahora menos voy a tenerlo! ¡Voy a ser el padre de tus hijos, oyes! ¿Cómo los vas a mantener, cómo los vas a cuidar, cómo los vas a educar? Dos bocas cuestan caro. Si no es que el dandy se vuelve a aparecer cuando salgas al pan y en dos minutos te confecciona un tercer hijo, de lo que eres más que capaz. Ni siquiera terminaste la secundaria, no terminaste inglés, escribes mal a máquina, no das una con la taquigrafía, ¡y tienes dos hijos!<br />DOÑA MARUCHA: Niñas, niñas, me duele la cabeza...<br />MANUELA: ¿De veras era tan difícil portarte bien, como casi todas las demás muchachas; terminar tus estudios, conseguir un buen trabajo, y esperar a que se te presentara un buen partido? Hay hombres y vida de sobra. Todavía no cumples dieciocho años y ya tienes dos hijos.<br />FÁTIMA: Y tú eres una quedada.<br />MANUELA: Tengo veinticuatro años y todo el tiempo del mundo para escoger bien.<br />FÁTIMA: El amor llega sólo una vez en la vida, cuando quiere. No te pide permiso. Eso lo sientes. Algo dentro de ti te dice que tienes que dejarte ir... Como tú no tienes corazón...<br />MANUELA: No seas mensa...<br />FÁTIMA: Yo nunca pedí ser lista, ni secretaria, ni rica, ni tranquila, ni nada. Vivo según mi corazón. Y confío en Dios.<br />DOÑA MARUCHA: Eso está bien. Nunca hay que desesperar de la Divina Providencia. Basta de problemas. Ahora su papá nos cuida a todas desde el cielo. Y Gilberto no volverá.<br />MANUELA: Eso lo dudo.<br />FÁTIMA: Como que sólo tú lo corriste...<br />MANUELA: ¿Y que querías? ¿Que me esperara a que nos embargaran también las camas, las cacerolas, las bacinicas?<br />FÁTIMA: Cada quien tiene su propio destino.<br />MANUELA: Pero podemos ayudarnos un poquito. Las tres podemos salir adelante. Yo trabajo en la oficina, mamá cuida la casa, tú crías a tus hijos...<br />FÁTIMA: No se puede vivir sin amor.<br />MANUELA: Claro que se puede. Tus hijos son lo primero.<br />DOÑA MARUCHA: Su padre me hizo muy feliz, saben. Siempre. Nunca le pedí nada y siempre supo hacerme feliz. La felicidad no es tan difícil, niñas. No se compliquen tanto la vida, no se peleen.<br /><br />4<br />Tres años después. Mismo taller doméstico de costura. Entreveo algo mitológico, de brujería profesional, en el gozo ante la desgracia ajena por parte de las solteronas. O nomás ociosidad. Se pasan todos los días juntas, cosiendo.<br /><br />FINA: Siempre te lo dije: Maruchita no podía soportar la vida sin Andrés. Se dejó morir, suavemente.<br />TÍA CONCHA: Así fue siempre ella, frágil y suave; un poco como Fátima, pero cayó en buenas manos. Vivieron una buena vida, la verdad. Andrés era algo crecido y alejado: no había otro mundo que su mujer y sus hijas. Dicen que hasta era bien carero y usurero en la tienda, con el pretexto de la noble causa de alimentar a su familia. Las hijas ya están grandecitas para arreglárselas por sí mismas. Maruchita alcanzó a bautizar a su segundo nieto.<br />TERESA: El tercero te tocará a ti, supongo.<br />TÍA CONCHA: ¿Qué comes que adivinas? Pues le atinaste, Tere: ya viene el tercero. Supongo que seré la madrina o algo. Marucha y Andrés se alejaron desde hace siglos de todos sus parientes. Ya no cuentan más que conmigo, y con la prima Pili de Acaxochitlán. ¡Tres al hilo, como en campeonato! (El asombro de todas se convierte en carcajadas.) Todo se desarrolló del modo más novelesco. El dandy se presentó con la cara bien dura a conocer a su segundo hijo, Andresito, que es el vivo retrato del difunto Andrés. Todo satisfacción y bromas. Más guapetón y chapeteado; mejor vestido. Un sombrerazo panamá, lentes oscuros. Se veía que le iba bien. ¿Cómo? Misterio. Que era súper gerente de Mueblerías Ayala, seguro propiedad de otro cubanazo. Que nadaba en billetes. Manuela lo quiso sermonear, pero él venía prevenido; y así, con un gesto como de teatro, vació de su portafolios de piel de caimán, sobre la cama, fajos de billetes. “¡Cóbratelo todo: cómprate tres consolas, cómprate tres máquinas de coser!” Un dramón. Manuela se soltó en llanto y maldiciones. Nunca le había oído decir palabrotas. Ahí sí que si Marucha viviera le reventaba la cara de un bofetón. Pero como se siente poderosa y exitosa, suelta palabrotas de carretonero; Fátima también lloraba, a sorbitos; y los dos niños les hacían coro. Gilberto, bendito entre las mujeres, se carcajeaba como diablo de pastorela: “¡No seas histérica, Manuela!” Total, para no hacerles el cuento largo, se llevó a Fátima y a los dos niños ¡a un departamentazo amueblado! en Ayuntamiento. Mala señal, dije yo: si de veras tuviese intenciones firmes, rentaba o compraba o lo que fuera su propio departamento, aunque fuese por Peralvillo. ¿Qué es eso de ir a un departamento con todo usado, quién sabe por quién, donde nada es tuyo, donde siempre estás a punto de irte? Una especie de hotel. Y en efecto, en efecto: había gato encerrado. Se la pasaron bomba unos meses, hasta sirvienta tuvieron. Cabarets, teatros, restoranes, fines de semana en Cuernavaca. Desde luego, Fátima se volvió a dejar preñar.<br />FINA: ¡Cero y van tres!<br />TÍA CONCHA: Y cuando estaba a punto de parir, llegó la policía y arrestó a Gilberto por fraude. Había saqueado la caja de su empresa, doble contabilidad, facturas falsas: una lindura. A punto de parir, se vio Fátima en la calle con sus otros dos niños.<br />FINA: ¡Qué atrocidad! ¿Y qué hizo?<br />TÍA CONCHA: Hablarle a Manuela, desde luego. Pero Manuela ya había desmontado desde hacía tiempo el departamento de sus papás. No necesitaba todo un departamento para ella sola. Rentaba una recámara en casa de unas amigas. No le iban a permitir que recogiera en su cuarto a Fátima y a los niños.<br />TERESA: Si Andrés sobrevivía en el cielo a la vera de san Pedro, en ese preciso instante se volvió a morir.<br />TÍA CONCHA: No es para tanto, Tere. He acogido a Fátima en mi casa mientras da a luz.<br />FINA: Eres un sol.<br />TÍA CONCHA: Pero no a los niños, Fina. Nomás no cabemos, ya conocen mi huevito de departamento, y no tengo servicio. Fátima por lo demás ha resultado de lo más fodonga y marrana; si hay ropa sucia, pañales y todo, la esconde bajo la cama, y que ahí se pudra, me dijeron. Pero de los niños se encargó mi prima Pili de Acaxochitlán, por un tiempo. Luego habrá que darlos en adopción o llevarlos al orfanatorio, o algo, digo yo. Manuela corre con todos los gastos médicos y una mensualidad para ayudarle a Pili con la manutención de los niños. La historia, sin embargo, se sigue complicando. Manuela se nos casa con un agente de tránsito. “¡Ay Fátima, le decía, si me hubieras hecho caso a tiempo, entre las dos hubiéramos sacado adelante a los niños; yo no pensaba en casarme, quiero a tus hijos como si fueran míos!”.<br />TERESA: Salió santa Manuela. ¿Y qué contestó Fátima?<br />TÍA CONCHA: Que Dios es el responsable de todo, que Él sabe lo que hace, y que no nos resta sino confiar en nuestro corazón y en nuestro destino.<br />FINA: Siempre tan boba. Debiera ser pecado embarrar a Dios en disparates.<br />TERESA: ¿Y cómo es el novio de Manuela?<br />TÍA CONCHA: ¡Uhmmm! Un mangazo.<br /><br />5<br />Meses después. Fachada de tezontle y cantera de una iglesia del centro. Manuela y su novio; Teresa, Fina, la tía Concha; la tía Pili y Fátima (con los tres niños). Todos arregladísimos, de punta en blanco. Salen de la boda de Manuela. Aplausos, baños de arroz; “¡Vivan los novios!”, se grita. Se forma un grupo en torno a los novios para la fotografía. El cortejo se aleja festivamente rumbo al banquete. Fátima se queda rezagada, como en una obra de teatro; todo se oscurece en torno suyo, y la veo como destacada por un reflector frente al público.<br /><br />FÁTIMA: ¡Quiera Dios concederle a mi hermana la dicha y la tranquilidad que me ha negado! ¡Soy tan feliz por ella, en ella! Me siento tan conmovida. Ahora advierto que no sólo la he visto como hermana, sino como madre, y no una mera segunda madre. Como es varios años mayor que yo, se acostumbró desde chiquita a jugar conmigo como si fuera su muñeca, su hijita. Y esa manía nunca se le quitó. Llegó incluso a ser verdaderamente cargante. Pero sé que era por amor, que era mi mamá-hermanita. Su felicidad será la mía. Mi vida ya terminó. Todo será sombrío y difícil en lo sucesivo. Ni siquiera vi a Gilberto en el juicio de divorcio. Manuela se encargó de contratar abogados y demás. Me dicen que cuando el juez dictó el divorcio necesario, por sus delitos, Gilberto todavía estaba en Lecumberri. Luego lo deportaron. Andará en Cuba, o Sudamérica, o en África. ¿Quién va a querer a una mujer desgastada, abandonada y en la miseria, con tres niños? Virgen María, ten piedad de mí.<br /><br />6<br />Dos años después. Imagino un jardín de finca campesina en Acaxochitlán. Trópico. Frutos, café, ganado. Manuela, Fátima, la tía Pili y un niño de tres o cuatro años (Andresito). Han acabado de comer; siguen conversando. El niño persigue a unas gallinas.<br /><br />TÍA PILI: No está bien que te vuelvas a casar, Fátima. Ya tienes tres niños. Estás casada con ellos. Ningún marido los va a aceptar como propios, y aun así, les haría la vida de cuadritos.<br />MANUELA: Lo mismo le dije yo, tía Pili. Pero no me hizo caso. Y ya está esperando de nuevo.<br />TÍA PILI: ¡Un cuarto hijo!<br />FÁTIMA: Conocí a un comerciante honrado; no fino, no culto, pero me quiere. Me sentía tan perdida en el mundo. Es un comerciante muy trabajador de La Merced.<br />MANUELA: Te hubieras esperado un poquito, digo yo. Ya estaba escrito, como diría Fátima, “en el Destino”, que me fuera tan mal en mi matrimonio. Ahora estoy libre otra vez, ya conseguí otro empleo, y podría hacerme cargo de la situación, pero no de cuidar a los niños. Me paso el día entero en la oficina. Pudimos meter al mayorcito a un internado religioso, no un orfanatorio de caridad, sino un internado modesto pero de paga, controlado por un sacerdote, con monjas. Mientras crece un poquito. Al más chiquito lo recogió la tía Concha, pero nos exigió que se lo regaláramos, con patria potestad ante notario y todo.<br />TÍA PILI: Es egoísta y cruel y lo que sea, pero también justo: Si lo va a criar como suyo, si se va a encariñar con él desde chiquito, pues me parece natural que exija garantías.<br />MANUELA: Por el momento, no tenemos opción. La tía Concha es lo más cercano que tenemos, como tú. Pero estoy pensando en ocuparme al menos medio tiempo de Ricardito, el mayor. Sacarlo del internado e inscribirlo en una escuela con servicio de comedor, de medio interno; que lo cuiden todo el día pero que duerma conmigo. Ahí sólo admiten niños de seis años en adelante; sólo hay primaria, no tienen kínder. Pensábamos si, por algún tiempo, mientras cumple seis años, podríamos encargarte a Andresito, el de enmedio.<br />TÍA PILI: Me encantaría, muchachas; me encantaría. Tengo que consultarlo desde luego con mi esposo y con mis hijos. Pero aun así no se olviden que estoy muy vieja. Maruchita y yo éramos casi de la misma edad. Sólo podría ayudarlas unos cuantos años, si acepta mi esposo.<br />FÁTIMA (llorando): Gracias, tía Pili.<br /><br />7<br />Varios años después. Mismo taller de costura, con algunos cambios (han pasado unos trece años desde el perfumado recado de Fátima). Fina y Teresa juegan con Luisito mientras trabajan. Exultantes, rebosan maternidad postiza. Su vida ya tiene alegría y sentido, sin el fastidio de los maridos. Su larga soledad de herederas de una casona, pero que debían recurrir al trabajo continuo para los gastos corrientes, empieza a parecerse a una familia. No sólo han anexado a Luisito, sino también necesariamente a su tutora, la tía Concha, que ahora dispone de dos habitaciones cómodas y amplias, y libre acceso al jardín interior u orangerie, a la cocina, a los talleres y a los almacenes.<br /> Pero una cosa es la tutoría legal y otra la vida diaria: Luisito (cinco años) duerme con Fina y Teresa, ellas lo bañan, lo acaparan, lo que no parece molestar demasiado a la tía Concha, siempre ajetreada y algo huraña.<br /> No tenemos por qué internarnos en ese edificio de tres pisos que hace esquina. Nuestros personajes se la pasan en los talleres. Pero imaginemos, en la planta baja, dos accesorias rentadas: una papelería y un salón de belleza. La puerta de la calle sólo introduce a un luminoso cubo de escalera: mosaicos cremas y verdes, que culmina con un gran techo vidriado. En el primer piso están las recámaras de Fina y Teresa (con Luisito), un baño enorme con tina y regadera; el comedor, la cocina y la despensa; hay también, a un lado de la cocina, una especie de orangerie o invernadero de tragaluces, donde las solteronas cumplen sus aficiones a la floricultura y a algunas hortalizas.<br /> El segundo, más pequeño, contiene el departamentito con dos habitaciones y baño de la tía Concha; la gran sala (que rara vez se abre) y la salita de televisión, el cuarto de lavado, dos pequeños almacenes con ropa, herramientas y, ocasionalmente, las mercancías que requiere su taller. El tercero, todavía más pequeño, sólo cuenta con tres habitaciones, acondicionadas como talleres y oficina, y un baño. La mitad funciona al aire libre, como azotea, con tendederos, tinacos, antena de televisión y tanques de gas. Sobrevive un cobertizo de madera donde alguna vez pretendieron un pequeño negocio de gallinas: quedan todavía unas veinte jaulas de alambre y los bebederos y comederos de lámina, como tuberías entre las jaulas alineadas.<br /> Todo el edificio responde al estilo funcionalista norteamericano de la posguerra: netos rectángulos profusamente asoleados, con predominio de mosaicos verdes y cremas. Disponen de dos criaditas para la limpieza de toda la casona (por las mañanas hábiles); el resto del quehacer corre sobre todo a cargo de la tía Concha, que se las da de gran cocinera. De hecho, el episodio que nos ocupa está un poco removido por ciertas disputas entre las hermanas y la tía Concha, pues ésta pretende establecer un negocio de repostería. Las hermanas alegan que la casa va a estar siempre hecha un asco, con harina y cochambre; hormigas, moscas y cucarachas por todas partes, y apestando a panadería; y que lo difícil no es hacer los pasteles y las galletas, sino venderlos.<br /> Pero la tía Concha mira hacia el futuro. La inquietan los negocios. El taller de costura se dedica casi exclusivamente a imitar prendas finas o importadas para bebés, a fin de venderlas muy baratas a dos o tres cadenas de tiendas de autoservicio. “¿Y si un día ya no nos quieren comprar, porque se consiguieron proveedores más competitivos, o porque decidieron montar ellos mismos sus propios talleres, o encargárselos a sus socios o parientes? Hay que pensar en todo”.<br /> En efecto, antes del recado perfumado de Fátima, las tres amigas habían establecido ahí mismo un taller de artesanías en cera para figuritas del nacimiento; les fue magníficamente durante dos o tres navidades, y luego no pudieron competir con las figuras de plástico, mucho menos con las tradicionales de barro. Debieron rematar sus existencias y cerrar la empresa. Todavía conservan algunas cajas de borreguitos y pastores. Con las gallinas nunca les fue bien: siempre llegaba del campo el huevo más barato. La tía Concha afirma que deben estar preparadas para toda eventualidad.<br /><br />TERESA: ¿Quién es mi huesito? Huesito de capulín, huesito de durazno... ¡Este niño anda de lo más inquieto! No me deja en paz ni un segundo. (Canta:) “Huesito, huesito, huesito mío, pedazo de cielo...”<br />FINA: Déjalo solo con sus juguetes, que se acostumbre, Tere; tenemos mucho trabajo. Y ya no está tan chiquito... va al kínder y todo.