EL HOSPITAL DE LA SANGRE
I
Los temblores de 1985 echaron por tierra uno de los hospitales de
beneficencia más antiguos y prestigiosos de la ciudad de México, el Hospital
Juárez, cerca de la estación Pino Suárez del Metro, en la calle San Pablo,
donde desemboca Izazaga para llegar a La Merced. Se le llamaba popularmente el Hospital de
la Sangre.
Dicen que fue el primero donde se urdieron
los diabólicos experimentos quirúrgicos del positivismo, que consistían en una
especie de transfusión sanguínea. Aunque no se trataba de una técnica del todo
reciente -existía en la Europa
del siglo XVII, y los incas la practicaban desde mucho antes-, escandalizó a la
ciudad de México de la época de Santa Anna.
¿Cómo era posible extraerle sangre a un cristiano para inyectársela a
otro? ¡Eso era casi un coito, o más que un coito! “¡Sangre de Cristo,
fortifícame!” ¿No se le estaría transfundiendo al otro también el alma, el
demonio, la herencia, la memoria, las virtudes, los pecados y no sé cuántos
espíritus? Frankenstein asomaba por el rumbo de San Pablo.
Y sin embargo, la maldita ciencia funcionaba
algunas veces (claro: los científicos tramposos ocultaban sus múltiples
derrotas -pues se desconocía el concepto de incompatibilidad de tipos
sanguíneos, para no hablar de la higiene-, y sólo exhibían sus escasos
triunfos): había moribundos decentes que sanaban de repente, milagro de la
ciencia positiva, ¡gracias a la sangre que les compraban a los indecentes
pelados!, muertos-de-hambre y léperos que desde la madrugada hacían cola para
vender su medio litrito a la semana.
¡Semejante comercio del diablo! En lugar de
trabajar, los malvivientes iban ahí nomás a vender su sustancia divina, porque
la sangre la da sólo Dios: es la vida misma, y de inmediato se iban a gastar
esos buenos pesos tan malhabidos en pulque y francachelas. Ni en tiempos de Huichilobos se había oído de
tal chapuceadero de sangre.
Se le llamó Hospital Juárez en 1877, en
memoria del codicioso presidente que había hurtado al clero esos terrenos y
fincas pertenecientes al Colegio de San Pablo. Claro: antes el arzobispo
Lorenzana se los había arrebatado (1788) a los agustinos, quienes le pusieron
pleito y parece que los recobraron, al menos en parte. Los agustinos, desde
luego, a su vez se los habían birlado (1569-1575) a los franciscanos. Y vaya usted
a saber a qué calpulli o cacique aztecas se los habían sustraído los
“hermanos seráficos”, al día siguiente de la conquista, con el “paulino” fray
Pedro de Gante a la cabeza. Ladrón que roba a ladrón...
Un terreno de lo menos recomendable, como se
ve. Aunque el Colegio de San Pablo floreció a lo largo de todo el siglo XVII, y
rivalizó con la universidad, con los colegios jesuitas y con los conventos de
San Agustín, San Francisco, San Diego y Santo Domingo, como centro de estudios,
grillas y disputas teológicas, ya en el XVIII no era sino una inversión
inmobiliaria. Amplios terrenos que se rentaban para ferias: la “feria de San
Pablo”, y hasta para corridas de toros.
Ahí se construyó en forma, primero en madera
y luego en mampostería, una plaza muy concurrida en los últimos tiempos de la
colonia: la “plaza de San Pablo”, los “toros de San Pablo”.
Se volvió cuartel en la época de Santa Anna;
luego hospital militar y civil, de fama macabra y sangrienta. Entonces el
Benemérito se apoderó de todos los terrenos (1860), exclaustró a los escasos
agustinos que quedaban en el Colegio de San Pablo y dedicó todo el sitio y sus
instalaciones, según opinión de sus detractores, exclusivamente al tráfico de
la sangre. El Templo de la
Sangre. El Laboratorio del Diablo. El Mercado de la Sangre.
A lo largo del siglo veinte, hasta el mismo
día del primer temblor de 1985, seguían yendo ahí a vender su sangre todo tipo
de desarrapados. A partir de esos temblores, y como consecuencia de la epidemia
del sida, se prohibió la compraventa de sangre.
