sábado, 1 de julio de 2017

MARTIN DU GARD Y LOS THIBAULT

MARTIN DU GARD Y LOS THIBAULT


Por José Joaquín Blanco

Roger Martin du Gard (1881-1958) es un misterioso emblema de injusticia literaria. Obtuvo sorpresivamente el Premio Nobel en 1937 por su serie, entonces aún inconclusa, de ocho novelas, congregadas en el título general Los Thibault, que ahora casi nadie recuerda: novelas-reportaje de un realismo atroz, sobre la vida francesa a principios del siglo veinte, que denuncian el militarismo, la guerra, la derecha cavernaria, la izquierda oportunista; las hipocresías de la familia, el patriotismo, la religión y aun la ciencia (concluye defendiendo la muerte asistida para los enfermos terminales, contra la religión, la legalidad y la tradicional “ética médica humanista”).
Hubo cierto oportunismo político e incluso cierta extravagancia cultural en tal galardón al escritor antimilitarista (eran los años de Hitler), súbitamente encumbrado por la Academia Sueca que ignoró a Proust, a Joyce, a Rilke, a Claudel, a Valéry, a Forster, a Sherwood Anderson, a Auden... como los hay en el espeso olvido que se arrojó inmediatamente después sobre esas novelas, sin duda magníficas, que siguen siendo explosivas en el siglo veintiuno (el asunto del epílogo es la detallada denuncia de un arma química: el gas mostaza). 
No se habla de Roger Martin du Gard en México, a pesar de que precisamente aquí se publicaron, en 1962 –¡eran otros tiempos!-, en dos gruesos tomos y tiraje de siete mil ejemplares cada uno, sus Obras completas (Editorial Aguilar), con la excelente traducción de Los Thibault por Félix Caballero.
Dijo al recibir el Premio Nobel el 10 de diciembre de 1937: “En estos meses de angustia que todos vivimos; cuando ya la sangre empieza a brotar por ambos extremos del globo; cuando ya, por todas partes, en un ambiente viciado por la miseria y el fanatismo, están fermentando las pasiones en torno a los cañones que se apuntan sobre sus objetivos; cuando ya un crecido número de indicios nos revela el retorno de aquel cobarde fatalismo, de aquel consentimiento general sin el cual las guerras serían imposibles; en estos momentos excepcionalmente graves que atraviesa la humanidad, deseo –sin vanidad, pero con el corazón entero comido de zozobra-, que mis libros sobre El verano de 1914 (penúltima novela de Los Thibault, que trata de los meses anteriores a la Primera Guerra Mundial), sean leídos, discutidos y que recuerden a todos, tanto a los viejos que ya la han olvidado como a los jóvenes que la ignoran o la desprecian, la patética lección del pasado”.
Los Thibault (novela-río no en balde sucesora de las sagas de Balzac, Tolstoi y Zola) representan un ejemplo cumbre de realismo crítico, implacablemente agrio (novelas escritas para no gustar), o un antecesor luminoso del pardo New Journalism. La realidad entera, documentada y analizada al destalle, a través de las vicisitudes de los dos hermanos Thibault (el sensato Antoine y el místico Jacques; el burgués y el revolucionario) sacrificados en plena juventud por esa guerra.
O de novelas-crónicas: una de ellas, titulada La Consulta, asombra por la osadía de su trama, que no es otra que un simple día en la agenda de un médico (cada enfermo es un mundo, y la gran duda sobre qué debe hacer el médico en la agonía de los enfermos terminales).
La más célebre (oscura celebridad), La muerte del padre -una de las sátiras más ásperas contra la hipocresía de la institución familiar-, resulta casi repugnante en su registro de una agonía durante la cual los médicos más parecen atormentar que ayudar al enfermo.
Salvo la Academia Sueca (hay premios que matan), tampoco en vida Roger Martin du Gard encontró muchos admiradores renombrados. Carecía de glamour (denuncia como llaga la Francia de la Belle Époque que Proust idealiza y mitifica) y aun de modernidad. En los años de las vanguardias artísticas, este novelista se asumió como reportero y retomó el realismo del siglo diecinueve. Sólo lo apoyaba André Gide. Pero ya anticipaba el existencialismo y la denuncia de una vida convertida en El Absurdo por la codiciosa y sanguinaria modernidad.
Albert Camus observó que Martin du Gard “no ha pensado nunca que la provocación pudiera ser un método en el arte. El hombre y la obra se han forjado con un mismo y paciente esfuerzo, en el retraimiento. Martin du Gard es el ejemplo, bastante raro en definitiva, de uno de nuestros grandes escritores cuyo número de teléfono no conoce nadie... el Premio Nobel le ha favorecido, me atrevería a decir, con una noche suplementaria”.
Los Thibault no impidieron, desde luego, la Segunda Guerra Mundial. Durante las semanas pasadas, huyendo de los noticieros y de los reality shows, me sumergí en esas ocho pesadas, agrias, ásperas, tremendas novelas: los atroces comienzos del siglo veinte que narran se parecen muchísimo a los del siglo veintiuno. Nada más actual que el pasado.
Sólo la pluma resulta por supuesto mucho mejor, pues, como decía también Camus, “en la época en que Martin du Gard hacía sus primeras armas literarias, se entraba en la literatura (la historia del grupo de la Nouvelle Revue Française lo muestra claramente) un poco como se entra en religión. Hoy se entra en ella, o al menos se finge entrar, como en plan de burla; sólo que se trata de una burla patética, que para algunos puede tener su eficacia. De cualquier modo, para Martin du Gard la seriedad de la literatura no tenía vuelta de hoja”.



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