<br />TERESA: Sí, ya sé; ya sé... “Huesito, huesito, huesito mío”<br />FINA: Llamó Manuela. Quería organizar un picnic en los Dinamos, para que los hermanitos se fueran conociendo de vez en cuando. De plano le dije que estábamos atascadas en la costura, que hasta los domingos trabajábamos. No soporto sus ínfulas ni me gusta que vaya influir en Luisito. Ahora se las da de ultramoderna, de yanqui; todo el tiempo anda con peinados de salón y vestidos muy escotados y acinturados. Como pepenó chamba con unos constructores gringos... Que toma clases de inglés y todo, y que se va con Ricardito cada rato a Acapulco. Ricardito ya va a terminar la primaria. Que piensa traerse pronto con ella a Andresito, pero que la tía Pili se resiste porque ya se encariñó con el chamaco, aunque se dice que es un verdadero problema. Un chamaquito demasiado pálido, blancuzco, taimado y mustión, al parecer: salió al gañán de su padre; en la familia de Concha siempre han sido todos sido bastante francos y morenos. Que le hace todo tipo de diabluras y majaderías a la pobre tía Pili, un rebelde contumaz. Manuela dice que se va a cambiar a la Colonia Roma, para estar más cerca de Paseo de la Reforma, por donde trabaja. Y que va a meter a Andresito en cintura.<br />TERESA: Ahora le va a dar por los rascacielos. Va a educar a los chicos para aviadores o astronautas. Que viajen a la luna, adonde quieran, pero que nos dejen en paz... No, Huesito: no patees así los carritos, que no los regalan.<br />FINA: Eso mismo pienso. Creo que ya no va mucho a la iglesia, por lo menos no en las fachas en que la vi el otro día. Sin nada de mangas, se le ven todos los pechos; y tan ceñida la cadera que, si puja, revienta la falda. Supongo que ya tiene un amante fijo; la he visto tres veces con el mismo “amigo”. A ver si no la golpea como su manguísimo agente de tránsito.<br />TERESA: Pobre Manuela, si eso de casarse...<br />FINA: Algo le ha de haber hecho, no te creas que no. Ni modo que un hombre cambie tanto de la noche a la mañana. ¿Te acuerdas cuando nos mandó avisar con una vecina que la fuéramos a rescatar, porque el marido la había dejado encerrada, y nos la encontramos hecha un santo cristo? A mí me dio miedo acompañarla a presentar su denuncia ante el Ministerio Público, luego los hombres son muy vengativos, y más si trabajan en la policía.<br />TERESA: Era tránsito.<br />FINA: Da lo mismo... De cualquier modo, sólo testificamos que estaba encerrada y que la habíamos encontrado en ese estado. Concha se puso furiosa, una caníbal: quería matar a sartenazos al “susodicho”, como le decían en el Ministerio Público...<br />TERESA: Pobre Manuela. Ella se lo achaca todo a su operación. Cuando perdió al bebé y la rebanaron para extraerle unos tumores. Qué horror. El doctor le avisó que ya no podría tener hijos y la tonta se lo contó luego luego al marido. ¿Para qué va a querer un marido a una mujer que no le va a dar hijos? Eso sólo es ventaja con las queridas. Yo creo que el tipo la vapuleaba para cansarla y que se largara sin exigirle pensión ni nada.<br />FINA: Como ocurrió. Y otra vez todas en el Ministerio Público a testificar que la lavadora, la licuadora, el refrigerador, la televisión, la consola, los muebles y demás objetos “sustraídos clandestinamente del domicilio conyugal” los había comprado Manuela antes de casarse. Como fue. El tránsito estaba buenísimo, pero sin un quinto.<br />TERESA: Pobre Manuela.<br />FINA: Ya no la pobretés tanto, que se corona solita como mosquita muerta.<br />TERESA: Menos mal que nunca le entregó sus ahorros, ni le dijo que tenía dinero en el banco. Concha guardaba sus documentos y sus estados de cuenta llegaban aquí, ¿cómo se las habrá maliciado el tránsito? Porque de seguro esa golpiza sólo pretendía ablandarla para que le entregara ese dinero.<br />FINA: Dicen que las esposas hablan de más en la cama, y luego ni se acuerdan de todo lo que dicen. Pero los maridos deducen, atan sus cabitos.<br />TERESA: ¡Líbreme Dios!<br />FINA: Y ahora agárrate: Fátima volvió a encargar.<br />TERESA: ¡Cero y van cinco!, ¿o seis?<br />FINA: Siete. Con la niña que se le murió. Ricardo, Andrés, Huesito, Marucha, Aurelio, la difunta Margarita, y ahora...<br />TERESA: ¡Qué barbaridad! ¿Y regresó con el comerciante ese de La Merced, que muy buena gente? ¿El que era evangélico o testigo o de esas cosas raras?<br />FINA: Hubo dos comerciantes de La Merced; el papá de Maruchita, el testigo, la abandonó por fodonga; ni siquiera registró a la niña, mejor que mejor porque al menos no nos la volvió hereje. El papá de Aurelio y Margarita, un briagadales, ya se murió. ¡Qué memoria la tuya, Tere, ya estás chocheando!<br />TERESA: Ni que me dedicara nomás a estar pensando en la prole de Fátima...<br />FINA: Hay un “marido” nuevo, que dizque electricista o mecánico, o algo así. “Espantosito”, dice Manuela. Pero cuando una mujer está tan cargada de hijos no puede darse el lujo de escoger.<br />TERESA: ¡Dios me ampare!<br /><br />8<br />Varios años después. Un cuarto de azotea de algún viejo edificio del centro, Regina o Mesones, menesteroso y sucio, estrecho, oscuro. Ahí vive Fátima con Maruchita, Aurelio, Carmela, Jennifer, Pamela y Jonathan, todos con aspecto de indigentes, pero alegres y ruidosos.<br /> Una cama llena de ropa y chunches; junto a la cama, una parrilla eléctrica, donde se está cocinando una sopa de pasta con alones y patas de pollo. Fátima se ha descompuesto sensiblemente: la niña bonita se ha hinchado: caderona, pechugona y varicosa.Todavía no cumple cuarenta años y ya da la impresión de una matrona callejera, adolorida y torpe.<br /> Los ojos siguen siendo preciosos, un poco entornados; el semblante totalmente lastimero, casi martirológico. El peinado es muy parecido al de su infancia.<br /><br />FÁTIMA: Niños, saluden a su tía Concha. ¿Cómo les enseñé el otro día que se debe saludar? A ver: Marucha, Aurelio, Carmela, Jennifer, Pamela, Jonathan... Ahora váyanse a jugar a los tendederos y déjenme platicar un ratito con su tía. No se alejen mucho; no hablen con desconocidos; no hagan diabluras. ¡Marucha, tú me respondes por todos!<br />MARUCHA: Sí, mami.<br />Salen precipitadamente a la azotea; al pequeño Jonathan lo conduce de la mano Marucha, muy desarrollada y seria a sus trece años. Casi parecería su hijo. El niño de una niña. Aurelio, de unos once años, aprovecha que la tía Concha está de espaldas para sacarle la lengua. Jennifer, de ocho, imita burlescamente el pretencioso andar de distinguida dama en tacones de la tía Concha.<br /><br />TÍA CONCHA: ¡Ay Fátima, me quiero morir! ¿Cómo puedes vivir así? ¿Qué dirían Maruchita y Andrés si te vieran en este cuarto?<br />FÁTIMA: No tendrían por qué decir nada. Soy yo quien lo pago, y es un verdadero lujo, déjame decirte, tía. Una mujer sola y con hijos no se gana tan fácilmente el dinero en estos días. ¡Ya, tía, no me hagas esos gestos! ¿Por qué no me mandaste decir que venías? ¿Tienes el teléfono de la tlapalería de don Juanito, no? ¡Imagínate, el mismo local de la abarrotería de papá! ¡Lo que son las cosas! Él me toma todos los recados... El cuarto un poco tirado, nada más; pero me mato trabajando todo el día, de aquí para allá, de abonera o de criada, en las fritangas o en las pollerías. No puedo aspirar a un trabajo fijo. Tengo que darme mis vueltas a cada rato a ver a los chamacos. Son preciosos, ¿no? Y son felices. Yo recuerdo que fui una niña más bien tristona. Mis niños me salieron unos diablos, siempre dando lata, siempre contentos. Bendito sea Dios.<br />TÍA CONCHA: ¿Y siquiera los mandas a la escuela?<br />FÁTIMA: Más o menos, cuando se puede, como se puede. Maruchita y Aurelio van poco, como mayorcitos tienen que cuidar a sus hermanos. Y no creas que les gusta tanto la escuela, eh. Carmela en cambio salió aplicadísima, y todos estamos de acuerdo en que vaya casi todos los días. Luego les enseña a sus hermanos todo lo que aprendió. Pamela también es bastante lista. El menor no; Jonathan salió mi vivo retrato: es contreras para todo.<br />TÍA CONCHA: ¿Y Ricardo y Andrés?<br />FÁTIMA: También muy lindos, muy sanos. Pero ya ves la manera en que los educa Manuela, como niños ricos; y aunque tratan de ser amables y cariñosos conmigo como que siento que les doy algo de pena. O que ellos me dan pena. Por eso tampoco insisto en ver a Luisito. ¿Está bien?<br />TÍA CONCHA: ¡Qué va a estar bien! Físicamente sí, está fuerte y grandote. Pero Fina y Teresa lo han echado a perder. Es un verdadero pelado, un pandillero; con decirte que el otro día, cuando Fina le quiso dar un palo por no sé qué maldad que había hecho, él le arrebató el palo y se surtió bien y bonito a sus dos “mamacitas”, hasta que se cansó. ¡Y luego ellas fueron las que le pidieron perdón!<br />FÁTIMA: ¿Y a ti no te dice “mamacita”?<br />TÍA CONCHA: A mí me dice lo que soy: su tía Concha. Me lo quiero llevar conmigo, porque me voy a salir de la casa de Fina y Teresa. Están intratables y el taller va de mal en peor. Quiero que me ayudes a convencerlo. Conmigo no tendrá lujos ni comodidades, pero trataré de corregirlo y de criarlo como se debe, si todavía es tiempo.<br />FÁTIMA: ¿Yo?<br />TÍA CONCHA: Le han lavado el cerebro con todo su dinero, y que va a heredar la casa y que le van a comprar un coche. Es un junior delincuente, drogas y todo, te lo aviso. Quiero que hable contigo, que entre en razón...<br />FÁTIMA. No, tía: yo nunca he contado para nada en su vida. Y a su edad yo ya me había escapado con Gilberto. Ya está hecho, no puedes cambiarlo... ¿Sabes de qué sí me arrepiento? De haberme dejado intimidar por Manuela: debí haber apoyado a Gilberto, pese a todo, cuando cayó preso. Irlo a visitar a Lecumberri, seguir como su esposa; acompañarlo a su destierro o lo que fuera. Fíjate que por temporadas me he carteado con él: está en Cuba, con su nueva familia; un montón de hijos. Un día Manuela nos sorprendió a Andresito y a mí encerrados en el baño de su departamento, en la Colonia Roma, leyendo sus cartas. Se puso como loca. Nos dijo de todo. Nos arrebató las cartas y en un santiamén ya las había roto en pedacitos y tirado al excusado. Jaló la cadena... Pero no es mala Manuela, que va. Es como es, y yo soy como soy. No me perdona que no sea como ella. Sigue queriendo que sea un poco su muñeca, su hija-hermanita. Pero ella es quien más me ha querido en el mundo, yo creo que incluso más mis papás; y siempre la tengo ahí, regañando y mentando madres, pero siempre está conmigo. Nadie se educa mucho, tía. Manuela sigue la misma que de niña, y yo igual; el resto son los azares de la vida. Cada quien tiene su carácter y su destino. Que Dios nos ampare a todos... ¿Sabes que Andresito escribe versos? Los declama en la escuela; dice que son de tal o cual autor escolar, pero ya lo han cachado que él los inventa; al menos algunos. Luego luego se lo escribí a Gilberto, que se puso jubiloso. Ves que él también componía sus versos. Andresito sacó eso de Gilberto, y casi ni lo conoció, o por lo menos no puede recordarlo mucho. Manuela dice que no, que para nada: que “la inspiración le viene de su abuelo, que también a papaíto le gustaban los poemas”. Sí, claro, pero a mi papá sólo le interesaban los poemas morales y religiosos, no de amor. Gilberto y Andresito escriben puros versos de amor.<br />TÍA CONCHA: Escuincle del diablo. ¿Y entonces qué hacemos con Luisito?<br />FÁTIMA: No hay mucho que hacer. Tiene ya quince años. No te compliques la existencia. No nos queda sino rezar y aguardar el destino.<br />Entran los chamacos con gran escándalo, que si ya está la sopa.<br />TÍA CONCHA: ¡Qué nombres les enjaretaste a los últimos, Fátima!, como de historieta o telenovela: Jennifer, Pamela, Jonathan... Jonathan es ¿el noveno?<br />FÁTIMA: El décimo, con la difunta Margarita.<br />TÍA CONCHA: ¡Cero y van diez!<br />FÁTIMA: ¿Decías?<br />TIA CONCHA: Que está muy bien, que está muy bien; que siempre me da mucho gusto verte. Hasta luego, Fátima. Luego te mando mi nueva dirección. Me ofrecen un cuarto grande en Aldaco, por Las Vizcaínas. Está en la planta baja y da a un patio muy bonito, con su pozo y sus plantas.<br />FÁTIMA: Adiós, tía. ¡Niños, despídanse de su tía!<br />La tía Concha baja con esfuerzos y muchas pausas las escaleras. Su apariencia robusta disimula bastante bien la edad, pero no la suprime. Hace mucho que cumplió sus sesenta años.<br />Han pasado dos décadas desde el recado perfumado de Fátima.José Joaquín Blancohttp://www.blogger.com/profile/08263922763815348076noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7527486713623183716.post-67799057406135955402022-03-02T05:46:00.000-08:002022-03-02T05:46:34.270-08:00EL GRAN AMOR DE SU VIDAEl gran amor de su vida<br />
por José Joaquín Blanco<span style="font-size: 14pt;">...</span><br />
<i style="font-size: 14pt;"><br /></i>
<span style="font-size: x-small;"><i>la parda grulla en el erial
crotora</i>.</span><br />
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES"><span style="font-size: x-small;"> MANUEL
JOSÉ OTHÓN</span><span style="font-size: 14pt;"><o:p></o:p></span></span></div>
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1<br />
Anoto esta semblanza del doctor Andrés Iturralde, eminencia filosófica de nuestra universidad desde hace décadas, casi por mera ociosidad y para que luego no se me ocurra que simplemente la ensoñé, inspirada por un trasgo socarrón en vituperio de los filósofos. La filosofía, ya se sabe, está aún más desligada de la vida diaria que las teorías matemáticas o informáticas. Yo misma, también un poco “eminencia filosófica de nuestra universidad” desde hace años, aunque no tantos como los de él, la vivo o mejor dicho la acarreo como un absurdo del que ya es demasiado tarde para despojarse.<br />
No sé por qué me hice filósofa, sólo que no pude evitarlo: unos cursos llevaron a otros, unos grados académicos a otros, hasta que la edad me fue depositando, uno tras otro, en todos los cargos consultivos y administrativos de la Facultad de Filosofía y Letras. Sé que de nada les sirve a mis alumnos seguir machacando, como hace medio siglo, tanto Husserl, Whitehead o Wittgenstein; de nada me ha servido a mí, ni me ha resfriado en absoluto. Son meras imposiciones y atavismos del tiempo, de la sociedad, de la rutina universitaria. Ni peores ni mejores que otros. Sospecho que varios obispos piensan a ratos en este sentido de su teología. Y los doctores en Derecho.<br />
Pero en mi caso no han sido una carga tan pesada. Nací especialmente para ser esposa y madre, los grandes gozos de mi vida; en un principio los estudios universitarios fueron una mera prolongación del liceo, y algo en qué ocuparme hasta el día de mi boda; luego, una ocupación lateral que me distraía un poco del embrutecimiento de las amas de casa; finalmente, con mis hijos ya mayores, y más o menos divorciada, una agradable ocupación en mi edad madura y, espero, en mi vejez. No me hago ilusiones: lo mismo pude haberme destinado a bióloga o a tendera. La filosofía fue un rito, un protocolo que simplemente me ocurrió, como a otros la Teología, la Poética o el Derecho.<br />
Pero mi entrañable maestro, amigo y compañero el doctor Andrés Iturralde, él sí “eminencia filosófica” con toda la barba, pudo asumir acaso su vocación por el Logos a lo largo de un camino más áspero, con algunos abrojos trágicos. Con ello quiero decir simplemente que vivió una juventud más romántica. No lo sé ni creo que lo sepa nadie. Todo era misterio con el eminente doctor Iturralde. A estas alturas no me hago ilusiones de los méritos espirituales de ningún togado. Todos tenemos currículos suficientemente brillantes y nadie tiene Obra: esa otra superstición, esa otra impostura, sino llanamente “méritos académicos”, entre los que sobre todo cuentan, mucho más que las rutinarias ponencias a congresos y simposios que a nadie le importan sino para engrosar o actualizar esos brillantes currículos, algunas distinciones institucionales y los cargos consultivos y administrativos prestigiosos con que la edad insiste en condecorarnos.<br />
Podría no haber filosofía ni universidad; el mundo, la cuadra de nuestras casas y el interior de nuestras recámaras serían lo mismo. Vanidad de vanidades, el conocimiento filosófico y la, je, “profesión del espíritu”. Como se atrevió a bromear nuestro querido doctor Iturralde en la clausura de las recientes jornadas heideggerianas: “Lo único concreto en la fenomenología mexicana son los tacos de canasta”.<br />
