GOYA Y MALRAUX
Por José Joaquín Blanco
I
El castellano es una lengua muy inexacta, se quejaba Borges. Nuestro uso
relajado de las preposiciones, así como la gran variedad de significados
(incluso antitéticos) con que se dota a ciertos vocablos, tanto en el uso
coloquial como en el letrado, permiten que muchas frases que creeríamos
clarísimas resulten enigmáticas.
“Por mi raza hablará el
espíritu”, dijo Vasconcelos: ¿A través de, a favor de o en lugar de qué raza, y
cuál espíritu? (Vasconcelos lo explicó posteriormente, acaso en burla, con
todas sus letras: “El Espíritu Santo”; y por “mi raza” entendía un mapa,
Iberoamérica, donde las hay todas).
“El sueño de la razón
produce monstruos”, escribió Goya. ¿Sueño como visión, ideal y ambición; o
sueño como el acto de dormirse y roncar, de abandonar la realidad? Dream o sleep.
Algunos estudiosos
interpretan: Goya era un ilustrado, un racionalista y defendía la razón contra
las supersticiones y los mitos. En consecuencia quiso decir: cuando la razón
duerme, cuando se aparta, aparecen los monstruos del delirio o del caos. Por
eso nunca hay que abandonar la
Razón , ¡cuidado con los irracional! ¡No hay que dormirse!
Villaurrutia criticaba a quienes, llegado el momento de soñar, cerraban los
ojos.
Pero muchos surrealistones
piensan lo contrario: Goya es el poeta de lo profundo, de lo onírico, de lo
delirante; en consecuencia quiso decir: cuando la razón sueña (en el sentido de
desear, ambicionar, proyectar, imaginar), cuando se abusa de la razón, cuando
la razón se extralimita en teorías y quiere dominar la realidad, produce
monstruos (como ciertas ideologías, por ejemplo). ¡Hay que convocar lo
irracional y lo subconsciente, lo onírico o lo salvaje, en consecuencia, y
desconfiar de la razón! La razón, ergida en déspota, inventa la teología, la
inquisición, la Iglesia ,
el Estado, las finanzas, las armas, la bomba atómica, los campos de
concentración. ¡No hay que despertarse jamás!
¿Goya rompía sus lanzas a
favor o en contra de la razón? ¡Hagan
sus apuestas! Resulta que los talentos hispánicos tampoco suelen ser muy
exactos que digamos en la realidad, y menos aún sus biografías.
Sabemos, por ejemplo, que
Goya era un gran ilustrado (philosophe)
que miraba críticamente el arcaico y decadente modo de vida español: sus beatas
brujiles y asnos pedantes, sus canónigos viciosos y sus imbéciles cortesanos;
que hizo de la pintura y del dibujo formas del reportaje combativo, que denostó
por escrito la fúnebre comedia de una sociedad que se negaba a modernizarse,
que se estancaba y pudría.
Pero también sabemos todo
lo contrario: que Goya estaba medio chiflado —o que se esmeró en creerse medio
chiflado— cuando pintó, dibujó y grabó buena parte de su obra más escandalosa:
cuando, digamos, puso a dormir (a manera de experimento) a su razón, y sacó
todos sus terrores y demonios íntimos a flote.
¿Sátiras ultrarracionales,
ultravoltaireanas; o sátiras antirracionales, presurrealistas, a lo Artaud?
Cada quien interpreta a su
modo los “caprichos” de Goya, finalmente enigmáticos.
II *
Goya es uno de los mayores héroes culturales de André Malraux, quien lo
estudió en un ensayo de 1947. “Si Goya hubiese muerto a los 37 años, ¿cómo
habríamos de sospechar que había nacido para destruir el arte de la decoración
y del placer lujoso?” Pensaríamos lo contrario: que había nacido para culminar
el arte de la pintura como juguetería. Todas esas muñecas y muñecos que juegan
en bonitos jardines o se exhiben, como en aparador, como “preciosas ridículas”
de una corte de porcelana: salas y salas del Museo del Prado. (El ensayo Saturne,
le Destin, l’Art et Goya de Malraux en Gallimard y en Writers on Artists, Ed. Daniel Halpern, San
Francisco, North Point Press, 1988. Cf. Paul Westheim: Mundo y vida de grandes artistas, ERA, 1973. Jeaninne Baticle: Goya de sangre y oro, Madrid, Aguilar,
1989.)
“La aparición de su genio en su obra fue
abrupta. Separado de la demás gente por el golpe repentino de su sordera,
encontró que un pintor puede conquistar a todo mundo tarde o temprano, con la
mera lucha consigo mismo. Su soledad se hizo puesto de observación”.
Para Malraux, Goya se
volvió un ermitaño, y fue visitado por una especie de tentaciones de San
Antonio alrevesadas: no los placeres ni las bellezas del mundo, sino sus
locuras, sus vicios, sus sufrimientos, sus crueldades, sus máscaras y
especialmente su profundo ridículo. Lo humano igual a lo ridículo.
