martes, 5 de mayo de 2009

LA HIJA DE LEWIS

LA HIJA DE LEWIS
Por José Joaquín Blanco




Uno de los capítulos más provocadores y sugerentes sobre la expresión de la mujer en la cultura mexicana de Plotting Women. Gender and Representation in Mexico (Londres, Verso, 1989), de Jean Franco, es el que revisa la voz femenina en los célebres Los hijos de Sánchez de Oscar Lewis.

Como se sabe, el libro de Lewis es el resultado de una investigación de historia y sociología orales en los años cincuenta. El doctor norteamericano llegó a Tepito y dejó que los pobres se acercaran a él, y le explicaran --frente a la incómoda grabadora de rodillos-- cómo era que existía una "cultura de la pobreza", esto es: un sistema de reproducción de las actitudes fatalistas, de sometimiento, resignación y hasta conformismo ante la miseria.

Si los Estados Unidos son el caso paradigmático de la cultura del éxito y de la riqueza, donde todo mundo se mediomata por triunfar y hacer dinero, México parecería el prototipo tercermundista --y no por ello menos rencoroso y envidioso frente a su prepotente y afluentísimo vecino-- de la derrota, la marginación, la fatalidad.

Los mejores mexicanos, como los mejores de los Sánchez, resultaron para el "antropólogo de la pobreza" Oscar Lewislos que eran menos "sánchez" y menos --en este sentido--"mexicanos": los mexicanos agringaditos, redimiditos: los prófugos de la naquez y del desmadre, que a pesar de todo escalaban su cumbre --así fuera la casita precarista en una loma--, lograban su éxito y su dinerito, como el patriarca y, sobre todo, su hija Consuelo.

Para el autor de Los hijos de Sánchez, como desde luego para buena parte de la población mexicana, fuera y dentro del territorio, por más que sufran los héroes y la Guadalupana, los Estados Unidos y su modo de vida estaban lejos de ser considerados adversa o siquiera críticamente por el contrario, para la familia estudiada, dice Lewis, privaba "una imagen positiva de los Estados Unidos como país superior..."

Precisamente como representante de ese país "superior", los Sánchez --y principalmente los Buenos Sánchez-- miraban al doctor como "una figura de benévola autoridad", más que como al padre ogro del machismo-cultura-de-la-pobreza-tercermundismo-vivaméxico de sobra conocidos.

Lo que le importa sobre todo a Jean Franco en este estudio es el papel que juega el propio antropólogo-sociólogo-literato-reportero en este libro. Lewis y su carisma paternal de embajador populachero del País Superior como protagonista de Los hijos de Sánchez.

El principal mérito de Los hijos de Sánchez parecía ser su metodología. El estudioso o literato pequeñoburgués nunca, nunca lograba llegar a los pobres, y mucho menos conseguía encarnar o siquiera trasmitir su voz: ¿podría hacerlo el objetivista científico armado de grabadora? Sí, sí pudo: pero perdió buena parte de su supuesta objetividad --como se advierte al estudiar el resultado final, el libro, confrontado con los materiales orales y escritos muy vastos en que se basó-- y de su supuesta ciencia.

No sólo alteró la voz de los pobres: alteró a los pobres mismos: se volvió al menos para una de ellos, Consuelo, un redentor, un mesías, un caudillo espiritual del progreso, la superación, el salto a la otra clase, ¿al otro país?

La hija de Sánchez, Consuelo, deviene durante el proceso de investigación y escritura de esa obra, la hija de Lewis. El antropólogo se va volviendo su Padre Bueno, su Buena Nueva, su Ejemplo a Seguir. El antropólogo en sí mismo como el Hombre Superior. Consuelo no sólo se presta a responder todos los interrogatorios de Lewis, sino que llega a hacerlo por escrito, en una verdadera autobiografía de 170 páginas que la convierte en una destacada autora mexicana de su época, tan escasa de autobiografías femeninas, además de otros diversos ensayos sobre temas diversos sugeridos por el doctor.