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2<br />
Ya en plan de bromas, podría decir que lo más valioso del doctor Iturralde no es que sea, como efectivamente lo es, un gran filósofo –las bibliotecas adormecen anaqueles polvorientos de Grandes Filósofos-, sino que lo parece. No todos lo parecen. Con frecuencia nuestros Grandes Cerebros Nacionales tienen facha y barriga de expendedores de carnitas. El es alto, delgado, blanquísimo, casi pergaminoso, elegante y atildado en todos sus aspectos, con cierta moda atemporal de aristócrata de nacimiento (lo que desde luego no es: nació en Chulavista). En su apariencia, en sus costumbres, en sus palabras, en su trato, cuida sus centavos como si fueran millones, y otorga a los menores detalles la ceremonia de las cuestiones, je, torales. Pregunta si ya van a pagar la quincena como si interrogara un escolio.<br />
Se rumora que desde jovencito le plagió la facha al finado doctor O’Gorman, de quien por cierto nunca se supo lo que era, pues los historiadores lo rechazaban por filósofo, y los filósofos por historiador, y unos y otros lo consideraban más bien un engominado abogadillo litigante que sobresaltaba las arduas deliberaciones historiográficas o conceptuales con mañas municipales de pícaro leguleyo de juzgado de segunda instancia. Siempre hallaba el detalle nimio en que apoyar su apelación y derrumbar las pirámides del conocimiento o de la teoría; siempre argüía una petición de principio, una etimología, un giro sintáctico, un pequeño vicio de procedimiento, un leve anacronismo, una errata; un inciso VIII de un artículo 24 contra el inciso XII de un artículo 432, para salirse con la suya y demostrar que cualquier cosa, ya fuese el descubrimiento de América, la evangelización, las apariciones de la Virgen de Guadalupe o la Teoría del Estado, resultaban exactamente al revés de cómo toda la academia llevaba décadas o siglos postulando.<br />
Han pasado muchos grandes peripatéticos por nuestra facultad, pero ninguno lo ha parecido tanto como él, salvo el doctor Iturralde quien, como O’Gorman, con esa ligereza impecable de teorema o silogismo bien resuelto, se desplaza de trámite en trámite, de oficina en oficina y de cubículo en cubículo con prestancia inobjetable. Él mismo es su propia aporía. ¡Es tan “profesor inglés” el doctor Iturralde, lo que todo mundo le envidia! (aunque, naturalmente, él detesta a media voz a los decrépitos fantoches de las universidades europeas).<br />
Aguardábamos con semblantes presbiterianos y, qué se le va a hacer, paciencia franciscana, a que un grupo de mugrosos y astrosos lumpenestudiantillos, porros más bien, acabaran de insultar al Fondo Monetario Internacional en un desasido mitin de no más de veinte escuincles a la entrada de la facultad, que tenían “simbólicamente clausurada” hasta que terminaran de perorar. Habíamos programado una junta del consejo académico con el pretendido fin de debatir ciertas reformas a los planes de estudio. Seguramente el doctor Iturralde volvería a protestar, como lo hubiera hecho medio siglo atrás O’Gorman, contra el absurdo esencial de enseñar lógica avanzada a chamacos que difícilmente resolvían operaciones elementales de aritmética o de pretender acercarse a cualquier noción neoplatónica a partir de las sacristanescas o gerundianas traducciones castellanas de Plotino. En realidad, necesitábamos presionar sobre ciertas impostergables mejoras salariales, “para que los cultores de Sofía recibieran una remuneración al menos equiparable a la de los taqueros de canasta”.<br />
Pero los chamacos no terminaban su mitin, y ahora compensaban su raquítico público con altavoces desaforados que expelían, grabados en casette, sus slogans cavernarios, de modo de ya ni siquiera molestarse en gastar saliva mientras impedían las labores académicas. También jugaban cascarita. Los botes pateados iban y venían con peligro de todas las cabezas, a excepción de las estoicas y lumpenfolklóricas marchantas que seguían inmutables, palmeando y friendo quesadillas de sesos bajo el ceremonial busto de Dante. Los sesos del oriental zafiro.<br />
¿Para qué posponer nuestra junta de consejo académico si al día o a la semana siguiente, a cualquier hora, podría instalarse inopinadamente un mitin o una “toma de la facultad” similares? Perfeccionamos nuestros vetustos perfiles presbiterianos: que se notara al menos la “dignidad de la crítica”, nuestra “insumisión del espíritu” frente a la autoritaria plebe bufona, y sobre todo nuestra paciencia franciscana.<br />
En ello estábamos cuando vi demudarse al doctor Iturralde. Temí que se le hubiese bajado la presión o el azúcar, que le fallase el corazón, que un bote pateado o un quesadillazo de sesos (los del oriental zafiro) le hubiese golpeado su emérito cráneo filosofal.<br />
-¿Está usted bien? ¿La pasa algo, doctor?<br />
-No es nada, doctora. Ya pasará. De repente me asaltó como una visión de otro tiempo. Me sentí irreal, difunto o jovencísimo, en otro mundo o en otro tiempo.<br />
Un mocetón vigoroso, de insolente energía cachorril y con mugre de semanas, corrió a nuestros pies. “Disculpen, maestros”, nos dijo con rencorosa sorna antiacadémica y antirruca. “¿Para qué vienen a la universidad precisamente quienes más odian la universidad?”, le había preguntado yo una noche al doctor Iturralde. “¿Y adónde más podrían ir?”, contestó entre blakiano y salomónico.<br />
-Adelante, joven amigo, proceda usted –le dijo el doctor Iturralde, con sus cortesías de hace medio siglo, al osezno o lobato chamagoso de ojos duros y colmillos lustrosos.<br />
El mocetón puso cara de haber sido interpelado en ruso, pero algo entendió. “Putos rucos”, habrá murmurado, y recogió de junto a los estilizados zapatos del doctor Iturralde el aplastado bote de cerveza que estaba pateando con sus ideologizados compinches entre los anafres de las quesadillas de sesos y bajo el preciso busto de Dante, al cumbiero son de injurias callejonescas contra el Fondo Monetario Internacional.<br />
Poco después, milagrosamente, los lupenestudiantillos se fueron de pronto a dar lata en otra facultad y nos dejaron libre el acceso. Nuestro consejo académico redactó, con toda la severidad y prosopopeya del caso, una más de las nunca atendidas protestas a la tesorería sobre viáticos atrasados.<br />
-Hoy me asustó usted verdaderamente, doctor Iturralde. Creí que se desvanecía.<br />
-Ah, no fue nada, querida doctora. Estoy acostumbrado a estas reapariciones como a un leit-motiv. A veces, inopinadamente, irrumpen jirones del pasado. Ideas o recuerdos. Le habrá pasado a usted...<br />
-A mí nunca me pasa eso –le contesté casi escandalizada, como si me hubiese contado un chiste indecente.<br />
-Uno no puede controlar siempre el poso, el limo de la memoria, de la conciencia. De repente se agita y flotan excrecencias, basurillas. No fue más que eso: El gran amor de mi vida...<br />
<br />
3<br />
El gran amor de la vida del doctor Andrés Iturralde era una de las innumerables cosas de que no se podía hablar en la Facultad de Filosofía y Letras, al menos formalmente y en presencia de profesores o autoridades. En ningún lugar hay más tabúes, más cosas inmencionables, más asuntos sobre los que saltar como si fuesen ascuas que en una universidad. El Alma Mater es el limbo de la etiqueta y del silencio.<br />
Pero todo mundo sabía de algún modo que, a pesar de ciertas puyas sobre sus equívocas preferencias sexuales, que los colegas suponíamos producto de mera envidia por sus buenos trajes y corbatas importados, el gran amor de la vida del doctor Andrés Iturralde había sido la doctora Margarita Olga de Noailles, también en la nómina de profesores titulares, aunque ya casi nunca se presentase por la facultad. Se la vivía de licencia en licencia, pero no dejaba de proclamar su rango de filósofa universitaria en sus famosísimas y frecuentes presentaciones en programas de televisión, donde comentaba y anunciaba sus numerosos folletos de autoayuda y de filosofía popular: Ética para comadres, Epistemología al minuto, Metafísica sin dolor, Sea usted su propio Aristóteles, Chana le dijo a Séneca...<br />
Todavía era hermosa la doctora Margarita Olga de Noailles, a sus casi sesenta años, como una diva cinematográfica; sus ojazos azules a lo Martha Roth, el pelo rubio cenizo elegantemente descuidado, y esas piernas hermosas y larguísimas que entre filósofos considerábamos algo impropias de una aristotélica ortodoxa. ¡Ah, el sobado chiste medieval de las bellas damas que cabalgaban, impertérritas y exigentes, a sus Sócrates y Aristóteles! Julio Ruelas y Juan José Arreola han dibujado esa viñeta; también Ramón López Velarde:<br />
Y vives la única vida segura:<br />
la de Eva montada en la razón pura.<br />
A Margarita Olga la filosofía le ocurrió, como a mí, sin buscarla. Su padre era un distinguido profesor universitario –con facha y barriga de expendedor de carnitas, y con todo ello llegó a director de la facultad y presidió un seminario exclusivista sobre Spinoza, que duró décadas y aun así quedó inconcluso-, de modo que ella de pronto se vio inscrita en la facultad. Heredó, se decía, toda la mente del padre, pero afortunadamente nada de su figura, sino la de su mamá, una trotamundos francesa desde luego espectacular. <br />
Ella no parecía filósofa, sino La Filosofía, la Musa del Saber: su belleza juvenil fue todo un patrimonio universitario, que se sigue recordando cuando ya se han apolillado miles de tesis. Eran los años sesenta y aun en tal época dorada se vio como un escándalo casi cinematográfico el noviazgo del apuesto Iturralde y la diva Margarita Olga. Ambos lo tenían todo: belleza, gracia, inteligencia, conocimiento, picardía, descaro, ¿qué quedaba para los demás? Todavía, a casi medio siglo de distancia, advierto cierto rencor entre la grey astrosa ante tal pareja de favorecidos por los dioses. Su noviazgo, sin embargo, no duró mucho. Ocurrió un desastre misterioso, inmencionable, que dejó a un Andrés Iturralde melancólico y desolado, más Filósofo que nunca, y a una Margarita Olga de Noailles comprometida con un relumbrante arquitecto de vanguardia, especialista en rascacielos.<br />
Pero tampoco ella, ni siquiera después de casada, pudo evitar el protocolo, y le fueron ocurriendo la licenciatura, la maestría y el doctorado; y luego, como es de todos conocido, el éxito popular como difusora del saber entre la supersónica plebe televisiva. Las raras veces que he visto coincidir en la universidad a estas dos estrellas, que no parecen haberse apagado sino sólo profundizar su fulgor en una misteriosa vejez seductora, ocurren unos como pasmo y nerviosismo entre todos los presentes, una como incredulidad: ellos se besan en la mejilla y se tienen las más exquisitas atenciones cortesanas, bromean con aristas que nadie comprende. Siguen fascinados con aquel travieso fuego juvenil. Todos quedamos imantados de una gracia desusada, como si de veras algo existiese por encima del cochambre universitario y municipal. Me puedo imaginar la conmoción, el azoro de quienes los vieron en su flor juvenil juguetear a los novios, al matrimonio perfecto del Filósofo con la Filosofía. <br />
El doctor Iturralde no satiriza en absoluto los afanes o negocios de divulgación filosófica de Olga Margarita en las ventas por televisión. Nos ilustra con innumerables ejemplos de filósofos de todas las épocas y de todos los países que hicieron lo mismo. “Todos los grandes filósofos han vendido sus escolios en el mercado. La manía de producir filosofía puramente académica para puros académicos es una superstición burocrática”, afirma tajante. Aunque no muestra semejante generosidad con ningún otro filósofo, ni académico ni popular. Sólo en ella lo admira todo: una Pallas Atenea entre comerciales de lavatrastes.<br />
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4<br />
Yo no podría reconocer al astroso mocetón que casi nos atropelló en la entrada de la facultad aquel día. Todos esos chamacos no sólo se parecen, sino que se uniforman, enemigos de la individualidad y de la personalidad: anhelan ser chusma. Recuerdo su atuendo desarrapado, el mismo de todos, su mal corte de pelo hip-hop, el mismo de todos; y si he mencionado “sus ojos duros y sus colmillos lustrosos” sólo se debe a que el doctor Iturralde me los ha vuelto a recordar muchas veces. Se diría que el doctor chochea. A ratos busca con binoculares al estudiantillo desde los ventanales de la Torre de Humanidades en cada uno de los mítines.<br />
-¿Cómo lo va a distinguir, doctor, si todos son iguales?<br />
-No, yo los veo a todos diferentes.<br />
El doctor Iturralde hila muy fino entre las especies y las subespecies de las esencias, los atributos y los accidentes.<br />
-Me recordó a un compañero de hace como cuarenta años, eso es todo, doctora. Se llamaba Nicho. Era pobre, latoso y no le interesaba para nada la filosofía, pero se había inscrito aquí a falta de otra oportunidad, mientras conseguía en que emplearse, supongo. ¿Qué habrá sido de él? Me parecía un prodigio. Nunca me imaginé cómo logró obtener sus certificados de secundaria y de bachillerato, ni entrar a la facultad y hasta al exclusivísimo seminario sobre Spinoza. No sabía nada de nada ni le importa un cacahuate... pero mal que bien siempre salía a flote no sé cómo. A su lado me sentía ridículo de estudiar tanto. “¡Mamadas, puñetas!”, contestaba Nicho a todo... Lo curioso era que a su asco y a su nihilismo intelectuales correspondían una salud salvaje, un vigor vital esplendoroso. No es que fuera precisamente bello, sino rebosante de esa vida corporal y física, digamos animal, que se empeñaba en maldecir... Algo bueno habrá conseguido pues de pronto desapareció y no volví a saber gran cosa de él. Era Nicho: Bermúdez Organza, Luis Dionisio.<br />
Nunca me hubiera atrevido a profanar los límites de la intimidad del doctor Iturralde. Siempre ha sido norma de mi conducta aceptar lo que buenamente me quieren contar mis amistades, y más o menos creerles todo con buena voluntad. Cada quien su propia papilla existencial, me digo. Pero mi creciente afecto y compañerismo con el doctor Iturralde, unido a la novedosa circunstancia de que ya soy una venerable abuela, que puede permitirse ciertos impudores de matrona con un colega más viejo que yo, me llevó alguna tarde a preguntarle sin más ni más, a bocajarro:<br />
-¿Y el gran amor de su vida de que me hablaba el otro día, doctor Iturralde? ¿Lo visita muy a menudo su recuerdo, como leit-motiv? Sin duda se trata de la doctora Margarita Olga de Noailles...<br />
Me miró aterrado, escandalizado, como si se le hubiese aparecido un espectro. Trató de negarlo instintivamente, de marginar el asunto. Pero fue recordando que ya era un buen viejo tranquilo y sabio, más allá de todo; y que yo era su buena confidente, algo menor, pero que como joven abuela podría considerarme en cierta medida su coetánea... Decidió abandonarse, sin angustia:<br />
-Claro que no, mi querida doctora. Fue Nicho. Bermúdez Organza, Luis Dionisio.<br />
En días posteriores me fue confiando, por hilachos, con evidente resistencia interior pero con cierta necesidad de liberar por fin su secreto, la historia de una pequeña y pérfida conjura... en la que acaso no ocurrió realmente mayor cosa, sino quebrarle silenciosamente el corazón y el espíritu para siempre. Reconstruyo en mi mente su figura de un apuesto muchacho inteligente pero demasiado ingenuo y distraído, acaso un chico excesivamente cuidado y vigilado por su familia y sus maestros, que había llegado a la facultad con dos idiomas extranjeros y considerables conocimientos librescos, pero en absoluta ignorancia de su interior.<br />
No, no fue él (me dijo) quien pretendió ni sedujo a Margarita Olga de Noailles, sino ella, quien de inmediato, desde el primer día de clases, se apoderó de él con toda naturalidad y lo condujo a su capricho, sin que desde luego Andrés Iturralde ofreciera resistencia alguna: todo lo contrario, se veía sorprendido como por un premio de la lotería de que la muchacha más guapa y brillante del grupo se fijara precisamente en él. De ella fue la idea de que se hicieran novios y de que llegaran un poco más allá (en esto sonrió con picardía, como resaboreando el alimento de los dioses)...<br />