En la terrorífica leyenda
del Hospital de la Sangre
se omite, sin embargo, un dato curioso. Fue también un primer intento
mutualista de Seguro Social entre pobres, que se pagaba no con dinero, sino con
sangre: un accidentado, un enfermo, una parturienta recibían atención médica a
cambio de la sangre que sus familiares o amigos donaran en su nombre: “Vengo a
donar mi sangrita por la curación de mi cuñada”...
Banco de Sangre, también: había quien
depositaba sus medio litritos por anticipado, en espera de la operación, cuando
se los devolverían (espero) con módicos intereses, a tasa fija o variable.
Cuestión de mililitros en épocas de baja inflación.
II
Pero también se omite un secreto a voces desde el siglo XVI: el nombre,
San Pablo, que siempre ha quemado como tizón vivo en la boca de todo cristiano,
y especialmente a partir de Lutero, cuando los protestantes se abanderaron con
la doctrina y el ejemplo de san Pablo contra la doctrina y el ejemplo de san
Pedro.
No fue común dedicarle al apóstol de las
epístolas, a esa especie de apóstol-por-correspondencia, muchos templos,
conventos ni colegios.
No se podía prescindir de él, porque fundó
la teología cristiana y estableció la tremenda revolución de que el
cristianismo no fuera exclusiva ni principalmente judío ni para judíos, sino
universal y sobre todo para los gentiles o paganos. El apóstol Santiago
(llamado “el menor” o “el justo”, hermano de Jesús y primo y tocayo del borroso
Santiago “el mayor”, aunque era más joven, dizque apóstol de España) y el
apóstol san Juan, lo detestaron y escribieron cartas, sermones y partes del Apocalipsis
contra él.
Lo llamaron el “Apóstata” porque renegaba
del judaísmo en favor de los paganos, y se lucía más como “ciudadano romano”
que como judío. Porque muy pronto se
cambió el nombre judío Saulo por el romano Paulo.
Se proclamaba el “Apóstol de los
Incircuncisos”, el “Apóstol del Prepucio” (sic) y dueño de la iglesia de todo
el mundo, salvo Jerusalén, “ciudad maldita”, y el ghetto judío de Roma, que
casi con lástima cedía a Pedro, Santiago y Juan, simples “apóstoles de la
circuncisión”.
Lo llamaron el “Falso Apóstol” –el apóstol
número trece; el trece a la mesa de la eucaristía; el treceno de una docena bien
contada- porque nunca conoció a Cristo, ni lo escuchó en vida: dizque Jesús se
le apareció durante su camino a Damasco, y lo privilegió con una instantánea
revelación personal, sin testigos. Muy cómoda, muy teatral, muy aparatosa.
Propiedad completamente suya. ¿Quién le iba a negar, corregir o enmendar lo que
él decía que sólo él había visto y escuchado?
Lo llamaron el “Precursor del Anticristo”.
El “Nuevo Simón Mago”, que era un milagrero de feria. El “Nuevo Balaam”. El
“Nicolaíta” (Nicolás: “embaucador del pueblo”), el “Farsante”. El “Propagador
de la Fornicación ”
o la “Gran Prostituta” o “Jezabel” (porque predicaba el matrimonio interracial
de cristianos judíos con cristianos paganos). El “Falso Visionario”, el “Falso
Milagrero”, el “Impostor”, el “Tragón Impuro” (porque permitía que los
cristianos comieran los alimentos prohibidos por la ley judía, los no-kosher).
Santiago, el “hermano” de Jesús; Juan, su
“discípulo amado”, el montón de hermanos y primos y tíos y demás parentela
galilea de Jesús dijeron de san Pablo todo tipo de cosas. La familia de Jesús
era tremenda. Con decirles que san Judas Tadeo también era hermano de Jesús...
III
No había modo de ocultarlo. Los insultos existen en el Nuevo Testamento,
donde también aparecen sus quejas y sus respuestas. En los Hechos de los
Apóstoles, en el Apocalipsis, en las Epístolas, incluso en
sesgos de los evangelios de Mateo, Lucas y Juan. Y en infinidad de escritos de
los primeros tiempos del cristianismo no admitidos en la Biblia cristiana, pero sí
en los tomotes de los Padres de la Iglesia. Clemente Romano, el obispo Policrates,
san Policarpo, san Irineo, san Ignacio, san Justino, etcétera.