La hija de Lewis no se resigna a ser materia prima de un estudio universitario. Lo toma como método de liberación. Sus cuestionarios son confesiones: confiesa sus delitos de "cultura de la pobreza" en búsqueda de absolución: sí fui así --dejada, cochina, irresponsable, boba, lo que sea--, pero cambiaré: la luz a llegado a mi interior, diría, como conquistada por un predicador o un dianético. Y cambió. Al final del proceso de lewización de la informante, Consuelo ya había subido de nivel, había conquistado la cultura-de-la-clase-media, era una "persona superior", ejemplo del supérate a ti mismo, triunfa, tú puedes, conquista tu propio Everest. De alguna manera, el modernísimo método de Oscar Lewis no hace sino repetir el barroco, del siglo XVII, de las biografías de monjas turbadas redactadas por sus confesores que a la vez son sus guías espirituales, sus mesías --género que Jean Franco estudia en otro capítulo de Plotting Women. Aquí el confesor Oscar Lewis cuenta la vida de la monja laica a la que ha modificado, Consuelo Sánchez.

Consuelo deja de ser pobre: "Eso me hizo súbitamente darme cuenta de la verdad sobre la pobreza, exponiendo su cruda fealdad abiertamente a los ojos del mundo. El muro de ladrillos de la vecindad servía de marco a un grupo de mendigos amontonados cerca del zahuán. Algunos estaban de pie, sus cabezas agachadas estaban cubiertas de cabello largo y enredado lleno de piojos y de mugre, que caía hasta enredarse con sus barbas espesas y abandonadas. Sus ojos redondos, enrojecidos, fijos y sus bocas abiertas tenían la expresión idiota de los alcohólicos".

No es necesario negar importancia a Los hijos de Sánchez; sí resulta interesante y revelador leerlos a través de esta coerción más que moral, existencial, casi religiosa, en sus informantes, protagonistas y, desde luego, en sus lectores. La cultura-de-la-pobreza como el pecado mortal de los mexicanos, del que pueden redimirse.

Jean Franco leyó inteligentemente no sólo el libro, sino los materiales que lo conformaron y que quedaron fuera, y llega a conclusiones como ésta: "Consuelo 'enfoca' la escena desde el punto de vista del mundo afluente para el cual la pobreza es el peor de los pecados. Uno podría decir que ella ha sido exitosamente convertida... Consuelo habla en términos casi religiosos del cambio que le ha ocurrido desde que conoció a los Lewises (el doctor y su esposa)... En su opinión, Lewis ha realizado con ella una especie de curación oral". Ser su informante, fue ser su penitente, su absuelta, su convertida.

Mucho tiene que ver en esto, por lo demás, el auge sicoanalista de los cincuentas, aun el del sicoanálisis enfocado a la sociología: la figura paterna, el reconocimiento público como nacer o salir-de-sí, la sustitución de la falible figurota paterna (por más que Papá Sánchez es un luchador, un Brown Gringo de Tepito, en los términos de la visión lewisiana) por la infalible del apóstol Oscar Lewis.

¿Quién habla en Los hijos de Sánchez? ¿Hablan realmente los pobres: ellos están realmente manifestando su discurso? O más bien, ¿hablan los pobres catequizados por la riqueza, los sánchez ya muy lewisiados? Es el problema de la China poblana: ¿en sus biografías, hablan ella o sus confesores? Esto nuca ha sido novedad: los indios que se confesaban a los frailes, no eran los feroces aztecas, sino los indios ya muy afranciscados, muy cristianizados, muy bautizaditos.

Dice Jean Franco: "La ironía de Consuelo, sin embargo, es que lo que ella ha llegado a pensar que es su ser, es realmente el otro discurso: el discurso de la modernización que habla a través de ella". Ella deja al Padre Pobre, a Papá Sánchez, por el Papá-del-Triunfo, Papá Lewis: "Ella encuentra una figura más poderosa: el etnógrafo. El único tropiezo es que para escapar del padre, ella debe convertirse en la voz de su amo".

Jean Franco estudia con similar lucidez otras expresiones de mujeres en México: Frida, Antonieta, los personajes de Rosario Castellanos, Jesusa Palancares (la de Hasta no verte Jesús Mío, de Elena Poniatowska); aspectos de sor Juana, Buñuel, María Félix...
Mujeres conjuradoras en busca de una expresión, que difícilmente puede decirse que ya hayan conquistado, son las que muestran su lucha abierta en Plotting Women. Gender and Representation in Mexico. (1990).

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