CAVAFIS: PARA HABLAR DE MI AMOR
Por José Joaquín Blanco
Tanto el éxito internacional como buena parte de la fortuna expresiva de la obra de Cavafis se deben a una razón fundamental: su profundo arraigo en la poesía inglesa. Este egipcio que escribió en griego era, de hecho, ciudadano británico (desde 1850 toda la familia Cavafis había obtenido la nacionalidad británica y el status de colonos ingleses en Alejandría). Como Borges, siguió la tradición inglesa en otra lengua.
Robert Browning ha permitido buena parte de la mejor poesía del siglo XX en varios idiomas, gracias a su recurso de los monólogos dramáticos, que permiten una poesía lírica no proferida por el poeta, sino por personajes poéticos.
Como Lee Masters, como Borges, Constantino Cavafis retomó el método de Browning para expresar sus propias pulsiones, con el considerable desahogo que significó el ya no tener que referir el erotismo homosexual a sí mismo, sino a otros personajes. Con ello, evitó el melodrama o la metafísica que han entorpecido toda poesía confesional.
Pudo escribir pequeños cuentos poéticos, de concisión y ligereza tales, que el lector se asombra de encontrar el amor, el erotismo, el elogio de la belleza física de los muchachos, tan despojado todo ello de guardarropía y de truculencia, de gesticulaciones y pretensiones, tan transparente y en traje de calle, tan verosímil aunque se suponga en ocurre muchos siglos atrás.
Tiene asimismo algo de británico el aspecto cosmopolita de Cavafis, de helenismo ideal, de helenismo de Cambridge, más enraizado en la cultura occidental que en un país definido; su propia visión de Alejandría --más cultural o mítica que realista--, con sus mezclas de razas y de religiones, de tiempos y de nacionalidades, refrenda ese cosmopolitismo un tanto aristocrático y delicado.
Acaso también a ello se deba que, a diferencia de la mayor parte de sus paisanos de Egipto y de Grecia, Cavafis --palabra turca: "zapatero"-- haya evitado el desgaste del periodismo nacionalista o partidario, de las polémicas concretas y regionalistas, y podido dedicarse con una seguridad e higiene pasmosas, a la elaboración y al perfeccionamiento de su centenar de poemas célebres, que son leídos con el mismo interés por lectores de todas las nacionalidades: para su fortuna o desventura, no fue autor "griego" ni "de su tiempo", sino un hombre con la pureza (y la asepsia) de la universalidad.
Su vida tuvo tres obstáculos: en el panorama provinciano y puritano de la minoría griega mercantil de Alejandría, era un hombre homosexual, pobre y dedicado a un oficio aparentemente sin futuro, como la poesía, que en su tiempo y en su lugar careció siempre de estímulos y oportunidades editoriales, económicos y académicos.
Resolvió la pobreza con un largo empleo modesto de burócrata en el Departamento de Irrigación de Alejandría, al servicio de ingleses; pudo escribir sus poemas homosexuales sólo con gran pudor y retraso, y publicarlos únicamente al final de su vida: los escondió y se escondió para ganar libertad. Aunque llegó en vida a interesar a figuras internacionales como Forster, Yourcenar y Marinetti, su prestigio europeo es totalmente póstumo.
A pesar de que se han emprendido diversos ensayos biográficos (como el de Robert Liddell, su paisano), escasas, casi nulas han sido las huellas detectadas de su vida en sus poemas: ni nombres ni episodios. Cavafis se pierde y se gana por igual: los asuntos históricos (tomados, por ejemplo, de Gibbon) pueden leerse como sesgada expresión autobiográfica, y verdaderas estampas propias pueden verse como asuntos tomados de la cultura helénica.
Sin embargo, ese pudor, esa discreción con que fueron escritos y guardados en vida de Cavafis, no se dio entre sus lectores; sus poemas se volvieron celebérrimos en Occidente sobre todo por su asunto "epatante": el amor homosexual vivido y descrito con franqueza y entusiasmo, en un nivel meramente físico, embellecido además por una distancia melancólica o sentimental, y purificado por una expresión concisa, estructuras muy sencillas y decoraciones perfectamente cotidianas.
Se leyó a Cavafis en plan de novedad escandalosa, de moda libertina, como a Henry Miller o Anais Nin; fue como ellos objeto de culto, de emulación y de producción industrial para los escaparates de pornografía y asuntos terribles.