“Reveló su genio desde el
momento en que tuvo el coraje de dejar de intentar la lisonja”. Cuando pintó
para desagradar, en cuadros como reportajes; cuando grabó para repugnar, en
litografías como pesadillas de aquelarres de momias y espectros humanos.
El racionalista Goya,
entonces, “escogió el tema más seguro” para presentar un mundo terrible: la
locura. “La locura lo atraía personalmente, vivía en continua espera de un
ataque de locura... Sabía, además, lo que significaba la sífilis, y que su
sordera no era sino un silencioso precursor de la calamidad...” Su
mundo-manicomio no era pues un espacio meramente exterior y distante.
De modo que no existe el
exacto pintor racionalista que satiriza fríamente al mundo premoderno y
decadente que critica. Él mismo está no sólo en el pincel o el buril, sino en
la tela y la plancha de piedra. Sin embargo, la locura no ha llegado: Goya no
es todavía una sibila ni un médium completamente poseído por los demonios de la
demencia. Está razonando, reporteando, criticando. Está “experimentando”, desde
las orillas del mundo y de la razón, sus temporadas en el infierno. Ni dentro
ni fuera de la pesadilla, “sino en su frontera”. Su razón no se duerme todavía,
aunque intuye los monstruos del sueño.
La comparación de Goya con
el periodismo no es ligera. Hay cuadros suyos que pueden verse como verdaderos
reportajes de guerra o de vida cortesana. Pero también es la época de la litografía.
Y Goya se decide a hacer, más que grabados, sketches,
francas caricaturas, con letrerito y todo, a la manera de un Daumier
sofocado entre las páginas del Infierno
de Dante, o mejor aún: Los sueños de
Quevedo.
III
¿El mundo es tan malo como lo pinta Goya en sus obras terribles? Hay
desde luego todo un festival de la exageración: muecas decrépitas, mutiladas,
canibalescas, enfermas, espectrales, bestiales, zoomorfas, etcétera, como para
creer que se trate de una mera sátira racionalista. Sentimos un
engolosinamiento del pintor con su material fársico y espeluznante. No sólo
pinta esperpentos: chapotea, jocundo, entre ellos. Lo fascinan: lo seducen.
Quizás, dicen unos, se
trate de una denuncia del diablo. De una sociedad demonizada, con tanta bruja,
tanta Inquisición, tanto noble, clérigo y letrado corruptos. No, dicen otros:
se trata de una denuncia contra Dios: ¡miren el mundo “perfecto” que hizo!
Porque no sólo pinta y
dibuja Goya figuras horrendas, también las muestra torturadas, masacradas, mutiladas,
exprimidas, mordidas, rasgadas por la misma potencia que las ha creado. Señala
Malraux:
“De ahí que el fraude que
más infatigablemente lastima a Goya no sea el comparsa de la Vanidad , sino el de la Injusticia. No digo
que no se condoliera de las víctimas de las galeras, de la Inquisición o de la
guerra, sino que su dolor tiene la solidez de quien se siente una de ellas. La
vida es esencialmente una cárcel, y aquellos de sus habitantes que Goya odia
más son los traficantes de la Esperanza. Políticos y doctores sólo le arrancan
una arrugada sonrisa, mientras que los monjes lo hacen montar en cólera, porque
practican el fraude en nombre de Cristo. A veces le parece incluso que la vida
en sí misma —particularmente su propia vida— es un fraude por parte de Dios”.
Goya devendría así el
pintor y el dibujante de la moderna agonía del mundo. A diferencia de Bosch,
quien insertaba seres humanos en su infierno, Goya insertó “seres del infierno
en el mundo humano”, dice Malraux.
Ello acaso explique lo que
algunos regañones llaman su “misognia”: todas las brujas espantosas surgidas de
la misma mano que creó las majas
espléndidas. Su obsesiva pasión por la mujer fue su signo más violento, más
evidente. No las insulta en frío para moralizarlas: expresa su desesperación
ante sus propias pasiones eróticas: sus brujas son también, de alguna manera,
sus amantes. Los varones no admitieron tal crueldad sistemática porque le
interesaron mucho menos.
Para Paul Westheim, en
cambio, hay más rebeldía consciente, más denuncia deliberada en el arte
terrible de Goya: más razón crítica por parte de un rebelde voluntarioso. Más
Voltaire, menos Artaud.
Entre quienes ubican a
Goya como el soñador desbocado en sus pesadillas infernales, y quienes lo
definen como el deliberado satírico de su tiempo, Malraux establece una línea
fronteriza —la “línea de sombra” que diría Conrad—: locura-sensatez,
sueño-razón, deliberación-arrebato, sociedad-yo, realidad-irrealidad,
mundo-infierno.
Una gran tragicomedia de
la que el artífice no está excluido. Pinta y dibuja con deliberación mascaradas
sangrientas que terminan poseyéndolo. En todas sus carícaturas hay guiños de
autorretrato. Su razón está mojada de sueños; sus sueños son tan racionales que
se contrabandean como enfáticos delirios.
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