miércoles, 22 de septiembre de 2010

LUIS CARDOZA Y ARAGÓN

CARDOZA: LAS MANZANAS DE MONDRIAN

Por José Joaquín Blanco

Luis Cardoza y Aragón lleva muchas décadas logrando una operación alquímica, un imposible: la crítica de pintura. ¿Qué se puede decir de un cuadro que no sea el cuadro mismo? En rigor, nada: la "crítica de arte" se enfanga en pedagogías o pedanterías tecnicistas, ideológicas o en poetizaciones. "Abomino de los críticos de arte", escribió alguna vez Cardoza.
Sin embargo, buena parte de su obra extraordinaria es prosa sobre pintura: ¿no que no se podía decir mucho de los cuadros que no fuera los cuadros mismos? Los alquimistas pueden lo que no se puede. Cardoza parte, fundamentalmente, de su intuición de que si la pintura es inefable, no lo es necesariamente el proceso creativo del pintor; hay algo que lo hermana con los otros artistas: "Los escritores han comprendido con frecuencia a los pintores, porque los problemas son semejantes, principalmente, los problemas de los poetas". Y Luis Cardoza y Aragón es, sobre todas las cosas, uno de los mayores poetas del siglo XX en América.
La pintura, además, es activa. No puede ser descrita por fabulaciones o lirismos, pero sí puede admitir --en talentos rigurosos y fecundos-- la crónica de su acción: qué le pasa a mengano cuando ve tales o cuáles cuadros, qué historia ocurre a partir de la relación del cuadro y el espectador, qué imágenes, qué pensamientos, qué aforismos, qué chistes, qué divagaciones, qué estupendas cifras --cuando un poeta mayor es el que habla de pintura-- logra de pronto en el lenguaje verbal, como réplica a su inefable realidad visual. Una de las grandes cosas que le han ocurrido a la pintura mexicana es la de haber contado a lo largo de todas estas décadas con un espectador y cronista como Cardoza, cuyo último libro, Ojo/Voz (ERA), narra sus encuentros con la pintura de Gunther Gerzso, Ricardo Martínez, Luis García Guerrero, Vicente Rojo y Francisco Toledo.
"Por cuestiones de trabajo durante varios años, Gerszo viajó detenidamente por México y se impregnó de paisajes. Parte de su obra se genera con tales impresiones que, transpuestas, producen la abstracción de un mundo de luz y movimiento, de infinitos matices, de impulsos afectivos y orgías botánicas".
Se diría que Cardoza, para no "contar el cuadro", revela, investiga, imagina su aventura interior: no retratos literarios, sino calas y reflexiones a su movimiento: "A veces hay en sus cuadros (Gerszo) un gran espacio de un solo color uniforme, alarde que se sostiene por la armónica disciplina general, interrumpido con una pequeña línea erótica, insinuando una grieta. Nada representa esa pintura, sin perspectiva ni modelado, elementos ambos que pertenecen al mundo de la experiencia material: es una realidad pictórica imperiosa". Uno recuerda en estas líneas cuadros precisos de Gerszo; o en esos cuadros de Gerszo recordará estas líneas precisas de Cardoza: ya son interlocutores, vasos comunicantes.
"He sentido lo vegetal de Yucatán (en la serie de Gerszo), a veces con vagas reminiscencias de muy esquemáticos pretextos arquitectónicos precolombinos, así como experimenté en la serie sobre Grecia su tenaz claridad devorante, con vida espiritual ardiente y propia".
Los lectores hemos sentido asimismo la pasión visual de Cardoza en sus escritos, en su constante transformación formal, en su creación continua de armonías antidiscursivas, en el caleidoscopio de sus metáforas, precisas como pulidos hexagramas chinos. ¿Que no hay manera de hablar de la pintura? La obra de Gerszo, dice Cardoza, es "absoluta y limpia como el agua. Y con sabor de sed".
México bajo la lluvia de Vicente Rojo: "Cuánto movimiento sensitivo en sus verticales, en sus diagonales, en sus perpendiculares mentales perturbando la calca del agua quieta, caída, plana, mansa, horizontal, echada como una vaca. Tam tam de lluvia de triangulitos de íes y oes, de panales sin fin, idea fija, melodía polirrítmica de perspicacia exacta y testaruda. ¿Por qué a veces me deprime lo simétrico?... Pintar el número, la pitagórica lluvia sin fin... No es uniformidad su obsesión. Guarda esta fiebre tesoro de variantes. La lluvia es su arpa inmensa. La gota al caer es cuerda delicadísima. Las grandes arpas de Vicente cantando... ¿Cómo pintaría Samuel Beckett...? Qué pesadilla, qué gozo en sus telares pensativos."
Me he aficionado mucho a las páginas de Cardoza sobre pintura principalmente porque son gran literatura, y una literatura insólita. Este trabajo imposible de hablar de lo inefable --los cuadros--, de describir lo indescriptible, de romper definiciones y teorías con palabras que a su vez han de ser rotas para no devenir nuevas definiciones y teorías, han logrado una prosa de apasionante libertad, asimismo inasible, antidiscursiva, múltiple, llena de transparencias y de fuego. Quizás --si fuera posible apropiarse de ese estilo imposible, de esa maestría libérrima-- habría que hablar así de todas las cosas, para no apresarse en ellas, ni en sus ecos, ni en sus teorías o reflejos, ni el propio lenguaje que a cada línea traza un barrote más de su cárcel. Qué prosa sin alambradas ni límites ni fronteras.