Entonces, sin que él lo advirtiera, entró en acción el padre de Margarita Olga, el profesor spinoziano de facha y barriga de expendedor de carnitas, futuro director de la facultad, quien tenía otros designios para su hija.<br />
-Ese cerdo nunca dijo algo decente sobre Spinoza durante las décadas que duró su seminario; no hizo sino emborracharse y cogerse a las secretarias cuando fue director de la facultad; nunca publicó una frase coherente de filosofía... Pero era capaz de penetrarlo todo diabólicamente con sus ojos de marrano, que no sé por qué recuerdo rojos: nadie tiene los ojos rojos, ¿o sí?, entre sus párpados abotagados y llenos de carnosidades; y supo de mí lo que yo no sabía y comprendió en un instante cómo atraparme y destruirme... Sólo me fui dando cuenta meses y hasta años después.<br />
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5<br />
Parece que hubo una riña doméstica entre el profesor y su hija a propósito del “alfeñique pretencioso” que ella insistía en querer por novio y marido. Que ella rompió cosas, le mentó la madre, amenazó con suicidarse o largarse del país o meterse de puta... Cosas de aquellos años desaforados. Estaba encaprichada con su Iturralde y por nada del mundo lo iba a dejar. A ella no lo impresionaba para nada el paternal sabio spinozista. Que se fuera mucho al carajo el vulgar expendedor de carnitas.<br />
Entonces, taimadamente, el profesor de filosofia se fijó en Nicho, con quien por entonces Andrés no había cruzado ni siquiera una palabra. Habrán llegado a algún trato. Nicho empezó a sitiar a Andrés Iturralde con una amistad exaltada y apremiante a la que Andrés, para su sorpresa, respondió con la misma pasión. Parece que no ocurrió mucho. Paseos en bicicleta, ratos de natación, tardes en el cine, conversaciones interminables en cafés.<br />
El doctor Iturralde recordaría por décadas el cuerpo vigoroso de Nicho en las albercas, sus ojos duros y sus colmillos lustrosos, la abundante mata de pelo rebelde, los párpados un poco sesgados. Recordaría una como salvaje arrogancia, un desprecio por todo, como de alguien que ya ha descubierto que el mundo está podrido y que no hay nada que respetar en él. Recordaría, con escándalo, las frases ignorantes, analfabetas, de un muchacho rudo que podía filosofar instantáneamente, con todo el aplomo del mundo, que todo era mierda, salvo el presente mientras durara, ¡y cuando ese presente no fuera también mierda, claro, lo que sucedía rara vez! Recordaría su ira, su rencor, sus propósitos de venganza contra toda la realidad en su conjunto, sin excepciones; su manera de ufanarse de que a él nada lo limitaba ni espantaba, que podría atreverse a todo, incluso a pegarse un tiro “ahorita mismo” porque sí... Pero en medio de ese como entusiasmo febril y soez por la nada, recordaría esos ojos duros y esos colmillos lustrosos cuando súbitamente le dijeron: “Sólo te quiero a ti, Iturralde. Quiero amarte y poseerte. Si me rechazas te mato, o me mato... ¡o que la chingada nos lleve a los dos de una buena vez!”.<br />
A sus veinte años, Andrés Iturralde era un chamaco frágil bajo su fatuidad escolar, y rebosante de sensualidades escondidas bajo su aspecto natural de chico aparentemente bueno y sano, enterísimo. Salió a toda prisa, tropezándose, aterrado, del café. Todavía palpitaba, con fiebre, encerrado en su recamara, cuya puerta la madre quería derribar: “¿Qué te pasa, por Dios, hijo, que tienes?” Lloró histéricamente buena parte de la noche. A media madrugada supo que estaba enamorado.<br />
Lo primero que hizo al día siguiente fue diseñar una estrategia de distanciamiento con respecto a Margarita Olga de Noailles: distracciones, desatenciones, impuntualidades, indiferencias más o menos discretas que de cualquier manera la lastimaron muy pronto, de modo que fue ella quien rompió, también discreta y amistosamente, el noviazgo. Entonces Andrés Iturralde buscó a Nicho quien ahora, a su vez, lo rehuía y desatendía, como profundamente ofendido por la repentina y torpe escapada que Andrés emprendió aquella noche en el café. No aceptaba su conversación, ni siquiera le contestaba el saludo. Lo miraba, o eso creía Andrés, con la ferocidad de un amante despechado.<br />
Cada vez con mayor desesperación, Andrés intentó explicarse y hacerse perdonar en cartas cada vez más largas que le entregaba a Nicho entre clase y clase, y que él recibía con un mohín de repugnancia, con profundo desprecio, casi con socarronería, que Andrés entonces interpretó como señas de que todavía seguía mortalmente ofendido, y las guardaba entre las páginas de algún libro de Sartre.<br />
-No sé cuantas cartas fueron, doctora. Más de diez. Pasaron las semanas. Luego dejó de asistir a la facultad. Ya me había dicho que andaba en busca de cualquier otra cosa...<br />
Después de clandestinas y laboriosas pesquisas, Andrés descubrió su domicilio. Un departamento en la Colonia del Valle, por Xola y Avenida Coyoacán. Incapaz de irrumpir en el departamento de ese demonio escondido, montó guardia durante días, desde el Cine Continental, en la contraesquina, o frente a la puerta de su edificio. Cuando finalmente lo interceptó un mediodía, Nicho se le rió abiertamente en la cara:<br />
-Fue nomás un trabajito para el profesor. Le vendí todas tus cartas...<br />
Andrés Iturralde también descuidó un tiempo la facultad. Se dedicó a caminar por las calles, a pensar en ese ser y ese destino súbitos, que él ni sospechaba hasta que se los habían descubierto de manera tan brutal.<br />
Evitó durante mucho tiempo a Margarita Olga, quien pronto tuvo nuevo novio. Un partidazo. Años después Iturralde se encontró a Nicho una madrugada en una cantina del centro. Era la época en que a todas horas se oía Sombras con Javier Solís:<br />
-¿Qué pasó, filósofo, todavía quieres conmigo? Doscientos pesos el rapidín.<br />
Andrés tuvo el suficiente aplomo para rechazarlo. Pero durante varios años se buscó por Ayuntamiento, por López, por Mesones, por República del Salvador, por San Jerónimo y Regina, muchachos de ojos duros y colmillos lustrosos que le recordaran a Bermúdez Organza, Luis Dionisio.<br />
Solían pedirle menos, pero él les pagaba siempre más de doscientos pesos.José Joaquín Blancohttp://www.blogger.com/profile/08263922763815348076noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7527486713623183716.post-55454801791960813092022-02-01T07:59:00.000-08:002022-02-01T07:59:40.704-08:00BERNAL Y BEATRIZBERNAL Y BEATRIZ<br />por José Joaquín Blanco<br /><br /><br /> A Rafael Pérez Gay<br /><br /><br />Beatriz era una perdedora incorregible, obsesiva. No fallaba en atraerse la desdicha, con una especie de adicción imperiosa. Nos asombraba mucho su mala suerte. Como brújula, siempre le atinaba al fracaso. Primero, claro, cuando alguien acababa de conocerla, se preocupaba por ella: "Mira, mana, no seas tonta, no seas tan terca", y esto y lo otro. Nada. Le seguía yendo mal, metódicamente. Luego sus amigas hasta nos divertíamos con sus pesares; no por maldad, pues todas terminábamos de una manera o de otra siendo sus protectoras, sus admiradoras, sino como una especie de show, de teatro. La verdad, hasta la envidíabamos. A ella sí le pasaban cosas. Emma decía que al menos Beatriz sí se agarraba a patadas con la vida y hacía que le pasaran cosas, a huevo. Ella siempre tenía mucho qué contar.<br /><br /> Porque de veras se necesitaba harta imaginación para fracasar tantas veces, incluso cuando todo lo tenía de su parte, cuando menos se esperaban las contrariedades. Era la chica a la que le ocurría pelearse a gritos, a insultos desaforados, con su jefe (trabajó en la Secretaría de Turismo y en una agencia de viajes: claro, con ese palmito, se conseguía puros buenos trabajos), precisamente al día siguiente de un ascenso por el que había luchado meses; y se quedaba de pronto en la calle.<br /><br /> Le estallaban los hornos, las lámparas, porque sí, nomás a ella; le arrebataban la bolsa en la calle, le rasgaban en el metro su mejor vestido. Los agentes de tránsito la detenían exactamente cuando no traía consigo la licencia de manejar, ni dinero para la mordida, y andaba más deprimida y encabronada que nunca en un coche ajeno, prestado, sin papeles; de modo que no podía evitar gritarles improperios en mitad del periférito e ir a dar a la delegación, con todo tipo de multas por faltas a la autoridad. Desde ahí me llamaba por teléfono: "Estos cabrones. Me quieren cobrar a mí sola el periférico entero, como nuevecito".<br /><br /> Me decía la Nena, aunque yo le llevaba varios años. No recuerdo cómo la conocí. Seguramente en las tocadas, en las fiestas. Lo primero que me acuerdo bien de ella fue una noche en el Estudio 54, que quedaba por la estación de Buenavista y abría toda la madrugada, pero ya para entonces nos tratábamos bastante: Beatriz estaba toda madreada, convulsa, medio borracha; me pedía bañada en llanto, como una hijita, que por favor la sacara cuanto antes de ahí, que todas las ficheras del cabaret le tenían envidia y la querían matar, y me la llevé a la casa.<br /><br /> Yo compartía entonces un departamentito en la Colonia San Rafael con Marta y Emma. Marta trabajaba entonces de maestra de secundaria, en una escuela de monjas: iba así por las mañanas, muy cara lavada, muy "no hice nada malo en todito el fin de semana", a enseñarles historia y literatura a las espantosas enanas uniformadas del colegio de monjas. Lo que una no hacía entonces para ganarse algún dinero. Luego la Marta mejoró, porque era muy empeñosa, terminó su carrera en la universidad y agarró chamba como periodista, en una revista de modas. Emma ya trabajaba por su cuenta, una tigresa para el comercio: vendía productos para el hogar, que Avon, que Stanhome, para damas encopetadas. Ahora hasta tiene su propia empresa, muy patrona la Emma.<br /><br /> Marta y Emma la aceptaron muy bien, la consolamos. Nos acomodamos ahí en el departamento las cuatro como pudimos, con harta buena voluntad. Estuvo con nosotras año y medio. No colaboraba con un solo centavo porque no tenía trabajo fijo en ese tiempo, pero siempre había amigos que le regalaban cosas, o se daba maña para robarse cosas en las tiendas. Así que a veces cenábamos nomás quesadillas o bizcochos con leche, y a veces hasta salmón y champaña, cuando Beatriz vivía con nosotras. Luego conoció a un violinista y se nos perdió dos meses. Regresó peor que antes.<br /><br /> Pero Beatriz se reponía de sus golpes y caídas con gran facilidad. La naturaleza era buena con ella. En sus buenos días, que eran los más, andaba alegre y rejuvenecida, muy semejante a la chiquilla traviesa de buena familia que un día, cinco años atrás, porque sí, sin que nadie se lo esperara, había armado el gran escándalo en su casa, en Córdoba, Veracruz, y escapó a la Ciudad de México con solo la ropa que traía puesta. Tenía fotos de cuanto estaba en la escuela, con su uniforme y cara de no romper ni un plato.<br /><br /> Beatriz era también buena para los comienzos, para empezar casi desde cero, con buena cara, seduciendo a medio mundo. Brillaba como joya. Toda la gente se volvía su mamá, su novio, su abuelita, su alma gemela, su hermano del alma. Un angelote así de este tamaño, tenía la Beatriz. La noche que conoció a Bernal estaba más bonita e inspirada que nunca. Traía un vestido caro, amarillo, que se había robado por ahí. En sus buenos momentos hasta el amarillo le quedaba bien. Antes que se vieran yo sentí el click que habrían de hacer. Era inevitable.<br /><br /> Bernal parecía un muchacho de revista, con los que Beatriz siempre soñaba; no solo se veía muy guapo, medio deportista, medio junior, medio "aquí yo por encima de todas las cosas y todo me vale madre"; sino que vestía, se movía, miraba, sonreía con elegancia de modelo profesional; y su ropa, sus modales, sus joyas tenían el brillo del dinero. Olía con ganas, enrarecidamente, a dinero y a juventud concentrados, y a buena vida, el Bernal. Parecía nuevecito, un cuerote alto, apiñonado, anguloso, de no sé que islas de paraíso recién desembarcado en México, ¿no? Bien fuerte pero no musculoso, sino recio y esbelto como un bailarín. Ves que los bailarines son más recios que los atletas, pero no están boludos, sino más ligeros, más ágiles. La Marta dijo luego que la hacía pensar en Montgomery Clift.<br /><br /> La cara no me convencía mucho. Era perfecta, claro, pero como de cromo, como de santo, que dice la canción: "Tus ojos tristes como de santo". Era semejante a todos los niños bonitos de todos los anuncios, que hasta parecen hechos con molde, en serie. Todos con nariz del David de Miguel Angel. Hasta pensé que ya lo había visto antes, en uno de esos grandes anuncios del periférico, anuncios de lociones, de trajes, de valores financieros, o en una revista de modas; o en la tele, de cantante. Pero eso ya me había ocurrido otras veces. Todos los chicos demasiado guapos se parecen entre sí, y son igualitos a los de los comerciales. Pero yo ya no era ninguna ingenua. Y además, muchos juniors, muchos chicos ricos, pues también andan así con las facciones perfectas y sus "ojos tristes como de santo". Pensé que el Bernal simplemente era un pollo fino, de raza, hijo de mamá bonita, nieto de abuela bonita --ves que a los hombres con dinero les da por casarse con puras muñecas perfectas, dizque para mejorar la raza--, como los que encuentras en las universidades de ricos, en los campeonatos de surf y de velero. Chico de "raza mejorada", pues.<br /><br /> Olía a dinero, a familia con dinero, a una vida regalada con harto dinero. Entonces pensé también en Beatriz: "Ahí vas otra vez, manita". Porque a todas nos encantaban los príncipes, pero las otras chicas ya habíamos aprendido, unas a los quince, otras a los dieciocho años, que los rorros y las caras bonitas y los príncipes con cuerpazos perfectos sólo traen problemas. Y los grandes príncipes, grandes problemas. Por cierto, nunca supe de dónde venía Bernal, nunca hablaba de su niñez ni de su familia.<br /><br /> Pero Beatriz no aprendía. Y eso que todos sus líos habían comenzando por un galán, un galán arrabalero, veracruzano, de bohío, un padrotón, José: un muñecazo amulatado que ganaba todos los concursos de baile en Córdoba, especialmente los de cumbias. Beatriz se las arregló primero para escaparse de las fiestas de sus compañeros de escuela; se disfrazaba de chica pobretona y mala, con mucho maquillaje, mucha minifalda, e iba a dar a los bailes populares, como la princesa del cuento, que todas las noches se gastaba las zapatillas en un baile misterioso. Ahí conoció al mulatazo, a quien dizque le iba mal en la vida, la gentes cabronas nunca le daban trabajo, siempre le quedaban a deber dinero... Pero José estaba ahorrando para largarse a la Ciudad de México, o de plano a los Estados Unidos. Y le prometió a Beatriz que se irían juntos de esa ciudad hipócrita y aburrida, que iban a conocer mundo, que la iban a pasar de veras super. José tenía su ilusión: ser piloto aviador; Beatriz iba a ser azafata. Los dos juntos se iban a pasar la vida dándole vueltas al mundo.<br /><br /> Se le ocurrió entonces a Beatriz una solución mágica. Sus papás tenían una tienda grande de aparatos electrodomésticos, Almacenes Márquez, y ella a ratos, por la tarde, ayudaba a despachar o a cobrar. Estaban de moda unas caseteras rojas, que parecían platillos voladores y tenían mucha potencia. Si alguien prendía una casetera en alguna banca de la plaza principal, la oía toda la gente que tomaba cerveza en los portales.