Antes de que se formaran y consolidaran las
jerarquías eclesiásticas, los episcopados y el papado, así como el canon del
Nuevo Testamento, durante un buen siglo (hasta el 130 d. C., más o menos), las
dos corrientes cristianas: los judíos que consideraban a Cristo como una mera
reforma dentro del judaísmo, y los paganos helenísticos y romanos que lo
adoraban como un nuevo Dios universal, sin razas, debieron coexistir a codazos.
La gente de Pedro contra la gente de Pablo.
Y las rencillas subsistieron en los textos
sagrados y en la escritura de todos los teólogos cristianos de los primeros
siglos. (Ernest Renan desmenuza el babélico embrollo, lleno de citas textuales
y referencias precisas en más de diez idiomas, a lo largo de los siete tomos de
su Historia de los orígenes del cristianismo.)
Entonces se inventó volverlos gemelos. El papa de los judeocristianos y el papa de
los pagano-cristianos en una sola entidad bifronte. Al mismo tiempo los
evangelios y las epístolas, cada cual en su sitio durante la misa.
Se le inventó en Roma un
protobispado-protopapado a san Pedro, y una especie de
Embajada-Universal-Extraordinaria-y-Plenipotenciaria-Para-el-Mundo-Pagano a san
Pablo. Se les inventó que habían muerto juntos, martirizados por Nerón (año
64), en Roma.
Y a partir de entonces, y hasta Lutero, no
se dejaba que san Pablo anduviera solo. Ni un solo paso. Siempre se le amarraba
una pata a la pata de san Pedro. La ortodoxia acuñó una sola frase inmutable:
“san Pedro y san Pablo” para esposar a quien mejor conoció a Cristo con el que
mejor lo alucinó.
En 1572 los jesuitas fundaron en la ciudad
de México su colegio perfectamente ortodoxo: “Colegio de San Pedro y San
Pablo”.
De san Pablo se dijeron y se siguen diciendo
cosas muy extrañas. Se dice que hay un cristianismo de Jesús (o de san Pedro, o
de los galileos, o de la familia de Jesús) y otro de san Pablo.
Que Pablo duplicó el cristianismo (o lo
multiplicó) al extenderlo indiscriminadamente a todos los gentiles, sin que
previamente se convirtieran al judaísmo, como querían los apóstoles Pedro,
Santiago y Juan. Con ello, permitió que se le infiltraran infinidad de
filosofías (el gnosticismo), supersticiones y ritos egipcios, sirios, romanos y
helénicos. Hasta cosas de Persia y de Babilonia.
Que como nunca conoció a Jesús en carne y
hueso, sino como mera visión, Pablo lo volvió dios. Y que incurrió, en
consecuencia, en idolatría. Deificó a un hombre, entronizó a un nuevo ídolo. El
tremendo Cristo-de-san-Pablo.
Para sus discípulos y parientes verdaderos,
históricos, galileos, Cristo era sólo un hijo de Dios (como a final de cuentas
todo ser humano), aunque el elegido para una reforma radical: la del Mesías o
Cristo, pero nunca un dios humano “igual” a Dios Padre.
Con san Pablo empieza ese lío del monoteísmo
politeísta que adora a un solo Dios que son tres sin dejar de ser uno sin dejar
de ser tres. Así lo explicaba el Patriarca Pérez frente a la Alameda : “Este era un gato
con los pies de trapo y los ojos al revés, ¿quieres que te lo explique otra
vez?”
El “apóstata” san Pablo, además, declaró
concluida a Ley de Moisés. No había más que “su” Jesús. Nadie tenía por qué
practicar “las obras”, los ritos, las creencias, las obligaciones del Antiguo
Testamento, sino empezar de nuevo a partir de la aparición de Cristo... ¡al
propio san Pablo! La historia universal se reiniciaba a partir del momento en
que Cristo se le apersonó a Pablo: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?”
San Pablo no escuchó el Sermón de la Montaña , sino el
Sermón-Confidencial-de-Damasco, personalizado. Para sus seguidores, el
cristiano debía creer solamente en el Cristo que había ensoñado san Pablo, muy
a su modo y a su gusto.
Dos cristianismos. San Pablo es teólogo,
autoritario, moralista; Jesús resulta tolerante, populachero y amigo de
malvivientes de buen corazón, como la Magdalena y el “publicano” o cobrador de
impuestos.
El fanatismo de la Doctrina frente a las
bienaventuranzas del Sermón de la Montaña. André Gide quería ser un cristiano sin
san Pablo.