¿Convendría leerlo, además, como una voz magníficamente adecuada para narrar el mundo contemporáneo, el contraste de las pulsiones y sueños eternos con la vida urbana moderna, y contemplarlo con la tranquila, relajada perspectiva irónica y un tanto estoica, de quien sabe muy bien maniobrar los sentimientos sin llegar al sentimentalismo, con contrapesos anticlimáticos y hasta humorísticos?
En realidad, su poesía se mueve en una corriente pesimista, pero no se detiene a abusar del sufrimiento o el desengaño (ni a abusar de los lectores con sus propias penas), sino que los deja deslizarse subrepticiamente como contrapunto ácido en sus exaltaciones del cuerpo y la edad juveniles, de los fecundos paraísos físicos e instantáneos de un rincón de café o de un hotel barato y común --que todo acaba, que todo envejece, que todo se separa, decae y muere, no es asunto de los poemas, sino casi la condición que hace verosímiles la dicha y la belleza particulares, que de otro modo resultarían exageradas, teatrales, melodramáticas, como buena parte de la poesía romántica en primera persona.
No hay por qué comparar sus poemas con la austera arquitectura griega; nada quedaba de esa Grecia, y menos en Alejandría: sí con el camino de perfeccionamiento del lenguaje coloquial como expresión poética, que se dio en la poesía en lengua inglesa sobre todo a principios del siglo XX. La maestría de Cavafis apareció como una cada vez mayor perfección en el manejo de un estilo desnudo para narrar --cantar-- cosas muy románticas, a veces demasiado juvenilmente románticas; en el contrapunto antitrágico (en los poemas históricos), anticlimático o irónico (en los sentimentales y eróticos), y en cierto truco expresivo que le permitió decir sentencias filosóficas bastante sofisticadas y con gran tradición erudita, como si fueran la ocurrencia más simple o peregrina del mundo. Esta es una tendencia poética inglesa (al revés de la francesa de la época --Valéry, Claudel, los dadaístas y surrealistas-- que volvía la poesía muy intelectualizante) hacia los asuntos de la calle y el lenguaje de todos los días, hacia el demotic speech.
Aunque empezó a escribir tardíamente, el gran poeta se dio aun más tarde: hacia los 48 años empezó su verdadera obra, ya totalmente despojada de restos de la poesía del siglo anterior (Verlaine, Baudelaire; Shelley, Tennyson), con cierta sonrisa tolerante ante los absurdos y las desgracias del mundo y una gran tranquilidad que recuerda sus enamoradas mitologías de juventud.
Los jóvenes en Cavafis son el tema, el mito y el lector: siempre piensa en un cómplice joven que lo esté leyendo, y en tal tono introduce sus entusiasmos y travesías, y hasta su sencillez expresiva: no sea que el muchacho no lo entienda. (Habla al lector como a un muchacho). De hecho, aun cuando domina la nota de angustia o dolor, todos sus episodios eróticos son juveniles --más bien, adolescentes-- y pasajeros, sin las complicaciones sentimentales, sicológicas o cotidianas de los adultos y sus relaciones amorosas serias, formales. Tienen ligereza de juego.
Sus héroes son los jóvenes en la dicha o los jóvenes en desgracia, sobre todo en desgracia física. No se deben exclusivamente al erotismo del poeta; también a las condiciones que la sociedad imponía a los roles de edades. "Hace 35 años, comentó Cavafis, un hombre de 30 se llamaba viejo a sí mismo, mientras que ahora apenas si ha comenzado a vivir. Como ves, el baño y los deportes han hecho el cambio". A principios de este siglo, hablar de amor entre personajes mayores de 30 años implicaba hablar de Amor Serio --aun en los márgenes homosexuales-- y echar mano de la sicología, la metafísica y las literaturas complicadas (como Stefen George o Thomas Mann, Wilde o Forster, Gide o Proust); un mero encuentro sexual feliz y ya, era impensable en adultos burgueses, sólo podía ocurrir en jovencillos proletarios de menos de 20 años. Por lo demás, es la época en que los jóvenes se ponen de moda en la literatura (y el comercio) del mundo. Será la estética, la erótica, los mitos y las modas juveniles los que ahora priven en la escena y la literatura mundiales, desbancando a los hombres maduros de generaciones anteriores. Les enfants terribles.