<br /><br /> Su papá le había regalado una casetera roja, la primera que se vio en Córdoba, y ella la traía consigo para todas partes; en la escuela siempre se la andaban recogiendo. Nadie encontró extraño que Beatriz se la pasara todo el tiempo con la casetera a todo volumen, con canciones de José José ("¿Y qué? ¿Al fin te lo han contado, amor? Bueno: ya conoces mis defectos"), entrando y saliendo de la tienda ("Que un hombre que ha sido como yo acaba por volver a su pasado"). Pero a veces no salía con su propia casetera, sino con un aparato nuevo, que hacía pasar por el suyo, cante y cante con la canción a todo volumen ("Yo he rodado de acá para allá, fui de todo y sin medida"), y se lo daba a José, quien la estaba esperando en la plaza; José lo vendía e iban mas o menos a mitades. Así se divertían e iban juntando para el viaje.<br /><br /> Un sábado que su padre hizo inventario, aparecieron debajo de unos estantes, dobladitas, diez envolturas de cartón de las caseteras rojas. Error típico de Beatriz: pensó en cómo robarse las caseteras sin que nadie se diera cuenta, pero no en cómo deshacerse de las cajas en que venían, nomás las doblaba y las echaba con el pie debajo de los estantes. "¿Pero qué hiciste con el dinero? Si no te negamos nada. ¿Qué necesidad tenías de robarte esas caseteras?", le gritaba su papá, golpéandola recio y tupido por primera vez en su vida.<br /><br /> Beatriz decidió largarse de su casa antes de lo previsto, inmediatamente. Pero, por supuesto el mulatazo José no apareció ese día, ni los siguientes; Beatriz lo esperó casi un mes, soportando los castigos, las humillaciones y los largos interrogatorios de sus padres. Ni las luces del mulatazo. Nadie sabía de él, y ninguno de los amigos de José tenía ganas de hablar con ella. En un descuido del papá, Beatriz tomó un buen fajo de billetes de la caja de Almacenes Márquez y nadie ha vuelto a saber de ella en la pintoresca ciudad de Córdoba, Veracruz, en cuyos bailes populares ha de seguir reinando como dueño y señor de la cumbia, José, el mulatazo. Me vino a la memoria esa aventura cuando vi por primera vez a Bernal. "Ahí vas otra vez, manita".<br /><br /> Habíamos caído por azar en una fiesta en la que no conocíamos casi a nadie. Nos especializábamos en pescar fiestas finas, donde hubiera música decente, moderna, buena bebida y bocadillos, y no puro bailotazo en azoteas o patios de vecindad, con música de pura pinche estación de radio, con todo y comerciales; fiestas finas con galanes un poco bañaditos, ¿no?, con modales, con conversación, que supieran tratar a una dama; que siquiera se peinaran de vez en cuando, pues; porque de ligues callejeros o del metro estábamos hasta la coronilla, y luego la necesidad hace al ladrón: los chamacos que no tienen en qué caerse muertos, luego la hacen a una pagar las cuentas, o le roban a una hasta la bolsa y cosas peores.<br /><br /> Beatriz era la mejor en esas fiestas, porque había sido educada como niña rica, se le veía pues como dicen la cultura, y de inmediato estaba ya riendo, discutiendo, abriendo tamaños ojotes, de grupo en grupo, ora sí que moviendo como marquesa el abanico. Casi toda la gente era un poco falsa, todos se hacían pasar por cantantes, por ricos, por celebridades, con grandes modas y peinados de lujo. Yo, más o menos relegada junto a un muro, con Marta y Emma, apostaba en silencio a cuál de todos esos maniquís era auténtico, y cuáles puras secretarias y oficinistas como nosotras, representando el papel del gran mundo. Bernal tenía que ser auténtico: se veía distante, aburrido, despectivo. Solitario como un cachorrote de exposición canina. "¡Guauu! ¡Quiero...!", pensé. Vi cómo Beatriz se le acercaba, le hacía conversación, se reía con grandes aspavientos, sacudiendo su cabellera esponjada; insistía, le alisaba las solapas del saco de lino. Fracaso. El muñeco de portada de revista la dejaba hablar como quien deja caer la lluvia, y por encima de ella miraba con desencanto, casi con desaprobación, el curso que seguía la fiesta. Beatriz no fue persistente y al rato me la encontré en el extremo opuesto del salón, bailando con otro muchacho que también olía a billetes. <br /><br /> A mí me había sacado a bailar un estudiante de contaduría, Rolando, quien pocos minutos después me convenció de que nos escapáramos de esa fiesta de mamones. No era un precioso ni un gran partido el Rolando, más bien chaparro, ya empezaba a engordar, hasta se me hacía un poco aburrido, un poco apático; pero duramos varios meses, e incluso ahorita seríamos marido y mujer, si yo lo hubiera aceptado. ¿Pero en plena juventud colgar de plano las armas e irse a amamantar hijos a un departamentito, en una miserable unidad habitacional en plenas afueras de la ciudad, que ya entonces estaba pagando a plazos? Ni loca, dije yo: ya habrá tiempo de sentar cabeza, la juventud es lo primero. Rolando me llevó esa noche a su departamentito, un huevito con dos o tres trastes, más allá de la entrada de la ciudad, me parecía que ya estábamos de plano en Pachuca, y no me regresó sino hasta al día siguiente, que era sábado, después del mediodía. Marta y Emma estaban alarmadas, en un grito. Que Beatriz y yo éramos unas bárbaras, desaparecernos así, sin avisar ni nada; que no se querían meter en nuestras cosas, pero así desaparecer nomás, no se valía. "¡Pero si yo no sé nada de Beatriz! La dejé con ustedes, bailando".<br /><br /> "Dios mío, que ahora sí no le vaya a pasar nada. No se ha reportado. Ni un telefonazo", dijo Marta, la maestra, que era la más preocupona, el andarse preocupando demasiado de todo ya era como su vicio profesional. Beatriz se apersonó hasta las nueve de la noche, medio borracha, unas ojeras hasta el piso, con Bernal, a quien venía casi arrastrando, casi dormido, hecho una facha, con la boca inflamada y el saco de lino desgarrado. Entre las tres lo curamos, lo encueramos, nos lo fajamos, cagadas de risa --casi ni respingó con el merthiolate que le puso Marta en los labios heridos, de lo muerto que venía-- y lo metimos a una cama.<br /><br /> "Es un divino, manas, pero un atascado. ¡Si les contara todo lo que se metió! Le entró a todo: mota, coñac, coca, pastas, varias pastas. Uhhh. Anduvimos de fiesta en fiesta, en las Lomas, en el Pedregal, al mediodía estábamos en una quinta maravillosa en Malinalco. Pura gente especial. Puras estrellas, puros jefes, harto dinero. Ni parecíamos estar en México, sino en Florida, en California. Todos alrededor de la alberca tomando cocteles y platicando obscenidades, pero de las gruesas, y sin que nadie se espantara de nada, todos así como muy tolerantes, como de mucho mundo, muy intelectuales. Increíble, divino el Bernal, lleno de vida; me divertí con él como nunca". "Ten cuidado, manita", le dijimos las tres, en coro.<br /><br /> Entonces nos contó Beatriz que efectivamente todas conocíamos a Bernal, aunque no nos hubiéramos dado cuenta. No se parecía a nadie: era el mismo que uno o dos años atrás habíamos visto en todas partes, todo el tiempo, hasta en la sopa: en la tele, en las revistas, en anuncios. Aún quedaban fotos monumentales de él en algunas estaciones del metro. Y si nos fijábamos bien, lo podíamos reconocer en la foto estilizada que todavía traían las envolturas de los calzoncillos que anunciaba. Era el modelo exclusivo de Calzoncillos Chuza.<br /><br /> Corrimos a verlo otra vez, encuerado, en la cama, roncando suavemente. Era de una fragilidad casi excesiva, objetaba Emma, que tenía gustos un tanto otoñales y despreciaba a los jovencitos; prefería panzones entrecanos y casados, que pudieran enseñarle realmente algo de la vida. Ahí en la cama, perdido en su sueño pesado, parecía casi un niño. Decidimos que estaba mejor en los anuncios a color: más torneado, más bronceado, más viril. Marta opinaba que las tetillas, el pecho peludo, la cintura de atleta, la pelusilla de las piernas lucían mejor con los tonos rojizos de la publicidad. Echamos de menos los calzoncillos suaves, de colores pastel y adornos fosforescentes, que querían competir con Calvin Klein.<br /><br /> Nos servimos unos tequilas para celebrarlo, sentadas en la cama, a su alrededor, traviesas, muertas de risa, como brujas disolutas en torno a un pastorcito sacrificado. Lo estuvimos manoseando otro rato, dizque mientras le acomodábamos las sábanas. Apenas si gruñó un poco, sin llegar a despertarse. "No te preocupes, todo está bien, mi amor. Duérmete", le dije yo. Me acuerdo que me impresionaron sus pies, mejor arqueados, los dedos más parejitos y tersos que los de una muchacha. Hasta quise pintarle las uñas y ponerle unas medias.<br /><br /> No, no habían cogido, reconoció Beatriz: Bernal le había salido puto. "¡Pero claro!", gritó Emma, casi triunfal, "¡cuando se pasan de bonitos, se pasan al otro lado!". Marta lo vio más bien con ojos de lástima y comprensión. Ella leía muchos libros y admiraba a los jotos, que en ocasiones eran muy creativos, decía, con mucho talento, como compensanción de lo que les faltaba, ¿no?, y muy elegantes, muy finos, bueno, para la Marta todos los jotos eran casi como estrellas de cine.<br /><br /> Bernal sufría demasiado el pobre, nos contaba Beatriz. Mientras que el resto de los mortales, al ver su entrepierna fabulosa, ceñida por Calzoncillos Chuza, en un gran puente del periférico, alzaba hacia él los ojos y los deseos como hacia un artista de televisión o un semidios, decía Beatriz, allá arriba, más arriba, entre los productores y los empresarios que lo habían contratado finalmente, después de dos o tres años de hacerla de extra en telenovelas o de bailarín en coros de segunda categoría, lo trataban peor que a mujerzuela, que a esclavo. Como esclavo sexual, pues.<br /><br /> Le seguían pagando su buen sueldo, claro, para que su imagen no anunciara otros productos que Calzoncillos Chuza, pero no lo dejaban tan fácilmente ni cantar en un palenque (aunque cantaba mal, tipludito), ni hacer un papelito en una película (aunque tartamudeaba y se ponía tieso frente a las cámaras). Nada. Para todo tenía que pedir permiso, y hacer grandes méritos. "Y qué méritos, manas, de veras que yo no había oído de tanta maldad en el mundo", exclamó Beatriz, escandalizada. Ni siquiera le seguían tomando fotos. Le habían tomado ya como cien mil fotos.<br /><br /> De modo que Bernal se la pasaba entre albercas y fiestas, sobreviviéndose a sí mismo, imitando las poses de los anuncios, los labios húmedos, los ojos entre deseosos y nostálgicos, sonriendo cuando lo reconocían y le hacían chistes sobre los Calzoncillos Chuza, soñando que su oportunidad de ser una estrella vendría después, cuestión de tener paciencia. Dejándose financiar por cada ruco, por cada esperpento. Beatriz había visto cómo, en Malinalco, junto a la alberca, un productor de tele viejísimo, bien influyente, al que nombraban Ponce, ya medio podrido él, como oliendo a tumba, le ofrecía un viaje a Orlando; y cómo Bernal, más drogado e indolente que una planta, se dejaba traer y llevar y veía con ojos soñolientos cómo otros decidían por él. "Sálvame, manita, mi ángel de la guarda. Llévame de aquí, adonde sea, pero sácame de aquí, ahorita", le había suplicado a moco tendido, cuando el ruco putrefacto de Ponce lo derribó de su silla con un bofetón.<br /><br /> "Los cabrones no lo van a dejar salir vivo de Calzoncillos Chuza, nos dijo Beatriz. Cuando su contrato termine, ya va a estar arruinado, bofo, con los nervios destrozados, en una clínica de desintoxicación o algo así. Y sin un clavo. No ahorra nada. Con ese tren de vida, nomás junta deudas". La tragedia de Bernal era que, a pesar de su éxito como modelo, seguía siendo un buen chico, tímido y sensible, pensaba Beatriz. Entre puros tiburones podridos, vulgares. Entonces los viejos maricones empresarios, productores, directores, los mandamases de la publicidad y el espectáculo, pues, primero lo cortejaban y lo llenaban de regalos, pero luego, a la hora de cumplirles como macho en la cama, Bernal nomás no podía. "¡Pues cómo va a excitarse ningún muchacho con semejantes lagartos podridos!", exclamaba Beatriz, indignada. Entonces lo insultaban, lo acusaban de parásito, de impotente; se lo cogían, lo ponían a hacer strip-tease en las fiestas privadas, a mamar y a dejarse coger en público por lo invitados y hasta por los meseros; y luego a veces lo madreaban. Todo porque era un fraude. Un cuero de látex, de vinil, le decían. <br /><br /> Y Bernal no se defendía, les había agarrado pánico, les pedía perdón, trataba de congraciarse con ellos, se esmeraba para medio cumplirles como macho; tomaba jalea real, vasotes de mariscos, todo con tal de no le declararan la guerra, porque decía que cuando alguien se peleaba con uno de los podridos, era como si se peleara con todos y no le volvían a dar ningún contrato de nada. Y no alcanzaba a explicarse cómo fulano y sutano, así, fácilmente, sin ponerse nerviosos, sin asco, sin nada, les cumplían a sus podridos sin contratiempo alguno. Así, como si jugaran futbol, o se echaran una cascarita por la calle. Creyó que de veras era impotente y hasta fue a ver a un sicoanalista.<br /><br /> Para entonces los rucos,los podridos, ya lo habían catalogado como un falso galán que a la hora de la hora nada de nada, y lo ocupaban nada más de anzuelo. Yo pensaba que cosas así, de maldad tan elaborada, sólo pasaban en las películas viejas. Como su contrato lo obligaba a asistir a eventos sociales y fiestas en el plan de la imagen de Calzoncillos Chuza, lo hacían ir guapísimo a todos lados, a brillar, y claro que atraía a muchos chicos y chicas cuerísimos, con los que de inmediato los podridos entraban en contacto, y les ofrecían esto y lo otro.<br /><br /> Así reclutaron incluso a Beatriz, junto a esa alberca de Malinalco, porque te digo que en sus buenos momentos, la Beatriz era muy guapa, guapísima; no sólo bonita, sino muy hembra, caballona, de gran alzada, "yegua fina", como se dice vulgarmente. Y más cuando se lanzó como leona contra el podrido de Ponce que le había pegado al Bernal, y lo rasguñó, y lo insultó; pero mientras ella le gritaba y le pegaba, el ruco, que era bicicletón, bueno, que ya era de todo, tocho morocho, la manoseaba de lo lindo, pero hasta el fondo, con dedos y todo, y terminó ofreciéndole también a ella un contrato de modelo, ahora de una marca de pantimedias. Pantimedias Konstanze.<br /><br /> Beatriz decidió entonces cuidar a Bernal, acompañarlo, protegerlo. Lo adoptó como su alma gemela. Lo llevó a nuestra casa para sacarlo del medio nefasto de los espectáculos y de la publicidad. Pero al día siguiente, cuando estábamos desayunando, y le decíamos a Bernal que si de veras quería rehacer su vida y el buen camino y etcétera, podía trabajar muy bien en algunos negocios modestos, como empleado de una tienda o de un restorán, para empezar, llegó a la casa un adorno floral, enorme, carísimo, para Beatriz. Era del podrido rasguñado. "Si el señor Ponce en el fondo no es tan mala persona...", dijo Bernal, como resignándose a pesar de todo a su destino, que al menos no tenía que ver con ser empleado de tiendas o restoranes. "¿Pero cómo carajos supo nuestra dirección?", rugió Emma. Todas comprendimos, sin necesidad de palabras, que Beatriz había aceptado al lagartón. Al anochecer salió despampanante, con Bernal. No la volvimos a ver en varias semanas. Recuerdo que Bernal se veía más atractivo que nunca con su inflamación en los labios, sus manchitas rojas de merthiolate: era como el detalle vivo, sensual, que humanizaba su belleza. Hice que me besara largo en la boca con esos labios, nomás de travesura. Y me relamí el sabor del merthiolate.<br /><br /> Nos empezaron a invitar a algunas de sus fiestas, de sus cocteles. Actuaban como novios, y yo me preguntaba si Beatriz había conseguido reformar a Bernal, o si solamente fingían para protegerse mutuamente de los lagartos; e incluso me pregunté si la desaforada de Beatriz no había llegado al extremo de también emplearse como carnada de Ponce, reclutando ninfas y efebitos para los caimanes. No quise creerlo. De cualquier manera, seguía tremenda. Nos daba, ahora sí, bastante dinero, "a cuenta de mis deudas", decía, con su sonrisa irresistible. Y también joyas, que les robaba en las fiestas a las borrachas. Nos hicimos las tres de unos colgajos divinos. Brillaba más que nunca. Se veía más hermosa que nunca al lado de Bernal, como verdaderos príncipes de cuentos de hadas.