Los logros de las misiones de san Pablo a lo
largo y ancho del Imperio Romano resultaron más exitosos para el cristianismo
que una mera reforma dentro de la religión judía, como querían los discípulos
“históricos”, los parientes y compadres de Galilea, y san Pedro. No se podía
prescindir de él. Todo lo más: amarrarlo al pie de San Pedro y que jamás
anduviera solo.
Porque de que san Pablo
agarraba el paso por su cuenta nadie sabía adónde iba a parar. Solo, ni un solo
paso.
IV
Durante la Edad
Media el papado encumbró a san Pedro, y san Pablo quedó como
una adherencia doctrinal universalista, especializada. Casi un simple nombre el
calce de las epístolas. Uno tenía las llaves del cielo, y el otro había abierto
(siglos y siglos atrás) las puertas del cristianismo a los gentiles.
No se permitía el culto individual a san
Pablo. Olía a revelaciones personales muy extravagantes; a un cristianismo sin
iglesia ni obispos; a un trato directo de cada persona con Jesús, y a una
ruptura total con el judaísmo. A cualquier parroquiano se le podía ocurrir que
Jesús se le había aparecido de repente en el camino a su pueblo, o de regreso
del mercado, y que le había dicho esto y lo otro.
Quizás fray Pedro de Gante (o fray Pedro de
Moere, o Muer, o Mura) quebrantó la regla de jamás tratar a san Pablo a solas,
sin san Pedro, en homenaje a su emblema misionero, cuando le dedicó un templo
en el solar que ocuparía el Hospital de la Sangre.
A final de cuentas, los franciscanos
desembarcaron en México como san Pablo en tierras de paganos o gentiles. Pablo
era El Misionero por antonomasia. Sin duda alguna, fray Pedro de Gante sabía ya
para entonces de la rebelión de Martín
Lutero (31 de octubre de 1517). Creía que Lutero era un vulgar rebelde
contra el papa, acaso un endemoniado más, hacia 1523.
De haber conocido las críticas luteranas a
la corrupción católica, las habría sin duda compartido, como el resto de los
franciscanos que desembarcaron en México. Todos echaban pestes de la iglesia
corrupta.
Acaso fray Pedro de Gante no supo entonces
que en Lutero renacía san Pablo y su teoría de que la fe obraba sola, sin
iglesia; que el creyente se comunicaba directamente con Dios, sin
intermediarios. Y estableció el extraño
caso de fundar en México una iglesia de san Pablo sin san Pedro, la cual se convertiría
sucesivamente en el colegio agustino de San Pablo, la feria de San Pablo, los
toros de San Pablo, el cuartel de San Pablo, el barrio de San Pablo, el
hospital de San Pablo y el Hospital Juárez u Hospital de la Sangre. Quedan el
nombre de la calle y una ruinosa iglesia del siglo XVIII.
No hubo otros homenajes célebres a san Pablo
sin san Pedro durante el período colonial (salvo unos cuantos pueblos sin mayor
importancia, y que debieron su nombre al azar, pues al fin y al cabo sobrevivía
en el calendario) porque corrió la voz de que un san Pablo solo equivalía a un
Lutero.
Y san Pablo se convirtió en el mayor o único
santo de los protestantes. Desde entonces, los católicos mexicanos sólo
trataron con un san Pablo chaperoneado por san Pedro, indefectiblemente.
Lo que sí conocía fray Pedro de Gante era
que el buen Saulo de Tarso, judío fanático, el más fariseo de los fariseos, el
más zelote de los zelotes, era un asesino. Encabezó el linchamiento de los
primeros cristianos que mataron a pedradas a san Esteban. Nada menos. Incluso
se quedó, como trofeo, con las ropas ensangrentadas del muerto. Toda su vida
confesó llevar en el alma la sangre indeleble del diácono san Esteban. Las
vidas de santos siempre son vidas edificantes o ejemplares. Con la “leyenda
dorada” de su santoral, no sé cómo se atreven los obispos a criticar a la
prensa amarillista.
Esta truculenta conversión del más
sangriento de los perseguidores del cristianismo originario en su mayor
misionero, gracias a una visión personal de Cristo en el camino de Damasco,
heredó al cristianismo el endiablado acertijo de la “Teoría de la Gracia ”.