Sólo hasta 1924 Cavafis empezó a sufrir represalias sociales. En 1924 fue denunciado por un colega en un periódico como "otro Oscar Wilde", pero su obra no era tan conocida ni su figura tan importante como para permitir mayor conflicto. El anonimato o el ninguneo en estos casos ayudan.
Quizás su poco éxito griego o egipcio se debía, además de a las dificultades materiales por las que pasan todas las artes en los países pobres --hay que competir en el mercado mundial y sus metrópolis por la gran fama, o jamás llega--, a que resultaba demasiado inglesa, demasiado moderna. A que no sonaba muy "poética" en países todavía atrasados en su occidentalización. (En lengua española, por ejemplo, no habría tenido --ni tuvo-- la menor oportunidad sino hasta la segunda mitad del siglo; habría quedado enterrada en un erudito conocimiento marginal, como las de Rebolledo y Tablada en México).
En cambio, la curiosidad de Occidente --Francia, Inglaterra, Italia, Estados Unidos-- fue volviéndose tumultuaria. Temas difíciles, asuntos históricos o mitológicos, expresión llana: Marinetti lo consideraba futurista (1930): "Usted ha roto con el podrido mundo poético del romanticismo llorón del siglo diecinueve y con sus temas", le dijo.
Su Alejandría literaria nada tenía que ver con su propia ciudad: una mera aldea mercantil, como cualquier otra de Asia o del norte de Africa: "No es ninguna exageración, escribió el también alejandrino Robert Liddell, decir que sólo el gran pasado (del que no queda ningún rastro) de Alejandría hacía tolerable vivir ahí --y sólo Cavafis conectaba el gran pasado con el mundo contemporáneo". A sus paisanos griegos, cristianos ortodoxos, pudo parecerles, por sus temas, poesía exótica; y a sus paisanos musulmanes o judíos, prácticamente extranjera. ¿Lo habrían considerado un "producto de exportación", con escasos llamados a la sensibilidad y a los intereses locales?
Hay también un Cavafis político, el cantor de la historia de un pueblo que ha sobrevivido a múltiples derrotas. "Cavafis, escribió W.H. Auden, es uno de los muy escasos poetas que pueden escribir un poema patriótico que no sea embarazoso": lo logra, nuevamente con el recurso un browningiano, de actuar como mero testigo de personajes y episodios ajenos, sin símiles ni metáforas, sin calificación, casi sin decoración, con la mera descripción llama de las emociones, la escena o el personaje, hacha con cierta distancia irónica o anticlimática que impide cualquier desfogue parcial, cualquier gesticulación o mitificación directas.
Y en lugar de recurrir a los Grandes Temas griegos, al saqueo de Homero y los trágicos, como tantos "aficionados a Grecia", toma los perfiles poco glamourosos del helenismo de la decadencia: cuando los diversos reinos griegos son ya satélites de Roma y cuando, con Constantino, el cristianismo ha triunfado sobre la religión griega.
Auden no necesitó saber una letra de griego para admirar a Cavafis. Pese a lo que se pierde en la traducción, Cavafis respondía a su tradición inglesa, y su estilo desnudo permitía, más que otros poetas, que se trasvasara con éxito su poesía a otros idiomas. Lo que Auden encuentra sobre todo en él es un peculiar "tono de voz" (desprovisto de pretensiones retóricas o intelectuales, pero dirigido por una pasión intelectual de tolerancia social e íntima, enemigo de las opresiones y de las culpas), que se solaza con sus ensoñaciones de amor físico en breves affairs apenas púberes o ligues entre efebos nada complicados, que casi no piensan sino lo indispensable para habitar sus paraísos o rincones triviales.
Hay poemas de Cavafis que son como baladas puras, cristalinas en su falta de adjetivos y de ornamentación, como exactos dibujos amorosos en dos o tres líneas --traducción de Francisco Rivera--:
Y si no puedo hablar de mi amor,
si no hablo de tu pelo, de tus labios, de tus ojos,
sin embargo, tu cara que conservo en el corazón,
el sonido de tu voz que conservo en la mente,
los días de septiembre que surgen en mis sueños,
dan forma y color a mis palabras y frases,
cualquier tema que toque, cualquier pensamiento que diga.
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