<br /><br /> No llegó a aparecer su foto en ningún anuncio de las pantimedias Konstanze, pero sí, muchas veces, adorable, en la sección de sociales de los periódicos. Recorté varias. Así algunos meses. Hasta pensé que uno encuentra la fortuna donde menos lo espera, y que Bernal, a pesar de todo, era su amuleto contra su inveterada mala suerte; que ahora sí Beatriz iba a tener la felicidad que merecía. Y que Bernal también, con ella, como que contaba con quien lo defendiera. Cuando a una la asedia tan rigurosamente la mala suerte, no hay como un buen amuleto. Y ellos, felices, se habían encontrado el uno al otro, preciosos, se iban a comer el mundo mientras siguieran juntos, pensaba. Entonces, en la sección policiaca de los periódicos, apareció su foto, con Bernal: presos por tráfico de drogas.<br /><br /> Marta, Emma y yo la fuimos a ver una mañana de domingo a la cárcel de mujeres. Ibamos preparadas para encontrarla en medio de la desdicha, pero también a ver cómo se sobreponía a ella y de pronto la dejaba atrás, rumbo a una nueva aventura. Nos habíamos acostumbrado a no tomar tan en serio sus fracasos, era como una artista de la derrota, una trapecista de la mala suerte, que a final de cuentas, después de tantos tropiezos, todavía hacía poco tiempo la habíamos visto entera y reluciente. Por eso nos impresionó más verla amarilla, abatida, flaca, casi sonámbula. Se daba por vencida, se rendía finalmente. Nos sonrió con una mueca demacrada y no llegamos a conversar gran cosa con ella, a todo nos respondía con frases breves, mecánicas, ausentes. Era el fin.<br /><br /> Las acusaciones de tráfico de drogas se mezclaron muy pronto en la prensa con rumores escandalosos, que hacían aparecer a Beatriz y a Bernal como cabecillas de una banda que era a la vez una secta satánica, empapada de santería caribeña, que de los ritos de sacrificios de animales había avanzado a los sacrificios humanos, para asegurar el éxito, el vigor y la salud de sus agremiados, entre los que había banqueros, senadores, estrellas de cine. Se hallaron amuletos de huesos humanos y cadáveres mutilados en diversos ranchos y quintas de narcotraficantes, policías, políticos y gente de los espectáculos. Desenterraron la mitad de una niña en el jardín de aquella quinta de Malinalco. (Bueno, dicen: ya sabemos en México que la policía inventa las pruebas y los cargos que quiere de cualquier cosa contra quien se le pega la gana, así que yo ni creo ni niego nada.) Nuevas investigaciones sacaron a relucir fotos en las que aparecían personas famosas, y también Bernal y Beatriz, vestidos como sacerdotes de películas de horror. Así: caftanes, turbantes, cucuruchos, tiaras, cetros, collares, tatuajes. Beatriz declaró que eran fotos de una fiesta de disfraces. "Si nosotros no sabíamos nada de eso, ayudábamos a divertirse a los rucos, eso era todo, nos la pasábamos en el reventón, nada más", decía.<br /><br /> Otro domingo que la fuimos a visitar, la propia policía de la cárcel nos secuestró a las tres y nos encueró, nos manoseó hasta por donde no, nos fichó y nos estuvo interrogando como a sospechosas, con amenazas de tortura, casi veinte horas: Beatriz se había fugado prodigiosamente, como si los ritos satánicos la hubieran vuelto invisible. Finalmente nos dejaron ir, aterrorizadas, como escapadas de la tumba por un pelito. Marta y Emma ya no quisieron saber nada de Beatriz, y de hecho, poco después nos separamos, por muchas razones, pero sobre todo porque ya la juventud se nos estaba acabando y empezamos todas a sentar cabeza. Quién lo dijera: las tres salimos amas de casa bastante respetables. Yo de plano me casé por la iglesia y de blanco.<br /><br /> Pero yo nunca me creí el cuento de que así, por arte de magia, Beatriz se hubiera escapado y me sospechaba lo peor: que el podrido Ponce la hubiera mandado matar dentro de la cárcel, para que no soltara más información. Y me dolió: ves que la quise como a una hermanita. Y como soy un poco parecida a ella, en lo terca y enloquecida, un domingo, dos años más tarde, sin más me apersoné en el Reclusorio Sur para hablar con Bernal. Ahora sí iba preparada a situaciones tremendas. Había visto en mi vida las suficientes películas sobre cárceles para saber lo que les pasa a los muchachos jóvenes y guapos, sobre todo si son jotos, en una cárcel, entre delincuentes salvajes de la peor ralea que llevan años sin mujer.<br /><br /> Me lo imaginaba enfermo, esclavizado, denigrado, violado, obligado a todo tipo de servilismos y humillaciones, golpeado, acuchillado incontables veces por todo tipo de caníbales y orangutanes. Iba a ver la momia o el cadáver del príncipe que había sido Bernal, ora sí que lo que quedara de él. Pero lo encontré perfectamente. Claro, sin la cabellera, la ropa, las lociones, el resplandor de antes, pero sano, creo que hasta con mejor color, sonriente, tranquilo y ya como un poco afeminado, que no lo era antes. No se trataba precisamente de algún ademán o expresión nuevos, sino de una actitud totalmente femenina, como de señora de clase media. Por fortuna, me dijo, no le había tocado sufrir vejaciones de los demás presos: don Edmundo lo defendía. Se habían conocido desde antes, pero en la cárcel se habían enamorado. "El primer amor de mi vida, el único; déjame que te lo presente, Nena".<br /><br /> Me imaginé uno de los potentados podridos que habían destruido a Beatriz y traté de reprimir mi rabia. Pero no, a quien me presentó fue a un hombrecito moreno con pelos de púas, flaquito, humildón, casi enano, cacarizo, con bigotitos chorreados y dientes de oro; era exageradamente machito y andaba todo tieso como charro, y parecía tener gran ascendiente entre los demás presos. Le tronaba los dedos a cada preso fortachudo, le daba órdenes perentorias a cada preso gigantón.<br /><br /> Apenas le llegaba al pecho a Bernal, pero mi viejo amigo le rendía culto como recién casada, lo miraba con ojos de adoración, le alisaba el pelo, le cogía la mano mientras conversábamos. Lo llamaba papi todo el tiempo: "¿Verdad que sí, papi", como si para cualquier cosa necesitara su apoyo, su autorización. Don Edmundo había sido durante años el cocinero personal del señor Ponce, todavía prófugo. "¿Y qué han sabido de aquélla?", pregunté en clave, como en telenovela de misterio.<br /><br /> Bernal rió ampliamente, don Edmundo a carcajadas; miraron hacia todos lados y me enseñaron furtivamente una fotografía: Beatriz con uniforme de azafata de una compañía aérea europea. Se veía más hermosa que antes. Vi con envidia que Beatriz era de las muchachas guapas que no pierden nada con la edad, por el contrario, como que van ganando sensualidad, picardía, que sé yo, conforme se convierten en señoras. Porque mi diablilla ya tenía todo un porte de gran dama. En cambio yo, por más dietas que hago... "Por fin realizó su sueño", dijo Bernal, "anda dándole la vuelta al mundo; con un nuevo nombre, claro". <br /><br /> No pregunté más. Pero salí feliz de la cárcel. Por mí, por Bernal, por Beatriz, hasta por don Edmundo. Me llegó el tiempo de casarme y mi primer embarazo, el de mi hija Rosita. Fui a celebrarlo con mi marido a un restorán caro de Polanco, La Donna del Lago, de comida italiana; y que nos vamos encontrando a Bernal, guapísimo en su tuxedo, de parar el tráfico. De nuevo príncipe, director de orquesta, banquero en una recepción de gala. Aunque yo lo prefería, desde luego, como modelo de Calzoncillos Chuza, no hacía mal papel, me dije, como modelo de tuxedos. <br />"¿Pero qué estás anunciando, alma mía? ¿O que celebras, mi amor? ¿Cuándo saliste?", le pregunté a gritos, creyendo que había ido al mismo restorán a una comida de gala. A lo mejor lo estaban presentando como modelo exclusivo de una gran marca de tuxedos, o al fin había conseguido un estelar en la televisión. Bueno: era solamente --pero muy feliz-- el nuevo capitán de meseros de La Donna del Lago. Don Edmundo, el dueño, nos mandó champaña gratis.<br /><br /> "Por cierto, me susurró Bernal, hay noticias de aquélla. Abandonó la aviación el año pasado. Su nuevo giro son las alfombras persas: hace poco huyó de España, con pérdidas cuantiosas, pero está a punto de tomar Amsterdam por asalto."<br /><br />De <em>El Castigador</em>, ERA, 1995José Joaquín Blancohttp://www.blogger.com/profile/08263922763815348076noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7527486713623183716.post-60737712155019365162022-01-21T10:25:00.000-08:002022-01-21T10:25:37.330-08:00EL MANGLAREL MANGLAR<br />por José Joaquín Blanco<br /><br />A Isabel Quiñónez<br /><br /><br />Llegamos a media tarde a Tecolutla y alcanzamos todavía a alquilar una lancha que nos llevara a los manglares. Toño quería que viéramos el atardecer desde ese laberinto de canales donde se entretejían las raíces y las ramas de la vegetación lodosa. Se nos hacía emocionante flotar sobre esas aguas oscuras que parecían estancadas, abrirnos paso por esa especie de túneles entre raíces, ramas, arbustos y árboles entrelazados.<br /><br />El lanchero era un pescador de mediana edad, de bigotes ralos y unos ojos claros que, en su rostro amulatado, a veces resplandecían con una luz ambarina y a veces se veían casi verdes. Me costaba trabajo dejar de verlos, de averiguar realmente de qué color eran.<br /><br />El lanchero nos contaba que todavía por ahí, de repente, podían verse monos, caimanes y bandadas de guacamayas, pero a los turistas se les cuenta cualquier cosa. Y más a cambio de unos tragos, que Toño le servía demasiado generosamente en vasos de plástico.<br /><br />Toño había venido bebiendo durante todo el trayecto en la carretera. Pensé que los dos, el lanchero y Toño, parecían unos niños, con la cabeza llena de pájaros y visiones. El lanchero, don Gamaliel, había vivido unos meses en la Ciudad de México, pero no le había gustado: todo era tan caro, la gente tan díscola, tan cabrona; todo se hacía tan de prisa, y esos altos, larguísimos puentes de concreto llenos de automóviles.<br /><br />Toño le preguntó qué tan caros eran los terrenos de la playa. Casi no se vendían, dijo don Gamaliel; eran de pescadores, de las cooperativas: ¿y para qué iba a querer alguien comprar esos terrenos? Pero de que a veces se vendían, sí se vendían; dos o tres hoteles, tres o cuatro casas de playa con albercas privadas. ¡Pero además ya para qué! Hasta el turismo estaba bajando, y la pesca ni qué decir. Por el petróleo. Cada rato llegaban manchas enormes, de kilómetros, y para limpiarlas estaba duro. Al rato ya no iba a haber pesca ni turismo de Tampico a Campeche, sino puras costras de petróleo. Eso lo decían hasta los programas de la tele.<br /><br />Don Gamaliel avanzaba entre los canales con tranquilidad, con su rostro sereno y reluciente, a veces casi angelical en sus ojos luminosos, sin que sus palabras terribles se expresaran en sus facciones. Acaso ya estaba acostumbrado a decirlas a todos los turistas en todos los viajes. El comentario sobre los derrames de petróleo eran parte del paseo.<br /><br />El hacía lo suyo y dejaba que el sol le sonriera en los ojos. Tal vez hasta ya estaba también acostumbrado a que se le quedaran viendo los turistas a los ojos; a lo mejor por esos ojos lo tenían comisionado o él mismo se había ofrecido para pasear turistas por los manglares.<br /><br />Sus ojos le ganaban propinas, a pesar de lo poco expresivos que eran sus demás rasgos, sus labios gruesos, su nariz ancha, su piel demasiado porosa; a pesar de su barriga pellejuda, que le colgaba del tronco casi enjuto, y de sus piernas feas, casi repugnantes, cosidas de costras y cicatrices de llagas o heridas, y sin embargo fuertes, bien plantadas; era casi inevitable compararlas con las raíces y los troncos torturados de los canales que íbamos pasando en medio de un olor denso a vegetación que se pudre. Sobreflotaban en las aguas casi pantanosas hojas, flores, frutas, ramas enteras que pacíficamente, largamente, se iban pudriendo. El olor sobresaltaba a ratos, pero no era necesariamente desagradable.<br /><br />Se trataba un poco de nuestro viaje de bodas. No nos habíamos casado formalmente, así de papelito y todo --Toño tenía una esposa por ahí, Laura, a la que hacía un lustro que no veía--, pero estábamos muy enamorados y pensábamos vivir juntos en su viejo, un tanto sombrío departamento de la colonia Condesa, que yo esperaba convertir en un pequeño paraíso doméstico.<br /><br />Toño era unos diez años más joven que yo y, desde luego, mucho más atractivo; estaba teniendo mucho éxito como pintor. Un hombre feliz, entusiasta y lleno de vida. "¿Por qué conmigo?", me preguntaba yo a veces, y estaba segura que también se lo preguntaban quienes lo veían fresco, alegre y siempre dispuesto a pasarla bien, junto a una mujer demasiado flaca y con aires de cansansio o de melancolía.<br /><br />Pero yo tenía a pesar de todo la certeza de que, entonces, me quería con una de esas sus pasiones obsesivas, y que me siguió amando así mucho tiempo después, aun cuando todo empezó a irnos mal; nunca llegué a explicármelo, y pronto dejé de andarle buscando explicaciones racionales a todo, pero una de las cosas que Toño no maldijo en la vida fue su amor por mí, con todas las vueltas y más vueltas que fuimos dando al cabo de los años.<br /><br />Pero en esa época yo no salía de mi asombro: apenas unos meses atrás había caído en una depresión absoluta: me había intentado suicidar con un frasco de nembutales: no sé cómo sobreviví; sí que de pronto amanecí en un hospital más deprimida y avergonzada que nunca, y sólo esperaba escaparme para suicidarme ahora sí de a de veras. Pero no tuve mucho tiempo. Conocí a Toño en cuanto salí del hospital.<br /><br />--Cuídate de ése --me recomendó Vicky, mi amiga--, le gustan las suicidas.<br /><br />Yo no me explicaba todavía entonces, mientras cruzábamos en los manglares de Tecolutla esos paisajes como de película, con el rebrillo espejeante del cielo en las aguas oscuras, y luego en los ojos ahora doradísimoas de don Gamaliel (que ya de repente me miraba de reojo con desprecio donjuanesco), espantándome los mosquitos y admirando las caprichosas formas de las raíces en el agua, y hasta alguna orquídea o sepa Dios qué flor caprichosísima de una esbeltez aérea y un color intenso, como pájaro detenido entre los montones de maleza, qué jugarreta del destino era esa de dejarme caer hondo, hondo, casi tocar la orilla de la nada, el olor de la muerte, para entonces, de súbito, en un solo momento, rescatarme de un solo golpe y entregarme sin más todo lo que me había estado negando sistemáticamente los años anteriores.<br /><br />No era sólo el amor, sino con él, la vuelta de las ganas de vivir, algo de autoestima, y de estima del mundo, y el humor suficiente hasta para hacer un viaje, jugar bromas, correr aventuras, hasta para reírme de cómo se creía don Gamaliel su porte de macho, cada vez que le rebrillaban los ojos acaramelados y se lucía con su barriga desnuda y sus piernas sarmentosas como otra maravilla selvática. Hasta le tomé una fotografía.<br /><br />A Toño le gustaba la sensación de lodo, de río encharcado y embrollado, de laberinto pantanoso, de zahúrda botánica, con un intenso olor a vegetación que se pudre. Le parecía como un lugar para perderse, para desaparecer: la fuga perfecta para todos los embrollos de la vida, de la sociedad, de la carne.<br /><br />Yo disfrutaba del aire del río, un aire fresco de aromas cambiantes, según el lanchero nos impulsaba por los pasadizos casi techados por los árboles donde todavía, en la luz del atardecer, descubríamos algún pájaro. Pasadizos que se duplicaban en el agua con un temblor irreal, como de delirio.<br /><br />Desde el fondo de aguas lodosas y brillantes, graznó lleno de sol un pájaro.<br /><br />--¡Miren! ¡Ése fue! --señalaba don Gamaliel.<br /><br />Parecía una flor parda en un manchón verduzco, pero don Gamaliel arrojó a los arbustos una piedrita y el pájaro brotó y echó a volar.