En la religión judía todo era claro: un Dios
racial había hecho un pacto con su raza favorita. En una religión no-racial,
como el cristianismo, ¿quiénes serían los favoritos del Señor? ¡Misterio!
Cristo tiene un Libro cerrado con Siete
Sellos donde están escritos desde el principio de los tiempos los nombres de
los elegidos, y que no se conocerá sino hasta el final de los tiempos.
Quien quiera salvarse mediante la buena
conducta, las prácticas religiosas, las penitencias y las buenas obras, se
equivoca. A lo mejor su nombre no aparece en el Libro de los Siete Sellos del Apocalipsis.
Quien se proponga condenarse persiguiendo y asesinado cristianos a diestra y
siniestra, y matando a pedradas al pobre de san Esteban, ¡de pronto se salva,
gratuitamente!, pues por eso tal teoría se llama de la Gracia. Un “acto
gratuito”: su nombre sí está en el Libro de los Siete Sellos.
V
“¡La religión de lo arbitrario!”, clamaba Michelet, cuando pretendía que
la Revolución
Francesa había liberado a los oprimidos de la tierra de la Religión-de -lo-Arbitrario,
del Club o la Mafia
de los Misteriosamente-Elegidos. “Ahora sí todos iguales, y cada cual
arquitecto de su propia conducta y su propio destino... Le Peuple!”
Me cuentan que todo esto predicaba en la
ciudad de México, durante los buenos años del callismo, el cismático Patriarca
Pérez (quien además se llamaba Joaquín y estudió en Tulancingo), auxiliado por
el no menos abominable heresiarca Manuel Monje, en su nueva “Iglesia Mexicana”
de Corpus Christi, frente a la
Alameda.
Dicen que san Pablo sin san Pedro se le
aparecía en sueños y lo usaba de intermediario para comunicarse con el
presidente Plutarco Elías Calles. Nada se sabe de cierto, salvo que a los
cuatro años de ser ungido obispo mediante un rito protestante en Chicago, murió
en la Cruz Roja
de la ciudad de México (1931).
-¿Cómo es posible que haya existido una
iglesia de san Pablo sin san Pedro durante la Colonia ? –preguntaba
nuestro nativo heresiarca Manuel Monje.
-Así la Reforma se iba abriendo camino en México desde
los principios mismos de la evangelización –respondía el Patriarca Pérez.
-¿Fray Pedro de Gante habrá sido un enviado
de Lutero?
-O del propio san Pablo...
-Lo que no entiendo es por qué, cuando fray
Pedro de Gante predicaba el pensamiento de san Pablo entre los indios, decía,
enseñándoles un dibujote tosco: “Santo que tiene, santo que tiene espada en la
mano, ¿qué santo será?”. Yo habría respondido de inmediato: “San Pedro”, por la
oreja que Simón Pedro le cortó al soldado romano durante la aprehensión de
Jesús. San Pedro El Mochaorejas. ¡Pero no! Fray Pedro de Gante quería
que le respondieran precisamente: “San Pablo”.
-Bueno, el emblema de san Pedro debían ser
Las Llaves.
-¿Pero por qué La Espada para san Pablo?
Cuando asesinó, no fue con la espada, sino a pedradas. ¡Pobre san Esteban!
-Se vería muy feo un santo apedreador.
Definitivamente muy vulgar. No es emblemático.
-O Una Pluma...
-Los evangelistas llevarían
preferencia: san Marcos, por ejemplo.
Porque ya sabemos que ni san Mateo escribió El evangelio según san Mateo,
ni el erudito, helenístico y gnóstico Evangelio según san Juan fue
escrito por el ignorantón y provinciano “discípulo amado”... Emblema de la Gracia : los misterios del
Señor son inescrutables y el Enemigo-con-Espada se convirtió en el
Propagador-de-la-Palabra... Los últimos
serán los primeros; los asesinos se erigirán en santos, y el mayor enemigo de
Dios es su mayor amigo; este era un gato con los pies de trapo y los ojos al
revés, ¿quieres que te lo cuente otra vez? –interpretó el Patriarca Pérez.
-Así sea y amén –añadió, adulador, su
compinche el presbítero heresiarca Manuel Monje.
Desde las ventanas de
su cismática iglesia de Corpus Christi admiraban el Hemiciclo a Juárez, en la Alameda. Eran los
buenos años del general Calles, y el monumento de Juárez tenía a sus pies unos
leones poderosos, de mármol, como todo un Nerón.
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