Qué valiente raíz de estar siempre al principio, en el primer momento de todo: "Día con día se me ha vuelto más difícil escribir lo que sea; lo que sea se me agranda, se me viene encima, no como una montaña sino como algo más terrible, como antiguo enigma". Cardoza no escribe de pintura: escribe la pintura. Recorre con palabras el rastro de sus ojos.
De eso se trata por lo demás en toda la prosa de Cardoza: de devolverle a la vida y la poesía su original riqueza enigmática. Con cuánta frecuencia la Literatura y la Teoría resultan tan falsos, tan pedantes, tan Pequeño Larousse, frente a un simple párrafo de Luis Cardoza y Aragón. El río. Novelas de caballería (FCE) es la mejor, la verdadera literatura latinoamericana.
Dice de Francisco Toledo: "Presiento que hace milenios empezó su trazo disparado como la espiral de la nebulosa, con intensidad y pericia de herencias sin fatiga. Nos da su asombro de cada día. Sabe pintar el asombro asombrosamente asombrado. Se diría que hay en él candidez erudita, espontaneidad que nació de obstinado rigor y de avideces. El arte diabólico de la pintura, por glacial que se practique, nunca olvida ser. Toledo pinta mitos, tierra, leyendas. Nos concierta con lo más recóndito nuestro... Me complace que le sea indistinto lo animal, lo humano, lo divino. Me complace que nos confundan sus cosmogonías dionisiacas... ¿Fantástico un mito? Yo lo aprehendo como una síntesis vertiginosa, como una condensación de inexplicables en lo más inquietante, oscuro y urgente de los individuos... Es angélico soñador, como suelen ser los demoniacos... Fui expulsado del paraíso en el cual Toledo pinta todavía".
"El arte es fácil; la crítica imposible", dijo alguna vez Cardoza. Lo sigue diciendo. Claro que el verdadero arte es sobre todo crítica: no necesariamente discursos críticos, sino proceso crítico --reflexión, experimentación, rigor, poda, audacia, coraje, minuciosas erudiciones visuales, táctiles, metafísicas, culturales--; y el acto artístico del espectador o lector consiste precisamente en revivir, frente a la obra, ese proceso crítico de creación, y no meramente exclamar algún énfasis frente a los prestigios de la obra terminada.
Cardoza se sumerge en cada aventura: "Era tanta mi curiosidad y tanto mi interés por la exposición de Vicente Rojo que estuve horas viéndola, antes de la inauguración. Así pude tener los cuadros en mis manos y verlos, verlos hasta sentir su cadencia, su danza. Los últimos no cabían en mis manos, pero logré zambullirme en ellos".
Qué jocundo génesis intelectual en las zambullidas de Cardoza, qué eficiencia, rapidez y ruidos de las esferas en su danza de ideas.
Semejante actitud lo une a Ricardo Martínez: el hallador de la búsqueda: "Puede observarse en sus cuadros cómo su hallazgo es la búsqueda misma". La búsqueda del cuadro desde los apuntes pequeños, los cuadernos, el lienzo en sus primeros avances, esa sensación severa y mágica de volúmenes precolombinos, sacros, fuera del tiempo, como alzados en un aura de enigmas.
Las figuras de Ricardo Martínez: "Las siento densas de soledad, sobrehumanas, emergiendo como de golpe, con placidez alerta... Estos diosas o dioses --el hombre-- son una concepción parabólica. No pinta desnudos, sino teoremas. Hipótesis metafísicas".
La corriente verbal de Luis Cardoza y Aragón va y viene con reflujos de libertad absoluta. Habla consigo mismo. Se deja ir del tema. Hablar de otra cosa dentro de una atmósfera es estar hablando de esa atmósfera; llama a todas las asociaciones, convoca a todas las referencias: construye y reconstruye el momento artístico, el momento de la comunión artística en que ha sabido recorrer de nuevo el camino del pintor: claro, un camino diferente que, desde luego, es el mismo camino de la obra que es múltiple y diverso en cada espectador.
Una prosa múltiple de paradojas, contradicciones, fusiones violentas, disparaderos, vueltas a tierra, cascadas, remolinos, versos o máximas como hexagramas, que en muchos pasajes tiene algo de oracular, de I Ching, en su aptitud de irse diciendo varias cosas al mismo tiempo, sin miedo a las disonancias ni a las contradicciones. Ya la Uno unirá: ¿para qué fabricarle unioncitas previas y medrosas?

"Las mismas cosas siempre son otras".
"Conozco las invisibles manzanas de Mondrian".
"La realidad es más anacrónica que sus representaciones".
"¿Cómo explicar una pintura? No quiero explicarla; nada hay que explicar. Desearía colocarla más cerca. Desearía que se la viera atentamente y se volviera a ver atentamente. Me valgo de palabras para rechazar toda literatura. A veces una paradoja, una metáfora conquistan, por el camino más corto, un ápice de mi anhelo de ser preciso. Nada más. Mi acosamiento verbal es contemplación. Para intentar decir lo que viví en un cuadro de Luis García Guerrero, conjeturé hace tiempo: Pintar una mandarina: restituirle su absoluto".

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