<br /><br />Don Gamaliel se acercó más tarde a la orilla y cortó para mí una flor blanca, larga, aterciopelada, que yo nunca había visto; no recuerdo su nombre, sólo que regresé a tierra con ella y que tenía un perfume muy dulzón.<br /><br />--¿Y no se les ha ahogado nadie aquí? --preguntó Toño, quizás cansado ya de tanta naturaleza, de tanta pureza vegetal; como buscando algo de turbiedad, suciedad o emoción humanas en el paraíso.<br /><br />--Ya hace tiempo que no, a Dios gracias... pero sí es peligroso... Por eso no dejamos venir al turismo solo, no sea la de malas que se quieran meter y ya no salgan... Pero yo los llevo adonde quieran... ¿No les gustaría ir a pescar mañana?<br />--Con esta borrachera, no nos vamos a levantar hasta el mediodía --dije yo.<br /><br />En el hotel tomamos unos kaptagones para cortarnos el efecto de los tragos. No venía al caso acabar el día a las ocho o nueve de la noche. Y nos fuimos a la playa, oscurísima, sin otra luz que la de la luna en el penacho de las olas y dos o tres fogatas distantes de turistas jóvenes.<br /><br />Queríamos hablar. Llevábamos días enteros hablando y hablando, y todavía nos quedaban muchas cosas que decirnos, que contarnos. Yo esperaba entregarme completamente a Toño, a su obra --era un pintor convulsivo y dado a la desesperación: como pintor, parecía un rockero de los años gruesos--, a todo lo suyo: era él ahora el sentido de mi vida, que apenas unas semanas atrás no había tenido ya ninguno. En cierta forma yo ya había fracasado y mi vida había estado a punto de concluir, de modo que ahora me injertaba en él, casi como parte suya, como parte de él mismo.<br /><br />Ahora sé que yo seguía enferma, que seguía convaleciendo todavía, pero entonces sentí que su juventud y su energía me embriagaban, y quería absorberlas más y más; quería obsesivamente seguir a Toño, imitarlo, obedecerlo, integrarme a él, desaparecer en él, ser en fin algo tan alegre y claro y vital como Toño. Olvidarme de mí; vivir en él, como en una vida nueva, como en un cuerpo liberado de mis nervios y mis angustias.<br /><br />Estábamos sentados en la arena, casi dos sombras, intercambiando el cigarrito de marihuana, con una sensación de libertad y paz absolutas, con brisas de mar y de río, de pescado y de hierbas podridas, de yodo y de sal. Entonces, abrazados, casi invisibles en la oscuridad aun para nosotros mismos, me preguntó de pronto:<br /><br />--¿Qué se siente?<br /><br />--¿Qué se siente qué?<br /><br />--Morir, estar muriendo... ¿Cómo es la muerte de cerca?<br /><br />--Bueno --reí, nerviosa--, no sé: como que ya no existía, como que de hecho ya me había muerto, como que todo era irreal pero molesto, muy molesto; ya no podía soportar nada, ni un ruido, ni nada más... Ya me había pasado meses pensando y llorando hasta cansarme, ¿no? Ya no me quedaba mucho que pensar y que llorar. Todo me era indiferente pero molesto, no podía soportarlo ni un minuto más, había que apagar el aparato... Tragué las pastillas... pero al rato era mucho dolor y mucho asco y me estaban zarandeando y lavando el estómago y todo apestaba tanto a hospital...<br /><br />Toño me estaba besando, me desnudaba, me hacía el amor. Qué me iba a importar que no fuera propio hacerlo ahí, que llegara gente y nos viera --aunque en tal oscuridad, quién iba a ver nada--, que se le ocurrieran a Toño esas locuras. Me gustaban sus locuras.<br /><br />Raspados y sucios de arena nos fuimos luego caminando en la playa oscurísima, el aire como una densa niebla de cenizas, orientándome apenas por los lejanos puntos amarillentos de los hoteles y las casas, hasta el río; pasamos por las lanchas de los pescadores, y entramos a una fonda que nos había recomendado don Gamaliel, donde vendían, además de alimentos, monos, caimanes y guacamayas que tenían guardados en una cabaña.<br /><br />--¡Miren que preciosos! ¡y baratísimos! --dijo el lanchero, que ya estaba totalmente borracho. Sus ojos turbios, rojizos, a la luz del bajísimo voltaje de los focos que pendían de cables suspendidos de los techos y los árboles.<br /><br />--¿Pero dónde vamos a tenerlos en la ciudad de México? --repuse.<br /><br />--Entonces, ¿no quieren ir a pescar mañana? --insistió don Gamaliel.<br /><br />--No, gracias, otro día --contesté, cerrando la conversación, para seguir cenando en paz mis langostinos al ajillo. Don Gamaliel se dio la vuelta lenta y casi majestuosamente.<br /><br />--Espérame un momento, tengo una idea --me dijo Toño y se levantó a alcanzarlo.<br /><br />Los vi conversar animadamente un rato en plena calle, frente a una ostionería, y llegar a algún tipo de acuerdo.<br /><br />--¿Y cuál era esa idea? --le pregunté a Toño.<br /><br />--Ah, ya verás, unos armadillos --Toño retomó con buen apetito su grasiento plato de camarones bañados en chile, que ya se le habían enfriado.<br /><br />--¡Unos armadillos! ¿Nos vamos a llevar a la Ciudad de México unos armadillos? ¿Vamos a andar cargando por media república unos armadillos?<br /><br />--Están disecados, María. Tienen métodos muy antiguos para disecar armadillos. Los rellenan con yerbas. Una cosa muy tradicional.<br /><br />Cuando me desperté a la mañana siguiente, Toño no estaba a mi lado. Pensé primero que habría bajado a la alberca del hotel y dormí otro rato. Volví a despertarme, sobresaltada, a constatar que en el cuarto no estaba su mochila, ni las llaves del coche.<br /><br />"No puede ser, pensé, estoy imaginando cosas; no me puede haber dejado botada así el primer día", pero sentía que sí, que podía muy bien haberse largado a un burdel, a una zona roja, adonde fuera. Nomás porque sí, y perderse semanas o meses. Sentí un aletazo frío, una ráfaga como las que anticipan la desesperación; bien había conocido esos signos, apenas unos meses atrás. Me eran más familiares que lo que se da en llamar la vida común y corriente; esperaba esos signos del absurdo, la torpeza o la fatalidad, casi los convocaba, me sorprendería si alguno de ellos tardaba mucho en presentarse.<br /><br />--Cuídate de ése, chula --me había recomendado la Vicky--, le gustan las suicidas.<br /><br />Nuestro amor no incluía ningún trato de fidelidad estricta ni de esas cosas. Recordé el acuerdo animado a que había llegado Toño con el lanchero mientras, más que dispuesta al fracaso, casi viéndome regresar a México en autobús esa misma tarde, me levantaba y buscaba más pistas.<br /><br />Pero no: ahí estaban todas las maletas, buena parte del dinero... ¡Claro! ¡Se había ido a pescar! Toño, el loco. El escuincle crecidote. Don Gamaliel lo había finalmente convencido. Se habían ido a pescar --seguramente con más alcohol que anzuelos-- y solamente era eso.<br /><br />Hacia las diez de la mañana estaba yo desayunando en la misma fonda de la noche anterior, en el embarcadero --donde, por lo demás, estaba estacionado el coche--, con vista al manglar, para ver regresar a Toño y a don Gamaliel, triunfales y deportivos, enarbolando unos pescados enormes.<br /><br />Seguramente todos los pescadores y fonderos estaban en el secreto, porque los veía espiarme con curiosidad y cuchichearse, sobre todo los niños, que corrían por las otras lanchas, los andadores y tarimas y puentecitos de madera, las orillas del embarcadero, con iguanas y collares y cuanta baratija turística pensaran vender durante el día.<br /><br />--¡Ya vienen! --gritaron los niños de pronto.<br /><br />Y efectivamente, apareció la vieja lancha. Desde lejos se distinguían varias personas a bordo.<br /><br />Pero no apareció Toño con los pescados, sino con una botella en la mano y unas desordenadas, mojadas, arrugadas hojas de dibujo en la otra. Venía cubierto de fango hasta más arriba de la cintura, y con una especie de guirnalda al cuello de yerbajos y raíces.<br /><br />Los pescadores se reían, se hacían señas un tanto equívocas y le pedían más dinero, que él repartía ya sin contarlo, ya casi sin tenerse en pie, tropezándose en su afán de abrazarlos a todos.<br /><br />Eran pescadores acostumbrados a todo tipo de excentricidad de los turistas; algunos venían casi tan borrachos como Toño, y don Gamaliel de plano se había quedado dormido dentro de la lancha. Los niños y las mujeres ya se reían abiertamente del turista loco.<br /><br />Corrí a sostenerlo antes de que se cayera de bruces sobre el asfalto, a impedir que siguiera regando el dinero, que siguiera haciendo el ridículo ante el montón de niños que a coro lo arremedaban, fingiendo también traer botellas y papeles en las manos. Apenas si llegué a tiempo para arrastrarlo al coche.<br /><br />--¡Chingón, María! Hicimos un paseo con antorchas por el manglar. ¿Te imaginas? ¡Antorchas! ¡El manglar! ¡Todo oscuro y sólo nuestras antorchas! ¡Uta, loquísimo! ¡Puros fantasmas en el pantano, con antorchas!<br /><br />--¡Antorchas! ¡El manglar! --repitieron los niños, que rodeaban el coche, con las manos y las caras pegadas a los cristales de las ventanillas, como máscaras de hule de monstruos apachurrados. Tuve que pegarme al claxon y gritarles varias veces para que me dejaran avanzar en el coche.<br /><br />--¡Antorchas! ¡El manglar! ¡Collaaaaares!, señorita --gritaban los niños.<br /><br />--El río del infierno --me iba diciendo Toño a gritos pastosos, tartajosos, poco inteligibles; tuvo que gritar aun más fuerte, para hacerse oír entre los gritos de los niños, mientras arrancábamos--; la naturaleza estaba muriendo o apenas formándose, un tiradero de vísceras y cadáveres vegetales; como un rastro abandonado o un criadero de fieras... Tomé unos apuntes, mira.<br /><br />Yo no vi sino puros rayones de borracho, naturalmente mojados y con lodo.<br /><br />--Cuídate de ése, chula, le gustan las suicidas.<br /><br />Lo llevé hasta la cama y lo dejé dormir un rato. Bajé a la playa, alquilé una silla y pensé, más bien divertirda, que nuevamente me había salido todo al revés. Mi protector había resultado un muchacho loco que más que nadie necesitaba protección. ¡En cuántos líos nos íbamos a meter! Pero tener a quien proteger ya es un poco que la protejan a una. Que me protegieran de mí misma, de mi irrealidad, del vacío... Cualquier problema exterior tenía remedio, era preferible a eso.<br /><br />Me pregunté entonces, por primera vez, si era posible que de una mente tan infantil, tan inmadura, hasta tan superficial como la que revelaban semejantes ocurrencias, pudiera surgir un arte serio. Pero no me lo pregunté demasiado: no me tocaba el papel de crítica, ni de juez, sino de cómplice. Me tocaba ser parte de Toño.<br /><br />Con cierta vergüenza, protegida por mis lentes oscuros, creía que todos los lugareños y turistas que pasaban por la playa estaban al tanto del turista loco. ¡Yo, la tímida, la fría, la desabrida, la aguada, haciéndola de gringa loca en Tecolutla! Hasta creí ver que me rondaban sospechosamente lugareños ya no tan niños. ¡Nada más faltaba que me vinieran a decir que si mientras el loco de mi novio dormía su mona, no quería yo ir "a pescar" con ellos, ahora! Mientras el ebrio buscaba fantasmas con antorchas en mitad del manglar, la flaca ninfómana de lentes se entretenía con los chamacos nativos...<br /><br />Llegaron a la palapa vecina dos o tres familias juntas de turistas de la capital. Era increíble la vulgaridad capitalina: habían metido sus coches a la playa, y los habían estacionado precisamente frente a la palapa, para no ver el mar: ¡tenían como panorama sus propios coches y no el mar!<br /><br />Ante todo, pusieron a todo volumen su casetera, obligando a doscientos metros a la redonda a todo mundo a oír sus sobrexcitadas canciones de moda. Se negaron a comprar nada en la playa: ya lo traían todo de su supermercado. Los adultos eran bofos y los niños latosísimos. Empezaron a sacar de sus bolsas de viaje una cantidad indescriptible de lociones, cremas, refrescos, licor, botanas, y hasta una parrilla portatil que no lograron hacer funcionar. Tuvieron que encargar a un puesto de antojitos de la playa, que les asaran sus bisteces capitalinos.<br /><br />Entre el estrépito de las canciones y los pelotazos de los niños alcancé a escuchar algún tipo de conversación religiosa. Un hombre lechoso y desabrido predicaba el catolicismo moderno del éxito en los negocios. Una especie de mojigatería de agente de ventas, una mercadotecnia de medallitas milagrosas.<br /><br />Me marea y me intimida al mismo tiempo ese tipo de gente, que siempre triunfa; no me queda sino hacerme instintivamente a un lado, dejarla pasar, hundirme. El mundo es para ellos. Está hecho de la misma sustancia que ellos, que no era para nada la mía. Ni la de Toño. Me regresó la náusea, el momento de tragar todas aquellas pastillas, el despertar entre vómitos y lavados de estómago en una clínica, como una babosa que sólo había jugado a turistear por la muerte.<br /><br />Mi propia pesadilla de suicida torpe en algo se parecía, ulteriormente, a los tragos y las antorchas y rayones enlodados y mojados de Toño.<br /><br />Estaba ya más que harta de los turistas, de la realidad que me había arrinconado meses atrás en el umbral del suicidio, y que ahora me seguía en mi supuesta redención, en mi supuesta luna de miel. Sólo esperé para largarme que surgieran los problemas inevitables. Seguro los turistas iban a acusar al puestero de haberles robado un trozo de carne. Y en efecto, en efecto. Una señora insolentísima, en un bikini que le quedaba grande, estaba gritando a voz en cuello:<br /><br />--¡Oye Gordo! ¿Verdad que eran veinte bistecitos? ¿Que aquí dice el marchante que nomás eran dieciseis. ¿Verdad que eran veinte bistecitos, Gordo?<br /><br />Era ya el mediodía. Regresé al hotel. En el camino me rodeó una palomilla de chamacos de la playa, ya adolescentes, larguiruchos y cínicos, queriéndose hacer los latin lovers con guiños soeces, de un sexo de WC:<br /><br />--Señorita, ¿no quiere que la llevemos a pescar?<br /><br />--Ya estuve pescando toda la noche, chicos... --les dije, pronunciando con la misma intención que ellos la palabra "pescar". Será otro día...<br /><br />--¿Van a querer ir al manglar otra vez en la noche?<br /><br />--No sé todavía. Dense una vueltecita por la noche.<br /><br />Pero cuando Toño despertó, con el malestar y el desánimo de la cruda, rompió sus rayones y no quiso comentar para nada su paseo por el manglar. Con mala cara bajamos a comer, en el propio restaurante del hotel. Sólo después de unas cervezas y de pasear en coche un poco por los alrededores, entre los palmares y los vientos rápidos, limpísimos, recobró un poco la serenidad. Hicimos de cuenta que habíamos compartido un sueño bobo.<br /><br />Y pacíficamente, como un matrimonio ideal bien avenido, nos quedamos en la terraza del hotel, mirando cómo la tarde se apagaba con sólo irse oscureciendo, sin crepúsculo ni nada.<br /><br />De <em>El Castigador</em>, ERA, 1995José Joaquín Blancohttp://www.blogger.com/profile/08263922763815348076noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7527486713623183716.post-72362506510206194152021-12-01T01:00:00.000-08:002021-12-01T02:43:11.830-08:00UN TIPÓGRAFO DE LUCAS ALAMÁN<br />
<div class="MsoNormal" style="margin-left: .6pt;">
<span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">UN TIPÓGRAFO DE LUCAS ALAMÁN<o:p></o:p></span></div>
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<br /></div>
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<st1:personname productid="La Fortuna" w:st="on"><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">La Fortuna</span></st1:personname><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;">, así como <st1:personname productid="la Fatalidad" w:st="on">la Fatalidad</st1:personname>, llamada a
veces <i style="mso-bidi-font-style: normal;">Ananké</i> por los poetas arcádicos
de <i style="mso-bidi-font-style: normal;">El Diario de México</i> —mucho más
cultos y profundos para el viejo tipógrafo Marcelino Pomar que los nuevos
romanticones a quienes todo se les iba en cantar (a menudo venalmente) a los
generalillos y tiranos del nuevo México independiente—, debían en efecto
constituir algo más que figuras retóricas o poéticas, que emblemas o metáforas.
Debían ser diosas de total existencia y poderes absolutos. <o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Ahí estaba la muestra. <st1:personname productid="La Fortuna" w:st="on">La Fortuna</st1:personname> había sonreído a
don Lucas Alamán desde la cuna: familia cariñosa y responsable, estudios
privilegiados en el Real Colegio de Minas y en Europa, relaciones inmejorables
con la aristocracia local y con sus patrones o socios europeos, los
descendientes de Hernán Cortés; los grandes puestos gubernamentales, o los
negocios privados, cuando caían los regímenes que hacían posibles aquéllos. <o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Cierto que se decía que
don Lucas y su familia estuvieron a punto de ser masacrados por la plebe
insurgente de Hidalgo en Guanajuato; que se quiso linchar al poderoso
conservador en algunas asonadas liberales, que se le llevó a juicio como autor
intelectual del asesinato de Vicente Guerrero. Pero aun en caso de que no
resultaran exageradas o hasta inventadas algunas de sus peripecias, don Lucas
era (ante los ojos de Marcelino) el ejemplo del más amado discípulo de <st1:personname productid="la Fortuna." w:st="on">la Fortuna.</st1:personname> <o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Toda la cornucopia
intelectual, política, económica, social se había derramado en sus ojos claros
y en ese acentillo francés, que él, Alamán, tan insolentemente erigido en el
campeón de la “verdadera mexicanidad”, la española, había traído de sus juveniles
viajes por la vieja Europa. <o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>También <st1:personname productid="La Fortuna" w:st="on">la Fortuna</st1:personname> parecía haberle
sonreído con los favores de la virtud, pues se hablaba de su conducta
intachable como individuo y padre de familia. (Su único pecado: “untar” la mano
de Santa Anna y sus ministros para favorecer los negocios de sus patrones, los
herederos de Cortés, murmuraba Marcelino.) <o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Ahora <st1:personname productid="La Fortuna" w:st="on">la Fortuna</st1:personname> coronaba a su
dilecto: le permitía llevar a feliz culminación su versión de la historia del
México independiente; a su gusto, con sus datos, su inteligencia y su
escritura, mucho más atildados, rigurosos y brillantes que los de sus
antecesores y contrincantes. Se iba a comer solito todo un medio siglo de su
país.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>En 1849 había entregado a
la imprenta de la calle de Palma el primer tomo de <st1:personname productid="la Historia" w:st="on">la <i style="mso-bidi-font-style: normal;">Historia</i></st1:personname><i style="mso-bidi-font-style: normal;"> de México desde los primeros movimientos
que prepararon su independencia en el año de 1808 hasta la época presente</i>.
¡Y le había tocado, en el colmo de sus infortunios, tipografiarla a él, al
poeta y orador incomprendido, caído en el olvido y la miseria a su dura vejez:
Marcelino Pomar! <o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span><st1:personname productid="la Fatalidad" w:st="on">La Fatalidad</st1:personname> o <st1:personname productid="la Ananké" w:st="on">la <i style="mso-bidi-font-style: normal;">Ananké</i></st1:personname>
también debía existir con plenitud terrorífica, y Dios sabía por qué caprichos
de las esferas —los “globos”, poetizaría Carpio— o los olimpos se había
encarnizado con Marcelino. Nadie recordaba sus versos ni sus discursos, que
conocieron momentos de digamos aplausos y hurras callejeros veinte años atrás:
sus excelentes ortografía y caligrafía le ganaban puestos de ganapán editorial:
tipógrafo, secretario, corrector de estilo. <o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Como <st1:personname productid="la Imprenta" w:st="on">la Imprenta</st1:personname> de J. M. Lara
quería quedar muy bien con Alamán llamó al más confiable de los tipógrafos, al
más responsable, al de mejor ortografía, para dar lustre a la obra monumental:
Marcelino, odiador de don Lucas desde sus juventudes.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Nunca se habían tratado.
Para don Lucas representaría en todo caso, si llegara por milagro a recordar
algunas de sus participaciones en el Congreso, un mestizo aindiado, un pedante
afrancesado que no sabía pronunciar pasablemente una sola palabra francesa, un
mistificador a la manera de Carlos María de Bustamante, de esos empeñados en
reducir la historia patria a cuentos de hadas, o a cuentos para niños, o a
cuentos para borrachos en fechas cívicas. Los historiadores de los Pípilas.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Marcelino acató el rol que
le imponían las divinidades. Colaborar en el monumento de su enemigo. Tampoco
contaba con otras ofertas de empleo. Añadió su particular concepción de la
honradez y el decoro. A lo largo de varios años, la obra en cinco volúmenes
quedó impresa mucho mejor de lo que podía esperarse de una mera edición
mexicana (grafías como “Lúcas Alaman” [sic</span><span lang="ES" style="font-family: "symbol"; font-size: 14.0pt;"><span style="mso-char-type: symbol; mso-symbol-font-family: Symbol;">]</span></span><span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"> no importaban por aquellos años), y don Marcelino hasta recibió
humildemente algunas botellas de excelente vino español con que don Lucas le
agradeció soberanamente, por medio de un criado, su puntilloso trabajo. <o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Nunca sospechó el
europeizado historiador, para quien la mejor mexicanidad consistía precisamente
en lograr los bienes, las luces y el modo de vida social europeos, el retenido
odio, el autosacrificio silencioso de su tipógrafo al trasladar a móviles tipos
de plomo sus furiosas andanadas manuscritas contra indios, indiadas,
cuasindiadas y las barbaries que, según él, los acompañan.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Marcelino escribía sus
reflexiones en cuadernos que no conocieron la imprenta.<span style="mso-spacerun: yes;"> </span>En su juventud los habría leído en cafés,
mercados, estanquillos, cantinas. Ahora era un viejo viudo que sabía que sus
antiguos escritos no tenían valor alguno —<i style="mso-bidi-font-style: normal;">¡Ananké,
Ananké!</i>—, y que los nuevos probablemente no eran mejores. Pero escribía a
falta de amigos con quienes conjurar. En la vejez se tienen pocos amigos, y
nada importa a cada viejo sino sus propias dolencias.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Uno de los momentos que
más indignaron a Marcelino Pomar fue la diatriba diabólica, la voltaireana
—verdades contrahechas con estilo elegante y engañoso— refutación de don Lucas
del Acta de Independencia. En ésta, por obra de un antiguo y fuerte espíritu de
simpatía entre todas las clases hacia los aztecas (salvo los españoles y unos
poquitos criollos engreídos, como Alamán), se advertía una reivindicación,
hasta una restauración pomposa del aztequismo. <o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Sor Juana, Sigüenza,
Clavijero, para no ir más lejos, habían comparado a los aztecas (que era una
manera de nombrar a casi todos los indios mexicanos) con los héroes, dioses y
mitos de Grecia y de Roma. No fue, pues, sino natural, que insurgentes de todos
los bandos (radicales, moderados, conservadores) firmaran el concepto de que
España había “usurpado” a la nación azteca el trono del Anáhuac, que ahora
volvía a los legítimos herederos de los tlatoanis y del pueblo mexica.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Pues no, afirmaba
sardónicamente Alamán: sois unos imbéciles —lo escribió en estilo más
elegante—: los aztecas ya no existen, ya se perdieron en el fondo de la
historia; sino un pueblo nuevo surgido de la matriz española. ¿No os dais
cuenta de que vuestros apellidos no son indios, ni el idioma en que habéis
redactado y firmado tal acta restitutoria de la legitimidad azteca? El México
independiente había comenzado, pues, con una farsa de idiotas.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>No estaba de acuerdo
Marcelino Pomar con tal chiste, pero para nada; y algo de ello apuntó en sus
cuadernillos. Primero anotó la <i style="mso-bidi-font-style: normal;">contradictio
in adjecto</i> de Alamán, al dar por un lado por abolidos a los aztecas, y al
afirmar en muchos otros que toda la barbarie, suciedad, vagancia, hipocresía,
ebriedad, ignorancia e intemperancia de los aztecas continuaban a la luz del
día, para no mencionar su brutalidad de guerreros inmisericordes manifestada en
las revueltas insurgentes y posteriores. ¿No que ya no había aztecas, don
Lucas? ¿Entonces quiénes lo espantaron en Guanajuato? ¿Una plebe no-étnica?<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Luego otra <i style="mso-bidi-font-style: normal;">contradictio in adjecto</i>. El guapo y
güerito Alamán no pensaba abolida la “hispanidad medieval”, ni siquiera la
romana. Se veía al espejo (Marcelino sospechaba<span style="mso-spacerun: yes;">
</span>que don Lucas, aun anciano, se veía siempre al espejo) y se descubría
como todo un godo y hasta como todo un cónsul romano. Hispania inmortal.
Sostenía que España existió desde mucho antes de Séneca y continuaba tan
campante. En cambio, todos los aztecas se murieron enseguidita.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Bueno: los espejos reflejaban
muchas cosas. Marcelino recurría poco a él, pero descubría en sus facciones de
tipógrafo moreno un consumado tipo azteca, del tipo que ya se estaba divulgado
en cuadros y litografías arqueológicas o pintorescas. La fisonomía perduraba,
tenaz. Casi todos los mexicanos de 1849 se veían igualitos a las imágenes de
Juan Diego. ¡Cualquiera servía para representar a Juan Diego en una pastolera o
“comedia sacra”! ¡Cualquiera para bailar empenachado en <st1:personname productid="la Villa" w:st="on">la Villa</st1:personname>!<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>A mayor abundamiento: si
se salía a las calles, se encontraban los mismos rostros, los mismos cuerpos,
las mismas miradas de 1519 en <st1:personname productid="la Plaza Mayor" w:st="on">la
Plaza Mayor</st1:personname> y en las milpas de 1849. Las había también en el
ejército, entre los políticos e intelectuales; hasta en los sacerdotes,
hacendados y comerciantes. Nada pues había sido abolido. Y ya andaban dando
lata por ahí algunos aztequísimos: <i style="mso-bidi-font-style: normal;">El
Nigromante</i>, Altamirano, Juárez.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>¿La lengua, el vestido,
las costumbres? Sabemos, decía Marcelino, que en un principio los aztecas eran
bárbaros del norte, chichimecas, y que no hablaban náhuatl; que lo aprendieron
por veneración y recuperación de la milenaria civilización mesoamericana. Los
españoles alguna vez hablaron latín, fenicio, ibero, celta, vaya usted a saber
cuántas lenguas más. <o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Todas las razas cambiaban
de manera de vestir a través de los siglos, sin perder nada con ello. Carlos
III se vestía muy diferente que Séneca. ¿Por qué había de usar plumas y
taparrabos un azteca capitalino del siglo XIX, de lengua española? ¿Acaso los
españoles del siglo XIX se seguían vistiendo como romanos o moros, y hablando
sus lenguajes antiguos? <o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Se podía muy bien, en
consecuencia, seguir siendo azteca hasta sin náhuatl, sin penachos ni
sacrificios humanos. Ahí estaban los aztecas, de bulto, en calles, templos,
chinampas, cuarteles y mercados.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Pudo haber demagogia,
concluía Marcelino, en el Acta de Independencia, pero no despropósitos. El
pueblo azteca ahí andaba, con bastante más náhuatl oral que español, por
cierto; y con calzones españoles de manta que en nada contradecían la fidelidad
a las tortillas y al pulque. <o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>O de una manera más clara:
indios, igualitos en figura y en muchas ideas y costumbres a sus antecesores
aztecas, chalcas, texcocanos, otomíes, totonacas, zapotecos, mayas. Por resumen
se consideraba a todos los indios mesoamericanos “aztecas”, pues el propio
Carlos V creyó que todo México era “un imperio azteca” de Moctezuma. Así
seguimos generalizando con los millones de personas de China, del Islam o de <st1:personname productid="la India" w:st="on">la India</st1:personname>: todos “chinos, árabes
o hindús”, aunque provengan de Siam, Marruecos, Manchuria o Corea. Así
denominamos en bola como “españoles” a una docena de pueblos llamados vascos,
asturianos, gallegos, aragoneses, catalanes, canarios, castellanos...<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>¿Y ese “nuevo pueblo”
surgido de matriz española, cristianísimo, moderno, que tanto idealizaba don
Lucas Alamán, no era en todo caso una <i style="mso-bidi-font-style: normal;">invención
política o una quimera</i>, tanto como esa indianidad o aztequidad permanentes,
supervivientes a cataclismos y cambios, en la mayoría de la población?<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Las ideas de don Lucas
siempre fueron combatidas en los periódicos liberales. Su mayor refutador, su
mayor conocedor, se conservó mudo y anónimo. Le pareció tan natural el tejido
de falacias de don Lucas que esperó que se revelara por sí mismo en <st1:personname productid="la Historia" w:st="on">la <i style="mso-bidi-font-style: normal;">Historia</i></st1:personname><i style="mso-bidi-font-style: normal;"> de México desde los primeros movimientos
que prepararon su independencia en el año de 1808 hasta nuestros días</i>. En
su opinión, proclamaba su refutación en su propio texto.<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Por lo demás, Marcelino
estaba marcado por <st1:personname productid="la Ananké" w:st="on">la <i style="mso-bidi-font-style: normal;">Ananké</i></st1:personname>, y sus
intentos, en consecuencia, condenados desde el principio al fracaso. Habría
tarde o temprano algún lector de don Lucas a quien también sonriera <st1:personname productid="La Fortuna" w:st="on">la Fortuna</st1:personname>, y a éste tocaría
denunciarlo todo. ¡Que don Lucas regurgitara el medio siglo de historia
mexicana que se había tragado solito!<o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>En parte, Marcelino dedicó
su paciencia de tipógrafo y corrector a producir un texto (casi) perfecto,
pensando a ratos menos en don Lucas que en ese futuro vengador, con quien todas
las noches soñaba. <o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Don Marcelino asistió al
suntuoso sepelio de don Lucas. Su cara de macehual viejo, su levita pringosa y
sus pantalones y zapatos remendados, su bastón de palo, desentonaban entre los
dolientes encopetados, casi monárquicos. <o:p></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal">
<span lang="ES" style="font-size: 14.0pt; mso-bidi-font-family: Arial;"><span style="mso-tab-count: 1;"> </span>Una dama razonó: “Debe
tratarse de un beneficiario de don Lucas. Tenía la mala costumbre de dar
limosnas a todo mundo. Por lo menos uno de sus limosneros le salió agradecido.
Porque la gratitud nunca fue virtud de los aztecas, ni de los antiguos
caníbales ni de los nuevos palurdos”.<o:p></o:p></span></div>
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